Margaret Weis - El retorno de los dragones

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El retorno de los dragones: краткое содержание, описание и аннотация

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Son amigos de toda la vida que siguieron caminos distintos. Ahora vuelven a reunirse, aunque cada uno oculta a los demás algún secreto particular. Hablan de un mundo sobre el que se cierne la sombra de la guerra, cuentan historias de extraños monstruos, de criaturas míticas forjadas en la leyenda, pero no dicen nada de sus secretos. Al menos, no por el momento. No los revelarán hasta ques se encuentren con una misteriosa y enigmática mujer, que porta una vara mágica. Ella hará que el grupo de amigos se vea inmerso en las sombras, y que sus vidas cambien para siempre, al tiempo que forjan el destino del mundo. Nadie esperaba que fueran unos héroes.
Y ellos, menos que nadie.

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Flint, que por su estatura se hallaba sumergido en un mar de hebillas de cinturones, al oír la atronadora voz de Caramon respondiendo al agudo saludo de Tasslehoff, tuvo que imaginarse la escena.

—Caramon haría bien en vigilar su dinero —gruñó el enano—. O en contar sus dientes.

El enano y el semielfo consiguieron al fin atravesar el enjambre de personas concentradas junto a la barra. La mesa de Caramon se hallaba apoyada contra el tronco del árbol, colocada de forma extraña. Tanis se preguntó por qué la habría cambiado Otik cuando todo lo demás seguía exactamente igual que antes. Pero ese pensamiento voló de su mente ya que ahora le tocaba a él recibir el afectuoso saludo de Caramon, por lo que se sacó el arco y la aljaba que llevaba a la espalda antes de que el guerrero lo abrazase y se los hiciese trizas.

—¡Amigo mío! —le dijo Caramon con lágrimas en los ojos. Embargado por la emoción. no pudo continuar. Tanis por unos instantes también se vio incapaz de decir nada ya que el musculoso abrazo de Caramon lo había dejado sin respiración.

—¿Dónde está Raistlin? —preguntó cuando hubo recuperado el habla. Los gemelos nunca estaban muy lejos el uno del otro.

—Ahí —Caramon señaló el otro extremo de la mesa. Después frunció el ceño—. Lo encontrarás cambiado —advirtió el guerrero a Tanis.

El semielfo miró hacia aquel rincón formado por una irregularidad del vallenwood.

Estaba totalmente envuelto en sombras y durante unos instantes, deslumbrado por el brillo de la chimenea, no pudo ver nada. Luego vio a un personaje menudo envuelto en ropajes de color rojo y acurrucado a pesar del calor del fuego. Llevaba una capucha sobre la cabeza.

Tanis no quería hablar con el joven mago a solas, pero Tasslehoff había desaparecido en busca del dueño de la posada y Flint y Caramon se estaban saludando. Tanis se dirigió hacia el extremo de la mesa.

—¿Raistlin? —preguntó teniendo un extraño presentimiento.

El personaje levantó la cabeza.

—¿Tanis? —susurró el hombre mientras, lentamente, se sacaba la capucha.

El semielfo contuvo la respiración, dio un paso atrás y lo contempló horrorizado.

El rostro que se volvió hacia él era un rostro fantasmagórico. ¿Cambiado? Tanis sintió un escalofrío. ¡La palabra adecuada no era «cambio»! La piel pálida del mago se había vuelto de color dorado. El reflejo del fuego de la chimenea hacía que brillase con un leve matiz metálico, como una espantosa máscara. La carne se había desvanecido de su cara, dejando los pómulos perfilados por unas terribles sombras. La piel de las mejillas estaba tirante y la boca era una oscura línea recta. Pero lo que paralizó a Tanis fueron los ojos del personaje, que le clavaron una terrible mirada. Tanis nunca había visto un ser viviente con unos ojos similares. Las negras pupilas ahora tenían forma de relojes de arena. El iris azul pálido que Tanis recordaba, ahora centelleaba dorado.

—Veo que te asustas de mi apariencia —le susurró Raistlin. En sus finos labios se dibujó una leve sonrisa.

Sentándose frente al joven, Tanis tragó saliva.

—¡Por todos los dioses! Raistlin...

Flint se sentó al lado de Tanis.

—Hoy me han levantado por el aire más veces que en... —Flint abrió los ojos de par en par—. ¿Qué diablos te ha sucedido? —El enano dio un respingo cuando vio a Raistlin. Caramon se sentó al lado de su hermano. Tomando la jarra de cerveza, miró a Raistlin.

—¿Vas a contárselo? —le dijo en voz baja.

—Sí —el mago siseaba de una forma que hizo temblar a Tanis. El joven hablaba en voz baja y con la respiración entrecortada, casi susurrando, como si esto fuese necesario para que las palabras salieran de su boca. Sus manos, largas y nerviosas, eran del mismo tono dorado que su cara, y ahora jugueteaban distraídamente con la comida que había en un plato frente a él.

—¿Recordáis cuando partimos hace cinco años? —comenzó a relatar Raistlin—. Mi hermano y yo planeamos el viaje tan secretamente que ni a vosotros, queridos amigos, podíamos contaros adónde íbamos.

En aquel tono amable había una nota de sarcasmo. Tanis se mordió el labio. Raistlin no había tenido —en toda su vida— ni un solo «querido amigo».

—Había sido elegido por Par-Salian, el superior de mi orden, para pasar la Prueba—continuó Raistlin.

—¡La Prueba! —repitió Tanis muy sorprendido—. Pero si eras muy joven. ¿Cuántos años tenías? ¿Veinte? Sólo pueden hacer la Prueba los magos que llevan años y años estudiando...

—Puedes suponer lo orgulloso que estaba —dijo Raistlin fríamente, irritado por la interrupción—. Mi hermano y yo viajamos al lugar secreto (las arcaicas Torres de la Hechicería), y allí me hicieron la Prueba —la voz del mago bajó aún más—. ¡Y estoy vivo de milagro!

Caramon se atragantó, se le veía profundamente consternado.

—Fue terrible —comenzó a decir con voz temblorosa el gigantesco hombre—. Lo encontré en aquel terrible lugar; por la boca le salía sangre, ¡estaba muriéndose! Lo recogí y...

—¡Cállate, hermano! —la advertencia de Raistlin sonó como el chasquido de un látigo. Caramon se asustó. Tanis observó que el mago apretaba los puños mientras sus dorados ojos empequeñecían. Caramon se calló y bebió un trago de cerveza mirando inquietamente a su hermano. Las cosas habían cambiado entre los dos gemelos, pensó Tanis. Nunca había notado aquella tensión entre ellos.

Raistlin respiró hondamente y continuó.

—Cuando desperté mi piel se había vuelto de este color: un símbolo de mi sufrimiento. Mi salud y mi cuerpo están destrozados irreparablemente. ¡Y mis ojos! Mis pupilas son como relojes de arena, por lo tanto veo el tiempo y la medida en que éste afecta las cosas. Cuando te veo a ti, Tanis, te veo morir, lentamente, palmo a palmo. y así veo a todos los seres vivos.

La huesuda mano de Raistlin se aferró al brazo de Tanis. El semielfo tembló al sentir aquel contacto helado e intentó liberarse, pero los dorados ojos y la gélida mano lo sujetaban.

El mago se inclinó hacia delante con un brillo febril en la mirada.

—¡Pero ahora tengo poder! Par-Salian me dijo que llegaría el día en que mi fuerza transformaría el mundo. Tengo poder y tengo el Bastón de Mago.

Tanis se volvió y vio un bastón apoyado contra el tronco del vallenwood, junto a Raistlin. Era un sencillo bastón de madera; en el extremo superior tenía una bola de cristal sostenida por una garra dorada, tallada de forma que pareciese la garra de un dragón.

—¿Valió la pena? —preguntó Tanis en voz baja.

Raistlin lo miró fijamente, y sus labios se abrieron en una sonrisa caricaturesca. Retiró la mano del brazo de Tanis y cruzó los brazos dentro de las mangas de su túnica.

—Por supuesto. Poder es lo que he estado buscando durante mucho tiempo, y lo que aún sigo buscando.

Volvió a tirarse hacia atrás y su delgada figura se fundió en las sombras, por lo que todo lo que Tanis pudo ver de él fueron sus ojos dorados centelleando a la luz de la chimenea.

—Cerveza —dijo Flint carraspeando y pasándose la lengua por los labios como si quisiera sacarse el mal gusto de la boca. ¿Dónde está ese kender? Seguro que ha robado al cantinero...

—Aquí estamos —gritó la voz alegre de Tasslehoff. Tras él apareció una joven alta y pelirroja con una bandeja llena de jarras.

Caramon sonrió.

—Veamos, Tanis —tronó su voz—, adivina quién es ella. Tú también Flint. Si lo acertáis, yo pago la ronda.

Tanis, feliz de poder apartar de su mente la historia de Raistlin, observó a la sonriente muchacha. Su rostro estaba enmarcado por rizos pelirrojos y sus ojos miraban divertidos. Su nariz y sus mejillas estaban salpicadas de pecas. Tanis creía recordar esos ojos, pero no tenía ni idea de quién se trataba.

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