Jean Rabe - Conjuro de dragones

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Conjuro de dragones: краткое содержание, описание и аннотация

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Malystryx y Khellendros, los más poderosos de entre los dragones, se desviven cada uno a su manera por obtener el control definitivo sobre Ansalon. El Dragón Azul conspira contra Malys, en un intento de obtener el suficiente poder para acceder a El Griseo y la furia de la hembra Roja ante esa traición resulta gigantesca y abrasadora. La Roja pretende convertirse en diosa agrupando todos los objetos mágicos y sustituir a la Reina Oscura. La pugna ente los malignos dragones y el intento por instaurar el Bien por parte de la nueva generación de héroes configuran el desenlace de la primera trilogía épica sobre la quinta Era.

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Totalmente aturdido, el oscuro huldre se estremeció sin poderlo evitar y contempló su carne abrasada.

—Khellendros... hechizó los objetos..., los protegió. No confiaba en mí. —Hizo un esfuerzo por tomar aliento; luego misericordiosamente se desmayó.

En el cielo, Khellendros giró al sudeste, en dirección al reino de Malystryx. Los primeros rayos del agonizante sol pintaban su desierto de un pálido tono rojo.

—No —murmuró el Azul en tono quedo—. El duende no es ninguna amenaza.

El terreno estaba agrietado como el lecho seco de un río: llano, desolado y cálido bajo las garras de los cinco dragones reunidos en un círculo sobre él.

Gellidus, el señor supremo Blanco, hacía todo lo posible por disimular su incomodidad ante el calor que lo envolvía y mantenía la vista fija en la lejana montaña, el Pico de Malys, circundado por incandescentes volcanes. Conocido como Escarcha por los humanos, el señor del territorio helado de Ergoth del Sur ofrecía un tremendo contraste con Malystryx. Las escamas de Escarcha eran pequeñas y relucientes, blancas como la nieve; su cresta parecía una aureola de carámbanos invertidos, y la cola era corta y gruesa comparada con la de los otros dragones.

La hembra Roja doblaba en tamaño al Blanco, y sus escamas en forma de escudo tenían el color de la sangre recién derramada. Dos imponentes cuernos retorcidos se alzaban sobre su cabeza, y dos chorros de vapor ascendían en espiral desde los cavernosos ollares. Dirigió una ojeada a Escarcha, y luego sus oscuros ojos se levantaron hacia el cielo, siguiendo a Khellendros. A su derecha se encontraba un enjuto dragón Rojo, que, hecho un ovillo como un gato, resultaba algo más pequeño que el señor supremo Blanco.

Khellendros aterrizó casi a dos kilómetros del círculo y fijó la mirada en los otros dos dragones mientras se aproximaba. Beryllinthranox, la Muerte Verde, estaba sentada frente a Malys, y su piel era del color del bosque que gobernaba: las tierras ocupadas antiguamente por los orgullosos qualinestis. Los ojos entrecerrados de Beryl estaban muy atentos, como si quisiera calibrar la reacción de los otros ante Khellendros. La serpentina cola, extendida a su espalda, se agitó lentamente, y la hembra Verde dedicó al señor supremo Azul un leve saludo con la cabeza, antes de volverse hacia el Dragón Negro.

Entre Beryl y Gellidus estaba tumbada Onysablet. Hilillos de ácido goteaban de las curtidas fauces de aspecto equino de la hembra Negra y formaban un charco borboteante entre sus garras. Sus ojos inmóviles, que brillaban como dos charcas de aceite y tan oscuros que no se distinguía el iris de las pupilas, estaban fijos en Malys. Sobre la estrecha testa, dos gruesos cuernos relucientes se inclinaban al frente.

Beryl obsequiaba a la hembra Negra con relatos de su supremacía sobre los elfos, pero Sable apenas si demostraba interés, pues era Malys quien atraía casi toda su atención.

Khellendros fue a colocarse entre Beryl y el Rojo más pequeño, el lugarteniente de Malys, Ferno, y se recostó sobre los cuartos traseros. La hembra Roja era el único dragón que lo superaba en tamaño, y tuvo buen cuidado, por una cuestión de decoro, de mantener la testa más baja que la de ella. Además, mantuvo la garra herida apretada contra el suelo, pues no deseaba que los otros dragones lo interrogaran sobre la lesión. Saludó a Malys con un movimiento de cabeza. Era el consorte reconocido de la Roja, al que ésta favorecía públicamente; pero las continuas miradas que la hembra dirigía a Escarcha daban a entender que Malys repartía sus ambiciosos afectos.

—Podemos empezar ahora —dijo Malystryx devolviendo el saludo de Khellendros, y su voz retumbó en el árido territorio. El sonido alcanzó el Pico de Malys y resonó persistente—. Somos los dragones más poderosos, y nadie osa enfrentarse a nosotros.

—Aplastamos toda oposición —siseó Beryl—. Dominamos la tierra... y a aquellos que viven en ella.

—Nadie nos desafía —intervino Sable. Pasó una zarpa por el charco de ácido situado frente a ella, y fue dejando un reguero de líquido que chisporroteó y estalló sobre el yermo suelo—. Nadie se atreve, porque nadie puede hacerlo.

—Los pocos que lo intentan —añadió Escarcha— no tardan en morir.

Khellendros permaneció en silencio, escuchando las baladronadas de los señores supremos, y observó cómo Gellidus se retorcía de modo casi imperceptible bajo el fuerte calor.

—Sin embargo, nuestro poder no es nada —interrumpió Malys. Estiró el cuello hacia el cielo para alzarse por encima de todos ellos, que escucharon su comentario con expresión sorprendida—. Nuestro poder no es nada comparado con lo que será cuando Takhisis regrese.

—¡Sí, Takhisis va a regresar! —exclamó Escarcha.

—Pero ¿cuándo? —Era Sable quien preguntaba.

—Antes de que termine el año —respondió Malys. Bajó la cabeza, asegurándose de que Khellendros mantenía la suya aun más baja.

—¿Y cómo lo sabes? —La voz de Beryl rezumaba veneno—. ¿Qué sabes tú de los dioses?

Las enormes fauces de Malys se torcieron hacia arriba en un remedo de sonrisa. Ferno abandonó su posición enroscada para incorporarse, y perforó con la mirada al Dragón Verde que había osado hacer tal pregunta.

—Malys lo sabe —manifestó Escarcha—. Malys nos explicó cómo obtener poder, antes de la Purga de Dragones. Ella nos indicó que nos apoderáramos de territorios. Es gracias a ella que somos señores supremos. Si alguien de entre nosotros puede saber si Takhisis regresa, ésa es Malystryx.

—Yo soy señora suprema debido a mi propia ambición y poder —replicó la Verde ladeando la cabeza—. ¿Qué poder posees tú, Malystryx, que yo no posea? ¿Qué poder te permite saber que Takhisis va a regresar?

Malys contempló a la Verde en silencio durante unos instantes.

—Tal vez renacimiento sería una expresión más apropiada —ronroneó la Roja.

Khellendros permaneció en silencio; advirtió que Escarcha y Ferno se acercaban más a la enorme Roja y que Sable contemplaba con suma atención a Beryl.

—¿Renacimiento? —siseó la Verde.

De los ollares de Malys surgieron diminutas llamaradas.

—Es una nueva Takhisis la que aparecerá en Krynn, Beryllinthranox. Esa Takhisis seré yo.

—¡Es una blasfemia! —gritó Beryl.

—No existe blasfemia cuando no hay dioses —le replicó con dureza la Roja.

—Y, sin los dioses, no nos inclinamos ante nadie, no servimos a nadie. —La Verde arqueó el lomo—. Somos nuestros propios amos..., los amos de Krynn. Sólo los dioses son dignos de nuestro respeto. Y tú, Malystryx, no eres ninguna diosa.

—Tus dioses abandonaron este mundo. Incluso Takhisis desapareció. —El aire se tornó más caliente a medida que Malys continuaba, y las llamaradas que surgían de sus ollares aumentaron de tamaño—. Como bien dices, Beryl, ahora somos los amos. Somos los seres más poderosos de Krynn... y yo soy la primera entre nosotros.

—Eres poderosa, eso te lo concedo. Solo, ninguno de nosotros podría enfrentarse a ti. Pero no eres una diosa.

—No lo soy... todavía

—Ni nunca lo serás.

—¿No, Beryl?

Sable se aproximó más a Escarcha. Los dos habían roto el círculo, formado una línea junto a Malys y su lugarteniente, y todos miraban a Beryl, que contemplaba a Khellendros por el rabillo de un ojo entrecerrado.

«Beryl quiere saber de qué lado estoy —caviló Tormenta—. La Verde reconoce mi fuerza y busca apoyo. También aguarda Malys, que se ha pasado el tiempo formando alianzas con el Blanco y la Negra. Es más lista y calculadora de lo que creía. Emparejada con los otros, resulta invencible.»

Khellendros dirigió una mirada de soslayo a Beryl y luego fue a unirse a la hilera; se colocó junto a Ferno, con lo que empequeñeció al menudo dragón Rojo.

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