Se rieron, Graff suspiró y empujó la balsa con el pie.
—Esa balsa, seguro que no flota contigo encima.
Graff negó con la cabeza.
—La construyó Ender.
—Ahora lo entiendo. Aquí es donde le trajiste.
—Le han cedido este lugar. Me preocupé de que fuera recompensado con creces. Tendrá todo el dinero que pueda necesitar.
—Si le dejan volver para disfrutarlo.
—No le dejarán.
—¿Con Demóstenes revolviéndolo todo para que vuelva a casa?
—Demóstenes ya no está en las redes. Anderson entornó una ceja.
—¿Qué significa eso?
—Demóstenes se ha retirado. Para siempre.
—Tú sabes algo, viejo. Tú sabes quién es Demóstenes.
—Era.
—De acuerdo, dímelo.
—No.
—Ya no eres tan ameno como antes, Graff.
—Nunca lo he sido.
—Por lo menos, podrás decirme por qué. Éramos muchos los que creíamos que Demóstenes llegaría a ser Hegemon.
—No ha habido nunca ninguna posibilidad de que lo consiguiera. No, ni siquiera la turba de políticos cretinos que seguía a Demóstenes podría convencer al Hegemon de que trajera a Ender a la Tierra. Ender es demasiado peligroso.
—Sólo tiene once años. Doce ahora.
—Más peligroso todavía, porque se le podría manipular fácilmente. Todo el mundo conjuraría el nombre de Ender. El niño dios, el hacedor de milagros, con la vida y la muerte en sus manos. Todos los cachorros de tirano querrían tener al chico, para ponerle al frente de un ejército y ver cómo el mundo se le une en tropel o se encoge de miedo. Si Ender viniera a la Tierra, querría venir aquí, a descansar, a salvar lo que pueda de su infancia. Pero ellos no le dejarían descansar.
—Ya veo. ¿Le ha dicho alguien eso a Demóstenes?
Graff sonrió.
—Demóstenes se lo ha dicho a alguien. A alguien que podía haber utilizado a Ender como ningún otro, para gobernar el mundo y hacer el mundo a su imagen y semejanza.
—¿Quién?
—Locke.
—Locke es uno de los que decían que Ender debería permanecer a Eros.
—Las cosas no siempre son lo que parecen.
—Todo eso es demasiado complicado para mí, Graff. Prefiero los juegos. Reglas limpias. Árbitros. Principio y final. Vencedores y vencidos, y luego todos a casa con sus esposas.
—¿Me darás entradas para algún partido?
—No vas a quedarte aquí y retirarte, ¿verdad?
—No.
—Vas a entrar en la Hegemonía, ¿verdad?
—Soy el nuevo ministro de Colonización.
—Así que van a hacerlo.
—En cuanto nos lleguen los informes sobre las colonias de los insectores. Están ahí, ya preparadas, con edificaciones e industrias ya levantadas, y todos los insectores muertos. Muy cómodo. Aboliremos las leyes de limitación de la población.
—Que todos odian.
—Y todos esos terceros y cuartos y quintos se embarcarán en astronaves con rumbo a mundos conocidos y desconocidos.
—¿Crees que la gente irá?
—La gente siempre va. Siempre. Siempre creen que pueden encontrar una vida mejor que la que tenían en el viejo mundo.
—Qué más da, quizá tengan razón.
Al principio, Ender creía que le llevarían de vuelta a la Tierra en cuanto estuviera todo más calmado. Pero todo estaba en calma ahora, había estado en calma durante más de un año, y ahora estaba claro que no lo llevarían a la Tierra, que era mucho más útil siendo un nombre y una historia que siendo una persona de carne y hueso, e incómoda.
Y estaba además el asunto de la corte marcial sobre los crímenes del coronel Graff. El almirante Chamrajnagar intentó impedir que Ender los viera, pero no lo consiguió; a Ender se le había concedido también el rango de almirante, y ésa fue una de las pocas veces que hizo valer los privilegios de su rango. Así que contempló los vídeos de las peleas con Stilson y Bonzo, miró las fotografías de los cadáveres, escuchó a los psicólogos y a los abogados discutir si se había cometido un crimen o si había sido en defensa propia. Ender tenía su propia opinión sobre el asunto, pero nadie se la pidió. En realidad, a quien se atacaba en el juicio era a Ender. El fiscal era demasiado listo para acusarle directamente, pero no le faltaron intentos de presentarle como un enfermo, un loco pervertido y criminal.
—No te preocupes —dijo Mazer Rackham—. Los políticos te tienen miedo, pero todavía no pueden destruir tu reputación. Estará indemne hasta que entren en escena los historiadores, dentro de unos treinta años.
A Ender no le preocupaba su reputación. Miraba los vídeos impasiblemente, pero de hecho le divertían. «He matado en batalla a diez mil millones de insectores, que estaban tan vivos y eran tan inteligentes como cualquier hombre, que ni siquiera habían lanzado contra nosotros un tercer ataque, y nadie llama crimen a eso…»
Le pesaban todos sus crímenes, y las muertes de Stilson y Bonzo no le pesaban ni más ni menos que las demás.
Y así, con ese peso, esperó el paso de esos meses vacíos, hasta que el mundo que había salvado decidiera que podía volver a casa.
Uno a uno, sus amigos le dejaron a regañadientes, eran llamados a casa por sus familias, para ser recibidos en sus pueblos con honores de héroe. Ender contempló los vídeos de sus recibimientos, y se conmovió cuando vio que se pasaban el tiempo alabando a Ender Wiggin, que les había enseñado todo lo que sabían, decían, que les había enseñado y les había conducido a la victoria. Pero si habían pedido que fuera traído a casa, esas palabras eran censuradas y cortadas de los vídeos y nadie oía la súplica.
El único trabajo que hubo en Eros durante cierto tiempo consistió en limpiarlo todo tras la sanguinaria Guerra de las Ligas y en recibir los informes de las astronaves, antes naves de guerra y que ahora se dedicaban a explorar los mundos colonizados por los insectores.
Pero ahora había en Eros más ajetreo que nunca, estaba más atestado de gente que durante la guerra, pues estaban trayendo colonos para prepararlos para sus viajes a los mundos vacíos de los insectores. Ender participó en el trabajo, tanto como se lo permitían, pues no se les ocurrió pensar que ese niño de doce años podría estar tan bien dotado para la paz como para la guerra. Pero soportó con resignación la tendencia a ignorarle, y aprendió a presentar sus propuestas y a sugerir sus planes a través de los pocos adultos que le escuchaban, y dejaba que las presentaran como suyas. Estaba preocupado, no por ganar prestigio, sino porque se hiciera el trabajo.
Lo único que no podía aguantar era la adoración de los colonos. Aprendió a evitar los túneles donde vivían, porque siempre le reconocían (el mundo se había aprendido de memoria su cara), y le gritaban y le chillaban y le abrazaban y le felicitaban y le mostraban al niño que se llamaba como el en su honor y le decían que era tan joven; eso les destrozaba el corazón y ellos no le echaban la culpa de sus asesinatos porque no era culpa suya, pues no era más que un niño.
Se escondía de ellos todo lo que podía.
Hubo un colono, sin embargo, del que no podría esconderse.
Ender no estaba en Eros ese día. Había salido con el transbordador al nuevo L.I.E, donde había estado aprendiendo a hacer trabajos de superficie en las astronaves; era indecoroso que un oficial hiciera trabajos mecánicos, le dijo Chamrajnagar, pero Ender le respondió que como ahora no había mucha necesidad del oficio que conocía, era ya tiempo de que aprendiera otro.
Le hablaron por la radio del casco y le dijeron que alguien quería verle en cuanto entrara. Ender no se acordó de nadie a quien quisiera ver, y por eso no se dio prisa. Acabó de instalar el campo para el ansible de la nave y luego caminó con ayuda del garfio por la superficie de la nave y se subió a la cabina.
Читать дальше