—Soy vieja aquí —dijo ella, y tomándome la mano izquierda se la llevó a la frente—. Aquí, Severian. Me han pasado tantas cosas que quiero olvidar. No sólo olvidar: quiero volver a ser joven. Cuando una bebe o toma drogas, olvida. Pero lo que te ha pasado sigue estando aquí, en tu forma de pensar. ¿Entiendes de qué hablo?
—Muy bien —le dije. Me solté y le tomé una mano.
—Pero, ¿sabes?, como esas cosas suceden, y los marineros las conocen y las cuentan aunque la mayoría de los de tierra firme no las crean, a la nave suben algunos que en realidad no son marineros y no quieren trabajar. O a veces un marinero se pelea con un oficial y le levantan un acta de castigo. Entonces va y se une a los guiñadores. Los llamamos así porque es lo que se dice cuando una nave toma un rumbo que no quieres… Guiña.
—Comprendo —dije de nuevo.
—Algunos se quedan en un solo lugar, me parece, como nos quedamos nosotros aquí. Otros andan por ahí buscando dinero o pelea. En eso viene uno a tu mesa y empiezan las discusiones. A veces pueden aparecer tantos que nadie quiere problemas, así que haces de cuenta que son tripulantes, y comen y si tienes suerte se van.
—Pues estás diciendo que son marinos comunes que se han rebelado contra el capitán. —Mencioné al capitán porque después quería preguntarle por él.
—No. —Gunnie sacudió la cabeza.— No siempre. La tripulación viene de distintos mundos, incluso de otras galaxias y puede que de otros universos. De esto yo no sé nada seguro. Pero lo que para ti y para mí es un marino común para otro podría ser algo muy raro. Tú eres de Urth, ¿no?
—Sí.
—Yo también, y la mayoría de los que hay aquí. Nos juntan porque hablamos igual y pensamos lo mismo. Pero quizá si fuéramos a otro castillo de proa sería todo diferente.
—A mí me pareció que había viajado mucho —le dije, riéndome por dentro de mí mismo—. Ya veo que no tanto como creía.
—Sólo salir de la zona donde los marineros son más o menos como nosotros te llevaría varios días. Pero los guiñadores que andan por ahí se mezclan con todos; algunas veces se pelean entre ellos; pero otras forman pandillas de tres o cuatro clases diferentes. A veces se aparean, y la mujer tiene hijos como Idas. Pero generalmente los hijos no pueden tener hijos. Eso me han contado.
Echó una elocuente mirada hacia Zak y yo murmuré: —¿Es uno de ellos?
—Tiene que serlo. Como te encontró y fue a buscarme, pensé que no había problema en dejarte con él mientras iba por comida. No sabe hablar, pero no ha hecho nada, ¿no?
—No —contesté—. Se ha portado muy bien. En tiempos antiguos, Gunnie, los pueblos de Urth viajaban entre los soles. Muchos terminaban por volver a casa, pero muchos otros se quedaban en algún otro mundo. A estas alturas los mundos hetrocnos tienen que haber remodelado la humanidad para conformarla a sus propias esferas. En Urth, los mistes saben que cada continente tiene su propia pauta para la humanidad, de modo que, si un pueblo pasa a vivir de un continente a otro, en poco tiempo, cincuenta generaciones o así, terminará pareciéndose a los habitantes originales. Las pautas de los mundos pueden ser muy diferentes; y sin embargo yo creo que la raza humana seguirá siendo humana.
—No digas «A estas alturas» —dijo Gunnie—. No sabes qué sería el tiempo si parásemos en algún sol. Severian, hemos hablado mucho y tú pareces cansado. ¿No quieres acostarte?
—Sólo si te acuestas tú también —dije—. Estás tan cansada como yo, o más. Has estado por ahí buscándome comida y remedios. Descansa, y cuéntame más sobre los guiñadores. —En realidad yo me sentía lo bastante repuesto como para tener deseos de abrazar a una mujer y hasta enterrarme en una mujer; y con muchas mujeres, de las cuales Gunnie, pienso, era una, no hay mejor forma de acceder a la intimidad que permitiéndoles hablar y escuchándolas.
Se tendió a mi lado.
—Ya te he dicho todo lo que sé. La mayoría son marineros estropeados. Algunos son hijos de ellos, que nacen en la nave y viven escondidos hasta que tienen edad de luchar. ¿Recuerdas cómo capturamos al incluso?
—Claro —dije.
—Aunque hay más animales que cualquier otra cosa, no todos los ingresados lo son. A veces son gente, y a veces sobreviven y se meten en la nave, donde hay aire. —Hizo una pausa y dejó escapar una risita.— ¿Sabes?, en los mundos de los inclusos los demás deben preguntarse adónde habrán ido a parar. Sobre todo cuando son importantes.
Era extraño oír esa risita en una mujer tan corpulenta y yo mismo sonreí, cuando sonrío tan rara vez.
—También hay quien dice que ciertos guiñadores llegan estibados con la carga, que son criminales que quieren escaparse de sus mundos y suben a bordo de esa manera. O que, aunque sean como nosotros, en sus mundos son animales y suben como carga viva. Yo pienso que en esos mundos nosotros seríamos animales.
El pelo de Gunnie, ahora cerca de mi cara, era de una fragancia penetrante; y se me ocurrió que difícilmente podía ser así siempre, que se había perfumado para mí antes de volver a nuestra hendidura.
—Algunos los llaman muditos porque muchos no saben hablar. A lo mejor tienen un idioma propio; pero con nosotros no hablan, y si pillamos uno tiene que hacerse entender por signos. Pero una vez Sidero dijo que mutista significa rebelde.
—Hablando de Sidero —le dije—, ¿estaba por ahí cuando Zak te llevó al fondo del pozo de aire?
—No. No había nadie más que tú.
—¿Viste mi pistola, o el cuchillo que me regalaste cuando nos conocimos?
—No, no había nada. ¿Cuando caíste los llevabas encima?
—Los llevaba Sidero. Esperaba que tuviese la honradez de devolvérmelos, pero al menos no me mató.
Gunnie meneó la cabeza volviéndola de un lado a otro sobre los trapos, proceso que puso una mejilla curva y fresca en contacto con la mía.
—No lo haría. A veces puede hacerse el duro, pero nunca he oído que matase a alguien.
—Yo creo que me golpeó cuando estaba inconsciente. No me parece que me haya lastimado la boca al caer. ¿Te conté que estaba dentro de él?
Se apartó para mirarme.
—¿De veras? ¿Eres capaz?
—Sí. A él no le gustó, pero pienso que está construido de tal forma que mientras yo estuviera consciente no habría podido expulsarme. Después de la caída se abrió sin duda para extraerme con el brazo sano. Fue una suerte que no me rompiera las piernas. Pienso que me golpeó después de haberme sacado. La próxima vez que nos encontremos lo mataré.
—Es una máquina —dijo Gunnie con suavidad. Deslizó la mano debajo de mi camisa desgarrada.
—Me sorprende que lo sepas —dije yo—. Habría dicho que lo tomabas por una persona.
—Mi padre era pescador, así que me crié en barcas. A las barcas se les dan nombre y ojos, y muchas veces se portan como personas y hasta cuentan cosas. Pero en realidad no son personas. A veces los pescadores son raros, pero mi padre solía decir que uno sabe cuando un hombre está loco de veras, porque si no le gustara su barca en vez de venderla la mandaría a pique. Las barcas tienen espíritu, pero hace falta algo más que espíritu para hacer una persona.
Pregunté: —¿Estuvo de acuerdo tu padre con que te emplearas en la nave?
—Se ahogó antes —dijo ella—. Todos los pescadores se ahogan. Yeso mató a mi madre. Voy a Urth muy a menudo, pero nunca más ha sido como cuando vivían ellos.
—¿Quién era Autarca en tu infancia, Gunnie?
—No lo sé —dijo ella—. En realidad esas cosas no nos preocupaban.
Sollozó. Procuré consolarla, y bien habríamos podido pasar rápida y naturalmente a hacer el amor; pero la quemadura le cubría la mayor parte del pecho y el abdomen, y aunque la acaricié, y ella a mí, también se interponía el recuerdo de Valerla.
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