Orson Card - El juego de Ender

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El juego de Ender: краткое содержание, описание и аннотация

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La Tierra se ve amenazada por los insectores, una raza extraterrestre completamente ajena a los humanos, a los que pretende destruir. Para vencer a los insectores es necesario un nuevo tipo de genio militar, y por ello se ha permitido el nacimiento de Ender, quien en cierta forma constituye una anomalía viviente: es el tercer hijo de una pareja en un mundo que ha limitado estrictamente a dos el número de descendientes. El niño Ender deberá aprender todo lo relativo a la guerra en los videojuegos y en los peligrosos ensayos de batallas que realiza con sus compañeros. A la habilidad en el tratamiento de las emociones, ya característica de Orson Scott Card, se une en este libro el interés por el empleo de las simulaciones de ordenador y juegos de fantasía en la formación militar, estratégica y psicológica del protagonista.

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—Ya lo sé.

—Espero que Ender Wiggin sea el indicado, porque usted, coronel Graff, habrá descalabrado nuestro método de adiestramiento por mucho tiempo.

—Si Ender no es el indicado, si su cima de brillantez militar no coincide con la llegada de nuestras flotas a los mundos de los insectores, en tal caso no importa lo que nuestro método de adiestramiento sea o deje de ser.

—Espero que me perdone, coronel Graff, pero creo que debo trasmitir sus órdenes y mi opinión sobre las consecuencias al Estrategos y al Hegemon.

—¿Y por qué no a nuestro querido Polemarch?

—Todo el mundo sabe que le tiene en el bolsillo.

—Qué hostilidad, mayor Anderson. Creía que éramos amigos.

—Lo somos, Y creo que puede tener razón respecto a Ender. Simplemente no creo que usted sólo, sólo usted, deba decidir el destino del mundo.

—Creo que ni siquiera tengo derecho a decidir el destino de Ender Wiggin.

—¿No le importa entonces que lo notifique?

—Claro que me importa, estúpido entrometido. Esto es algo que sólo debe decidir la gente que sabe lo que se lleva entre manos, no esos políticos asustados que han obtenido el cargo simplemente porque da la casualidad de que son políticamente fuertes en el país de donde proceden.

—Pero entiende por qué lo hago.

—Porque eres un estúpido burocratilla sin ideas, que cree que necesita ponerse a cubierto por si las cosas salen mal. Si las cosas salen mal, todos seremos carne de insector. Confíe en mí esta vez, Anderson, y no haga que se me atragante toda la Hegemonía. Lo que estoy haciendo ya es suficientemente duro.

—Oh. ¿Es injusto? ¿Está todo en su contra? Puede poner todo en contra de Ender pero no puede aceptar que le hagan lo mismo, ¿no?

—Ender Wiggin es cien veces más listo y más fuerte que yo. Lo que le estoy haciendo sacará a relucir su genialidad. Si yo tuviera que pasar por todo eso, me baria pedazos. Mayor Anderson, sé que estoy hundiendo el juego, y sé que usted le aprecia más que cualquiera de los que lo juegan. Ódieme si quiere, pero no me detenga.

—Me reservo el derecho de comunicarme con Hegemon y Estrategos en cualquier momento. Pero por ahora, haga lo que quiera.

—Oh, gracias por su desmedida amabilidad.

—Ender Wiggin, el pequeño pedorro que encabeza la clasificación, ¡qué placer tenerte con nosotros! —El comandante de la escuadra Rata estaba tirado en una litera inferior, con su consola como única vestimenta—. Estando tú, ¿cómo puede perder una escuadra?

Algunos chicos que estaban cerca se echaron a reír. No podía haber dos escuadras más opuestas que Salamandra y Rata. Era un dormitorio destartalado, desordenado y bullicioso. Tras su experiencia con Bonzo, Ender pensaba que un poco de indisciplina no le vendría mal. En cambio, se encontró con que se había acostumbrado a que reinara la paz y el orden, y este desorden le hacía sentirse incómodo.

—Nosotros bien, Ender. Servidor, Rose de Nose, un judío extraordinario, y tú nada, un renacuajo gilipollas. No lo olvides.

Desde que se formó la F.I., el Estrategos de las fuerzas armadas había sido siempre judío. Se había extendido el mito de que los generales judíos no perdían ninguna guerra. Y hasta ahora era verdad. Eso daba cierto prestigio a todos los chicos judíos de la Escuela de Batalla y hacía que todos ellos soñaran con ser Estrategos. También era causa de resentimientos. A la escuadra Rata se la llamaba por ahí la Fuerza Kike, mitad como alabanza mitad como parodia de la Fuerza de Choque de Mazer Rackham. A muchos les gustaba recordar que durante la Segunda Invasión, aunque un judío americano, el presidente, era Hegemon de la alianza, un judío israelí era Estrategos en jefe de la F.I. y un judío ruso era Polemarch de la flota, estaba también Mazer Rackham, un neozelandés medio-maorí casi desconocido, que había sido llevado por dos veces ante cortes marciales y cuya Fuerza de Choque hizo pedazos y finalmente destruyó a la flota insectora en la acción que tuvo lugar en torno a Saturno.

Si Mazer Rackham pudo salvar al mundo, qué importa ser judío o no, decía la gente.

Pero importaba, y Rose el Narizotas [1] Juego de palabras intraducible; el apellido «de Nose» se pronuncia igual que «the Nose», el Narizotas. (N. del T.) lo sabía. Se burlaba de sí mismo para adelantarse a los comentarios burlones de los antisemitas (casi todos a los que derrotaba en una batalla se convertían, por lo menos durante cierto tiempo, en enemigos de los judíos), pero también se aseguraba de que todos supieran que lo era. Su escuadra ocupaba el segundo lugar de la clasificación, en pugna por el primero.

—Te he recogido, nene, porque no quiero que la gente se crea que les gano porque tengo grandes soldados. Quiero que sepan que les gano incluso con una mierdecita de soldado como tú. Aquí sólo tenemos tres reglas. Haz lo que yo te diga y no te mees en la cama.

Ender asintió con la cabeza. Sabía que Rose quería que le preguntara cuál era la tercera regla y así lo hizo.

—Eso eran tres reglas. Aquí no somos muy amantes de las matemáticas.

El mensaje era claro. Vencer es lo único importante.

—Tus sesiones prácticas con esos reclutillas medio tontos se han acabado, Wiggin. Acabado. Ahora estás en una escuadra de chicos grandes. Te voy a poner en el batallón de Dink Meeker. De ahora en adelante, Dink Meeker es Dios para ti.

—Entonces, ¿quién eres tú?

—El oficial que alquila los servicios de Dios. —Rose esbozó una sonrisa—. Y te está prohibido volver a usar la consola hasta que hayas congelado a dos soldados enemigos en la misma batalla. Esta orden es a título de defensa propia. He oído por ahí que eres un genio de la programación. No quiero que te pongas a joder con mi consola.

Estalló una carcajada general. Ender comprendió por qué en seguida. Rose había programado su consola de forma que presentara y animara una imagen de unos genitales masculinos de tamaño mayor que el real, que coleaban hacia delante y hacia atrás cuando Rose apoyaba la consola en su regazo desnudo. «Este tenía que ser el tipo de comandante con el que me mandaría Bonzo —pensó Ender—. ¿Cómo es posible que gane batallas un chico que se pasa el tiempo así?»

Ender encontró a Dink Meeker en la sala de juegos, no jugando, sino sentado y observando.

—Un chico me ha dicho que eras tú —dijo Ender—. Soy Ender Wiggin.

—Ya lo sé —dijo Meeker.

—Soy de tu batallón.

—Ya lo sé —volvió a decir.

—No tengo mucha experiencia. Dink levantó la vista hacia él.

—Escucha, Wiggin, sé todo eso. ¿Por qué te crees que le pedí a Rose que te fichara?

Así que no se habían deshecho de él, alguien le había fichado, habían pedido su traspaso. Meeker le quería tener en su batallón.

—¿Por qué? —preguntó Ender.

—He estado observando tus sesiones prácticas con los reclutas. Creo que se puede sacar algo de ti. Bonzo es estúpido, y quiero que tengas una formación mejor que la que puede darte Petra. Lo único que sabe hacer es disparar.

—Necesitaba aprender a disparar.

—Sigues moviéndote como si tuvieras miedo de mearte en los pantalones.

—Pues enséñame.

—Pues aprende.

—No voy a dejar mis sesiones prácticas del tiempo libre.

—Ni yo quiero que las dejes.

—Rose el Narizotas sí.

—Rose el Narizotas no puede impedírtelo. Y tampoco puede impedir que uses tu consola.

—Creía que los comandantes podían hacer lo que quisieran.

—Pueden ordenar a la Luna que se vuelva azul, pero no por eso cambiará de color. Escucha, Ender, los comandantes tienen la autoridad que tú les permitas tener. Cuanto más obedeces, más poder tienen sobre ti.

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