Wilson Tucker - El año del sol tranquilo

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El año del sol tranquilo: краткое содержание, описание и аннотация

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Esta novela narra el desarrollo y la posterior realización de un proyecto oficial del gobierno de los Estados Unidos para estudiar el futuro.
Ha sido considerada por la crítica como una obra excelente, quizás un poco amarga pero profundamente crítica respecto al futuro de nuestra sociedad occidental.

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Caminaron en silencio durante un espacio de tiempo. Un coche pasó por su lado a toda velocidad, en dirección a la repleta cantina.

Chaney preguntó:

—¿Puedo hacerle una pregunta personal, comandante?

—Adelante, amigo, dispare.

—¿Cómo ha conseguido su grado tan joven?

Saltus se echó a reír.

—¿No ha estado usted nunca en el ejército?

—No.

—Échele la culpa a nuestra maldita guerra. Los ingeniosos la llaman nuestra Guerra de los Treinta Años. Los ascensos son rápidos en tiempo de guerra porque hombres y barcos se pierden a un ritmo acelerado, y llegan más rápido a los hombres en primera línea que a los hombres en la playa. Yo siempre he estado en primera línea. Cuando la guerra del Vietnam superó los primeros cinco años, empecé a subir; cuando pasó los diez años sin ablandarse, ascendí más aprisa. Y cuando rebasó los quince años, tras esa falsa paz, esa tregua, fui hacia arriba como un cohete. —Miró a Chaney con una expresión grave—. Perdimos un montón de hombres y un montón de barcos en esas aguas cuando los chinos empezaron a dispararnos.

Chaney asintió.

—He oído los rumores, las historias. Los periódicos israelíes se llenaban con los problemas israelíes, pero de tanto en tanto había un poco de espacio para las noticias del exterior.

—Algún día oirá la verdad; será un shock para usted. Washington no ha publicado las cifras, pero cuando lo haga será como una patada en la barriga. Un montón de cosas quedan sin revelar en las guerras no declaradas. Algunas de esas cosas se abren camino hasta la superficie tras un cierto tiempo, pero otras nunca llegan a surgir. —Otra mirada de soslayo, midiendo a Chaney—. ¿Recuerda usted cuando los chinos lanzaron aquel misil contra la ciudad portuaria que ocupábamos? ¿Aquel puerto por debajo de Saigón?

—Nadie puede olvidar aquello.

—Bien, amigo, les respondimos adecuadamente, y los chinos perdieron dos centros ferroviarios aquella misma mañana, Keiyang y Yungning. Dos agujeros en el suelo, y bastantes kilómetros cuadrados de cultivos radiactivos. Su misil contenía una bomba tipo A de poco rendimiento, era todo lo que podían conseguir por aquel entonces, pero nosotros les golpeamos con dos Harry. Por favor, guarde eso bajo su sombrero hasta que lo lea en los periódicos…, si es que lo lee alguna vez.

Chaney digirió la información con una cierta alarma.

—¿Qué es lo que hicieron ellos para responder a eso?

—Nada… todavía. Pero lo harán, amigo, ¡lo harán! Tan pronto como piensen que estamos dormidos, nos tirarán algo encima. Y duro.

Chaney tuvo que asentir.

—Supongo que se ha visto usted más de una vez en una situación comprometida allá en el mar de la China.

—Más de una vez —dijo Saltus—. La última vez torpedearon dos buenos barcos junto a mí, y los submarinos chinos fueron los responsables en las dos ocasiones. Esos bastardos saben realmente disparar, señor. Son buenos.

—¿Un capitán de corbeta es equivalente a qué?

—A un mayor, aunque tenga el título de comandante. El viejo William y yo somos iguales bajo nuestra piel. Pero no se sienta impresionado por ello. De no ser por esta guerra, yo seguiría siendo un simple teniente recién nombrado.

El deseo de seguir la conversación fue languideciendo, y caminaron en un silencio pensativo hasta la cantina. Chaney recordó con desagrado su contribución a un informe para el Pentágono relativo a la potencia ofensiva de los chinos en el futuro. Saltus parecía confirmar parte de lo que señalaba el informe.

Chaney pasó delante en la cola del autoservicio, pero se detuvo un momento al final, con la bandeja en equilibrio para evitar que se derramara el café. Observó la gran sala.

—Eh…, ¡ahí está Katrina!

—¿Dónde?

—Ahí delante, junto a aquella ventana del fondo.

—No creo conveniente quedarnos aquí esperando su invitación.

—Siga adelante entonces. ¡Yo lo sigo!

Chaney descubrió que había derramado su café cuando llegó a la mesa. Había intentado avanzar demasiado rápidamente, pero pese a todo había perdido.

Arthur Saltus había llegado primero. Se sentó rápidamente en la silla más cercana a la joven, y transfirió los platos de su desayuno de la bandeja a la mesa. Saltus clavó sus codos en la mesa, miró de cerca a Katrina, luego se volvió a medias hacia Chaney.

—¿No está encantadora esta mañana? ¿Qué diría su amigo Bartlett de ello?

Chaney notó la imperceptible arruga de desaprobación que se formaba sobre los ojos de la mujer.

—El fruncir de su ceño sustituye en ella a las sonrisas de las demás doncellas.

—¡Bravo! ¡Bravo! —Saltus palmeó su aprobación, y sostuvo descaradamente las miradas de los ocupantes de las demás mesas que se habían vuelto para observarlo—. Bastante entremetidos, esos patanes —dijo con voz lo suficientemente alta.

Kathryn van Hise luchó por mantener su compostura.

—Buenos días, caballeros. ¿Dónde está el mayor?

—Roncando —respondió Arthur Saltus—. Nos deslizamos fuera sin hacer ruido para tener la oportunidad de desayunar a solas con usted.

—Y esas otras doscientas personas. —Chaney agitó una mano hacia la multitud que llenaba el salón—. Nada más romántico.

—Esas personas no son románticas —desaprobó Saltus—. Les falta el color y el encanto del Viejo Mundo. —Miró lúgubremente la sala—. Oiga, amigo, podríamos practicar con ellos. Echémosles una ojeada, descubramos cuántos de ellos son republicanos que comen huevos fritos. —Hizo restallar sus dedos—.Mejor aún… ¡Descubramos cuántos estómagos republicanos han sido arruinados comiendo esos huevos fritos del ejército!

Katrina emitió un rápido sonido de advertencia.

—Vaya con cuidado con su conversación en lugares públicos. Algunos temas quedan restringidos a nuestra sala de conferencias.

—¡Rápido! —dijo Chaney—. Pasemos al arameo. Esos patanes no van a comprenderlo.

Saltus empezó a reír, pero se interrumpió bruscamente.

—Sólo conozco una palabra —dijo.

Pareció turbado.

—Entonces no la repita —advirtió Chaney—. Puede que Katrina haya estudiado arameo… Lo lee todo.

—Oiga, eso no es justo.

—Yo no hago cosas justas, devuelvo ojo por ojo, comandante. La noche pasada me deslicé en la sala de conferencias mientras todos ustedes estaban durmiendo. —Se volvió hacia la joven—. Conozco su secreto. Sé uno de los objetivos alternativos.

—¿De veras, señor Chaney?

—Sí, señorita Van Hise. Registré la sala de conferencias de arriba abajo…, un registro concienzudo, de hecho. Descubrí un mapa secreto oculto bajo uno de los teléfonos, el teléfono rojo. El objetivo alternativo es el monasterio de Qumran. Vamos a ir hacia atrás a destruir esos embarazosos papiros…, sacarlos de sus vasijas y quemarlos. Simplemente.

Se echó hacia atrás en su asiento, sin ocultar su regocijo.

La mujer se lo quedó mirando durante un rato, y Chaney sintió una repentina e intuitiva inquietud. Se agitó.

Cuando ella rompió el silencio, su voz era tan baja que no podía llegar a las mesas adyacentes.

—Casi ha acertado, señor Chaney. Una de nuestras alternativas es un sondeo a Palestina, y usted fue seleccionado también para el equipo debido a su conocimiento de aquella zona en general.

Chaney se sintió instantáneamente cauteloso.

—No quiero tener nada que ver con esos papiros. No los tocaré siquiera.

—No va a ser necesario. No son un objetivo alternativo.

—¿Cuál es entonces?

—No conozco la fecha correcta, señor. Las investigaciones no han tenido éxito en determinar el momento y el lugar precisos, pero el señor Seabrooke cree que será una alternativa provechosa. Se halla bajo intenso estudio. —Vaciló y bajó la mirada hacia la mesa—. La localización general en Palestina es o era un lugar conocido como la colina del Calvario.

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