—Hermana querida —dijo Edmure con voz ronca mientras bajaba por las escaleras para abrazarla. Tenía los ojos de un azul intenso, y una boca acostumbrada a sonreír, pero en aquel momento no sonreía. Parecía triste y agotado, maltrecho por el combate y demacrado por la tensión. Tenía un vendaje sobre la herida del cuello. Catelyn lo estrechó con fuerza.
—Comparto tu dolor, Cat —dijo cuando se separaron—. Cuando supimos lo de Lord Eddard… Los Lannister lo pagarán, te lo juro, tendrás la venganza que mereces.
—¿Me servirá eso para recuperar a Ned? —replicó ella con brusquedad. La herida era demasiado reciente para que midiera las palabras. No podía permitirse el lujo de hablar de Ned. No lo haría. Tenía que ser fuerte—. Lo demás puede esperar. Tengo que ver a nuestro padre.
—Te espera en sus habitaciones —dijo Edmure.
—Lord Hoster está postrado en cama, mi señora —le explicó el mayordomo de su padre. ¿Desde cuándo era tan viejo, tan canoso?—. Me ha dado instrucciones de que os llevara ante él lo antes posible.
—Yo la acompañaré. —Edmure subió con ella por la escalera del agua, y juntos cruzaron el patio inferior, donde en cierta ocasión Petyr Baelish y Brandon Stark se habían batido por Catelyn. Los inmensos muros de la fortaleza se alzaban sobre ellos.
—¿Está muy mal? —preguntó Catelyn cuando atravesaron una puerta, entre dos guardias con yelmos de crestas en forma de peces. Temía la respuesta, y el aspecto sombrío de Edmure era ya una contestación en sí.
—Según los maestres, no le queda mucho tiempo entre nosotros. El dolor que sufre es… constante, y terrible.
La invadió una rabia ciega, rabia contra todo el mundo; contra su hermano Edmure, contra su hermana Lysa, contra los Lannister, los maestres, contra Ned y su padre y los dioses monstruosos que le arrebataban a ambos.
—Deberías habérmelo dicho —dijo—. Deberías haberme enviado un mensaje en cuanto lo supiste.
—Él lo prohibió. No quería que sus enemigos supieran que estaba agonizando. Eran momentos críticos para el reino; tenía miedo de que, si los Lannister sabían hasta qué punto era frágil su salud…
—¿Atacarían? —terminó Catelyn, con la palabra atragantada entre los labios.
«Ha sido por tu culpa, por tu culpa —le susurraba una vocecita interior—. Si no te hubieras empecinado en apresar al enano…»
Subieron en silencio por la escalera de caracol.
El torreón tenía tres lados, como la propia Aguasdulces, y la habitación de Lord Hoster era también triangular. El balcón de piedra que sobresalía hacia el este hacía que pareciera la proa de una gigantesca nave de arenisca. Desde allí, el señor del castillo divisaba las murallas y las almenas, y más allá el punto donde se encontraban los ríos. Habían desplazado el lecho de su padre al balcón.
—Le gusta sentarse al sol y contemplar los ríos —explicó Edmure—. Padre, mira quién está aquí. Cat ha venido a verte.
Hoster Tully había sido siempre un hombre grande; alto y fuerte en su juventud, más corpulento a medida que envejecía. En aquel momento parecía hundido, el músculo y la carne se le habían fundido sobre los huesos. Hasta el rostro parecía demacrado. La última vez que Catelyn lo había visto tenía la barba y el pelo color castaño con algunas hebras grises. Ahora eran blancos como la nieve. Al oír la voz de Edmure, abrió los ojos.
—Mi gatita —murmuró con voz débil, marcada por el dolor—. Mi gatita. —La buscó con una mano temblorosa, mientras una sonrisa le aleteaba en los labios—. Te esperaba…
—Os dejo a solas para que habléis —dijo su hermano después de besar la frente del anciano, y se retiró.
Catelyn se arrodilló y cogió la mano de su padre entre las suyas. Era una mano grande, pero ya descarnada, los huesecillos se movían sueltos bajo la piel, carecía de fuerza.
—Tendrías que haberme avisado —dijo—. Un mensajero, un cuervo…
—A un mensajero lo pueden capturar e interrogar —respondió—. A los cuervos los cazan… —Un espasmo de dolor lo sacudió y le apretó con fuerza los dedos—. Tengo cangrejos en el vientre… me pellizcan, me pellizcan. Día y noche. Tienen tenazas crueles. El maestre Vyman me da vino de sueño y la leche de la amapola… duermo mucho… pero quería estar despierto para verte cuando llegaras. Tenía miedo… cuando los Lannister cogieron a tu hermano, los campamentos nos rodeaban… tenía miedo de morir antes de volver a verte… tenía miedo…
—Ya estoy aquí, padre —dijo ella—. Y también Robb, mi hijo. Él también quiere verte.
—Tu hijo —susurró—. Recuerdo que tenía mis ojos…
—Los tenía y los tiene. Y te hemos traído prisionero a Jaime Lannister. Aguasdulces vuelve a ser libre, padre.
—Lo vi —dijo Lord Hoster con una sonrisa—. Anoche, cuando empezó todo, les dije… quería verlo. Me llevaron a las almenas… Fue una hermosura… las antorchas bajaron como una oleada, se oían los gritos al otro lado del río… qué gritos, como música… y cuando destruyeron aquella torre de asedio, dioses… no me habría importado morir en aquel momento, sólo quería ver antes a tus hijos. ¿Aquello lo hizo tu chico? ¿Fue cosa de Robb?
—Sí —respondió Catelyn con fiero orgullo—. Fue Robb… con ayuda de Brynden. Tu hermano también ha venido.
—¿Él? —La voz de su padre era apenas un susurro—. El Pez Negro… ¿ha vuelto? ¿Del Valle?
—Sí.
—¿Y Lysa? —Una ráfaga de brisa le agitó el fino cabello blanco—. Los dioses son generosos, tu hermana… ¿ha venido ella también?
—No. Lo siento… —Parecía tan deseoso, tan lleno de esperanza, que le había costado decir la verdad.
—Ya. —Una parte de la luz desapareció de sus ojos—. Tenía la esperanza… me habría gustado volver a verla, antes de…
—Está con su hijo, en el Nido de Águilas.
Lord Hoster asintió, cansado.
—Lord Robert, ahora que el pobre Arryn ha muerto… lo sé… ¿por qué no ha venido contigo?
—Está asustada, mi señor. En el Nido de Águilas se siente a salvo. —Le besó la frente arrugada—. Robb debe de estar esperando. ¿Quieres verlo? ¿Y a Brynden?
—Tu hijo —susurró—. Sí. El chico de Cat… recuerdo que tenía mis ojos. Cuando nació. Que pase… sí.
—¿Y tu hermano?
—El Pez Negro —dijo su padre mirando los ríos—. ¿Se ha casado ya? ¿Tiene… esposa?
«Hasta en su lecho de muerte», pensó Catelyn con tristeza.
—No, padre, no se ha casado, ya lo sabes. Y no se casará jamás.
—Se lo dije… se lo ordené. Le ordené que se casara. ¡Yo era su señor! Lo sabe. Tenía derecho a elegirle una esposa. Una buena esposa. Una Redwyne. Una Casa antigua. Buena chica, y bonita… con pecas… Bethany, sí. Pobrecilla. Sigue esperando. Sí. Sigue…
—Bethany Redwyne se casó con Lord Rowan hace años —le recordó Catelyn—. Tiene tres hijos.
—Aun así —murmuró Lord Hoster—. Despreció a la chica. A los Redwyne. A mí. Era su señor, su hermano… ese Pez Negro. Yo tenía otras ofertas. La hija de Lord Bracken. La de Walder Frey… cualquiera de las tres, le dije… ¿se ha casado? ¿Con alguna? ¿La que sea?
—No —respondió Catelyn—, pero ha cabalgado muchas leguas para venir a verte, ha peleado para recuperar Aguasdulces. Sin la ayuda de Ser Brynden, yo no habría llegado hasta aquí.
—Siempre fue un guerrero —susurró su padre—. Eso sí. El Caballero de la Puerta. —Se recostó, y cerró los ojos con un cansancio infinito—. Que pase. Luego. Ahora voy a dormir. Estoy demasiado enfermo para pelear. Que entre más tarde el Pez Negro.
Catelyn le dio un beso en la frente, le acarició el pelo y lo dejó allí, a la sombra de su fortaleza, con sus ríos corriendo a sus pies. Antes de que saliera de la estancia ya estaba dormido.
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