—Tú en mi beneficio, yo en el tuyo —dijo Ai, y rió de nuevo, un sonido bastante animoso en aquel pesado silencio. Dejamos el paso hace tres días y el trabajo ha sido duro y de escasa utilidad; pero Ai ya no se desanima ni confía demasiado, y es más paciente conmigo. Quizá el trabajo, el sudor, lo libró de las drogas. Quizá hemos aprendido a tirar juntos del trineo.
Empleamos el día de hoy en bajar de la saliente basáltica por la que trepamos ayer. Desde el valle parecía un buen camino para llegar al hielo, pero a medida que ascendíamos fuimos encontrando detritos y paredes de roca, y cada vez más empinados, hasta que ni aun sin el trineo hubiese sido posible subir. Esta noche estamos de vuelta al pie de la montaña, en el valle de piedras. Nada crece aquí. Rocas, pedruscos, cantos rodados, arcilla, barro. Un brazo del glaciar se ha retirado de esta pendiente hace cincuenta o cien años, dejando al aire los huesos pelados del planeta; ninguna carne de humus, de hierba. Aquí y allá unas fumarolas vierten una pesada niebla amarilla, baja, que se arrastra por el suelo. El aire huele a azufre, la temperatura es de diez grados bajo cero; un aire quieto; cielo nublado. Espero que no nieve mucho antes que crucemos este sombrío territorio entre nosotros y el brazo de glaciar que asoma a unos pocos kilómetros al este de la cordillera. Parece ser un ancho río de hielo que desciende de la meseta, entre dos montañas, dos volcanes coronados de vapor y humo. Si podemos abordarlo desde las laderas del volcán más próximo, seria quizá un buen camino ascendente hasta la meseta de hielo. Al este un glaciar más pequeño desciende a un lago helado, pero describiendo una curva y aun desde aquí es posible ver las profundas hendeduras; intransitable para nosotros, equipados como lo estamos ahora. Acordamos intentar la vía del glaciar entre los volcanes, aunque marchando hacia el oeste perderemos por lo menos dos días, uno en ir hacia el Oeste y otro en volver hacia el este.
Opposde dern. Nieva neserem. No hay posibilidad de viajar. Dormimos todo el día. Hemos tirado del trineo durante casi medio mes; despertamos descansados.
Ottormenbod dern: Nieva neserem. Hemos dormido lo suficiente. Ai me enseñó un juego terrestre que se juega en casillas con piedrecitas; lo llaman go, y es un juego excelente y difícil. Como dice Ai, sobran aquí las piedras para jugar al go.
Ai resiste el frío bastante bien, y si el coraje bastara, lo soportaría como una lombriz de nieve. Es raro verlo envuelto en la túnica y el abrigo con la capucha puesta cuando el frío no es inferior a los quince grados bajo cero; pero cuando viajamos, si hay sol y el viento no es demasiado cortante, pronto se saca el abrigo y suda como uno de nosotros.
En la tienda hemos llegado a una solución de compromiso. Ai quiere mantenerla caliente, yo fría, y la comodidad de uno es una pulmonía del otro. Hemos encontrado un punto medio, y Ai tiembla fuera del saco de dormir, mientras que yo me sofoco en el mío; pero considerando las distancias que hemos recorrido para compartir esta tienda un rato, lo hacemos bastante bien.
Gedeni danern. Ha aclarado luego de la cellisca; amainó el viento; el termómetro alrededor de los diez grados bajo cero todo el día. Hemos acampado en los bajos de la vertiente oriental del volcán más próximo: el monte Dremegole en mi mapa de Orgoreyn. El compañero del otro lado del río de hielo es el Drumner. El mapa está muy mal trazado; hay un pico alto que asoma al oeste y que no aparece en el mapa, y las proporciones son todas erróneas. Los orgotas, es evidente, no vienen a menudo a las Tierras del Fuego. En verdad, no hay muchas razones para venir excepto la grandiosidad del escenario. Hoy hemos recorrido dieciocho kilómetros, trabajo difícil: roca desnuda. Ai se durmió temprano. Me he lastimado el tendón de un tobillo: metí el pie entre dos piedras y traté de sacarlo tironeando como un loco; anduve cojeando a la tarde. El descanso de la noche me curará del todo. Mañana bajaremos al glaciar.
Nuestras provisiones de alimentos parecen haber disminuido de un modo alarmante, pero es porque hemos estado consumiendo las cosas de mayor bulto. Teníamos alrededor de unos cincuenta kilos de comida; la mitad era producto de mis robos en Turuf: treinta kilos han desaparecido ya, luego de quince días de viaje. Hemos empezado a comer guichi michi a razón de medio kilo por día, dejando para más adelante dos sacos de germen de kadik, un poco de azúcar y una caja de pasteles secos de pescado. Me alegra haberme librado de esos pesados bultos de Turuf. El trineo es más liviano ahora.
Sordnz danern. Cinco grados bajo cero; lluvia helada, viento que desciende al río de hielo y sopla como dentro de un túnel. Acampamos a quinientos metros de la orilla, en una veta larga y chata de nieve reciente. El descenso del Dremegole es abrupto y empinado, rocas desnudas y pedregales; en el borde del glaciar hay muchas hendeduras, con tanta grava y pedruscos apresados por el hielo que también aquí probamos las ruedas. Antes de marchar cien metros una rueda se atascó doblando el eje. De ahí en adelante recurrimos a los patines. Hoy no viajamos más de seis kilómetros, alejándonos todavía de nuestro rumbo. El glaciar parece moverse en una larga curva hacia el Oeste y la meseta del Gobrin. Aquí el espacio entre los volcanes es de más de seis kilómetros, y no ha de ser difícil continuar hacia el centro, aunque hay demasiadas grietas, y la superficie es muy irregular.
El Drumner está en erupción. La cellisca que nos moja los labios tiene sabor a humo y azufre. Una oscuridad se cernió todo el día en el Oeste, aun bajo las nubes de lluvia. De cuando en cuando todas las cosas, las nubes, la lluvia, el hielo, el aire, se vuelven de un color rojo apagado; luego recobran lentamente el color gris. El glaciar se extiende un poco a nuestros pies.
Eskichve rem ir Her ha supuesto que la actividad volcánica en el noroeste de Orgoreyn y en el archipiélago ha estado aumentando en los últimos diez o veinte milenios, y presagia el fin del hielo, o por lo menos una recesión y un periodo interglacial. El CO 2liberado por los volcanes en la atmósfera será con el tiempo una capa aisladora que conservará las ondas largas de energía calórica reflejadas desde la tierra, y permitirá que el calor solar nos llegue directamente. La temperatura media del mundo, dice, subirá al fin unos quince grados, hasta alcanzar los veinte grados centígrados. Me alegra no estar presente entonces. Ai dice que teorías similares se han propuesto en la Tierra para explicar la recesión todavía incompleta de la última Edad de Hielo. Todas esas teorías son en gran parte irrefutables e indemostrables; nadie sabe con certeza por qué viene el hielo, por qué se va. Nadie ha hollado la Nieve de la Ignorancia.
Sobre el Drumner, ahora, en la oscuridad, arde un palio de fuegos opacos.
Eps danern. El medidor indica hoy veintitrés kilómetros, pero no estamos a más de doce en línea recta desde el campamento de anoche. No salimos todavía del paso de hielo entre los dos volcanes. El Drumner está en erupción. Sierpes de fuego bajan arrastrándose por las laderas oscuras, visibles cuando el viento barre las turbulencias de las nubes de ceniza, humo y vapores blancos. Continuamente, sin pausa, hay un siseo en el aire; un sonido tan prolongado e intenso que es difícil oírlo cuando uno se detiene a escuchar; y sin embargo ocupa y colma todos los intersticios de tu propio ser. El glaciar tiembla día y noche, cruje y rechina, se estremece bajo nuestros pies. Todos los puentes de nieve que la ventisca pudo haber levantado sobre las hendeduras han desaparecido ahora, destruidos, derribados por estos golpes y sacudidas del hielo y de la tierra bajo el hielo. Vamos hacia atrás y adelante, buscando el fin de una grieta que podría devorarse el trineo entero, y luego buscando el fin de la grieta siguiente. Tratando de ir hacia el norte y obligados siempre a ir hacia el este o el oeste. Sobre nosotros el Dremegole, en simpatía con los trabajos del Drumner, gime y echa un humo fétido.
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