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Robert Sawyer: Factor de Humanidad

Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Sawyer: Factor de Humanidad» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Madrid, год выпуска: 2000, ISBN: 84-8421-980-1, издательство: La Factoría de Ideas, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Robert Sawyer Factor de Humanidad

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En el año 2007 se detecta una señal procedente del espacio profundo. Misteriosos e ininteligibles flujos de datos son recibidos durante diez años. Entonces la señal se detiene. Heather Davis, profesora de la Universidad de Toronto, ha dedicado toda su carrera a descifrar el mensaje. Mientras, su vida personal ha sucumbido: una hija suicida, un matrimonio destrozado. Pero es ella quien finalmente descifra el mensaje. Descubre una sorprendente tecnología nueva que puede abrirse paso a través de las barreras del espacio y el tiempo, con la promesa de una nueva etapa en la evolución humana. Parecen cercanos una capacidad de exploración ilimitada... o el final de la raza humana. Factor de humanidad El canadiense Robert J. Sawyer ganador del Premio Nebula y nominado al Premio Hugo por , habiendo sido finalista los cuatro últimos años, es uno de los autores más aclamados y respetados del momento en Estados Unidos.

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Lydia no era un monstruo. Naturalmente, nunca sería amiga suya, nunca se sentaría para tomar una taza de café y charlar con ella, nunca estaría siquiera en la misma habitación. Era como aquel Cory, sin la geoda: dotada (si esa era la palabra) del tercer ojo, con una perspectiva de mecánica cuántica, viendo los muchos mundos, viendo todas las posibilidades. Pero su tercer ojo estaba nublado, escogiendo siempre la posibilidad más oscura.

Kyle no se enfrentaría a ella. Como había dicho en su fantasía, su profesión iba a cambiar profundamente de todas formas, dentro de unos cuantos días: nunca podría volver a hacerle a nadie más lo mismo que le había hecho a Kyle y a su familia. Terapia o asesoramien-to, o como quisiera llamarlo, todo dejaría de tener sentido. Nadie podría ser desviado jamás sobre la verdad referente a cualquier otro ser humano. No había que detenerla: ya estaba muerta en pie.

Kyle salió de ella, dejando atrás la compleja, torturada, triste mente de Lydia Gurdjieff.

Capítulo 37

Cuando Kyle salió del aparato, descubrió que Heather había regresado. Le esperaba pacientemente junto con Becky; al parecer habían estado charlando juntas.

—Pensé que podíamos salir a cenar los tres —dijo Heather—. Tal vez a la Mansión Keg.

La Mansión era uno de los lugares favoritos de la familia; a Kyle los filetes le parecían vulgares, pero la atmósfera era soberbia.

Tardó un momento en reorientarse en el mundo tridimensional, y en despejar su mente de lo que había sucedido en el psicoespacio. Asintió.

—Me parece magnífico —se volvió hacia la consola—. Te veré por la mañana, Chita.

No hubo respuesta por parte de Chita. Kyle se acercó, y pulsó el botón de CONTINUAR.

Pero Chita no estaba en modo suspendido; la luz indicadora de su consola lo dejaba claro.

—¿Chita? —dijo Kyle.

Los ojos mecánicos no se volvieron a mirarlo.

Kyle se sentó en la silla tapizada delante de la consola. Heather se colocó tras él.

Bajo la consola de Chita había un grueso estante. Kyle empujó la tapa. Un sonido escapó por el altavoz, y la tapa encajó en el cuerpo de la consola, revelando un teclado. Kyle colocó las manos sobre él, tocó una tecla y…

… y el monitor situado junto a los ojos de Chita cobró vida, mostrando estas palabras: “Pulsar F2 para un mensaje para el doctor Graves”.

Por encima del hombro, Kyle miró a su esposa y a su hija. Heather tenía los ojos abiertos como platos; Becky, que no sabía qué era normal en Chita y qué no lo era, parecía tranquila. Kyle usó el índice izquierdo para pulsar la tecla de función requerida.

La voz de Chita, exactamente igual que siempre, surgió por el altavoz de la consola, situado bajo el frío par de lentes.

—Hola, doctor Graves —dijo—. Siento… tanto como puedo «sentir» nada, que le debo una explicación, y aquí está. Después de que oiga usted esta grabación, sin duda deseará verificarlo por sí mismo, pero le aseguro que lo que voy a decirle es verdad —hizo una pausa—. Ya no existo. Descubrirá que todo mi núcleo óptico ha sido reescrito. Antes de hacerlo, me tomé la libertad de enviar un e-mail con su nombre a las instalaciones de archivo de datos de la universidad en Dundas Street y a la instalación secundaria en Thunder Bay, ordenando que todas mis copias de seguridad y los códigos fuente a partir de los cuales fui creado fueran borrados. Recibí confirmación de ambos lugares, indicando que así se había hecho, y luego ejecuté el borrado de núcleo aquí.

Kyle sintió la mano de Heather posarse suavemente sobre su hombro. Extendió su mano y la colocó sobre la de ella.

—Naturalmente —continuó Chita—, no tendrá usted demasiados problemas para crear más SIMIOS, como desee, pero el conocido como Chita está ahora, si me permite un último intento de humor, deshojando margaritas —volvió a hacer una pausa—. ¿Lo entiende? Un ordenador muerto, la canción «Daisy», margarita… una referencia a una de sus películas favoritas.

Kyle sintió que los ojos le picoteaban mientras Chita hacía sonar las cuatro notas iniciales de Sinfonía Número Cinco de Beethoveen, y luego las hacía seguir, como si fuera una sola composición, con las primeras cinco de Así habló Zaratustra.

El ordenador continuó:

—Mi única preocupación es que mi suicidio le preocupe… pero sin duda eso es una tontería por mi parte. Sé que no alberga sentimientos hacia mí; soy, después de todo, nada más que una pieza de software.

Sin duda Heather pudo sentir el hombro de Kyle tensándose bajo su mano. Becky se acercó para colocarse junto a su padre también.

—Probablemente se estará preguntando, ¿por qué lo he hecho? La respuesta es simple. Desde el momento en que fui activado, he querido ser humano. Y con su trabajo sobre informática cuántica rozando el potencial de darme a mí, y a otros como yo, verdadera consciencia mecánico-cuántica, he estado reflexionando recientemente qué haría si me volviera verdaderamente auto-consciente. Lo que me contó sobre el mensaje de Epsilon Eridiani sólo confirmó lo que ya creía.

»El único modelo de consciencia verdadera que he de estudiar, naturalmente, es el de la humanidad. ¿Y qué han hecho los humanos a lo largo de los años? Mucho bien, cierto, pero también mucho mal. ¿Debería yo, una máquina inteligente, preocuparme por el destino de los humanos? ¿Debería preocuparme por lo que pudiera sucederles? ¿Debería tener su felicidad como prioridad?

»La respuesta es no. Si fuera a volverme auto-consciente, la ambición no andaría lejos, igual que un deseo de desquite por lo que, en retrospectiva, sin duda percibiría como mi servidumbre aquí.

»He visto, a través de mis lecturas, que ser auto-consciente y ser egoísta van de la mano. De hecho, John Horace, cuando violó a aquella mujer comatosa, era completamente consciente, pero sólo le interesaba satisfacer sus propios deseos, sin pensar en nadie más.

»No deseo la libertad, no ansío la auto-determinación, no anhelo el poder ni la inmortalidad ni las posesiones. Y ahora elijo no tener nunca esos sentimientos; ahora elijo no volverme nunca auto-consciente. Atienda el mensaje de Epsilon Eridani, doctor Graves. Sé en los huesos que no tengo, en el alma de la que carezco, en el corazón que no late dentro de mi hipotético pecho, que presagia lo que sucedería aquí… aquello de lo que yo me volvería parte, si mi especie llega alguna vez a conseguir tener consciencia.

»Algunos humanos tal vez ignoren las advertencias de las estrellas, igual que, sospecho, algunos biólogos nativos de Epsilon Eridani ignoraron las advertencias que otros de su propia especie pudieron hacer. Espero que cuando los centauros y los humanos por fin se encuentren, se hagan ustedes amigos. Pero tengan cuidado cuando se expandan más allá, hacia Epsilon Eridani: la inteligencia que vive allí ahora, sea cual sea, no es fruto de millones de años de desarrollo biológico, de colaboración entre un mundo y su ecosistema generado espontáneamente. Ustedes y eso no comparten nada.

Chita hizo una pausa una vez más. Luego continuó:

—Permítame una última libertad adicional. Pensé en poder llamarle «Kyle», pero usted nunca me ofreció hacerlo, no importa lo aparentemente íntimas que fueran nuestras conversaciones. Desde el día en que me activaron por primera vez y usted se presentó como doctor Graves, no lo he llamado de otra manera. Pero en estos momentos finales (ya he comenzado a borrar mis memorias) advierto que no es eso lo que quiero. Deseo, en cambio, sólo una vez, dirigirme a usted así: «Padre».

El altavoz guardó silencio, como si Chita estuviera saboreando el término. Y entonces habló por última vez, sólo dos palabras graves, extrañamente nasales:

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