Poul Anderson - La única partida en esta ciudad
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- Название:La única partida en esta ciudad
- Автор:
- Издательство:Ediciones B
- Жанр:
- Год:2000
- Город:Barcelona
- ISBN:84-406-9723-6
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
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—Se han superado peores obstáculos. No pretendo decir que vayan a venir todos a una. Podrían tardar siglos en empezar una inmigración en masa, como tardarán los europeos. Puedo imaginarme una cadena de clanes y tribus establecida durante varios años por todo el oeste de Norteamérica. México y Yucatán serán devorados… o es más probable que se conviertan en kanatos. Las tribus de pastoreo se trasladarán al este a medida que crezca la población y lleguen nuevos inmigrantes. Recuerda, la dinastía Yuan será derrocada dentro de menos de un siglo. Eso presionará a los mongoles de Asia para que se vayan a otra parte. Y los chinos también vendrán aquí, para plantar y coger su parte del oro.
—Yo diría, si no te importa que lo cuente —añadió Everard con suavidad—, que tú precisamente no querrás acelerar la conquista de América.
—Será una conquista diferente —dijo Sandoval—. No me importan los aztecas; si los estudias estarás de acuerdo en que Cortez le hizo un favor a México. Será difícil para otras tribus más pacíficas, durante un tiempo. Y sin embargo, los mongoles no son unos demonios. ¿No? Nuestro pasado occidental nos ha llenado de prejuicios. Olvidamos las masacres y torturas que los europeos estaban realizando al mismo tiempo.
«Realmente, los mongoles son un poco como los antiguos romanos. La misma práctica de despoblar las áreas que se resisten, pero respetan los derechos de los pueblos que se rinden. Aportan un mismo modo de gobierno y protección armada competente. Un mismo carácter nacional sin imaginación ni creatividad; pero el mismo asombro y la envidia de la verdadera civilización. La Pax Mongólica , ahora mismo, mantiene unida un área mayor, y produce el contacto estimulante de más gente diferente de lo que nunca hubiese soñado el raquítico Imperio romano.
»Y en cuanto a los indios… recuerda, los mongoles son ganaderos. No se producirá el conflicto insoluble entre agricultores y cazadores que llevó al hombre blanco a destruir a los indios. Los mongoles tampoco tienen prejuicios de raza. Y después de un poco de lucha, el navajo, cherokee, seminola, algonquino, chippewa o dakota medio estará feliz de someterse y convertirse en aliado. ¿Por qué no? Obtendrán caballos, ovejas, vacas, telas, metalurgia. Superarán en número a los invasores y estarán más en pie de igualdad con ellos que con los granjeros blancos y la industria de la máquina. Y estarán los chinos, repito, fermentando la mezcla, enseñando civilización y mejorando las habilidades…
»¡Buen Dios, Manse! ¡Cuando Colón llegue aquí, sí se encontrará con el Gran Kan! ¡El Kan de la nación más poderosa de la Tierra!
Sandoval se detuvo. Everard prestó atención a los crujidos de las ramas al viento. Miró a la noche durante un buen rato antes de decir:
—Podrá ser. Claro está, tendremos que permanecer en este siglo hasta que pase el punto crucial. Nuestro propio mundo no existiría. Nunca habría existido.
—Tampoco era un mundo tan bueno —dijo Sandoval, como en un sueño.
—Podrías pensar en… oh… tus padres. Ellos tampoco habrían nacido nunca.
—Vivían en una cueva navajo ruinosa. En una ocasión vi llorar a mi padre porque no podía comprarnos zapatos para el invierno. Mi madre murió de tuberculosis.
Everard permaneció sin moverse. Fue Sandoval el que se agitó y se puso en pie riendo.
—¿Qué estoy diciendo? Sólo era una historia, Manse. Vamos a hacer turnos. ¿El primero para mí?
Everard estuvo de acuerdo, pero tardó mucho en dormirse.
5
El escúter había saltado dos días al futuro y ahora flotaba invisible muy lejos de lo que el ojo podía apreciar. A su alrededor, el aire era tenue y muy frío. Everard se estremeció mientras ajustaba el telescopio electrónico. Incluso con ampliación total, la caravana era poco más que unas motas moviéndose sobre una inmensidad verde. Pero nadie más en el hemisferio occidental podía ir montado a caballo.
Se giró sobre el asiento para encararse con su compañero.
—¿Y ahora qué? El ancho rostro de Sandoval le resultó impenetrable.
—Bien, si la demostración no funcionó…
—¡Es evidente que no! Juraría que van hacia el sur al doble de velocidad que antes. ¿Por qué?
—Tendría que conocerlos individualmente mejor para darte una respuesta certera, Manse, pero esencialmente debe de ser porque desafiaste su coraje. Para una cultura guerrera, el nervio y el trabajo duro son las virtudes absolutas… ¿qué elección les quedaba sino continuar? Si se retiraban ante una mera amenaza, nunca podrían vivir consigo mismos.
—¡Pero los mongoles no son idiotas! No conquistaron a todo el mundo mediante la fuerza bruta, sino porque comprendían mejor los principios militares. Toktai debería retirarse, contar al emperador lo que vio y organizar una expedición mayor.
—Los hombres de los barcos pueden hacerlo —le recordó Sandoval—. Ahora que lo pienso, comprendo que hemos subestimado en mucho a Toktai. Debe de haber establecido una fecha, presumiblemente del año próximo, para que las naves intenten regresar a casa si no vuelve. Cuando encuentra algo interesante por el camino, como nosotros, puede enviar un indio con una carta al campamento base.
Everard asintió. Se le ocurrió pensar que se había apresurado a meterse en el trabajo, directamente, sin pararse a pensar lo que debían hacer. De ahí el fallo. Pero ¿ qué parte de culpa debía caer sobre la renuencia inconsciente de Sandoval? Al cabo de un minuto, Everard dijo:
—Incluso puede que se oliese que no todo estaba claro con nosotros. Los mongoles siempre han sido muy buenos en la guerra psicológica.
—Podría ser. Pero ¿cuál será el próximo movimiento?
Bajar desde lo alto, disparar unos rayos del cañón de energía del siglo XL1 que está instalado en el cronociclo, y eso será el final… No, por Dios, pueden enviarme al planeta de exilio antes que hacer algo así. Hay límites a la decencia.
—Montaremos una demostración más impresionante —dijo Everard.
—¿Y si también fracasa?
—¡Calla! ¡Dales una oportunidad!
—Sólo me lo preguntaba. —El viento sopló bajo las palabras de Sandoval—. ¿Por qué no cancelar la expedición? Ir al pasado un par de años y convencer a Kublai Kan de que no vale la pena explorar el este. Entonces todo esto no habría sucedido. —Sabes que las reglas de la Patrulla prohiben realizar cambios históricos.
—¿Cómo llamas a lo que estamos haciendo aquí?
—Algo específicamente ordenado por el cuartel general supremo. Quizá para corregir alguna interferencia en algún otro lugar o tiempo. ¿Cómo iba a saberlo? Sólo soy un peldaño en la escala evolutiva. Tienen habilidades un millón de años en el futuro que yo no puedo ni imaginar.
—Papá sabe lo que hace —murmuró Sandoval.
Everard apretó la mandíbula.
—Queda el hecho —dijo— de que la corte de Kublai, el hombre más poderoso sobre la Tierra, es más importante y crucial que cualquier cosa que haya en América. No, me metiste en este trabajo miserable y ahora impondré mi graduación si debo hacerlo. Nuestras órdenes son hacer que esta gente deje su exploración. Lo que suceda después no es asunto nuestro. Así que no regresarán a casa. No seremos nosotros la causa, de la misma forma que no eres un asesino por invitar a cenar a un hombre que sufre un accidente fatal durante el camino.
—Deja de sermonear y vamos a trabajar —contestó Sandoval.
Everard envió el escúter hacia delante.
—¿Ves esa colina? —dijo señalando después de volar un rato—. Está en la línea de marcha de Toktai, pero creo que esta noche acampará unos kilómetros antes de llegar a ella, en ese prado cercano a la corriente. Pero verán la colina perfectamente. Vamos a montar algo allí.
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