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George Effinger: Un fuego en el Sol

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George Effinger Un fuego en el Sol
  • Название:
    Un fuego en el Sol
  • Автор:
  • Издательство:
    Martínez Roca
  • Жанр:
  • Год:
    1991
  • Город:
    Madrid
  • Язык:
    Испанский
  • ISBN:
    84-270-1529-1
  • Рейтинг книги:
    4 / 5
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Un fuego en el Sol: краткое содержание, описание и аннотация

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En otros tiempos era un buscavidas callejero de los bajos fondos conocidos como el Budayén. Ahora, Marîd Audran se ha convertido en aquello que más odiaba. Ha perdido su orgullosa independencia para pasar a ser un títere de Friedlander Bey, aquell-que-mueve-los-hilos, y a trabajar como policia. Al mismo tiempo que busca la forma de enfrentarse a sí mismo y al nuevo papel que le ha tocado adoptar, Audran se topa con una implacable ola de terror y violencia que golpea a una persona que ha aprendido a respetar. Buscando venganza, Audrán descubre verdades ocultas sobre su propia historia que cambiarán el curso de su propia vida para siempre. Un fuego en el Sol

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A decir verdad, sentí cierta repulsión.

—¿Ángel Monroe? —pregunté.

Por supuesto ése no era su verdadero nombre. Al menos era medio beréber, como yo. Tenía la piel más oscura que la mía y los ojos tan negros y turbios como el asfalto gastado.

—Aja —dijo ella con voz aguda y estridente. Ya estaba muy borracha—. Un poco pronto, ¿no? Por cierto, ¿quién os envía? ¿Os envía Khalid? Le dije a ese maldito bastardo que estaba enferma. Se suponía que hoy no iba a trabajar, se lo dije anoche y me respondió que muy bien. Y ahora os envía a vosotros. Dos, por falta de uno. ¿Quién cono se cree que soy? No será porque le falten chicas. Os podía haber enviado a Efra, esa puta, con su talento enchufado. Cuando no me encuentro bien, no me importa que os mande a ella. Mierda, no me importa. ¿Cuánto le habéis dado?

Me quedé mirándola. Saied me dio un codazo.

—Bien, mm, señorita Monroe… —dije, pero entonces empezó a charlar de nuevo.

—Al infierno. Entrad. Ya imagino en qué usaré el dinero. Pero decidle a ese hijo de puta de Khalid que… —Se detuvo para dar un gran trago del largo vaso de whisky que sostenía en la mano—. Decidle que si no se preocupa por mi salud, me refiero a que si me hace trabajar cuando le acabo de decir que estoy enferma, entonces malo, decidle que hay un montón de tipos para los que puedo trabajar cuando me dé la gana, podéis creerlo.

Intenté interrumpirla dos veces, pero sin éxito. Esperé hasta que se calló para beber otro trago. Mientras tenía la boca llena de licor barato le dije:

—¿Madre?

Se limitó a mirarme un momento, con los ojos opacos muy abiertos.

—No —dijo por fin con un hilo de voz.

Me miró de cerca y dejó caer el vaso de whisky al suelo.

2

Cuando regresé a la ciudad, después del viaje a Argel y Mauritania, el primer lugar al que me dirigí fue al Budayén. Antes vivía en el mismo corazón del barrio amurallado, pero ahora las circunstancias, el destino y Friedlander Bey lo impedían. También tenía un montón de amigos en el Budayén y en todas partes era bien recibido; en cambio, ahora sólo dos personas se alegran de verdad al verme: Saied Medio Hajj y Chiriga, que dirige un club en la Calle a medio camino del gran arco de piedra y a medio camino del cementerio. El local de Chiri siempre ha sido mi hogar-lejos-del-hogar, donde podía sentarme y tomar unas copas en paz, escuchar los chismorreos sin que me intimidasen ni me importunasen las chicas que allí trabajan.

Hace algún tiempo me vi obligado a matar a unos cuantos tipos en defensa propia. El dueño de más de un club me comunicó que no volviera a poner un pie en su bar. Después de eso, ciertos amigos decidieron que se podían arreglar sin mi compañía, pero Chiri fue más sensata.

Esa alta negro africana de rostro cruzado por cicatrices rituales y afilados dientes de caníbal es una mujer que trabaja duro. Para ser franco, no sé si sus caninos son simple ornamento, como los dibujos de la frente y las mejillas, o un signo de que en su casa la comida se compone de exquisiteces prohibidas implícita y explícitamente en el noble Corán. Chiri es una moddy, pero se considera a sí misma una moddy lista. En el trabajo, siempre es ella. Se conecta sus fantasías en casa, donde no molesta a nadie. Respeto esa actitud.

Cuando crucé la puerta del club, me recibió una andanada de aire fresco. Su aparato de aire acondicionado, tan impredecible como un antiguo hardware de fabricación rusa, pedía a gritos un cambio. Ya me sentía mejor. Chiri estaba absorta en la conversación con un cliente, un tipo calvo con el pecho desnudo. Vestía pantalones de vinilo negro que parecían de cuero auténtico y su mano izquierda estaba esposada por la espalda a su cinturón. Tenía un implante corímbico en la cresta del cráneo y un moddy verde pálido le aportaba la personalidad de Dios sabe quién. Si Chiri le dedicaba parte de su tiempo, no debía de ser peligroso y seguramente ni siquiera era tan despreciable.

Chiri no tiene mucha paciencia con la chusma a la que sirve. Su filosofía es que alguien ha de venderles licor y drogas, pero eso no significa que tenga que confraternizar con ellos.

Yo era su viejo amigo y conocía a la mayoría de las chicas que trabajaban para ella. Claro que siempre había caras nuevas, y al decir nuevas me refiero a caras recién cinceladas a partir de caras vulgares y ordinarias, que, gracias a las técnicas quirúrgicas, se transformaban en seductoras bellezas artificiales. Las antiguas empleadas son despedidas o se largan tras un pique cada dos por tres, pero, después de trabajar para Frenchy Benoit o Jo-Mama durante un tiempo, vuelven a sus anteriores empleos. Me dejan bastante tranquilo, porque raras veces las invito a cócteles y no hago uso de sus encantos profesionales. Las nuevas intentan ligarme, pero Chiri suele espantarlas.

A sus ojos implacables me he convertido en «la criatura sin alma». Muchachas como Blanca, Fanya y Yasmin desvían la mirada cuando las observo. Algunas chicas no saben lo que hice o no les importa, y evitan que me sienta un completo paria. Sin embargo, para mí el Budayén es más tranquilo y solitario que antes. Intento que no me afecte.

Jambo, Bwana Marîd —me dijo Chiriga cuando se percató de que me sentaba a su lado. Dejó al moddy esposado y se agachó despacio tras la barra, depositando un posavasos de corcho ante mí—. Has venido a compartir tu riqueza con esta pobre salvaje. En mi tierra natal mi gente se muere de hambre y recorre muchas millas en busca de agua. Aquí he hallado la paz y la abundancia. He aprendido lo que es la amistad. He encontrado hombres desagradables a quienes les habría gustado tocar las partes ocultas de mi cuerpo. Tú me comprarás bebidas y me dejarás una generosa propina. Hablarás de mi local a todos tus nuevos amigos y ellos vendrán y querrán tocar las partes ocultas de mi cuerpo. Poseeré muchas cosas brillantes y baratas. Todo es la voluntad de Dios.

La contemplé unos cuantos segundos. A veces es difícil adivinar de qué humor está Chin.

—La gran muchacha negra dice estupideces —dije por fin.

Se rió y abandonó su actitud de dinka ignorante.

—Sí, tienes razón. ¿Qué va a ser hoy?

—Ginebra —dije.

Suelo tornar una parte de ginebra y una parte de bingara con hielo y un poco de zumo de lima. Es una bebida de mi invención, pero nunca me he decidido a darle un nombre. Otras veces tomo gimlets de vodka, porque eso es lo que bebe Philip Marlowe en El largo adiós. Cuando deseo entonarme rápido bebo tende de la reserva privada de Chiri, un odioso licor africano del Sudán o del Congo o de donde sea, hecho, según creo, de ñames fermentados y de ancas de rana. Si alguna vez os ofrecen tende, no lo probéis. Os arrepentiríais. Alá sabe que yo lo hago.

La bailarina que acababa de finalizar su último número era una muchacha egipcia llamada Indihar. Hace años que la conozco, solía trabajar para Frenchy Benoit, pero ahora movía el culo en el club de Chiri. Me abordó cuando salió de bastidores, envuelta en un chal de color melocotón que intentaba, sin éxito, ocultar su voluptuoso cuerpo.

—¿Me das una propina por mi baile? —me preguntó.

—Sería para mí un placer indecible —le dije.

Saqué un billete de un kiam de mi cambio y lo deposité en su escote. Si me trataba como a un macarra, yo actuaría como tal, —No me sentiré culpable si voy a casa y sueño contigo toda la noche.

—Eso te costará un suplemento —dijo ella recorriendo la barra hacia el tipo de pecho desnudo y pantalones de vinilo.

La observé caminar.

—Me gusta esa chica —le dije a Chiriga.

—Ésa es nuestra Indihar, un espléndido montón de alegría bronceada —me contestó Chiri.

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