• Пожаловаться

George Stewart: La Tierra permanece

Здесь есть возможность читать онлайн «George Stewart: La Tierra permanece» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Buenos Aires, год выпуска: 1962, категория: Киберпанк / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

любовные романы фантастика и фэнтези приключения детективы и триллеры эротика документальные научные юмористические анекдоты о бизнесе проза детские сказки о религиии новинки православные старинные про компьютеры программирование на английском домоводство поэзия

Выбрав категорию по душе Вы сможете найти действительно стоящие книги и насладиться погружением в мир воображения, прочувствовать переживания героев или узнать для себя что-то новое, совершить внутреннее открытие. Подробная информация для ознакомления по текущему запросу представлена ниже:

George Stewart La Tierra permanece
  • Название:
    La Tierra permanece
  • Автор:
  • Издательство:
    Minotauro
  • Жанр:
  • Год:
    1962
  • Город:
    Buenos Aires
  • Язык:
    Испанский
  • Рейтинг книги:
    5 / 5
  • Избранное:
    Добавить книгу в избранное
  • Ваша оценка:
    • 100
    • 1
    • 2
    • 3
    • 4
    • 5

La Tierra permanece: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La Tierra permanece»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

En esta novela, que fue calificada como verdadera suma antropológica de un posible futuro, Stewart narra con admirable verosimilitud y una minuciosa precisión —donde la ciencia aparece a veces en breves intermedios de insólito y poético dramatismo— la historia de una colonia humana en una Tierra de pronto casi desierta. El mundo antiguo carece de significado, es un mundo mítico que inspira nuevas cosmogonías: y sin embargo, aunque las generaciones pasan, “la tierra permanece”.

George Stewart: другие книги автора


Кто написал La Tierra permanece? Узнайте фамилию, как зовут автора книги и список всех его произведений по сериям.

La Tierra permanece — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La Tierra permanece», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема

Шрифт:

Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Algo saltó ante él, en el camino. Aceleró rápidamente. ¿Un perro? No; advirtió unas orejas puntiagudas, y unas patas flacas, de color claro, un gris amarillento. Era un coyote, que corría tranquilamente por la carretera, en pleno día. Un instinto misterioso le había advertido que el mundo había cambiado, y que podía tomarse nuevas libertades. Ish se acercó, tocando la bocina, y el animal dio media vuelta, pasó al otro lado de la carretera y se alejó sin parecer demasiado asustado…

Dos coches volcados, en un ángulo extravagante, bloqueaban parcialmente el camino. Ish se detuvo. El cadáver aplastado de un hombre asomaba debajo de uno de los autos. No había otros cuerpos, pero la sangre cubría la carretera. Aunque le hubiese parecido necesario, no habría podido levantar el coche para sacar el cuerpo y darle sepultura. Siguió adelante…

En una ciudad importante (Ish no registró su nombre) se detuvo para abastecerse de gasolina. Había aún electricidad. Llenó el depósito en una estación de servicio. Como el coche había andado mucho tiempo por las montañas, revisó el radiador y la batería, y echó un litro de aceite. Un neumático necesitaba aire. Apretó la válvula compresora y oyó el ruido del motor. Sí, el hombre había desaparecido, pero todos sus ingeniosos aparatos marchaban todavía, sin su vigilancia…

En la calle principal de otra ciudad, tocó largo rato la bocina. Realmente, no esperaba ninguna respuesta, pero esa calle, sin saber por qué, le parecía más normal. Los coches se alineaban a lo largo de las aceras. Parecía un domingo por la mañana, con los negocios cerrados, cuando la gente no ha iniciado aún sus idas y venidas. Pero no era tan temprano, pues el sol había subido en el cielo. De pronto comprendió por qué se había detenido, y por qué la calle parecía ilusoriamente animada. Frente a un restaurante llamado The Derby funcionaba aún un letrero luminoso: un caballito que movía las patas, galopando. A la luz del día, sólo el movimiento llamaba la atención; la luz rosada era apenas visible. Ish miró un rato y advirtió el ritmo: uno, dos, tres. Y las patas del caballo se recogían casi debajo del tronco. Cuatro… las patas reaparecían y el vientre parecía tocar el suelo. Uno, dos, tres, cuatro. Uno, dos, tres, cuatro. Galopaba frenéticamente, y esa carrera sin testigos no llevaba a ninguna parte. Era un caballo valiente, pensó Ish, aunque insensato e inútil. Símbolo quizá de esa civilización que había enorgullecido al hombre, y que, lanzada al galope, no alcanzaba ninguna meta, destinada algún día, ya sin fuerza, a detenerse para siempre…

Una humareda se elevaba en el aire. Ish sintió que el corazón le saltaba en el pecho. Dobló rápidamente por una calle lateral. Pero antes de llegar, supo ya que no encontraría a nadie. En efecto, era sólo una granja que empezaba a arder. Aun en un lugar deshabitado, muchas cosas podían provocar un incendio. Un montón de grasientos desperdicios que se inflamaban espontáneamente, o algún aparato eléctrico aún enchufado, o el motor de una nevera. La granja estaba condenada. No había modo de apagar el fuego, ni motivos para molestarse. Dio media vuelta y volvió a la carretera…

Conducía lentamente, y a menudo se detenía a investigar, sin muchas esperanzas. A veces veía algunos cadáveres, pero, en general, sólo encontraba soledad y vacío. La incubación, parecía, había sido bastante lenta, y los enfermos no habían caído en las calles. Una vez atravesó una ciudad donde el olor de los cuerpos putrefactos envenenaba la atmósfera. Recordó haber leído en el diario que ciertas zonas habían servido de puntos de concentración, transformándose así en enormes morgues. Todo hablaba de muerte en aquella ciudad. No era necesario detenerse.

Al caer la tarde, llegó a lo alto de las lomas, y la bahía se abrió ante él, envuelta en el esplendor del sol poniente. En distintos puntos de la ciudad, que se extendía hasta perderse de vista, se alzaban algunas columnas de humo. Fue hacia la casa de sus padres. No tenía esperanzas. Sólo un milagro lo había salvado a él. ¡Milagro de milagros si la epidemia había perdonado a su familia!

Salió del bulevar y dobló hacia la avenida San Lupo. Todo tenía el mismo aspecto, aunque las aceras no estaban muy limpias. Pero la calle mantenía aún su decoro. No había cadáveres, aunque eso era inimaginable en la avenida San Lupo. Vio a la vieja gata gris de los Hatfields que dormía al sol en los escalones del porche, como tantas otras veces. Despertada por el ruido del motor, se levantó estirándose perezosamente.

Se detuvo frente a la casa. Tocó dos veces la bocina, y esperó. Nada. Salió del coche y subió las escaleras. Sólo después de entrar advirtió que no habían cerrado la puerta.

La casa estaba en orden. Echó una ojeada, aprensivamente, pero todo era normal. Quizá le habían dejado una nota, indicándole adónde habían ido. Buscó en vano en la sala.

Arriba no había tampoco nada raro; pero en la habitación de sus padres, las dos camas estaban sin hacer. Sintió un vahído, y salió de la habitación, tambaleándose.

Agarrándose a la barandilla, volvió a bajar las escaleras. La cocina, pensó, y la cabeza se le despejó un poco ante la perspectiva de algo concreto.

Al abrir la puerta, tuvo una impresión de vida y movimiento. Era sólo el segundero del reloj eléctrico. En ese instante dejaba la vertical, iniciando su descenso hacia el seis. Casi en seguida lo sobresaltó un ruido repentino. El motor de la nevera había comenzado a zumbar, como si la llegada de un ser humano hubiese turbado su reposo. Ish, sacudido por un violento malestar, se inclinó rápidamente sobre la pileta y vomitó.

Ya repuesto, volvió a salir y se sentó en el coche. No se sentía enfermo, pero sí débil y tremendamente abatido. Si hiciera una especie de investigación policíaca, revolviendo armarios y cajones, probablemente descubriese algo. Pero ¿de qué serviría torturarse así? La historia, en sus líneas principales, era demasiado clara. No había adentro ningún cadáver; por fortuna. Tampoco habría espectros, imaginaba… Aunque el reloj y la nevera casi lo parecían.

¿Debía regresar a la casa, o continuar el viaje? Pensó en el primer momento que no se atrevería a entrar otra vez en aquellos cuartos vacíos. Se le ocurrió luego que sus padres, si por rara fortuna seguían con vida, volverían como él a la casa. Al cabo de media hora, venciendo su repugnancia, franqueó el umbral.

Recorrió otra vez las habitaciones, donde se oía el lenguaje patético de las casas abandonadas. De cuando en cuando algún objeto le hablaba con más fuerza… la costosa enciclopedia que su padre había comprado recientemente, después de muchas dudas… la maceta de geranios de su madre, que ahora necesitaba agua… el barómetro que su padre consultaba todas las mañanas, antes del desayuno. Sí, era una sencilla casa de un humilde profesor de historia que vivía entregado a sus libros, y de una mujer —secretaria de la YWCA— que había hecho de ella un hogar.

Al cabo de un rato, se sentó en la sala. Entre los muebles, los cuadros y los libros familiares, fue sintiéndose poco a poco menos abatido.

Al caer el crepúsculo, recordó que no había comido desde la mañana. No tenía apetito, pero su debilidad podía deberse a la falta de alimento. Revisó un armario y abrió una lata de sopa. No había más pan que un mendrugo mohoso. En la nevera encontró manteca y un poco de queso. Descubrió unas galletas en otro armario. La presión del gas era débil, pero alcanzó a calentar la sopa.

Después se sentó en el porche, en la oscuridad. A pesar de la comida, apenas se tenía en pie, y comprendió que había sufrido un rudo golpe.

Desde la avenida San Lupo, en la falda de la loma, se veía una gran parte de la ciudad. Y nada parecía haber cambiado. La producción de electricidad era sin duda automática. En las fábricas hidroeléctricas, el agua alimentaba aún los generadores. Y alguien había ordenado, cuando todo empezó a empeorar, que no se apagaran las luces. Allá abajo brillaba el puente de la bahía, y, más lejos, el resplandor de San Francisco y el marco luminoso del Golden Gate disipaban las nieblas de la noche. Las señales de tránsito funcionaban aún, pasando del verde al rojo. De lo alto de las torres, los reflectores enviaban silenciosos avisos a aviones que no volarían más. Lejos, hacia el sur, en algún lugar de Oakland, había, sin embargo, una zona oscura. Un conmutador descompuesto quizás, o un fusible quemado… Los anuncios luminosos, algunos por lo menos, seguían encendidos. Lanzaban patéticamente sus reclamos publicitarios a un mundo sin clientes ni vendedores. Un enorme cartel, que una casa cercana ocultaba en parte, seguía transmitiendo: Beba … Pero Ish no veía qué debía beber.

Читать дальше
Тёмная тема

Шрифт:

Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La Tierra permanece»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La Tierra permanece» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё не прочитанные произведения.


Отзывы о книге «La Tierra permanece»

Обсуждение, отзывы о книге «La Tierra permanece» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.