Y el padre de mi amigo se había interpuesto en mi camino.
10.2: el señor Muerte y la pelirroja
-Tengo que encontrarlo. -Theo se volvió hacia la puerta de la oficina.
-Dijiste una vez… que no te gustaba.
Theo volvió la cabeza para mirarme. La respuesta estaba en su rostro: si yo hubiera sido un ser nacido en lugar de creado, no habría dicho semejante cosa.
Lo seguí al pasillo a oscuras. No podía hacer nada por Frances. Pero no podía perder a Theo.
-¿Dónde vamos? -susurré.
-Tiene un dormitorio en el piso de arriba.
De haber sido una película, habría dicho «no vamos a ninguna parte». Por suerte, no lo era.
-¿Vivías… vivías aquí?
-Hace años que no. Me trasladé poco después de la muerte de mi madre. -Tom había dicho la verdad sobre la iluminación de la escalera. Theo sacó una vela del bolsillo de su chaqueta, la encendió y empezamos a bajar en aquel estrecho campo de luz temblorosa-. Pero venía a visitarlo. Para pelearme con él, más que nada. Y a pesar de que lo detestaba, seguía viniendo. Supongo que era mejor que no verlo.
La luz de la vela le proporcionaba una armadura emocional que ni siquiera la oscuridad hubiera podido ofrecerle.
-¿Lo… lo quieres? -dije.
-Es mi padre.
-¿Eso significa que lo quieres?
-Significa que no lo sé -dijo Theo.
El piso inferior sí tenía electricidad y la puerta de la escalera no estaba cerrada. Theo abrió una rendija y la luz entró a raudales, seguida por una corriente de aire más fresco. Theo apagó la vela de un soplido. Cuando nuestros ojos se ajustaron a la luz, salimos al pasillo.
-¡Theo! -susurré de repente. En aquel silencio, sonó como un escape de vapor-. ¿Había un guardia en la puerta principal?
-No.
-¿No te has preguntado por qué?
-Todavía me lo estoy preguntando, tío. Puede que haya salido a ver lo que pasaba con el tornado. ¿Quieres quedarte aquí hasta que aparezca?
-Debería haber traído un arma de arriba -murmuré-. Tiene que haber un guardia en alguna parte.
Theo se encogió de hombros.
-Ni tú ni yo sabemos nada de armas.
-Nadie lo diría al vernos.
Me miró de arriba abajo.
-En este momento no me darías miedo ni aunque tuvieras un cañón.
Tenía razón, por supuesto. De repente, cobré consciencia de mi estado hasta el último de sus indignos detalles. Sangre por todas partes, la ropa manchada de sudor y el pelo mojado delante de los ojos. Y además, la ropa hecha jirones. LeRoy había usado muchas más vendas de las necesarias, pero a medida que el sudor se secaba, estaba empezando a sentir cómo se me enfriaba la piel de los hombros, los brazos y el estómago, lo que me hacía tiritar de forma desmedida. De repente, me di cuenta de que no era capaz de mirar a Theo a los ojos.
Pero su mente estaba en otra parte.
-Tenemos que adoptar la actitud apropiada -continuó-. Piensa en Mel Gibson en Monte Cristo.
-Claro. Y también nos vendría bien un poco de paranoia y la disposición para golpear cualquier cosa que se mueva con el objeto contundente más próximo.
-Por mí no hay problema.
Theo, es posible que mi santo patrón haya matado a tu padre. Y si es así, ha sido posible gracias a mí. No lo dije. No habría servido de nada.
Theo se detuvo a mitad del pasillo y puso una mano sobre el picaporte de una puerta. Me miró. Por un momento, creí que iba a decir algo. Entonces el momento pasó, y él abrió la puerta.
Había una lámpara encendida en la mesita de noche y una figura voluminosa en la cama. Se oía una respiración ronca e irregular. Era Albrecht, pálido, con la boca floja, envejecido diez años, enfermo. Pero vivo. Theo se inclinó sobre la cama como si estuviera buscando algún microscópico signo alentador.
No pude encontrar el menor parecido entre Theo y su padre. Puede que se pareciera a su madre. Debe de ser algo interesante ver tu nariz en el rostro de otro y saber que solo es la señal externa de una conexión interna, una similitud en la sangre. Y luego estaba el vínculo emocional: ¿era diferente a la amistad? ¿Qué sentía Theo en aquel momento? ¿Me sentiría yo igual si Theo estuviera tendido en la cama, enfermo?
Oí un pequeño chasquido a mi derecha y dirigí la mirada hacia allí. Dusty, mi némesis en la Feria Nocturna y el Underbridge, se encontraba en la puerta que conectaba con la habitación contigua. Llevaba una camisa negra que le llegaba a la altura de las rodillas y le estaba grande, y tenía el pelo rosa desordenado. Nunca lo había visto sin las gafas de espejo. Tenía los ojos finos, profundos y muy oscuros. Y empuñaba una pistola de cañón largo con las dos manos.
-Oye -dijo-. Pero si son Sonnyboy y el como-se-llame.
Me quedé completamente inmóvil al pie de la cama. Las inyecciones de LeRoy y una punzada de miedo se combinaron para formar un zumbido en mi cabeza. Esperé una señal del cielo.
Theo tampoco se había movido. Estaba de espaldas a la puerta de conexión. ¿Reconocía a…? Sí, había visto a Dusty y sabía que era uno de los secuaces de Tom Worecksi. Abrió los ojos de par en par y luego los cerró. Apretó los labios y levantó los hombros mientras llenaba los pulmones con una inhalación brusca.
-Joder -dijo Theo, acalorado y arrastrando las palabras, sin apartar la mirada de la cama-. ¡Creía que te había dicho que lo vigilaras!
Mis dientes castañetearon en un movimiento involuntario. Conocía aquella voz.
Dusty volvió ligeramente la cabeza y frunció el ceño.
-¿Jefe?
Theo giró la cabeza y lo fulminó con la mirada.
-¿Qué coño estabas haciendo? ¿Cuánto tiempo lleva así?
Había parte del camionero malo de Rainbow Express y parte del Jack Nicholson de Easy Rider en su voz, pero la mayor parte pertenecía a Tom Worecksi. Monte Cristo, sí, Theo. Pero solo serviría unos minutos, nada más.
-¿Cómo? -dijo Dusty. Se aproximó un paso y el cañón del arma vaciló.
-Como se muera, te voy a meter un palo por el culo. Baja a buscar un médico. -Fingió que le tomaba el pulso a su padre. Cuidado, cuidado: el lenguaje corporal debía de ser más difícil que la voz. Pero, claro, por eso Theo no se había apartado de la cama.
Dusty seguía con el ceño fruncido.
-¿Qué ha pasado arriba? ¿Y por qué está ese con usted?
Un músculo saltó en la mandíbula de Theo.
-¿Vas a hacer lo que te digo o piensas quedarte a charlar?
No era perfecto y Theo lo sabía. ¿Lo sabría Dusty?
Bajó el arma.
-Claro, jefe -dijo, y salió al pasillo. Theo dejó de contener la respiración.
Desde la puerta del pasillo, oí que Dusty decía:
-¡Oye, Sonnyboy! -Y, al volverme, lo vi perfilado contra el marco de la puerta, apuntando a Theo con el arma. Tuve el tiempo justo para interponerme en la línea de fuego.
Se oyeron tres disparos mientras Theo me derribaba empujándome desde atrás. Dusty, en el umbral de la puerta, se tambaleó y dejó caer el arma. Pude ver su rostro, una interesante mezcla de estupor y contrariedad, antes de que se desplomara y quedara inmóvil en el suelo.
Ahora era Myra Kincaid quien se encontraba junto a la puerta. Llevaba una gabardina mal abrochada encima de, sospecho, su cuerpo desnudo, y el pelo color cereza le caía en desorden sobre los ojos. Parecía relajada, medio despierta, y sostenía un arma con aire negligente. Mientras yo la miraba, apuntó con ella al suelo. Santos, pensé con un principio de histeria, ¿de dónde sacan todas esas condenadas armas?
-Mi hermano era un perro rabioso -dijo-. Pero supongo que lo echaré de menos de todas formas. -Su voz se parecía tanto a la de Vivian Leigh en Lo que el viento se llevó que daba miedo-. Tom ha muerto, ¿no?
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