Orson Card - El juego de Ender

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El juego de Ender: краткое содержание, описание и аннотация

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La Tierra se ve amenazada por los insectores, una raza extraterrestre completamente ajena a los humanos, a los que pretende destruir. Para vencer a los insectores es necesario un nuevo tipo de genio militar, y por ello se ha permitido el nacimiento de Ender, quien en cierta forma constituye una anomalía viviente: es el tercer hijo de una pareja en un mundo que ha limitado estrictamente a dos el número de descendientes. El niño Ender deberá aprender todo lo relativo a la guerra en los videojuegos y en los peligrosos ensayos de batallas que realiza con sus compañeros. A la habilidad en el tratamiento de las emociones, ya característica de Orson Scott Card, se une en este libro el interés por el empleo de las simulaciones de ordenador y juegos de fantasía en la formación militar, estratégica y psicológica del protagonista.

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—Este es el tipo de razonamiento que hace de Locke un estúpido.

Pero lo que en realidad le molestaba no era estar mintiendo a su padre, era que su padre estuviera de acuerdo con Demóstenes. Había creído que sólo los locos podrían seguirle.

Unos días más tarde, Locke fue fichado por una columna de una red de noticias de New England, con el objetivo específico de emitir una opinión contraria a la de la popular columna de Demóstenes.

—No está mal para dos niños que juntos apenas tienen más de ocho pelos en el pubis —dijo Peter.

—Hay un largo camino entre escribir una columna en una red de noticias y gobernar el mundo —le recordó Valentine—. Es un camino tan largo que nadie lo ha hecho nunca.

—Lo han hecho, sin embargo. O su equivalente moral. Voy a decir cosas sucias sobre Demóstenes en mi primera columna.

—Bueno, Demóstenes ni siquiera va a reparar en la existencia de Locke. Nunca.

—Por ahora.

Ahora, con sus identidades totalmente sustentadas por los ingresos procedentes de la redacción de columnas, sólo utilizaban el acceso de su padre para las identidades de usar y tirar. Su madre observó que pasaban demasiado tiempo en las redes.

—Mucho trabajo y poco juego hacen de Jack un chico soso —recordó a Peter.

Peter dejó que la mano le temblara un poco, y dijo:

—Si piensas que debería dejarlo, creo que esta vez podré conservar el control de mí mismo, de verdad.

—No, no —dijo la madre—. No quiero que lo dejes. Sólo que… ten cuidado, eso es todo.

—Tengo cuidado, mamá.

Nada era diferente, nada había cambiado en un año. Ender estaba seguro de ello, y sin embargo todo parecía haberse vuelto amargo. Seguía siendo el soldado número uno y ahora ninguno dudaba de que se lo merecía. A los nueve años era jefe de batallón en la escuadra Fénix, con Petra Arkanian como comandante. Seguía dirigiendo sus sesiones prácticas nocturnas y ahora asistía a ellas un grupo de soldados de élite, designados por sus comandantes, aunque todavía podían ir los reclutas que quisieran. Alai también era jefe de batallón en otra escuadra, y seguían siendo buenos amigos; Shen no era jefe, pero eso no era ninguna barrera. Dink Meeker había aceptado finalmente ser comandante y sucedió a Rose el Narizotas en el mando de la escuadra Rata.

Todo estaba yendo bien, muy bien. No podía pedir nada mejor.

«Entonces ¿por qué odio mi vida?», pensaba.

Pasó las etapas de las prácticas y de los juegos. Le gustaba enseñar a los muchachos de su batallón, y ellos le seguían con lealtad. Tenía el respeto de todos, y en sus prácticas nocturnas era tratado con deferencia. Los comandantes venían para estudiar lo que hacía. Otros soldados se aproximaban a su mesa en el comedor y pedían permiso para sentarse. Incluso los profesores eran respetuosos.

Tenía tanto maldito respeto que quería gritar.

Miraba a los chicos jóvenes de su escuadra, recién llegados de sus grupos de lanzamiento, observaba cómo jugaban, cómo se burlaban de sus jefes cuando creían que nadie les veía. Observaba la camaradería de los viejos amigos que se habían conocido durante años en la Escuela de Batalla, que reían y hablaban de las viejas batallas y de los comandantes y soldados que se habían graduado hacía tiempo.

Pero con sus viejos amigos no había risas, no había recuerdos. Sólo trabajo. Sólo inteligencia y excitación en el juego, pero nada más. Esa noche se había llegado a un punto crucial en las prácticas nocturnas. Ender y Alai estaban discutiendo los matices de las maniobras en espacio abierto cuando Shen se acercó y escuchó durante unos instantes, y luego, de repente, cogió a Alai por los hombros y gritó:

—¡Nova! ¡Nova! ¡Nova!

Alai se echó a reír y por un instante Ender les vio recordar juntos la batalla en que la maniobra en espacio abierto había sido real y habían esquivado a los chicos mayores, y…

De pronto se acordaron que Ender estaba allí.

—Perdona, Ender —dijo Shen. ¿Perdona? ¿Por qué? ¿Por ser amigos?

—Yo también estaba allí, ya lo sabes —dijo Ender.

Y se disculparon de nuevo. De vuelta al trabajo. De vuelta al respeto. Ender comprendió que no se les había ocurrido incluirle en sus risas, en su amistad.

«¿Cómo iban a pensar que yo también formaba parte? ¿Acaso me reí? ¿Acaso participé? Me limitaba a estar allí, observando, como un profesor…

»Así es cómo me ven. Profesor. Soldado legendario. No uno de ellos. No alguien a quien abrazas y susurras salaam en la oreja.» Eso sólo duró mientras Ender seguía pareciendo vulnerable. Ahora era el soldado principal y estaba completa, totalmente solo.

«Compadécete de ti, Ender.»

Tumbado en la litera, escribió en la consola POBRE ENDER. Entonces se rió de sí mismo y borró esas palabras. No había ningún chico o chica en esa escuela que no quisiera cambiar su sitio por el suyo.

Conectó el Juego de Fantasía. Caminó, como hacía frecuentemente, por la aldea que los enanitos habían construido en la colina formada por el cadáver del Gigante. Fue fácil construir fuertes paredes con las costillas ya curvadas justo a la medida, dejando entre ellas el espacio exacto suficiente para hacer ventanas. El cadáver fue cortado en apartamentos, abiertos al camino que formaba la columna vertebral del Gigante. El anfiteatro público estaba esculpido en la taza de la pelvis, y la manada comunal de ponies pastaba entre las piernas del Gigante. Ender nunca sabía con seguridad qué estaban haciendo los enanitos siempre ocupados en sus cosas, pero como le dejaban caminar en paz por la aldea, él tampoco les hacía ningún daño.

Saltó el hueso pélvico de la base de la plaza pública y caminó por los pastos. Los ponies se alejaron asustados. No les persiguió. Ender ya no se acordaba de cómo funcionaba el juego. En los viejos tiempos, antes de haber ido por primera vez al Fin del Mundo, solo había combates y rompecabezas que resolver, derrotar al enemigo antes de que te mate, descifrar la forma de salvar el obstáculo. Sin embargo, ahora nadie atacaba, no había guerra, y fuera donde fuera, no encontraba ningún obstáculo.

Exceptuando, por supuesto, la habitación del palacio del Fin del Mundo. Era el único lugar peligroso que quedaba. Y Ender, a pesar de que juraba a menudo que no iría, siempre volvía allí, siempre mataba a la serpiente, siempre miraba a su hermano cara a cara, y siempre, hiciera lo que hiciera a continuación, moría.

Esta vez no fue diferente. Intentó usar el cuchillo de la mesa para hacer palanca en el mortero y sacar una piedra de la pared. Tan pronto como rompió el sello de mortero, comenzó a borbotear un chorro de agua por la grieta, y Ender miraba la consola mientras su figura, ahora fuera de su control, luchaba desesperadamente por sobrevivir, por evitar morir ahogada. Las ventanas de la habitación habían desaparecido, el agua subía, y su figura se ahogó. Mientras ocurría todo eso, la cara de Peter Wiggin seguía en el espejo mirándole.

«Estoy atrapado —pensó Ender—, atrapado en el Fin del Mundo sin ninguna salida.» Y conoció por fin el amargo sabor que le había apesadumbrado, a pesar de todos sus éxitos en la Escuela de Batalla. Era desesperación.

Había hombres uniformados en las entradas de la escuela cuando llegó Valentine. No estaban firmes como guardias, sino más bien holgazaneando como si estuvieran esperando a que alguien de dentro finalizara sus asuntos. Vestían uniformes de marines de la F.I., los mismos uniformes que todo el mundo veía en los sangrientos combates de los vídeos. Daba un aire de aventura al día; todos los niños estaban excitados.

Valentine no lo estaba. Por un lado le hacía pensar en Ender. Y por el otro, le asustaba. Alguien había publicado recientemente un feroz comentario sobre las obras completas de Demóstenes. El comentario, y por consiguiente su trabajo, habían sido discutidos en la conferencia abierta de la red de relaciones internacionales, y algunas de las personas más importantes de la actualidad atacaban y defendían a Demóstenes. Lo que más le preocupaba era el comentario de un señor inglés: «Tanto si le gusta como si no, Demóstenes no puede permanecer en el anonimato eternamente. Ha encolerizado a demasiados sabios y ha contentado a demasiados locos como para continuar oculto más tiempo detrás de su seudónimo tan apropiado. O se desenmascara él mismo para asumir el liderazgo de las fuerzas de la estupidez que ha despertado, o sus enemigos le desenmascararán para poder entender mejor la enfermedad que ha producido una mente tan retorcida y perversa.»

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