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Robert Silverberg: El castillo de lord Valentine

Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Silverberg: El castillo de lord Valentine» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1983, ISBN: 978-84-7002-356-9, издательство: Acervo, категория: Фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Miles de años después de nuestra era, en el planeta Majipur existe un arcaico imperio feudal en el que, no obstante persisten restos de una avanzada tecnología. En este marco Valentine, un juglar itinerante, descubre a través de sueños y portentos su verdadera identidad: él es Lord Valentine, la Corona. Su cuerpo y su trono han sido ocupados por un usurpador.

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—Con una condición —dijo Valentine. Zalzan Kavol no ocultó su disgusto.

—¿Qué condición?

Valentine señaló con la cabeza a Shanamir.

—Creo que este chico está harto de criar monturas en Falkynkip, y quizá desea viajar más. Te pido que le ofrezcas también trabajo en tu compañía…

—¡Valentine! —gritó el zagal.

—…como criado, para atender animales, hasta como malabarista si tiene talento —prosiguió Valentine—, y que lo aceptes junto conmigo en caso de que desee acompañarnos. ¿Lo harás?

Zalzan Kavol guardó silencio unos instantes, como si calculara, y de alguna parte de su peluda figura fue brotando un gruñido apenas audible. Finalmente contestó:

—¿Te interesa venir con nosotros, chico?

—¿Me interesa? Me interesa.

—Temía algo así —dijo el skandar, malhumorado—. De acuerdo. Os contrato a los dos por trece coronas semanales, comida y cama. ¿Trato hecho?

—Trato hecho— dijo Valentine.

—¡Trato hecho! —gritó Shanamir.

Zalzan Kavol apuró el poco vino que quedaba.

—Sleet, Carabella, salid al patio con este novato y empezad a convertirlo en un malabarista. Tú acompáñame, chico. Quiero que eches un vistazo a nuestras monturas.

6

Salieron al patio. Carabella corrió hacia los dormitorios para recoger equipo. Viéndola correr, Valentine se deleitó con los graciosos movimientos de la mujer, mientras imaginaba la acción de los elásticos músculos bajo las prendas de vestir. Sleet arrancó bayas blancoazuladas de una de las capas del patio y se las metió en la boca.

—¿Qué son? —preguntó Valentine. Sleet le lanzó una baya.

—Zokas. En Narabal, donde yo nací, un zoko brota por la mañana y es tan alto como una casa a media tarde. El suelo rebosa de vida en Narabal, naturalmente, y siempre llueve al alba. ¿Otra?

—Sí, gracias.

Sleet arrancó otra zoka con un rápido y diestro movimiento de muñeca. El más sutil de los gestos, pero efectivo. Sleet era un hombre frugal, ligero como un pájaro, sin un gramo de grasa, de gestos precisos y voz seca y controlada.

—Mastica las semillas —aconsejó a Valentine—. Estimulan la virilidad. —Emitió una risita.

Regresó Carabella con muchas bolas de goma multicolor con las que hizo malabares animadamente mientras cruzaba el patio. Al llegar cerca de los dos hombres, lanzó una pelota Valentine y tres a Sleet, sin dejar de andar. Ella conservó otras tres bolas.

—¿No hay cuchillos? —preguntó Valentine.

—Los cuchillos son objetos vistosos. Hoy vamos a ocuparnos de los fundamentos —dijo Sleet— Hoy vamos a ocuparnos de la filosofía del arte. Los cuchillos serían una distracción.

—¿Filosofía?

—¿Crees que el malabarismo es un simple truco? —preguntó el hombrecillo, como si estuviera herido—. ¿Un pasatiempo para mirones? ¿Un medio para ganar un par de coronas en un carnaval provincial? Malabarismo es todas estas cosas, sí, pero en primer lugar es una forma de vida, amigo, un credo, una especie de culto.

—Y un tipo de poesía —dijo Carabella. Sleet asintió.

—Exacto, también es eso. Y una matemática. Enseña tranquilidad, control, equilibrio, sentido de la colocación de las cosas y de la estructura fundamental del movimiento. El malabarismo tiene algo de música. Por encima de todo está la disciplina. ¿Te parezco pretencioso?

—Sleet pretende parecer pretencioso —dijo Carabella. Había malicia en sus ojos—. Pero todo lo que dice es cierto. ¿Estás preparado para empezar?

Valentine contestó afirmativamente.

—Tranquilízate —dijo Sleet—. Limpia tu mente de innecesarios pensamientos y cálculos. Viaja hasta el centro de tu ser y mantente ahí.

Valentine dejó que sus pies descansaran en el suelo, aspiró profundamente tres veces, relajó sus hombros para no percibir los brazos que colgaban, y aguardó.

—Creo —dijo Carabella— que este hombre casi siempre vive en el centro de su ser. O que no tiene centro y por eso nunca puede estar lejos de él.

—¿Estás listo? —preguntó Sleet.

—Listo.

—Vamos a enseñarte conceptos básicos, detalle por detalle. Malabarismo es una sucesión de movimientos ligeros, discretos, hechos con rapidez, que da la apariencia de constante flujo y simultaneidad. La simultaneidad es una ilusión, amigo, cuando haces malabares y cuando no los haces. Todos los hechos suceden uno detrás de otro. —Sleet sonrió fríamente—. Cierra los ojos, Valentine. Orientarse en el espacio y en el tiempo es esencial. Piensa en dónde estás, y en cuál es tu posición respecto del mundo.

Valentine imaginó Majipur, una extraordinaria esfera suspendida en el universo, la mitad, o quizá más, rodeada por el Gran Océano. Se vio arraigado al borde de Zimroel con el mar detrás y un continente desplegado ante él. Vio el Mar Interior interrumpido por la Isla del Sueño, y Alhanroel más allá, ascendiendo desde su lado inferior hasta la abultada mole del Monte del Castillo. Y sobre la cabeza, el sol amarillo teñido de verde y bronce lanzaba abrasadores rayos hacia el polvoriento Suvrael y los trópicos, y daba calor a todas las cosas. Vio las lunas, en algún lugar al otro lado del mundo, y más lejos las estrellas y otros planetas, los planetas de donde llegaron los skandars, los yorts, los liis y los demás, incluso el planeta del que había emigrado su raza, la vieja Tierra, hacía catorce mil años, un diminuto mundo azulado, absurdamente minúsculo si se comparaba con Majipur, muy distante, casi olvidado en cierto rincón del Universo. Valentine viajó por las estrellas para volver a este mundo, a este continente, a esta ciudad, a esta posada, a este patio, al trocito de suelo húmedo y blando en que estaban hundidas sus botas, y comunicó a Sleet que estaba preparado.

Sleet y Carabella tenían los brazos en reposo, rectos, con los codos a la altura de los costados. De repente levantaron los brazos hasta dejarlos en posición horizontal, con las manos ahuecadas y extendidas. Llevaban una pelota en la mano derecha. Valentine los imitó.

—Imagina que en tus manos descansa una bandeja de piedras preciosas. Si mueves los hombros o los codos, o si subes o bajas las manos, las gemas caerán. ¿Entiendes? El secreto del malabarismo consiste en mover el cuerpo tan poco como sea posible. Las cosas se mueven, tú las controlas, tú permaneces inmóvil.

La pelota que sostenía Sleet viajó repentinamente de su mano derecha a la izquierda, pese a que no había habido un solo amago de movimiento en su cuerpo. La pelota de Carabella hizo lo mismo. Valentine se dispuso a imitarlos, lanzó la bola de una mano a otra, consciente de esfuerzo y movimiento.

—Usas demasiado la muñeca y el codo —dijo Carabella—. Deja que tu palma se abra de repente. Que los dedos se extiendan. Estás soltando a un pájaro atrapado… ¡así! La mano se abre, el pájaro levanta el vuelo.

—¿Sin mover la muñeca? —preguntó Valentine.

—Muy poco, y procura que no se vea. El impulso procede de la palma de tu mano. Así.

Valentine lo intentó. Un ligerísimo movimiento del antebrazo, un rapidísimo impulso con la muñeca. La propulsión surgía del centro de la mano y del centro de su ser. La pelota voló hasta la ahuecada mano izquierda de Valentine.

—Bien —dijo Sleet—. Otra vez.

Otra vez. Otra vez. Durante quince minutos los malabaristas pasaron sus respectivas bolas de una mano a otra. Sleet y Carabella ordenaron a Valentine que lanzara la pelota para que formara un arco bien definido e invariable delante de su cara, sin apartarla del plano que contenía al arco. Y no le consintieron que levantara o moviera los brazos para coger la bola; las manos aguardaban, la bola viajaba. Al cabo de un rato hizo el ejercicio de un modo mecánico. Shanamir salió de los establos y contempló, divertido, los obstinados lanzamientos. Después se marchó. Valentine no se detuvo, su acción, el rígido lanzamiento de una sola pelota, poco parecido tenía con el malabarismo, pero era el problema del momento y Valentine se entregó por completo al ejercicio.

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