– Oh, va -bramó Paszko-. ¿Y qué, acaso sea yo peor? ¿Un pobretón? ¿Con una mano delante y otra detrás? ¡Rymbaba sum ! Hijo de Pakoslaw, nieto de Pakoslaw. Cuando nosotros señores en la Gran Polonia y en la Silesia éramos, los Biberstein aún andurreaban en la Lausacia con las patas en el barro, entre castores, arrascando la corteza de los árboles y no sabían decir en cristiano ni mu. Puff, casóme con ella y basta, sólo se muere una vez. No más que habrá que mandar a alguno a casa de mi padre. Que sin la paternal bendición ni hablar de casorio.
– Habrá -Weyrach siguió con la burla- hasta quien os case. Oí que el señor Von Sagar es clérigo. ¿Puede celebrar bodas, no es cierto?
El hechicero ni lo miraba, interesándose en apariencia exclusivamente por las salchichas de Westfalia.
– Convendría -dijo al cabo- preguntar primero a la principal interesada. Matrimonium inter invitos no contrahitur, el matrimonio precisa del consentimiento de ambos contrayentes.
– La interesada -bufó Weyrach- calla, a qui tacet, consentit, quien calla otorga. Y a otros principales podemos preguntar, por qué no. ¡Eh, Tassilo! ¿No tienes ganillas de casorio? ¿O quizá tú, Kuno? ¿Woldan? ¿Y vos, monseñor Scharley, cómo que tan callado? ¡Si todos, pues todos! ¿Quién tiene voluntad de ser, perdón por la expresión, contrayente?
– ¿O puede que vos mismo? -Formosa von Krossig inclinó la cabeza-. ¿Qué? ¿Don Notker? Pues, por lo que barrunto, ya os ha llegado la hora. ¿No la queréis por esposa? ¿No os ha caído en gusto?
– Me ha caído, y cómo -sonrió lascivo el raubritter-. Mas el matrimonio es la tumba del amor. Por eso opto por que la jodamos como es costumbre y en común.
– Veo que es hora -Formosa se levantó- de que las hembras se vayan de la mesa para dejar a los hombres con sus bromas hombrunas y sus sandeces. Ven, moza, nada se te ha perdido aquí.
Nicoletta se levantó obedientemente, la siguió como una condenada a muerte, con la cabeza gacha, los labios le temblaban, en los ojos asomaban las lágrimas.
Todo era apariencia, pensó Reynevan, apretando los puños bajo la mesa. Toda su audacia, todo su vigor, todo su arrojo no más que apariencia era, fingimiento. Cuan débil, frágil y desventurado es al cabo su género, cuan a merced nuestra, de los hombres. Cuan sometida a nosotros.
Por no decir dependiente.
– Huon -dijo Formosa desde la puerta-. No te hagas mucho de rogar.
– Yo me voy ya. -El hechicero se levantó-. Estoy cansado, demasiado me ha agotado la idiota caza por los bosques como para escuchar más tiempo pláticas no menos idiotas. Buenas noches tenga la compañía.
Buko von Krossig escupió bajo la mesa.
La salida del nigromante y de las mujeres fue la señal para lanzarse a una diversión aún más estruendosa y a beber con aún mayor ardor. La comitiva gritó exigiendo más vino, las mozas que trajeron la bebida recogieron también la correspondiente dosis de palmadas, manoseos, pellizcos y achuchones, yéndose para la cocina enrojecidas y sollozantes.
– ¡Tras las salchichas nos merecemos un trago!
– ¡Por nosotros!
– ¡Salud!
– ¡Que aproveche!
Paszko Rymbaba y Kuno Wittram, enlazando sus brazos, comenzaron a cantar. Weyrach y Tassilo de Tresckow se unieron al coro.
Meum est propositum in taberna mori
ut sint vina próxima morientis ori;
Tunc cantabunt letius angelorum chori:
Sit Deus propitius huic potatori!
Buko von Krossig tenía mal vino. Con cada vaso se iba poniendo -paradójicamente- cada vez más sereno, con cada brindis se iba volviendo cada vez más triste, sombrío y -de nuevo paradójicamente- más pálido. Estaba sentado con una expresión siniestra, apretando en su mano el cáliz de consagrar, sin apartar sus ojos entrecerrados de Scharley.
Kuno Wittram golpeaba en la mesa con un vaso, Notker Weyrach con el puño de su estilete. Woldan de Osin balanceaba su vendada cabeza, balbuceaba. Rymbaba y De Tresckow gritaban.
Bibit hera, bibit herus,
bibit miles, bibit clerus,
bibit ille, bibit illa,
bibit servus cum ancilla,
bibit velox, bibit piger,
bibit albus, bibit niger…
– ¡Jo, Jo!
– ¡Buko, hermano! -Paszko se tambaleo, abrazó a Buko por el cuello, lo mojó con sus bigotes-. ¡Bebo a tu salud! ¡Alegrémonos! Ésta es, joder, la petición de mano de la Biberstein. ¡Me cayó en el gusto! ¡Bien pronto, por mi honor, he de invitaros a la boda, a mi casa, y bien pronto también al bautizo, entonces sí que vamos a saltar!
Que viva, viva, esta linda estaca,
que bien me cabe en toas las mochachas…
– Estáte atento -susurró Scharley a Reynevan, aprovechando la ocasión-. Me da la sensación de que vamos a tener que echar la pata a la calle.
– Lo sé -le repuso Reynevan-. En caso necesario tú y Sansón poned pies en polvorosa. No me esperéis… Yo tengo que ir a por la muchacha. A la torre…
Buko rechazó a Rymbaba, pero Paszko no se resignó.
– ¡No te turbes, Buko! ¡Cierto, verdad decía doña Formosa, cagástela al raptar a la hija de Biberstein! Mas yo te libré de tu desventura. ¡Puesto que es mi prometida, pronto mi desposada y la cosa arreglada! ¡Ja, ja, hasta rima, joder, como un poeta! ¡Buko! ¡Bebe! ¡Alégrate, jo, jo! ¡Viva, viva, esta linda estaca…!
Buko lo empujó.
– Te conozco -le dijo a Scharley-. Ya en Kromolin lo pensé, ahora estoy ya también seguro del lugar y el momento. Aunque por aquel entonces llevabas hábito de franciscano a cuestas, conozco tu jeta, me acuerdo de dónde te viera. En la plaza mayor de Wroclaw, en el año dieciocho, en aquel famoso lunes de julio.
Scharley no respondió, miró bravio directamente a los ojos del raubritter. Buko hizo girar el cáliz en sus manos.
– Y tú -volvió unos ojos de odio a Reynevan-, Hagenau, o como haya que llamarte de verdad, el diablo sabe quién seas, puede que también monje y cura bastardo, puede que también don Johann Biberstein te metiera en la torre de Stolz por rebeldía y sedición. Sospechaba de ti durante el viaje. Atento estuve a cómo mirabas a la moza, pensé que acechabas ocasión de vengarte de los Biberstein, meterle a la hija el estilete entre las costillas. Sí, mas la venganza es tuya y mis quinientos gúldenes son míos, tuve bien el ojo puesto en ti, antes de que tú, hermano, hubieras podido tentar el puñal, no habrías encontrado la cabeza sobre los hombros.
«Ahora, sin embargo -el caballero de rapiña arrastró las palabras-, te miro a la cara y pienso, ¿no me habré equivocado? ¿No será que tú para nada la acechabas, no será amor? ¿No será que quieres salvarla, arrancarla de mis manos? Así pienso y la rabia dentro de mi va creciendo, pensando en por qué clase de idiota tienes a Buko von Krossig. Y hasta siento temblores de las ganas que me dan de rajarte el gaznate. Mas me retengo. De momento.
– ¿No debiéramos -la voz de Scharley estaba absolutamente tranquila-, no debiéramos terminar así por hoy? El día abundó de esforzados acontecimientos, sentírnoslo todos en los huesos, oh, mirad, don Woldan ya se ha quedado dormido con el rostro en la salsa. Propongo postergar la discusión ad eras.
– Nada -bramó Buko- se postergará ad eras. Ya anunciaré yo el final del banquete cuando llegue su hora. Bebe entonces, hijo de monje, bastardo, cuando te sirvan. Y tú también, Hagenau, bebe. ¿No pudiera ser éste el vuestro último trago? El camino a Hungría es arduo y peligroso. ¿Quién sabe si llegaréis? Al fin y al cabo se dice: al alba no sabrás lo que a la noche encontrarás.
– Sobre todo -añadió con voz venenosa Notker Weyrach- que el señor Biberstein de seguro ha enviado ya de los suyos por los caminos. Y que debe de andar muy rabioso ante los que le raptaron a la hija.
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