—Su señoría está gravemente herido —contestó en voz alta para que lo oyeran los baaz, quienes sin duda tenían pegada la oreja a la puerta—, pero estoy elevando preces a su Oscura Majestad y todo indica que se recuperará. Entra, comandante, por favor, y cierra la puerta.
Grag vaciló y después hizo lo que le decía.
—Asegúrate de que la puerta está cerrada y echado el pestillo —añadió el aurak—. Y ahora, ven aquí.
Dray-yan hizo una seña a Grag para que se acercara al lecho de Verminaard.
Grag bajó la vista al cuerpo y después volvió a alzarla.
—No está herido —dijo el comandante—. Está muerto.
—Así es —corroboró Dray-yan con voz desapasionada.
—Entonces ¿por qué me has dicho que vivía?
—Más que decírtelo a ti se lo decía a los guardias baaz que hay en la puerta.
—Qué falsos sois los aurak —dijo Grag con desprecio—. Tenéis que darle la vuelta a todo...
—El hecho es —lo interrumpió Dray-yan— que los únicos que sabemos que está muerto somos nosotros dos
Grag lo miró de hito en hito, desconcertado.
—Permíteme dejar claro esto, comandante —dijo el aurak—. Nosotros, tú y yo, somos los dos únicos seres vivos en este mundo que sabemos que lord Verminaard ha dejado de existir. Hasta esos baaz que han transportado a su señoría a esta habitación creen que aún vive.
—Sigo sin entender a qué viene...
—Verminaard ha muerto. No hay un Señor del Dragón, nadie que comande el Ala Roja del ejército de los Dragones.
Grag se encogió de hombros.
—Cuando la noticia de la muerte de Verminaard le llegue al emperador Ariakas, mandará a otro humano para que lo sustituya —dijo luego con tono agrio—. Sólo es cuestión de tiempo.
—Los dos sabemos que eso sería un error —dijo Dray-yan—. Los dos sabemos que hay otros más capacitados.
Grag miró a Dray-yan, y los ojos amarillos del bozak parpadearon.
—¿En quién estás pensando?
—En nosotros dos.
—¿Nosotros? —repitió Grag, que curvó la boca en una mueca.
—Sí, nosotros —insistió el aurak con frialdad—. Mis conocimientos sobre tácticas y estrategias militares son escasos. Eso lo dejaría en manos de un comandante de tu dilatada experiencia.
Los ojos de Grag parpadearon de nuevo, esta vez con sorna ante el intento del aurak de adularlo. Desvió la vista hacia el cadáver.
—Así que yo habría de dirigir el Ala Roja del ejército mientras que tú te ocuparías de... ¿qué?
—Yo seré lord Verminaard —contestó el aurak.
Grag se giró para preguntarle a Dray-yan qué diablos quería decir con ese último comentario y se encontró con lord Verminaard plantado de pie a su lado. Su señoría, en toda su corpulenta y vigorosa gloria, lo fulminaba con la mirada.
—¿Y bien? ¿Qué opinas, comandante? —le preguntó Dray-yan en una imitación perfecta de la voz de Verminaard, profunda y ronca.
La ilusión creada por el aurak era tan perfecta, tan convincente, que Grag echó una ojeada de soslayo al cadáver para asegurarse de que el humano estaba realmente muerto. Cuando volvió la vista hacia el aurak, Dray-yan volvía a tener su propia apariencia: las escamas doradas, la espalda sin alas, el remedo de cola, la pretenciosa arrogancia y todo lo demás.
—¿Cómo funcionaría la cosa? —preguntó Grag, que seguía sin confiar en el aurak.
—Tú y yo determinaríamos nuestro curso de acción. Haríamos planes para desplegar los ejércitos, llevar a cabo las batallas, etc. Huelga decir que esos temas te los delegaría —añadió en tono meloso.
Grag gruñó.
»Yo daré las órdenes y suplantaré a su señoría cuando haga falta que aparezca en público —concluyó Dray-yan.
Grag reflexionó sobre el asunto.
—Damos la noticia de que Verminaard fue herido pero que, por la gracia de la Reina Oscura, se está recuperando. Entre tanto, tú lo suplantas y pasas las órdenes desde su lecho mientras convalece.
—Dentro de poco tiempo, con la ayuda de la Reina Oscura, su señoría estará lo bastante recuperado para reanudar sus funciones habituales.
Grag estaba intrigado.
—Podría funcionar. —Miró a Dray-yan con admiración a regañadientes, aunque el aurak no se dio cuenta.
—Nuestro mayor problema será disponer del cuerpo. —Lanzó una mirada abrasadora al cadáver—. Era muy grande.
Lord Verminaard había sido un humano enorme que medía casi dos metros diez de estatura, con pesada estructura ósea, corpulencia y musculatura muy desarrollada.
—Las minas —sugirió Grag—. Tirar el cuerpo por uno de los pozos de las minas y después volar el pozo.
—Las minas están fuera del recinto amurallado. ¿Cómo pasamos el cuerpo a escondidas?
—Tengo entendido que los aurak podéis caminar por el aire —repuso Grag—. No debería ser ningún problema para ti sacar el cuerpo de aquí sin ser visto.
—Recorremos los senderos de la magia, del tiempo y el espacio —repuso Dray-yan en tono de censura—. Podría transportar al bastardo, supongo, aunque pesa una tonelada. Bien es cierto que uno ha de hacer sacrificios por la causa. Me desharé del cuerpo esta noche. Bien, dime qué pasa en la fortaleza. ¿Se ha capturado a los esclavos huidos?
—No —contestó Grag sin andarse con rodeos—, ni se los capturará. Tanto Pyros como Flamestrike han muerto. Los necios dragones se mataron el uno al otro. El dispositivo del mecanismo de defensa se accionó y provocó que los pedruscos cegaran el paso, y nuestras tropas han quedado atrapadas al otro lado.
—Podrías mandar a las fuerzas que tenemos aquí en persecución de los esclavos —sugirió Dray-yan.
—La mayoría de mis soldados yacen enterrados bajo el desprendimiento de rocas —explicó Grag con aire sombrío—. Allí es donde me encontraba cuando me mandaste llamar, intentando desenterrarlos y sacarlos. Se tardaría días, tal vez semanas, aunque contásemos con mano de obra, cosa que no tenemos. —El comandante sacudió la cabeza.
»Necesitamos la ayuda de dragones; eso cambiaría las cosas. Hay ocho Dragones Rojos asignados a este ejército, pero no tengo ni idea de dónde se hallan... Tal vez en Qualinesti o puede que en Abanasinia.
—Puedo enterarme. —El aurak dio un manotazo al montón de papeles esparcidos sobre el escritorio—. Los mandaré llamar en nombre de lord Verminaard.
—Los dragones no obedecerán órdenes de seres como nosotros —le hizo notar Grag—. Los dragones nos desprecian, incluso los que están en nuestro bando y luchan por la misma causa. A los Rojos les traería sin cuidado freímos. Más vale que tu ilusión de Verminaard los engañe. O confiamos en eso o...
Hizo una pausa, pensativo.
—¿O? —lo apremió el aurak, preocupado. Estaba convencido de que su ilusión embaucaría a humanos y a los otros draconianos, pero no las tenía todas consigo respecto a los dragones.
—Podríamos pedirle ayuda a su Oscura Majestad. A ella sí la obedecerían los dragones.
—Cierto —convino Dray-yan—. Por desgracia, la opinión que nuestra reina tiene de nosotros es casi tan mala como la de sus dragones.
—Tengo algunas ideas. —Grag empezaba a entusiasmarse con el plan—. Ideas sobre cómo los dragones y los draconianos pueden colaborar de forma que los humanos no pueden. Podría hablar con su majestad, si quieres. Creo que cuando le explique...
—¡Sí, hazlo! —apremió el aurak, contento de quitarse aquel peso de encima.
A los bozak se los conocía por su profunda devoción a la diosa. Si Takhisis prestaba oídos a alguien, sería a Grag.
Dray-yan retomó el tema original de la conversación.
—Así que los humanos escaparon. ¿Cómo ocurrió tal cosa?
—Mis soldados intentaron detenerlos —contestó a la defensiva el comandante, que tenía la impresión de que le estaba echando la culpa—. Éramos muy pocos. La dotación de esta fortaleza está muy por debajo de lo que haría falta. Requerí repetidamente que me trajeran más tropas, pero su señoría dijo que hacían falta en otros lugares. Unos guerreros humanos, dirigidos por un maldito caballero solámnico y una elfa, rechazaron a mis tropas mientras otros humanos saqueaban el almacén de suministros y se llevaban todo lo que pudieron cargar en carretas robadas. Tuve que dejarlos ir. No disponía de soldados suficientes para que los persiguieran.
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