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Naomi Novik: El dragón de su Majestad

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Naomi Novik El dragón de su Majestad

El dragón de su Majestad: краткое содержание, описание и аннотация

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Vuela a lomos de un dragón y combate en la fuerza aérea más poderosa de la Historia. El capitán Will Laurence sella su destino al capturar el precioso cargamento de la fragata Amitié. El tesoro es un huevo de dragón imperial, regalo del emperador chino a Napoleón. Cuando la fantástica criatura salga del cascarón, elegirá al capitán como su criador. Éste pronto descubrirá que entrenarlo es una aventura fascinante y juntos protagonizarán momentos decisivos en la Historia de Europa…

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—¿No se hacen famosos los jinetes de dragón?

Laurence sacudió levemente la cabeza ante la irreflexión de la juventud; sin embargo, sería mucho mejor que el elegido fuera uno de los oficiales jóvenes, ya que la adaptación sería más fácil. Aun así, resultaría duro ver cómo uno de los muchachos se sacrificaba en cumplimiento de la tarea y él tendría que afrontar la indignación de la familia. Pero eso mismo valdría para cualquiera de los presentes, él mismo incluido.

No conseguía reprimir del todo sus propios temores ahora que se aproximaba el momento crucial, aunque había hecho todo lo posible para no considerar las consecuencias desde una perspectiva egoísta. Un trocito de papel podría significar el hundimiento de su carrera, la perturbación de su vida, la desgracia a los ojos de su padre y, también, había que pensar en Edith Galman, pero no quedaría nadie si empezaba a excusar a sus hombres por algún vínculo en formación, en vez de por una atadura legal. En todo caso, no se imaginaba excluyéndose de esta selección por ningún motivo; no podía pedir a sus hombres que afrontaran aquello y excluirse él mismo.

Le tendió la bolsa al señor Pollitt e hizo un esfuerzo para permanecer en posición de descanso sin parecer preocupado, sujetándose las manos detrás de la espalda sin apretar demasiado. El cirujano agitó la saca dos veces, introdujo la mano sin mirar y extrajo una hoja doblada. Laurence se avergonzó de la sensación de profundo alivio incluso antes de que se leyera el nombre, el pliego elegido estaba doblado una vez más que el suyo.

La emoción duró sólo un momento.

—Jonathan Carver —leyó Pollitt.

Se escuchó resoplar con estrépito a Fanshawe y el suspiro de Battersea, mientras Laurence inclinaba la cabeza sin dejar de maldecir a Fanshawe en silencio. Carver era un oficial muy prometedor y lo más probable es que fuera un negado en la Fuerza Aérea.

—Bueno, ahí está —dijo; no había nada que pudiera hacer—. Señor Carver, queda relevado de sus deberes habituales hasta la eclosión. En vez de eso, se va a instruir con el señor Pollitt sobre el proceso que se ha de seguir para enjaezar al dragón.

—Señor, sí, señor —respondió el muchacho con un hilo de voz.

—Caballeros, retírense. Señor Fanshawe, deseo hablar con usted a solas. Señor Riley, tome el mando en cubierta.

Riley rozó el sombrero y los demás desfilaron detrás de él. Fanshawe permaneció rígido y pálido, con las manos firmemente apretadas detrás de la espalda. Tragó saliva. La prominente nuez subía y bajaba de forma ostensible. Laurence le hizo esperar sudando hasta que su ayudante colocó en su sitio todos los muebles del camarote; luego se sentó y le contempló desde su puesto oficial, entronizado delante de los ventanales de popa.

—Bueno —dijo—, ahora me gustaría que me explicara a qué se refería exactamente cuando ha hecho ese comentario, señor Fanshawe.

—Eh, no quise decir nada, señor —contestó el interpelado—. Es lo que se dice sobre los aviadores, señor…

Se le trabó la lengua y se detuvo ante el fulgor cada vez más agresivo de los ojos de Laurence.

—Me importa un bledo lo que digan, señor Fanshawe —replicó con frialdad—. Los aviadores son el escudo de Inglaterra desde el aire, como la Armada lo es por mar. Podrá criticarlos cuando haya conseguido al menos la mitad de sus logros. Hará las guardias del señor Carver y realizará tanto el trabajo de él como el suyo. Le retiro su ración de grog hasta nueva orden. Informe al oficial de intendencia. Puede retirarse.

A pesar de sus palabras, dio vueltas por el camarote después de la marcha de Fanshawe. Se había mostrado severo, y con toda razón, ya que era impropio hablar de esa forma de un compañero, y más aún insinuar que se le debería excluir a causa de su noble linaje, pero sin duda era un sacrificio, y le remordía profundamente la conciencia cada vez que pensaba en el aspecto del rostro de Carver. Se reprochó sus propios sentimientos de alivio; había condenado al muchacho a un destino que él mismo no deseaba afrontar.

Intentó consolarse con la idea de que aún existía la posibilidad de que el dragón rechazara a Carver, que carecía de adiestramiento, y rehusara el arnés. Entonces ya no habría reproche posible y podría repartir el botín con la conciencia tranquila. El dragón continuaría siendo de un valor incalculable para Inglaterra incluso aunque sólo pudiera emplearse en la cría, y habérselo arrebatado a Francia ya constituiría una victoria en sí misma. Personalmente, estaría más que satisfecho con aquella resolución, aunque el sentido del deber le obligaba a hacer cuanto estuviera en su mano para conseguir que ocurriera de otra forma.

La semana siguiente transcurrió con inquietud. Resultaba imposible no percibir la ansiedad de Carver, en especial a medida que pasaban los días y el arnés que el armero se esforzaba en hacer empezaba a cobrar forma reconocible, así como la desdicha de sus amigos y los servidores de los cañones, ya que era un tipo popular y su problema de vértigo no era ningún secreto. El señor Pollitt era el único que estaba de buen humor, pues desconocía el ambiente que reinaba a bordo y estaba muy interesado en el proceso de ponerle los arreos al dragón. Pasó mucho tiempo inspeccionando el huevo, hasta el extremo de comer y dormir junto al cajón de embalaje en el cuarto de oficiales, para gran disgusto de los oficiales que dormían allí: roncaba profundamente y las literas ya estaban atestadas. Pollitt no se enteró de la silenciosa desaprobación y continuó velando hasta la mañana en que con una lamentable falta de compasión anunció con júbilo la aparición de las primeras grietas.

Laurence ordenó que subieran a cubierta el huevo sin el cajón. Encima de un par de armarios unidos, le habían preparado un colchón hecho de lona y relleno de paja, y sobre él pusieron el huevo con sumo cuidado. El señor Rabson, el armero, subió el arnés. Era un modelo provisional de correas de cuero sujeto por docenas de hebillas, ya que él no tenía suficientes conocimientos acerca de las medidas que tenían los dragones para hacerlo exacto. Se hizo a un lado y permaneció a la espera con el arnés preparado mientras Carver se situaba delante del huevo. Laurence ordenó a la marinería que despejara el área circundante para dejar más espacio; la mayoría se subió a las jarcias o encima del tejado de la camareta alta, el mejor lugar para contemplar el proceso.

Era un día de sol radiante y tal vez el calor y la luz dieran fuerzas al dragón, tanto tiempo confinado, porque el huevo comenzó a resquebrajarse con más intensidad en cuanto lo depositaron en cubierta. Hubo una oleada de inquietud y bulliciosos susurros en lo alto, que Laurence prefirió ignorar, y algunos gritos sofocados la primera vez que se pudo atisbar lo que sucedía en el interior cuando asomó la punta de un ala y las garras buscaron a tientas otra grieta diferente por la que salir.

Todo terminó de repente. El cascarón se rompió casi por el medio y las dos mitades salieron disparadas sobre la cubierta, como si compartieran la impaciencia del ocupante. El pequeño dragón emergió de entre los fragmentos y trozos del cascarón y se agitó sobre el colchón con vigor. La mucosidad del interior aún le cubría y brillaba húmedo y lustroso a la luz del sol. El cuerpo era completamente negro del hocico a la cola. Una expresión de asombro recorrió las filas de la tripulación cuando desplegó las alas de seis nervaduras, igual que las varillas del abanico de una dama, cuya parte inferior estaba moteada de manchas ovaladas de color gris y resplandeciente azul oscuro.

El propio Laurence estaba impresionado. Nunca antes había presenciado una eclosión, aunque había estado en varias acciones de vuelo y presenciado varios ataques de apoyo protagonizados por dragones adultos de la Fuerza Aérea. Le faltaban los conocimientos necesarios para identificar la especie, pero sin duda ésta era extremadamente extraña. No recordaba haber visto un dragón negro en ningún bando y le parecía bastante grande para ser un recién nacido. Todo lo cual hacía que el asunto fuera más urgente.

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