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Robert Silverberg: El castillo de lord Valentine

Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Silverberg: El castillo de lord Valentine» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1983, ISBN: 978-84-7002-356-9, издательство: Acervo, категория: Фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Miles de años después de nuestra era, en el planeta Majipur existe un arcaico imperio feudal en el que, no obstante persisten restos de una avanzada tecnología. En este marco Valentine, un juglar itinerante, descubre a través de sueños y portentos su verdadera identidad: él es Lord Valentine, la Corona. Su cuerpo y su trono han sido ocupados por un usurpador.

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Finalmente observó que Sleet y Carabella habían dejado de practicar, que él era el único que lo hacía, igual que una máquina.

—Atención —dijo Sleet, y le lanzó una zoka recién cogida de la cepa.

Valentine atrapó la fruta sin dejar de lanzar la bola y la retuvo en la mano, creyendo que iban a pedirle que hiciera malabares con ella. Pero no, Sleet indicó por gestos que podía comer la zoka. Era su recompensa, su incentivo.

Carabella colocó la pelota en la mano izquierda de Valentine, y otra más junto a la que llevaba en la mano derecha.

—Tus manos son grandes —dijo ella—. Esto te será fácil. Obsérvame, y después haz lo que yo hago.

Carabella lanzó una bola de una mano a otra, varias veces, cogiéndola con la cesta de cuatro puntas que formaba con tres dedos y la pelota que tenía en el centro de ambas manos. Valentine la imitó. Coger la bola con la mano llena era más difícil que con la mano vacía, pero no mucho más, y pronto logró hacerlo de un modo impecable.

—Ahora —dijo Sleet— llegamos al principio del arte. Hacemos un intercambio… así.

Una bola describió un arco de la mano derecha a la mano izquierda de Sleet, pasando a la altura de su cara. Mientras la pelota estaba en el aire, Sleet hizo sitio para ella en su mano izquierda desprendiéndose de la bola que aguardaba en esta mano. La lanzó hacia arriba y hacia la derecha, por debajo de la bola que llegaba, y la recogió con la mano diestra. La maniobra parecía muy sencilla, un rápido lanzamiento recíproco, pero cuando Valentine lo intentó… las bolas chocaron y botaron repetidas veces en el suelo. Carabella, sonriente, se las devolvió. Valentine hizo un nuevo intento con idéntico resultado, y la joven le enseñó a lanzar la primera pelota de forma que descendiera sobre la parte más alejada de su mano izquierda, mientras la otra pelota recorría su trayectoria después de lanzarla hacia la derecha. Valentine precisó varios intentos para comprenderlo, e incluso después falló algunas veces en el momento de coger la bola, pues sus ojos miraban en varias direcciones casi al mismo tiempo. Mientras tanto, Sleet, igual que una máquina, iba completando los intercambios, uno detrás de otro. Carabella ejercitó a Valentine en el doble lanzamiento durante un tiempo que pareció ser de varias horas, y quizá lo fue. Valentine, se aburrió al principio, en cuanto logró dominar el ejercicio, y después pasó del aburrimiento a un estado de extremada armonía, al darse cuenta de que podía estar así durante un mes sin cansarse o dejar caer una bola.

Y de pronto vio que Sleet estaba haciendo malabares con tres bolas a la vez.

—Adelante —instó Carabella—. Solamente parece imposible.

Valentine efectuó el cambio de ejercicio con una facilidad que le sorprendió, y que también sorprendió a Sleet y Carabella, puesto que la mujer aplaudió y el hombre, sin romper el ritmo, emitió un gruñido de aprobación. Valentine lanzó la tercera bola de un modo intuitivo, mientras la segunda avanzaba hacia su mano derecha. Cogió la segunda, volvió a lanzarla, y prosiguió mecánicamente: lanzamiento, lanzamiento, lanzamiento y recogida, lanzamiento y recogida, lanzamiento… siempre con una bola describiendo un arco ascendente, otra bajando hacia la mano que aguardaba y otra esperando ser lanzada. Siguió así hasta completar tres, cuatro, cinco intercambios, y entonces comprendió la dificultad de lo que estaba haciendo y perdió el ritmo. Las tres pelotas rodaron por el patio después del choque.

—Tienes talento —murmuró Sleet—. Un talento definido.

Valentine estaba turbado por el choque de las bolas, pero el hecho de que se le hubieran caído no parecía tener tanta importancia, ni mucho menos, como haber logrado hacer malabares con las tres al primer intento. Recogió las pelotas y empezó otra vez, con Sleet delante y continuando la serie de lanzamientos que no había interrumpido un solo instante. Imitando la postura y el ritmo de Sleet, Valentine inició el ejercicio. En el primer intento cayeron dos bolas. Enrojeció y murmuró disculpas, volvió a empezar, y esta vez no paró. Cinco, seis, siete… diez intercambios, y perdió la cuenta, porque ya no se trataba de intercambios sino de un proceso inconsútil, infinito e interminable. Su conciencia parecía estar dividida: una parte efectuaba recogidas y lanzamientos precisos y exactos, la otra vigilaba las bolas que flotaban y descendían y efectuaba rápidos cálculos de velocidad, ángulo y ritmo. La parte analítica de su mente enviaba datos instantánea y constantemente a la parte de su mente que dirigía los lanzamientos y recogidas. El tiempo parecía estar dividido en infinidad de roces y sin embargo, de un modo paradójico, Valentine no tenía sensación de secuencia: las tres bolas estaban fijas en sus lugares, una siempre en el aire, dos en las manos. El hecho de que constantemente hubiera una bola distinta en una de esas posiciones carecía de trascendencia. Cada bola era la totalidad. El tiempo se había detenido. Él no se movía, no lanzaba, no recogía: sólo observaba el flujo, y el flujo se había inmovilizado más allá del tiempo y del espacio. Valentine comprendió el misterio del arte. Había entrado en el infinito. Al escindir su conciencia, la había unificado. Había viajado hasta la naturaleza interna del movimiento, había aprendido que el movimiento era ilusión y que sucesión es un error de percepción. Sus manos actuaban en el presente, sus ojos escudriñaron el futuro, y a pesar de ello sólo existía ese instante de ahora.

Y mientras su alma emprendía viaje hacia las cumbres del regocijo, Valentine percibió, con una insignificante fluctuación de su conciencia, por lo demás trascendida, que ya no estaba enraizado en el patio, sino que había empezado a caminar, mágicamente atraído por las orbitantes bolas, que flotaban y se alejaban imperceptiblemente de él. Las bolas retrocedían siguiendo el ritmo de los lanzamientos… y Valentine volvió a percibir la escena como una sucesión, no como un infinito continuo inconsútil… y tuvo que moverse cada vez más deprisa para avanzar al mismo ritmo que las bolas, hasta que casi tuvo que echar a correr. Avanzó con paso vacilante, describiendo eses en el patio mientras Sleet y Carabella se esforzaban en evitarlo, y finalmente las bolas quedaron fuera de su alcance, incluso más allá de su desesperada embestida final. Las pelotas rebotaron en el suelo y se alejaron en tres direcciones distintas.

Valentine cayó de rodillas, jadeante. Oyó la risa de sus instructores y los imitó.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó por fin—. Todo me salía bien… y entonces… y entonces…

—Pequeños errores que se acumulaban —le explicó Carabella—. Te dejas llevar por la maravilla del espectáculo. Lanzas una bola ligeramente alejada del plano correcto y estiras el brazo para cogerla. El estirón te obliga a hacer el próximo lanzamiento nuevamente fuera del plano correcto. Y así sucesivamente hasta que todo se aleja de ti y lo persigues. Al final, la persecución es imposible. Es algo que sucede a todo el mundo cuando empieza. No le des importancia.

—Coge las pelotas —dijo Sleet—. Dentro de cuatro días harás malabares ante la Corona.

7

Valentine practicó durante varias horas. No consiguió pasar de la cascada de tres bolas, pero repitió el ejercicio hasta penetrar en el infinito más de diez veces. Pasó tan a menudo del aburrimiento al éxtasis y del éxtasis al aburrimiento que el mismo hastío se convirtió en embeleso. Su ropa acabó empapada de sudor, pegada a su cuerpo igual que una toalla mojada y caliente. Incluso siguió lanzando las bolas cuando se inició uno de los breves y suaves chubascos de Pidruid. La lluvia cesó y dio paso a un sobrenatural brillo crepuscular, el sol de primeras horas de la tarde cubierto por la neblina. Valentine siguió practicando. Una fuerza loca le dominaba. Apenas reparó en las figuras que recorrían el patio. Sleet, Carabella, los diversos skandars, Shanamir, extraños… todos iban y venían, pero Valentine no les prestó atención. Él era un vaso vacío en donde habían vertido ese arte, ese misterio, y no se atrevía a pararse por temor a perder el arte y quedar de nuevo seco y vacuo. Entonces alguien se acercó y de pronto Valentine se encontró con las manos vacías. Se dio cuenta de que Sleet había interceptado las pelotas, una por una, mientras describían un arco a la altura de su nariz. Durante unos instantes las manos de Valentine continuaron moviéndose con persistente ritmo. Sus ojos enfocaban únicamente el plano en que había estado lanzando las bolas.

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