Estaba esperándole fuera del vestuario. Por un instante le disgustó que dejaran a un colono venir a molestarle aquí, donde había venido para estar solo; luego miró por segunda vez y pensó que si esa joven fuera una niña la conocería.
Valentine dijo:
—Hola, Ender.
—¿Qué haces aquí?
—Demóstenes se ha retirado. Me voy con la primera colonia.
—Se tarda cincuenta años en llegar.
—Sólo dos años si estás a bordo de la nave.
—Pero si alguna vez vuelves, todos los que conocías en la Tierra estarán muertos.
—Eso es lo que estaba pensando. Tenía la esperanza de que viniera conmigo una persona de Eros a la que conocía.
—No quiero ir a un mundo que hemos robado a los insectores. Sólo quiero ir a casa.
—Ender, no volverás nunca a la Tierra. Me aseguré de ello antes de salir. La miró en silencio.
—Te lo digo ahora para que, si quieres odiarme, puedas odiarme desde el principio.
Fueron al diminuto compartimiento de Ender en el L.I.E y se lo explicó. Peter quería que Ender volviera a la Tierra, bajo la protección del Consejo de la Hegemonía.
—Tal como están las cosas en este momento, Ender, eso te pondría en realidad bajo el control de Peter, pues la mitad del consejo hace ahora todo lo que quiere Peter. Los que no son perros falderos de Peter, están sometidos a él de una forma u otra.
—¿Saben quién es en realidad?
—Sí. No se le conoce públicamente, pero los que están arriba le conocen. De todas formas, ya no tiene importancia. Tiene demasiado poder como para que se preocupen de su edad. Ha hecho cosas increíbles, Ender.
—Noté que el tratado del año pasado tenía el nombre de Locke.
—Esa fue su entrada en escena. Lo propuso a través de sus amigos de las redes públicas, y luego Demóstenes le apoyó. Era el momento que había estado esperando, utilizar la influencia de Demóstenes con la chusma y la influencia de Locke con la inteligencia para conseguir algo notorio. Previno una guerra horrible que podía haber durado décadas.
—¿Decidió no ser estadista?
—Creo que sí. Pero en uno de sus momentos de cinismo, de los que tiene muchos, me señaló que si hubiera permitido que la Liga se rompiera totalmente, habría tenido que conquistar el mundo palmo a palmo. Si mantenía la existencia de la Hegemonía, podía hacerlo de un solo golpe.
—Ese es el Peter que conocía —dijo Ender.
—Es divertido, ¿verdad? Que Peter haya salvado a millones de seres.
—Mientras que yo he matado a miles de millones.
—No iba a decir eso.
—Así que quería utilizarme.
—Tenía planes para ti, Ender. Revelaría su identidad cuando tú llegaras, yendo a verte delante de todos los vídeos. El hermano mayor de Ender Wiggin, que además es también el gran Locke, el arquitecto de la paz. De pie a tu lado, parecería bastante maduro. Y el parecido físico entre vosotros es mayor que nunca. Le resultaría fácil tomar el poder.
—¿Por qué se lo impediste?
—Ender, no te gustaría ser el peón de Peter el resto de tu vida.
—¿Por qué no? Toda mi vida he sido el peón de alguien.
—Yo también. Mostré a Peter todas las evidencias que había reunido, suficientes para probar a los ojos del público que era un asesino psicópata. Entre ellas había fotografías en color de ardillas torturadas y algunos vídeos del monitor, donde se veía cómo te trataba. Me costó mucho trabajo reunirías, pero cuando las vio accedió a darme todo lo que quisiera. Lo que yo quería era tu libertad y la mía.
—Ir a vivir a la casa de la gente que he matado no es la idea que yo tengo de la libertad.
—Ender, lo hecho, hecho está. Ahora sus mundos están vacíos, y los nuestros están llenos. Y podemos llevar con nosotros lo que sus mundos no han conocido nunca: ciudades llenas de personas que viven vidas privadas, individuales, que se aman y se odian por razones personales. En todos los mundos de los insectores sólo había una historia que contar; cuando estemos allí, el mundo estará lleno de historias, e improvisaremos sus desenlaces día a día. Ender, la Tierra pertenece a Peter. Y si no vienes conmigo ahora, te tendrá a su alcance, y te utilizará hasta el punto de que preferirás no haber nacido. Ésta es tu única posibilidad de escapar.
Ender no dijo nada.
—Sé lo que estás pensando, Ender. Estás pensando que estoy intentando influenciarte exactamente igual que Peter, Graff o cualquier otro.
—Se me ha pasado por la cabeza.
—Bienvenido a la raza humana. Nadie controla su propia vida, Ender. Lo más que puedes hacer es elegir ser controlado por personas buenas, por personas que te quieran. No he venido aquí porque quiera ser colono. He venido porque me he pasado toda la vida en compañía del hermano que odiaba. Ahora quiero tener la posibilidad de conocer al hermano que amaba, antes de que sea demasiado tarde, antes de que dejemos de ser niños.
—Ya es demasiado tarde para eso.
—Estás equivocado, Ender. Crees que eres un adulto, cansado y hastiado de todo, pero sigues teniendo el corazón de un chico, como yo. Podemos mantenerlo en secreto cara a lo demás. Mientras tú gobiernas la colonia, yo escribiré tratados de filosofía política, y nunca adivinarán que en la oscuridad de la noche nos deslizamos a hurtadillas a la habitación del otro y jugamos a las damas y hacemos guerras de almohadas.
Ender se rió, pero se había percatado de ciertas cosas que Valentine había dejado caer demasiado casualmente como para que fueran accidentales.
—¿Gobernar?
—Yo soy Demóstenes, Ender. Publiqué un manifiesto. Una declaración pública diciendo que creía tanto en el movimiento colonizador que me iba a ir en la primera nave que saliera. Al mismo tiempo, el ministro de Colonización, un antiguo coronel llamado Graff, anunció que el piloto de la nave colonizadora sería el gran Mazer Rackham, y el gobernador de la colonia sería Ender Wiggin. —Podrían haberme consultado.
—Quería consultártelo personalmente.
—Pero ya está anunciado.
—No. Lo anunciarán mañana, si aceptas. Mazer ha aceptado hace unas horas, cuando volvió a Eros.
—¿Vas a decir a todo el mundo que eres Demóstenes? ¿Una chica de catorce años?
—Les vamos a decir que Demóstenes va con la colonia. Dejemos que se pasen los próximos cincuenta años estrujándose los sesos delante de la lista de pasajeros, intentando averiguar cuál de ellos es el gran demagogo de la Edad de Locke.
Ender se rió y meneó la cabeza.
—Te estás divirtiendo de verdad, Val.
—¿Por qué no iba a divertirme?
—De acuerdo —dijo Ender—. Iré. A lo mejor incluso como gobernador, siempre y cuando tú y Mazer estéis ahí para ayudarme. Mis conocimientos están un poco oxidados en este momento.
Valentine berreó y le apretujó, como cualquier niña normal que acabara de recibir de manos de su hermanito el regalo que más quería.
—Val —dijo Ender—. Sólo quiero que quede bien clara una cosa. No voy por ti. No voy para ser gobernador, o porque me aburra aquí. Voy porque conozco a los insectores mejor que cualquier otro ser viviente, y si voy allí, a lo mejor llego a conocerles mejor. Les robé su futuro; sólo puedo empezar a indemnizarles intentando averiguar lo que pueda de su pasado.
El viaje fue largo. Para cuando terminó, Valentine había concluido el primer volumen de su historia de las guerras insectoras y lo había transmitido a la Tierra por el ansible, con el nombre de Demóstenes, y Ender se había ganado algo más que la adoración de los pasajeros. Ahora le conocían, y se había ganado su amor y su respeto.
Trabajó duro en el nuevo mundo, gobernando con persuasión y no autoritariamente, y trabajando tan duro como el que más en las tareas de asentar una economía autosuficiente. Pero su trabajo más importante, y en esto coincidieron todos, era explorar lo que habían dejado los insectores, intentando encontrar, entre las estructuras, la maquinaria y los campos tanto tiempo desatendidos, algo que pudiera servir a la raza humana. Algo de lo que se pudiera aprender. No había libros para leer; los insectores no los necesitaban. Teniendo todo presente en sus memorias, hablando a medida que pensaban, cuando los insectores murieron, su conocimiento murió con ellos.
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