Orson Card - El juego de Ender

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El juego de Ender: краткое содержание, описание и аннотация

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La Tierra se ve amenazada por los insectores, una raza extraterrestre completamente ajena a los humanos, a los que pretende destruir. Para vencer a los insectores es necesario un nuevo tipo de genio militar, y por ello se ha permitido el nacimiento de Ender, quien en cierta forma constituye una anomalía viviente: es el tercer hijo de una pareja en un mundo que ha limitado estrictamente a dos el número de descendientes. El niño Ender deberá aprender todo lo relativo a la guerra en los videojuegos y en los peligrosos ensayos de batallas que realiza con sus compañeros. A la habilidad en el tratamiento de las emociones, ya característica de Orson Scott Card, se une en este libro el interés por el empleo de las simulaciones de ordenador y juegos de fantasía en la formación militar, estratégica y psicológica del protagonista.

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El capitán atracó la nave en una de las tres plataformas de aterrizaje que rodeaban a Eros. No pudo aterrizar directamente porque Eros tenía una gravedad muy alta y el remolcador, diseñado para remolcar cargas, no podría escapar de esa fuerza de gravedad. Les despidió de mala forma, pero Ender y Graff seguían estando alegres. El capitán estaba amargado por tener que dejar su remolcador; Ender y Graff se sentían como prisioneros que por fin consiguen la libertad provisional. Cuando subieron al transbordador que les llevaría a la superficie de Eros, repitieron citas retocadas de los vídeos que el capitán había visto una y otra vez, y se rieron como locos. El capitán se tornó desabrido y se retiró fingiendo ir a dormir. Entonces, casi como una ocurrencia olvidada, Ender hizo a Graff una última pregunta.

—¿Por qué luchamos contra los insectores?

—He oído todo tipo de razones —dijo Graff—. Porque tienen un sistema superpoblado y tienen que colonizar. Porque no soportan la idea de que haya otra vida inteligente en el universo. Porque no creen que seamos una vida inteligente. Porque tienen alguna religión diabólica. Porque vieron nuestros antiguos programas de vídeos y decidieron que éramos irremisiblemente violentos. Todo tipo de razones.

—¿Qué cree usted?

—Lo que yo crea no importa.

—De todos modos quiero saberlo.

—Deben hablar entre sí directamente, Ender, de mente a mente. Lo que uno piensa, otro lo piensa también; lo que uno recuerda, otro lo recuerda también. ¿Por qué habrían de desarrollar una lengua? ¿Por qué habrían de aprender a leer y escribir? ¿Cómo podrían saber qué son la escritura y la lectura si las vieran? ¿O señales? ¿O números? ¿O lo que utilizamos para comunicarnos? Este no es simplemente un problema de traducción de una lengua a otra. No tienen absolutamente ninguna lengua. Utilizamos todos los medios que se nos ocurrieron para comunicarnos con ellos, pero ni siquiera tienen la maquinaria que les permita saber que emitimos señales. Y puede que hayan intentado pensar con nosotros, y no entienden por qué no les respondemos.

—De modo que la guerra se debe a que no podemos comunicarnos los unos con los otros.

—Si tu compañero no puede explicarte sus razones, nunca estarás seguro de que no intenta matarte.

—¿Y si les dejáramos en paz?

—Ender, no fuimos a por ellos los primeros, ellos vinieron a por nosotros. Si querían dejarnos en paz, podían haberlo hecho hace cien años, antes de la Primera Invasión.

—Tal vez no sabían que éramos una clase de vida inteligente. Tal vez…

—Ender, créeme, hay un siglo de discusiones sobre este mismo tema. Nadie conoce la respuesta. Pero cuando llega el momento de la verdad, la decisión real es inevitable; si uno de nosotros ha de ser destruido, asegurémonos de que somos nosotros los que quedamos vivos. Nuestros genes no nos dejarán decidir lo contrario. La naturaleza no puede hacer evolucionar a las especies que no tienen un deseo de supervivencia. Se pueden criar individuos destinados al sacrificio, pero la raza en su conjunto no puede decidir cesar de existir. De modo que, si es posible, mataremos hasta el último de los insectores, y, si no es posible, ellos matarán hasta el último ser humano.

—En lo que a mí respecta —dijo Ender—, estoy a favor de la supervivencia.

—Lo sé —dijo Graff—. Por eso estás aquí.

14

EL MAESTRO DE ENDER

—¿Se tomó su tiempo, verdad, Graff? El viaje no es corto, pero tres meses de vacaciones parecen excesivos.

—Prefiero eso a entregar mercancía deteriorada.

—Algunas personas no saben lo que es la urgencia. Al fin y al cabo, sólo está en juego el destino ¿el mundo. No me haga caso. Debe comprender nuestra ansiedad. Estamos aquí, ante el ansible, recibiendo constantemente informes sobre el avance de nuestras astronaves. La guerra puede estallar cualquier día. Si a esto le llamamos días. Ese chico es tan pequeño.

—Pero tiene grandeza. Grandeza es espíritu.

—Instinto criminal también, espero.

—Sí.

—Hemos planificado un curso de estudios hecho a su medida. Supeditado a su aprobación, por supuesto. —Le echaré un vistazo. No tengo la pretensión de conocer el asunto central, almirante Chamrajnagar. Sólo estoy aquí porque conozco a Ender. No tenga miedo, no voy a discutir el contenido del temario. Sólo el ritmo.

—¿Cuánto podemos decirle?

—No le haga perder el tiempo con la física de los viajes interestelares.

—¿Y respecto al ansible?

—Ya le he explicado eso y lo de las flotas. Le he dicho que llegarían a su destino dentro de cinco anos.

—No ha dejado mucho para nosotros.

—Explíquele los sistemas de armamento. Tiene que conocerlos lo suficiente para tomar decisiones inteligentes.

—Vaya, nosotros también podemos ser útiles, después de todo, ¡qué amabilidad! Hemos asignado uno de los cinco simuladores para su uso exclusivo.

—¿Y los otros?

—¿Los otros simuladores?

—Los otros chicos.

—A usted se le ha traído aquí a cuidar de Ender Wiggin.

—Simple curiosidad. No olvide que, en un momento u otro, todos fueron alumnos míos.

—Y ahora son míos. Están siendo introducidos en los misterios de la flota, coronel Graff, a los que usted, como soldado, nunca ha sido introducido.

—Habla cómo si se tratara de un sacerdocio.

—Y un dios. Y una religión. Incluso los que mandamos a través del ansible, conocemos la majestuosidad de volar entre las estrellas. Veo que mi misticismo le parece desagradable. Le aseguro que su desagrado sólo revela su ignorancia, Ender Wiggin conocerá también, y muy pronto, lo que yo conozco; bailará de estrella en estrella la grácil danza del fantasma, y la grandeza que baya en él será liberada, revelada y exhibida delante del universo para que todos la vean. Usted tiene el alma de piedra, coronel Graff, pero yo canto a las piedras con la misma facilidad que a otros cantores. Puede ir a sus alojamientos e instálese.

—No tengo nada que instalar excepto la ropa que llevo puesta.

—¿No posee nada?

—Guardan mi salario en una cuenta de algún lugar de la Tierra. No lo he necesitado nunca. Excepto para comprar ropa de paisano en mis… vacaciones.

—Un antimaterialista. Y sin embargo, está desagradablemente gordo. ¿Un asceta glotón? ¡Qué contradicción!

—Cuando estoy tenso, como; mientras que usted, cuando está tenso, evacua residuos sólidos.

—Usted me gusta, coronel Graff. Creo que nos llevaremos bien.

—Eso me trae sin cuidado, almirante Chamrajnagar. He venido aquí por Ender. Y ninguno de los dos ha venido por usted.

Ender odió Eros desde el momento en que hizo el transbordo del remolcador. La Tierra, con sus suelos horizontales, había sido suficientemente desagradable; Eros era imposible. Era una roca con forma de huso de sólo seis kilómetros y medio de grosor en su punto más delgado. Como toda la superficie del planeta estaba dedicada a la absorción de la luz solar y a su conversión en energía, todo el mundo vivía en habitaciones de paredes pulidas unidas por túneles que entretejían el interior del asteroide. Los espacios cerrados no eran ningún problema para Ender; lo que le mortificaba era que todos los suelos de los túneles tenían una más que apreciable inclinación hacia abajo. Desde el principio, Ender se vio atormentado por el vértigo cuando caminaba por los túneles, en particular los que ceñían la estrecha circunferencia de Eros. El hecho de que la gravedad fuera sólo la mitad que la normal de la Tierra no era ninguna ayuda; la ilusión de estar a punto de caer era casi completa.

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