Margaret Weis - La Torre de Wayreth

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Con este volumen la trilogía Las Crónicas Perdidas, la serie donde se narran los hechos que no se explicaron en las Crónicas de la Dragonlance.
La Guerra de la Lanza casi ha llegado a su fin. El hechicero Raistlin Majere se ha convertido en un Túnica Negra y utiliza el Orbe de los Dragones para viajar a Neraka, la ciudad de la Reina Oscura. Parece que Raistlin quiere ponerse al servicio de la diosa, pero en realidad persigue sus propias ambiciones.
Mientras tanto, Takhisis planea acabar con los dioses de la magia en la Noche del Ojo. El futuro de Krynn está escrito. Todos creen saber cómo termina la historia. Pero una noche y una fatídica decisión de Raistlin Majere pueden cambiarlo todo.

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Poco a poco, Cyan empezó a darse cuenta de que aquél no era un caballero normal y corriente, y entonces lo descubrió: ¡el condenado caballero ya estaba muerto! Eso restaba gran parte de la emoción de matarlo. Cyan lanzó unos cuantos hechizos al azar contra el caballero, así como un par de rayos mágicos e intentó atraparlo en una telaraña, pero no consiguió nada. El dragón hizo rechinar los dientes, frustrado. Tal vez no pudiera acabar con el caballero, pero iba a asegurarse de que su vida de no muerto fuese insoportable.

Soth, al ver que impactaban unos rayos mágicos alrededor y que del cielo caía una telaraña, se quedó sorprendido, preguntándose quién podría estar utilizando esa magia. No podía ser obra de los hechiceros. Las lunas habían desaparecido. Levantó la cabeza a tiempo para ver que el dragón verde se lanzaba en picado sobre él. Parecía un halcón dispuesto a cazar, con las garras extendidas. Asombrado más allá de lo imaginable, Soth se preguntó de dónde había salido aquel dragón y por qué estaba empeñado en atacarlo. Pero no tuvo tiempo de encontrar una respuesta. En realidad no tuvo tiempo para mucho más que desenvainar su espada. Y quedó demostrado que eso no servía de nada.

Cyan atrapó a Soth entre sus garras y lo arrancó de su montura. El dragón elevó a Soth por los cielos mientras éste lo punzaba con la espada, y después lo soltó. A continuación, Cyan se lanzó sobre las filas de los caballeros espectrales. Cayó sobre ellos con todo su peso, los desgarró con sus garras y los mordió con sus colmillos. Arrancó, trituró y escupió huesos con sus poderosas mandíbulas.

Para entonces, Soth ya se había recuperado y volvía a estar sobre su caballo. Con su espada envuelta en llamas malignas, cabalgó tras el dragón.

La bestia alzó el vuelo y volvió a lanzarse al ataque. El Caballero de la Muerte abrió un tajo salvaje en el cuello del animal y Cyan aulló iracundo, mientras giraba en el aire. Describiendo círculos amenazadores, el dragón volvió a descender para un nuevo ataque.

Lord Soth, de pie sobre su montura negra, alzó la espada.

—Así se vuelve el mal contra sí mismo —dijo Raistlin.

Par-Salian se apartó de la ventana desde la que había estado presenciando aquella insólita batalla y se volvió. Raistlin tenía la mirada clavada en la vela que marcaba la hora, de la que apenas quedaba un montoncito de cera. Parecía agotado. Par-Salian no lograba imaginar siquiera el desgaste que supondría para la mente y el cuerpo controlar el orbe.

—Tengo que marcharme —dijo Raistlin—. Casi es la hora.

—¿La hora de qué? —preguntó Par-Salian.

—Del final. —Se encogió de hombros—. O del principio.

Sostenía el Orbe de los Dragones entre las manos. La movediza luz multicolor bañaba su tez dorada y se reflejaba en sus pupilas con forma de reloj de arena. Mientras Par-Salian observaba el Orbe de los Dragones, lo asaltó un pensamiento. Tomó aire, pero antes de que pudiera decir nada, Raistlin se fue. Desapareció tan silenciosa y rápidamente como había llegado.

—¡El Orbe de los Dragones! —exclamó Par-Salian y los otros dos hechiceros dejaron de mirar la batalla para mirarlo a él—. De todos los objetos jamás creados, Takhisis teme a éste por encima de todo. Si supiera que Majere posee uno, jamás le permitiría que lo utilizara.

—En concreto, jamás permitiría que utilizase la magia del orbe —convino Justarius, sintiendo que nacía en él la comprensión y la esperanza.

—¿Y eso qué significa, si es que significa algo? —preguntó Ladonna, mirando a los dos hombres.

—Significa que nuestra supervivencia está en manos de Raistlin Majere —dijo Par-Salian.

Y le pareció oír, susurrantes a través de la oscuridad, las palabras del joven mago.

—¡Recuerda nuestro trato, Maestro del Cónclave!

26

El Remolino Negro

Día vigesimocuarto, mes de Mishamont, año 352 DC

Los dioses de la magia, con sus lunas ausentes del cielo, entraron en el Alcázar de Dargaard. Lord Soth no estaba allí. El caballero y sus guerreros cabalgaban sobre las alas de la furia hacia la Torre de Wayreth. El bosque de Wayreth había desaparecido. Los hechiceros que se habían reunido en la torre para la Noche del Ojo estaban desprovistos de su magia y eran vulnerables al abrumador ataque del Caballero de la Muerte. Sus jubilosas celebraciones bien podrían terminar en una masacre y con la destrucción de su torre.

Sin embargo, no había nada que pudiera hacerse al respecto. Tenían que hacer creer a Takhisis que los dioses de las lunas habían caído víctimas de su conspiración, que se habían enfrentado a los tres nuevos dioses del gris y que éstos los habían asesinado. Advertidos por Raistlin Majere, los tres habían acudido a la torre para tender una emboscada a esos nuevos dioses cuando intentaran entrar en el mundo.

—Nuestro mundo —dijo Lunitari, y los otros dos dioses repitieron sus palabras.

Las banshees huyeron despavoridas al ver llegar a los dioses. Kitiara estaba en su dormitorio, dormida, soñando con la Corona del Poder.

Los dioses se dirigieron de inmediato a la cámara que Raistlin les había descrito, atravesando la piedra y la tierra para llegar a ella. Entraron en la cripta y se reunieron alrededor del único objeto que había en la habitación, el Reloj de Arena de las Estrellas. Observaron que los granos de arena del futuro relumbraban y brillaban en la parte superior del reloj. La otra mitad estaba oscura y vacía. De repente Nuitari señaló.

—¡Un rostro en la oscuridad! —dijo el dios—. ¡Uno de los intrusos está llegando!

—Yo también veo a uno —dijo Solinari.

—Yo ya veo al tercero —dijo Lunitari.

Los dioses invocaron toda su magia, retirándola de todos los rincones del mundo, atraparon el fuego y el rayo, la tempestad y el huracán, la oscuridad y la luz cegadoras, y entraron en el reloj de arena para enfrentarse a sus enemigos.

Pero cuando estuvieron dentro de esa negrura, los dioses de la magia no vieron enemigo alguno. Sólo se veían a sí mismos, y las estrellas que brillaban por encima. Mientras las contemplaban, las estrellas empezaron a dar vueltas, primero lentamente, después más rápido; giraban alrededor de un vórtice negro y, describiendo una espiral, empezaron a alejarse de ellos.

Y alrededor sólo había silencio y oscuridad, impenetrables y eternos. Ya no podían oír el canto del universo. No podían oír las voces de los otros dioses. No podían oírse entre ellos. Pero se veían caer, arrastrados por el vacío. Los tres intentaron agarrarse, sujetarse entre sí, pero caían demasiado rápido. Buscaron, desesperados, una forma de escapar, pero se dieron cuenta de que no existía.

Habían caído en un remolino, un remolino en el tiempo que giraría una y otra vez, arrastrando las estrellas, una a una, hasta el final de todas las cosas.

Sus manos no podían entrar en contacto, pero sí sus pensamientos.

«Una imagen en el espejo — pensó Solinari amargamente—. No hay otros dioses... Miramos el reloj de arena y nos vimos a nosotros mismos...»

«Estamos atrapados en el tiempo — pensó Nuitari enfurecido—. Atrapados por toda la eternidad. Raistlin Majere nos engañó. ¡Nos traicionó por Takhisis!»

«No — pensó Lunitari en medio del dolor y la desesperanza—. Raistlin también ha sido engañado.»

27

Hermano y hermana. El Reloj de Arena de las Estrellas

Día vigesimocuarto, mes de Mishamont, año 352 DC

Raistlin abandonó los corredores de la magia y entró en el Alcázar de Dargaard. El resplandor de los colores del Orbe de los Dragones se desvanecía rápidamente en su mano. El orbe se había encogido hasta tener el tamaño de una canica. Raistlin abrió la bolsa y dejó caer el orbe dentro.

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