Goldmoon se echó a reír.
—Quizá para hacerme parecer más guapa en contraste —bromeó—. Estabais hablando de asuntos serios antes de que os interrumpiera —añadió en un tono más circunspecto.
—Riverwind cree que vosotros y vuestra gente deberíais continuar solos, viajar hacia el este, a las Llanuras. Dice que tú quieres quedarte con nosotros.
—Es cierto —contestó la mujer con complacencia—. Me gustaría quedarme con vosotros y con los demás. Creo que hago falta, pero mi voto es sólo uno más entre nuestra gente. Si mi esposo y el resto deciden que deberíamos irnos, entonces nos marcharemos.
Tanis miró alternativamente a uno y a otro. No sabía bien cómo decirles lo que pensaba, de modo que decidió soltarlo sin darle más vueltas.
—Disculpad si lo pregunto, pero ¿qué ha pasado con lo de la Hija de Chieftain? —planteó torpemente.
Goldmoon se echó a reír otra vez, una risa larga y alegre, e incluso Riverwind sonrió.
Tanis no veía dónde estaba la gracia. Cuando los había conocido, Goldmoon era la Hija de Chieftain y Riverwind, un humilde pastor, era su súbdito. Cierto, se amaban profundamente y a Tanis le había dado la impresión más de una vez de que Goldmoon habría renunciado a la responsabilidad del liderazgo de muy buen grado, pero Riverwind se había negado obstinadamente a que lo hiciera. Había insistido en actuar como su subordinado, obligándola a tomar decisiones. Puesta en esa situación, la mujer las había tomado.
—No lo pillo —dijo Tanis.
—La Hija de Chieftain dio su última orden anoche —explicó Goldmoon.
Durante la ceremonia matrimonial, Riverwind se había arrodillado ante ella, puesto que era su dirigente, pero Goldmoon le había pedido a su esposo que se levantara y había indicado que los dos se unían en matrimonio como iguales.
—Soy Goldmoon de las Llanuras —dijo ella—. Discípula de Mishakal. Sacerdotisa de los que-shus.
—¿Y quién será Chieftain de los que-shus? —inquirió Tanis—. Hay supervivientes de vuestra tribu entre las otras tribus de las Llanuras. ¿Aceptarán a Riverwind como su jefe? Ha demostrado ser un cabecilla fuerte.
Goldmoon miró a su esposo, pero él, de forma deliberada, mantuvo clavados los ojos en el borboteo de las aguas del arroyo, prietos los labios.
—Los que-shus tienen buena memoria —contestó Goldmoon al ver que su esposo no pensaba decir nada—. Saben que mi padre no aceptaba a Riverwind como mi esposo y que ordenó lapidarlo. Saben que, de no ser por el milagro de la Vara de Cristal Azul, Riverwind y yo habríamos muerto apedreados.
—De modo que no lo aceptarán como Chieftain, aun cuando busquen en él consejo y orientación.
—Es lo que hacen los que-shus —dijo Goldmoon—, pero no son los únicos habitantes de las Llanuras que hay aquí. Hay algunos de la tribu Que-kiri y ellos fueron nuestros enemigos implacables en el pasado. Nuestras tribus se encontraron en el campo de batalla muchas veces.
Tanis masculló unas palabras en elfo.
—No te pediré que me traduzcas lo que has dicho, amigo mío. —Goldmoon esbozó una triste sonrisa—. Sé, y mi pueblo sabe, la historia de dos lobos que se enfrentaron el uno al otro y del león que devoró a los dos. No es fácil para la gente superar rencores que duran generaciones.
—Tú y Riverwind lo habéis conseguido —adujo el semielfo.
—Todavía tenemos problemas —admitió la mujer—, pero sabemos dónde acudir cuando necesitamos ayuda.
Su mano se alzó hasta el medallón que llevaba al cuello, el que era regalo de la diosa al tiempo que un emblema de su fe.
—Quizás esté siendo egoísta —musitó Tanis—. Tal vez no quiera decir adiós.
—No hablemos de adioses en este día de gozo, nuestro primer día como una pareja casada —pidió Goldmoon con firmeza.
Alargó la mano para tomar la de su esposo y los dedos de ambos se entrelazaron. De esta guisa regresaron Goldmoon y Riverwind hacia su habitáculo, y Tanis se quedó solo en la orilla del arroyo.
Puede que fuese un día gozoso para ellos, pero el semielfo tenía la sensación de que iba a ser una jornada de contrariedades y enfrentamientos para él. Como para demostrar que estaba en lo cierto, Tasslehoff Burrfoot, perseguido por un iracundo molinero, salió corriendo del bosque tan de prisa como se lo permitían sus cortas piernas.
—¡No lo entiendo! —gritaba el kender mientras miraba hacia atrás—. ¡Sólo intentaba dejarlo en su sitio!
3
Disensión. Dejar en libertad. De mal en peor
La reunión de los refugiados comenzó tan mal como Tanis había imaginado. La celebraban en una arboleda que había cerca del arroyo, porque no había ninguna cueva lo bastante grande para que cupieran ochocientas personas entre hombres, mujeres y niños. Los refugiados habían elegido representantes que hablaran en su nombre, pero no iban a dejar que esas personas lo hicieran sin estar ellos presentes. De ahí que casi todos los que componían la pequeña comunidad asistieran a la reunión de pie en las inmediaciones, donde podían ver, oír y hablar si querían. No era una situación ideal en opinión de Tanis, ya que cualquier delegado al que podría haberse persuadido de que cambiara de opinión con argumentos razonados se vería obligado a mantener su postura al estar bajo la mirada vigilante de quienes lo habían designado su portavoz.
Los habitantes de las Llanuras llegaron en grupo al no haber conseguido ponerse de acuerdo en la elección de un delegado, lo que era una mala señal. Riverwind estaba más hosco y más sombrío de lo habitual. Goldmoon iba junto a él, encendidas las mejillas por la cólera. Los que-shus se mantenían separados de los que-kiris, mientras que ningún miembro del pueblo de las Llanuras se mezclaba con los otros antiguos esclavos y todos miraban al bloque principal de refugiados con una desconfianza que encontraba correspondencia en otra igualmente recelosa.
Los refugiados también estaban divididos. Elistan llegó con su grupo de seguidores, mientras que Hederick lo hizo con el suyo. Tanis y sus amigos formaban otro grupo más.
El semielfo miró en derredor a la asamblea, donde se observaban con recelo unos a otros. Sólo habían pasado unas horas desde que la noche anterior habían bailado y cantado todos juntos; adiós al día gozoso de Goldmoon.
Tanis miró a Elistan para dar comienzo a la asamblea. Antiguo miembro de la Teocracia de Buscadores, Elistan había sido uno de los pocos componentes de ese grupo que de hecho utilizó su poder para ayudar a la gente. Había sido el único de ellos que se había rebelado contra el Señor del Dragón Verminaard, el que les había advertido que se equivocaban al creer en las promesas del Señor del Dragón, unas promesas que resultaron ser mentiras y que acabaron llevándolos a las minas de hierro de Pax Tharkas. Y, siendo ya un prisionero más, Elistan había seguido desafiando a Verminaard y casi había pagado con su vida tal rebeldía. Padeciendo ya una enfermedad debilitadora, Verminaard lo había torturado para obligarlo a adorar a la Reina Oscura.
Elistan estaba moribundo cuando conoció a Goldmoon. La mujer había entrado a escondidas a Pax Tharkas en compañía de Tanis y los otros compañeros en un osado intento de liberar a los esclavos. A ver a Elistan que, a pesar de su debilidad, seguía trabajando incansable para ayudar a la gente, Goldmoon se vio atraída hacia él. Pudo curarlo con el poder de Mishakal y Elistan comprendió que, por fin, la búsqueda de toda su vida había terminado, que había encontrado a los verdaderos dioses.
Elistan sabía leer y traducir los crípticos Discos de Mishakal y los utilizó para adoctrinar a la gente sobre los antiguos dioses de Krynn a los que si alguien recordaba lo hacía como si fuesen leyendas. Habló a la gente de Paladine, Dios de la Luz y líder de los otros dioses de la luz. Les habló de Takhisis, Reina de la Oscuridad, y de aquellos dioses que moraban en las sombras. Les habló de Gilean, el Libro, dios del conocimiento y Fiel de la Balanza que, junto con los otros Dioses de la Neutralidad, mantenía el equilibrio para que no se inclinara a favor del Bien o del Mal, como había ocurrido durante la Era del Poder y que tuvo como consecuencia la catástrofe conocida como el Cataclismo, que había cambiado para siempre la faz del mundo.
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