George Effinger - Un fuego en el Sol

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Un fuego en el Sol: краткое содержание, описание и аннотация

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En otros tiempos era un buscavidas callejero de los bajos fondos conocidos como el Budayén. Ahora, Marîd Audran se ha convertido en aquello que más odiaba. Ha perdido su orgullosa independencia para pasar a ser un títere de Friedlander Bey, aquell-que-mueve-los-hilos, y a trabajar como policia.
Al mismo tiempo que busca la forma de enfrentarse a sí mismo y al nuevo papel que le ha tocado adoptar, Audran se topa con una implacable ola de terror y violencia que golpea a una persona que ha aprendido a respetar. Buscando venganza, Audrán descubre verdades ocultas sobre su propia historia que cambiarán el curso de su propia vida para siempre.
Un fuego en el Sol

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Abu Adil me miraba con los ojos muy abiertos. La mezquita Shimaal era la mayor y más poderosa congregación de la ciudad. Las declaraciones de su clero tenían fuerza de ley.

Claro que estaba marcándome un farol. Nunca había estado en el interior de la mezquita Shimaal. Y el nombre del imán era un invento.

Al caíd Reda le tembló la voz.

—¿De qué has hablado con él?

Sonreí.

—Le di una descripción detallada de todos tus pecados pasados y de los crímenes que planeas. Existe una fascinante cuestión técnica que aún no hemos aclarado. Me refiero a que los patriarcas religiosos no han determinado si un módulo de personalidad grabado de una persona viva se admite como prueba en un tribunal de justicia islámico. Tú sabes y yo sé que un moddy de ésos es del todo fiable, mucho más que cualquier tipo de detector de mentiras. Pero los imanes, benditos sean sus rectos corazones, debaten el asunto en profundidad. Pasará algún tiempo hasta que dicten una ley, pero entonces, podrás verte en serios problemas.

Me detuve para que se empapara de lo que acababa de decir. Saqué a colación esa supuesta diatriba religioso jurídica, pero era perfectamente plausible. Era un tema sobre el cual el Islam debería pronunciarse, al igual que sobre cualquier otro avance tecnológico. Se trataba simplemente de juzgar si la ciencia de la neuropotenciación se adecuaba a las enseñanzas del profeta Mahoma, que la bendición de Alá y la paz sean con él.

Abu Adil se movió inquieto en su almohadón. Debía decidirse entre dos desagradables opciones: destruir el archivo Fénix o ser entregado a los implacables representantes del Mensajero de Dios. Por fin, exhaló un profundo suspiro.

—Oye mi decisión. Te ofrezco a Umar Abdul-Qawy en mi lugar.

Sonreí. Umar soltó una horrible exclamación.

—¿Para qué demonios lo queremos? —preguntó Medio Hajj.

—Estoy seguro de que sabes por el moddy que Umar ha sido el promotor de muchas de mis prácticas comerciales menos honorables —dijo Abu Adil—. Él es casi tan culpable como yo. Sin embargo, yo tengo poder e influencia. Quizás no la suficiente como para aplacar la ira de toda la comunidad islámica de la ciudad, pero sin duda la bastante como para desviarla.

Simulé estudiar el asunto.

—Sí —dije—, será muy difícil encerrarte.

—Pero no resultará tan difícil encerrar a Umar. —El caíd Reda miró a su ayudante—. Lo siento, muchacho, pero tú te lo has buscado. Sé todo sobre tus rastreros planes. Cuando me puse el moddy del caíd Marîd descubrí tu conversación con él, aquella en la que declinó tu invitación para acabar conmigo y con Friedlander Bey.

Umar palideció mortalmente.

—Pero no pretendía…

Abu Adil no parecía enfadado, sólo muy triste.

—¿Crees que eres el primero en tener esa idea? ¿Dónde están tus predecesores, Umar? ¿Dónde están todos esos jóvenes ambiciosos que ocuparon tu cargo durante el último siglo y medio? Casi cada uno de ellos conspiró contra mí, antes o después. Y todos están muertos y olvidados. Como te ocurrirá a ti.

—Afróntalo, Himmar —se burló Saied—, has cavado tu propia tumba. Las venganzas son unas putas.

Abu Adil sacudió la cabeza.

—Sentiré perderte, Umar. Te he tratado como si fueras mi propio hijo.

Me divertía y alegraba que las cosas salieran como yo las había planeado. Entonces se me ocurrió una frase de novela negra americana:

—Si pierdes a un hijo es posible tener otro…, pero sólo hay un halcón maltes.

Sin embargo, Umar tenía otras ideas. Se levantó de un salto y gritó a Abu Adil:

—¡Antes te veré muerto! ¡Os veré muertos a todos!

Saied disparó antes de que Umar llegara a sacar su arma. Umar se desplomó en el suelo, retorciéndose presa de convulsiones, con la cara deformada en una horrible mueca. Por fin, se quedó inmóvil. Estuvo inconsciente unas horas, pero se recuperó y se encontró fatal mucho tiempo después.

—Bueno —dijo Medio Hajj—, liquidado.

Abu Adil soltó un suspiro.

—No es así como había planeado la tarde.

—¿En serio? —dije.

—Debo admitirlo, te he subestimado. ¿Quieres llevártelo?

No tenía ninguna intención de cargar con Umar, porque en realidad no había hablado con el imán.

—No, lo dejaré en tus manos.

—Ten la seguridad de que se hará justicia —dijo el caíd Reda, mientras deparaba una mirada siniestra a su pérfido ayudante.

Casi sentí lástima por Umar.

—La justicia —dije, citando un viejo proverbio árabe es restaurar las cosas a su lugar. Ahora, me gustaría tener mi moddy.

—Sí, no faltaba más. —Se inclinó sobre el cuerpo inerte de Umar Abdul-Qawy y me dio el moddy en la mano—. No olvides el dinero.

—No, no lo cogeré. Me quedaré tu moddy. Como garantía de tu cooperación.

—Si lo deseas —dijo con pesar—. Comprende que no puedo destruir el archivo Fénix.

—Lo comprendo. —De repente se me ocurrió algo—. Sin embargo, tengo una última petición que hacerte.

—¿Sí? —dijo con aprensión.

—Desearía que mi nombre y los nombres de mis amigos desaparecieran del archivo.

—De acuerdo —dijo Abu Adil, contento de que mi última exigencia fuera tan fácil de satisfacer—. Será un placer. No tienes más que enviarme una lista completa.

Más tarde, mientras caminábamos hacia el coche, Kmuzu y Saied me felicitaron.

—Ha sido una victoria completa —dijo Medio Hajj.

—No —objeté yo—, me habría gustado que lo fuera. Abu Adil y Papa aún tienen ese maldito archivo Fénix, aunque algunos nombres hayan sido borrados. Me siento como si estuviera negociando las vidas de mis amigos por las vidas de otras personas inocentes.

Fue como decirle al caíd Reda: «Venga, mata a esos otros tipos, no me importa».

—Has hecho todo lo posible, yaa Sidi — dijo Kmuzu—. Deberías dar gracias a Dios.

—Supongo.

Me desconecté a Rex y le di el moddy a Saied, que sonrió al recuperarlo. Volvíamos a la casa, Kmuzu y Saied comentaban con detalle lo ocurrido, pero yo permanecía en silencio, inmerso en tristes pensamientos. Por alguna razón lo consideraba un fracaso. Me sentí como si hubiera sellado un pacto maléfico. También tuve la desagradable sensación de que no sería el último.

Esa noche me despertó alguien que abría la puerta de mi dormitorio. Levanté la cabeza y vi entrar a una mujer, vestida con una negligée corta e insinuante.

La mujer levantó las sábanas y se metió en la cama a mi lado. Me puso la mano en la mejilla y me besó. Fue un beso magnífico. Me despertó por completo.

—Soborné a Kmuzu para que me dejara entrar —susurró.

Me sorprendió comprobar que era Indihar.

—¿Sí? ¿Cómo has sobornado a Kmuzu?

—Le dije que borraría el dolor de tu mente.

—Él sabe que tomo pastillas y empleo software para eso. —Rodé sobre mi costado para verle la cara—. Indihar, ¿qué haces aquí? Dijiste que nunca te acostarías conmigo.

—Bueno, he cambiado de opinión. —No parecía muy entusiasmada—. Aquí estoy. He estado pensando en mi comportamiento después de… la muerte de Jirji.

—Que Alá lo tenga en su gloria —murmuré, rodeándola con mi brazo.

A pesar de su intento de ser valiente, podía sentir cálidas lágrimas en su rostro.

—Has hecho mucho por mí y por los niños.

Epa.

—¿Por eso estás aquí, por gratitud?

—Bueno, sí. Estoy en deuda contigo.

—Tú no me amas, ¿verdad, Indihar?

—Marîd, no me interpretes mal. Me gustas, pero…

—Pero eso es todo. Oye, no creo que estar aquí juntos sea una buena idea. Me dijiste que no te ibas a acostar conmigo y lo respeto.

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