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Iain Banks: Inversiones

Здесь есть возможность читать онлайн «Iain Banks: Inversiones» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Madrid, год выпуска: 2007, ISBN: 978-84-9800-272-0, издательство: La Factoría de Ideas, категория: Космическая фантастика / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Iain Banks Inversiones

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En el palacio de invierno, la nueva doctora del Rey tiene más enemigos de los que cree. Pero, por otra parte, también dispone de remedios insólitos que ellos desconocen. En otro palacio tras las montañas, el guardaespaldas jefe del Protector General se enfrenta a sus propios adversarios, aunque no lo tiene tan fácil: son más rápidos y eficaces y él solo dispone de métodos tradicionales para hacerles frente…

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Wiester, el chambelán del rey, nos había llevado hasta los aposentos reales.

—¿Algo más, señor? —preguntó mientras se inclinaba todo lo que su amplia osamenta le permitía.

—No, eso es todo por ahora. Vete.

La doctora se sentó en un lado de la cama y empezó a amasar los hombros regios con sus fuertes y hábiles dedos. Yo, mientras tanto, sostenía un pequeño frasco lleno de un ungüento de intenso aroma en el que, de vez en cuando, la señora introducía los dedos para, a continuación, aplicarlo sobre la amplia e hirsuta espalda del rey para ayudar a su broncínea piel a absorberlo.

Mientras me encontraba allí, con el maletín de la doctora abierto a un lado, reparé en que el tarro de gel marrón que había utilizado para tratar al infeliz de la cámara oculta seguía abierto en uno de los ingeniosos bolsillos interiores. Hice ademán de introducir un dedo en él. La doctora, al ver lo que estaba haciendo, me cogió rápidamente la mano, la apartó del frasco y dijo en voz baja:

—Si yo fuera tú, Oelph, no haría eso. Vuelve a taparlo con cuidado.

—¿Qué pasa, Vosill? —preguntó el rey.

—Nada, señor —dijo la doctora mientras volvía a colocar las manos en su espalda y se apoyaba sobre él.

—Au —dijo el monarca.

—Es tensión muscular, más que nada —dijo la doctora en voz baja al tiempo que giraba la cabeza con un movimiento brusco para que el cabello, que le había caído sobre el rostro, quedara de nuevo detrás de los hombros.

—Mi padre nunca tuvo que sufrir tanto —dijo el rey con irritación desde la almohada de hilo de oro, con la voz amortiguada por el grosor del tejido y el peso del plumón.

La doctora me dirigió una sonrisa fugaz.

—¿Cómo, señor? —dijo—. ¿Queréis decir que nunca tuvo que sufrir mis torpes cuidados?

—No —dijo el rey con un gemido—. Ya sabes a qué me refiero, Vosill. Esta espalda. Nunca tuvo que sufrir una espalda como esta. Ni los dolores de las piernas, las jaquecas, los constipados, ni ninguno de estos males y dolores que me aquejan a mí. —Guardó silencio un momento mientras la doctora apretaba y masajeaba su carne—. Padre nunca tuvo que sufrir nada. Él no estuvo…

—… enfermo un solo día de su vida —dijo la doctora a coro con el rey.

El monarca se echó a reír. La doctora volvió a sonreírme. Yo sostuve el tarro de ungüento, inexpresablemente feliz durante ese instante, hasta que el rey suspiró y dijo:

—Ah, qué dulce tortura, Vosill.

Momento en el que la doctora cesó un instante los rítmicos movimientos de su masaje, y una mirada de amargura, de desprecio incluso, pasó fugazmente por su rostro.

2

El guardaespaldas

Esta es la historia de un hombre conocido como DeWar, guardaespaldas principal del general UrLeyn, Primer Protector del protectorado de Tassasen entre los años 1281 y 1221, calendario imperial. La mayor parte de mi relato transcurre en el palacio de Vorifyr, en Crough, la antiquísima ciudad de Tassasen, durante el aciago año de 1221.

He decidido contar la historia a la manera de los fabulistas jeríticos, esto es, en forma de crónica cerrada, en la que —si uno se siente inclinado a creer las informaciones relativas al hecho— se ha de adivinar la identidad de la persona que relata la historia. El motivo para hacerlo es ofrecer al lector la posibilidad de decidir si otorga crédito o no a lo que quiero contar sobre los sucesos de aquel tiempo —sucesos que, a grandes rasgos, son bien conocidos, e incluso podría decirse que famosos, por todo el mundo civilizado— basándose únicamente en si la historia le «suena real» o no, sin que los prejuicios que podrían derivarse de conocer la identidad del narrador cerraran su mente a la verdad que quisiera presentarle.

Y ya es hora de que se cuente esta verdad. He leído, creo, todas las crónicas de lo que ocurrió en Tassasen durante aquella época trascendente, y la diferencia más significativa entre ellas parece ser su grado más o menos exagerado de divergencia con respecto a los hechos reales. Concretamente, existe una versión paródica que fue la que me decidió a contar la auténtica historia del período. Bajo la forma de obra teatral, tenía la pretensión de contar mi historia y sin embargo no podía haberse alejado más del objetivo propuesto. El lector solo tiene que aceptar que soy quien soy para que la ridiculez de esta obra salte a la vista.

Digo que esta es la historia de DeWar, y sin embargo admito libremente que no es toda su historia. Es solo una parte, y podría decirse que una parte pequeña, si tomamos solo en consideración el número de años que cubre. También existe una parte anterior, pero la historia solo permite la más apresurada referencia a los sucesos del pasado.

Por tanto, esta es la verdad tal como yo la experimenté, o tal como me fue relatada por personas en las que confiaba.

La verdad, he descubierto, es diferente para cada uno. Así como dos personas no ven nunca el mismo arco iris desde el mismo sitio exacto —aunque, al mismo tiempo, es casi seguro que ambos lo ven, mientras que alguien que se encuentre aparentemente justo debajo del fenómeno no lo ve—, la verdad tiene que ver con el lugar en el que uno se encuentra y la dirección hacia la que dirige la mirada en ese momento.

Por descontado, el lector puede diferir de mí a este respecto, y cuenta con mi permiso para hacerlo.

—¿DeWar? ¿Eres tú? —El Primer Protector, Primer General y Gran Edil del Protectorado de Tassasen, general UrLeyn, se tapó los ojos para protegérselos del brillo que emitía la ventana de yeso y diamante en forma de abanico que había sobre el suelo de lustroso alabastro del salón. Era mediodía, y tanto Xamis como Seigen brillaban con fuerza en el cielo despejado del exterior.

—Señor —dijo DeWar mientras abandonaba las sombras de la esquina de la sala, donde se guardaban los mapas en un gran enrejado de madera. Hizo una reverencia ante el Protector y desplegó un mapa en la mesa que tenía delante—. Creo que este es el mapa que podéis necesitar.

DeWar, un hombre alto y musculoso que empezaba a adentrarse en la madurez, moreno de pelo, de piel y de ceño, con unos ojos profundos y oscuros, y un aire vigilante y meditabundo que se ajustaba a las mil maravillas a su oficio, definido en una ocasión como el asesinato de los asesinos. Parecía relajado y tenso a un tiempo, como un animal perpetuamente agazapado y preparado para saltar, aunque muy capaz de permanecer en esa posición todo el tiempo que hiciera falta para que su presa se aproximara y bajara la guardia.

Vestía, como siempre, de negro. Sus botas, su jubón, su camisa y su guerrera eran todas tan negras como una noche de eclipse. Ceñía su costado derecho una fina espada envainada y su izquierdo un puñal alargado.

—¿Ahora buscas mapas para mis generales, DeWar? —preguntó UrLeyn, divertido. El Generalísimo de Tassasen, el plebeyo que daba órdenes a los nobles, era un hombre relativamente menudo quien por medio de la vigorosa y activa fuerza de su carácter conseguía que casi todo el mundo sintiera que era más bajo que él. Su cabello entrecano empezaba a ralear, pero sus ojos seguían conservando el brillo. Por lo general, la gente decía que su mirada era «penetrante». Vestía los pantalones y la chaqueta larga que había puesto de moda entre muchos de sus camaradas generales y entre un gran porcentaje de la clase mercantil de los tassasenianos.

—Cuando mi general me envía a buscarlos, sí, señor —repuso DeWar—. Trato de hacer todo cuanto está en mi mano para ayudar. Y esto me permite conjurar los riesgos a los que mi señor podría estar exponiéndose al alejarme de su lado. —DeWar dejó caer el mapa sobre la mesa, donde este se abrió.

—Las fronteras… Ladenscion —dijo UrLeyn con un hilo de voz mientras daba unos golpecitos sobre la suave superficie del viejo mapa y a continuación levantaba un rostro de expresión traviesa hacia DeWar—. Mi querido DeWar, el mayor peligro al que podría exponerme probablemente en tales ocasiones sería una dosis de algo desagradable por parte de alguna moza nueva, o un bofetón por sugerir algo que mis concubinas más recatadas encontrasen excesivamente atrevido. —El general sonrió y se subió el cinturón sobre su modesto estómago—. O unos arañazos en la espalda y un mordisco en la oreja en caso de tener suerte, ¿eh?

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