—Pide a los de Fossa Sur que envíen un dirigible a sobrevolar la ciudad —sugirió— por si alguien ha quedado atrapado y se ha refugiado en la cima de las mesas. Hay gente que duerme de día, y cuando se despierten se van a llevar una buena sorpresa.
Soltó una carcajada salvaje, pero tenía razón y Art hizo la llamada. Nadia caminaba en la retaguardia, con Maya, Sax y Art, escuchando los informes que llegaban. Ordenó que los rovers circularan por la pista inutilizada para no levantar polvo. Intentó ignorar que estaba cansada. Era más falta de sueño que fatiga muscular, pero iba a ser una noche larga, y no sólo para ella. Muchos habitantes de la ciudad ya no estaban acostumbrados a andar grandes distancias. A ella le ocurría lo mismo a pesar de que recorría las obras a pie y no trabajaba sentada a una mesa de oficina como la mayoría. Por fortuna estaban siguiendo una pista y podían caminar sobre la superficie regular si querían, entre los raíles de suspensión y el de reacción que corría por el centro. La mayoría prefirió seguir por las carreteras de hormigón o grava paralelas a la pista.
Salir de Isidis Planitia en cualquier dirección que no fuese el norte significaba marchar cuesta arriba. La Estación Libia estaba unos setecientos metros por encima de Burroughs, una diferencia de nivel nada desdeñable; pero afortunadamente la pendiente iba elevándose de forma gradual a lo largo de los setenta kilómetros y no había tramos muy escarpados.
—Nos ayudará a mantenernos calientes —murmuró Sax cuando Nadia lo comentó.
El día avanzó y las sombras alargadas de los caminantes se proyectaron hacia el este, como si fueran de gigantes. A sus espaldas las mesas de la ciudad inundada, oscura y vacía, fueron desapareciendo una tras otra, y finalmente Double Decker Butte y Moeris Mesa se hundieron en el horizonte. Las sombras pardas de Isidis se hicieron más intensas y el cielo se oscureció sobre el horizonte mientras el ardiente sol bajaba, y los caminantes avanzaban lentamente por aquel mundo rojizo como un ejército maltrecho en retirada.
Nadia conectaba con Mangalavid de cuando en cuando, y las noticias sobre el resto del planeta la tranquilizaron. Todas las ciudades importantes estaban en manos del movimiento de independencia. El laberinto de Sabishii había proporcionado refugio a los sobrevivientes del incendio que aún no había sido sofocado del todo. Nadia habló con Nanao y Etsu mientras caminaba. La pequeña imagen de Nanao en su muñeca revelaba el agotamiento del hombre y Nadia le dijo que se sentía muy apesadumbrada porque las dos ciudades más grandes de Marte habían sido destruidas, Sabishii incendiada, Burroughs inundada.
—No, no —dijo Nanao—. Las reconstruiremos. Sabishii está en nuestro espíritu.
Habían enviado todos los trenes salvados del fuego hacia Libia, como muchas otras ciudades. Las más cercanas enviaban también dirigibles y aviones. Los dirigibles podrían ayudarlos durante la marcha nocturna. Y más importante sería el agua que traerían con ellos, puesto que la deshidratación en la noche fría y superárida sería el peor enemigo. Nadia ya tenía la garganta reseca y bebió con agradecimiento la taza de agua caliente que le tendieron desde un rover. Alzó la máscara y bebió rápidamente.
—¡Ultima ronda! —anunció la mujer que distribuía el agua—. Sólo nos queda para otras cien personas.
Un mensaje de índole distinta les llegó de Fossa Sur. Varios campamentos mineros alrededor de Elysium se habían declarado independientes tanto de las metanacionales como del movimiento Marte Libre y habían exigido que los dejaran en paz. Algunas estaciones ocupadas por los rojos habían hecho lo mismo. Nadia soltó un bufido.
—Bien —le dijo a la gente de Fossa Sur—. Envíenles una copia de la Declaración de Dorsa Brevia y que la estudien. Si se comprometen a respetar lo acordado acerca de los derechos humanos, no hay razón para molestarlos.
El sol se puso. El largo atardecer siguió lentamente su curso.
El crepúsculo purpúreo teñía el aire neblinoso cuando un rover roca se acercó por el este y se detuvo delante del grupo de Nadia. Unas figuras con máscaras y capuchas se apearon y caminaron hacia ellos. Por la silueta Nadia reconoció a la que encabezaba el grupo: era Ann, alta y delgada, que venía hacia ella, distinguiéndola entre el gentío sin vacilación a pesar de la falta de luz. Así se reconocían los Primeros Cien…
Nadia miró a su vieja amiga. Ann parpadeaba a causa del repentino frío.
—No fuimos nosotros —dijo Ann bruscamente—. La unidad de Armscor se presentó con rovers blindados y hubo una batalla. Kasei temía que si recuperaban el dique eso los animaría a recuperar todo el planeta. Seguramente tenía razón.
—¿Se encuentra bien?
—No lo sé. Murieron muchos en el dique. Y muchos tuvieron que escapar de la inundación subiendo a Syrtis.
Allí estaba, sombría, sin muestras de arrepentimiento. Nadia se maravilló de que pudiesen leerse tantas cosas en una silueta, una figura oscura recortada contra las estrellas. La caída de los hombros, tal vez. La inclinación de la cabeza.
—Continuemos, entonces —dijo Nadia. No se le ocurría qué más decir en esa circunstancia. El hecho de haber colocado explosivos en el dique…
pero ya no tenía remedio—. Sigamos caminando, sigamos.
La luz se escurrió de la tierra, del aire, del cielo. Caminaron bajo las estrellas, en un aire tan glacial como el de Siberia. Nadia podía haber caminado más deprisa, pero prefirió quedarse con el grupo de cola para ayudar. Algunos llevaban a cuestas niños pequeños, aunque la verdad era que no había muchos en la retaguardia de la columna: los más pequeños viajaban en los rovers y los mayores iban delante, con los caminantes más rápidos. Los niños no abundaban en Burroughs.
Los haces de luz de los rovers atravesaban el polvo que levantaban y Nadia se preguntó si el polvo no obstruiría los filtros de CO2. Lo mencionó en voz alta y Ann dijo:
—Aprieta la máscara contra la cara y sopla fuerte. O puedes contener la respiración, sacarte la máscara y limpiarla con aire comprimido, si tienes un compresor a mano.
Sax asintió.
—¿Ya conoces estas máscaras? —le preguntó Nadia a Ann. Ella asintió.
—He pasado muchas horas usándolas.
—De acuerdo. —Nadia experimentó con la suya: la apretó contra la boca y sopló enérgicamente. Pronto se quedó sin resuello—. Deberíamos caminar por la pista y las carreteras para no levantar polvo. Y hay que decir a los rovers que vayan más despacio.
Durante las dos horas siguientes caminaron rítmicamente. Nadie los adelantó y nadie se quedó rezagado. El frío era cada vez más intenso. Los faros de los vehículos iluminaban la columna de personas, quizá de unos doce o quince kilómetros de longitud, que se perdía en el horizonte. Una hilera de luces oscilantes e intermitentes, el rojo resplandor de las luces de posición de los rovers… una visión extraña. De cuando en cuando oían sobre sus cabezas el zumbido de los dirigibles que llegaban de Fossa Sur; flotaban como vistosos ovnis con todas las luces de vuelo encendidas, descendían para soltar los cargamentos de comida y agua y recogían grupos de la retaguardia. Luego subían zumbando y se alejaban hasta convertirse en brillantes constelaciones que desaparecían por el este.
Durante el lapso marciano un grupo de nativos exuberantes trató de cantar, pero el aire era demasiado frío y seco y pronto desistieron. A Nadia le gustó la idea y tarareó mentalmente sus favoritas: Hello Central Give Me Dr. Jazz, Bucket's Got a Hole in it, On the Sunny Side of the Street.
Conforme avanzaba la noche de mejor humor se sentía. Empezaba a parecer que el plan funcionaría. No estaban dejando atrás a cientos de personas postradas, aunque los rovers informaban de que un buen número de nativos se había quedado sin aliento demasiado pronto y requerían asistencia. Habían pasado de 500 milibares a 340, lo que equivalía a subir de 4.000 metros a 6.500 en la Tierra, un salto considerable a pesar de que el alto porcentaje de oxígeno en el aire marciano mitigaba los efectos. Así pues, la gente empezaba a ser víctima del mal de las alturas, que por lo general afectaba más a los jóvenes. Algunos nativos habían partido muy alegremente y ahora lo pagaban con dolores de cabeza y náuseas. Pero de momento el rescate de los jóvenes en dificultades se realizaba con éxito. Y la retaguardia de la columna mantenía un ritmo regular.
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