Robert Silverberg - El castillo de lord Valentine

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El castillo de lord Valentine: краткое содержание, описание и аннотация

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Miles de años después de nuestra era, en el planeta Majipur existe un arcaico imperio feudal en el que, no obstante persisten restos de una avanzada tecnología. En este marco Valentine, un juglar itinerante, descubre a través de sueños y portentos su verdadera identidad: él es Lord Valentine, la Corona. Su cuerpo y su trono han sido ocupados por un usurpador.

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—No pensaba que yo fuera tan interesante. Creo más bien que soy aburrido.

—Otras personas no opinan así. —Los ojos de Carabella chispeaban—. Vamos. Vístete, desayuna, prepárate para el desfile. Por la mañana veremos pasar la Corona, por la tarde actuaremos, y por la noche… por la noche…

—¿Sí? ¿Por la noche?

—¡Por la noche tendremos fiesta! —gritó Carabella. Se alejó brincando y cruzó la puerta.

Entre la nieve matutina, la compañía de malabaristas se dirigió al lugar que Zalzan Kavol había conseguido en la ruta del gran desfile. El recorrido de la Corona se iniciaba en la Plaza Dorada, donde se alojaba el príncipe. Desde ahí seguiría hacia el este por una tortuosa avenida que conducía a una de las puertas secundarias de la ciudad y a la gran carretera que utilizaron Valentine y Shanamir para entrar en Pidruid. La ruta estaba bordeada por columnas gemelas de palmeras flamígeras en flor. A continuación volvería a entrar en la ciudad por la Puerta de Falkynkip para seguir por la calle del Mar, Arco de los Sueños, Puerta del Dragón y a la zona marítima, hasta llegar a la orilla de la bahía; allí, en el principal estadio de Pidruid, se había erigido una tribuna para el príncipe. Así pues el desfile tenía una doble naturaleza: en primer lugar la Corona pasaba ante el pueblo, y después el pueblo pasaba ante la Corona. Se trataba de un acontecimiento que duraría todo el día y toda la noche, y seguramente se prolongaría hasta el amanecer del Día Solar.

Dado que estaban incluidos en el espectáculo real, era preciso que los malabaristas se situaran cerca de la zona marítima; de lo contrario no podrían cruzar la congestionada ciudad a tiempo para llegar al estadio y actuar. Zalzan Kavol había conseguido un buen sitio cerca del Arco de los Sueños, pero ello significaba que iban a pasar casi todo el día aguardando la llegada del desfile. Era irremediable. Marcharon a pie, atravesaron diagonalmente la zona a través de calles poco transitadas de ordinario y finalmente salieron al extremo inferior de la Calle del Mar. Tal como había dicho Shanamir, la ciudad aparecía profundamente engalanada, atestada de ornamentos, pancartas y banderas que colgaban de todas las casas, de todos los globos de la iluminación urbana. La misma calzada estaba recién pintada con los colores de la Corona, verde reluciente bordeado por franjas doradas.

A pesar de la temprana hora el recorrido ya estaba lleno de espectadores, y no había espacios vacíos, pero no tardó en abrirse un hueco en cuanto aparecieron los malabaristas skandars y Zalzan Kavol mostró su fajo de pases. Los habitantes de Majipur tendían, en general, a ser corteses, a adaptarse de un modo elegante. Además, pocos se habrían atrevido a discutir su prioridad frente a seis ariscos skandars.

Y luego la espera. La mañana era cálida y el calor aumentaba con rapidez. Valentine no tenía otra cosa que hacer aparte de aguardar, con la mirada fija en la vacía carretera, la negra piedra pulida del ornamentado Arco de los Sueños, con Carabella apretada a su costado izquierdo y Shanamir pegado al otro lado. El tiempo transcurrió con infinita lentitud esa mañana. Los pozos de conversación no tardaron en secarse. Hubo un momento de diversión cuando Valentine captó una sorprendente frase entre el murmullo de las filas a su espalda:

—… no comprendo todo este jaleo. No confío un pelo en él.

Valentine agudizó el oído. Dos espectadores —gayrogs, a juzgar por el movedizo tono de sus voces— estaban conversando sobre la Corona, y no de un modo muy halagador.

—…no para de emitir decretos, eso opino. Que si regular esto, que si regular lo otro… siempre metiendo los dedos en todas partes. ¡Es innecesario!

—Quiere demostrar que trabaja —dijo benignamente el otro.

—¡Es innecesario! ¡Es innecesario! Las cosas iban bastante bien con lord Voriax, y con lord Malibor antes que él, sin tantos remilgos, sin tantas leyes. Indicios de inseguridad, esa es mi opinión.

—¡Calla! No es forma de hablar, precisamente hoy.

—Si te interesa mi opinión, el muchacho aún no está seguro de que es la Corona, así que quiere asegurarse de que todos le hacemos caso. Esa es mi opinión.

—No he pedido tu opinión —fue la preocupada respuesta.

—Y otra cosa. Esos agentes imperiales por todas partes, de repente. ¿Qué está haciendo él? ¿Fundar un cuerpo de policía mundial? ¿Son espías de la Corona, lo son? ¿Para qué? ¿Qué pretenden?

—Si la Corona pretende algo, tú serás el primer detenido. ¿Quieres callar?

—No hago daño a nadie —dijo el primer gayrog—. Fíjate, llevo la bandera del estallido estelar como cualquier otra persona. ¿Soy o no soy leal? Pero no me gusta cómo van las cosas. Un ciudadano tiene derecho a preocuparse por el estado del reino, ¿no es cierto? Si las cosas no van a nuestro gusto, debemos hablar claro. Esa es nuestra tradición, ¿no? Si ahora permitimos pequeños abusos, ¡quién sabe las cosas que hará él dentro de cinco años!

Interesante, pensó Valentine. Pese a la frenética alegría y agitación, la nueva Corona no era amada y admirada universalmente. ¿Cuántos espectadores, se pregunto Valentine, estarán demostrando entusiasmo simplemente por miedo o intereses personales?

El gayrog guardó silencio. Valentine escuchó otras conversaciones, pero no oyó nada de interés. El tiempo siguió pasando lentamente. Dedicó su atención al Arco, y lo examinó hasta haber memorizado todos los rasgos, las talladas imágenes de los antiguos Poderes de Majipur, héroes del lóbrego pasado, generales de las primeras Guerras Metamorfas, coronas que precedieron incluso al legendario lord Stiamot, pontífices antiquísimos, damas que ofrecían benignas bendiciones. El Arco, según explicó Shanamir, era el objeto más antiguo que sobrevivía en Pidruid. Y también el más sagrado. Tenía nueve mil años de antigüedad, y estaba esculpido en bloques de mármol negro de Velathys que eran inmunes a los estragos del clima. Pasar bajo el Arco significaba asegurarse la protección de la Dama y un mes de provechosos sueños.

Los rumores del avance de la Corona a través de Pidruid animaron la mañana. La Corona, según se decía, había salido de la Plaza Dorada; había entrado por la Puerta de Falkynkip; se había detenido para donar dobles puñados de piezas de cinco coronas en los barrios de la ciudad habitados principalmente por vroons y yorts; había hecho un alto para consolar a un sollozante bebé; se había demorado unos instantes para rezar ante el sepulcro de su difunto hermano lord Voriax; había opinado que el calor era excesivo y había descansado varias horas al mediodía; había hecho esto, había hecho lo otro. La Corona, la Corona, ¡la Corona! Toda la atención del día se concentraba en la Corona. Valentine meditó en aquel tipo de vida, constantes recorridos de las ciudades, exhibirse en población tras población en un eterno desfile, sonrisas, saludos, echar monedas, tomar parte en un espectáculo llamativo e interminable, mostrar en un individuo la personificación del poder del gobierno, aceptar homenajes, la ruidosa excitación pública, y pese a todo arreglárselas para tomar las riendas del gobierno. ¿Había riendas que tomar? El sistema era tan antiguo que seguramente debía gobernarse por sí solo. Había un Pontífice, viejo y tradicionalmente retirado, oculto en un misterioso Laberinto en alguna parte de Alhanroel central, un hombre que emitía los decretos que gobernaban el mundo, y su heredero e hijo adoptado, la Corona, reinaba en calidad de segundo mandatario y primer ministro desde la cumbre del Monte del Castillo… excepto cuando estaba comprometido en viajes ceremoniales como el actual. ¿Qué falta hacía cualquiera de estos hombres si no era como símbolo de majestad? Majipur era un mundo pacífico, risueño y festivo, así pensaba Valentine, aunque sin duda poseía una cara oculta en alguna parte. Si no era así, ¿por qué un Rey de los Sueños había desafiado la autoridad de la bendita Dama? Estos gobernantes, esta pompa constitucional, este gasto, este tumulto… no, pensó Valentine, no tenía significado, era una reliquia de cierta época distante en que quizá todo eso fue necesario. ¿Qué cosas tenían significado en la actualidad? Vivir día a día, respirar aire puro, comer y beber, dormir profundamente. El resto era necedad.

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