Pero esta vez no nos limitábamos a alejarnos de la Tierra; esta vez Traveller nos guiaba a un destino aún más extraño…
Aparte de baños agradables, alimentado de sopa y té calientes, y otros tratamientos administrados por el amable Pocket, los otros no intentaron despertarme, creyendo que era mejor que la naturaleza completase su tarea. Y no tenía deseos de salir rápidamente de ese medio ensueño uterino; porque ¿qué me encontraría al despertar? Sólo el mismo desfile de alternativas terribles que me había llevado a mi desesperado paseo por el vacío.
Pero al final el extraño sueño se disolvió, y fui expulsado, tan renuentemente como cualquier recién nacido, al mundo hostil.
Encontrándome atado ligeramente al lecho, y demasiado débil para soltarme, llamé débilmente a Pocket.
El sirviente pudo levantarme de la cama como si fuese un niño… aunque la misteriosa Ley de Reacciones Iguales y Opuestas, tal y como fue expuesta por el gran sir Isaac Newton, hizo que se tambalease malamente por el aire. Me vistió con una bata de Traveller, me dio de comer, e incluso me afeitó.
El rostro que vi en el espejo tenía las mejillas hundidas y ojos rojos rodeados de oscuridad. Era, me temía, difícilmente reconocible como el joven que sólo días antes se había unido de tan buen ánimo al lanzamiento del Príncipe Alberto .
—Buen Dios, Pocket, apenas podría llegarle a la suela de los zapatos a la bella Françoise en esta condición.
El buen hombre me puso una mano en el hombro.
—No se preocupe con esas ideas, señor. Una vez que le haya alimentado, estará usted en tan buenas condiciones como antes.
Su voz alegre y familiar, con su fondo de genuina amabilidad, era inmensamente reconfortante.
—Gracias por sus cuidados, Pocket.
—Es usted el que merece agradecimientos, señor Vicars.
En ese momento apareció Holden desde el Puente, a través de la famosa escotilla del techo ahora completamente abierta— con cierta ligera torpeza bajó su masa y flotó en el aire.
—Mi querido Ned —dijo—. ¿Cómo estás?
—Bastante bien —dije, bastante avergonzado por su efusividad.
—Puede que hayas salvado nuestras vidas gracias a tu coraje. ¡Yo nunca me hubiese podido enfrentar al paseo en la oscuridad! Incluso la idea de meter la cabeza en esa trampa de cobre me daba escalofríos…
Me eché a temblar.
—No me lo recuerdes. En cualquier caso, no nos hemos salvado; todavía estamos perdidos en el espacio, ¿no?, dependiendo de los planes excéntricos de Traveller para nuestra salvación.
—Quizá, pero al menos ahora podemos poner en marcha esos planes; sin tu valor todavía estaríamos atrapados, cayendo fuera de control en la oscuridad, con nuestras vidas bajo los designios de un cerdo francés. Después de que estuvieses inconsciente tanto tiempo, temimos que el ácido carbónico del traje te hubiese afectado, muchacho; y podría haber roto la garganta del franchute con mis propias manos, manos que durante treinta años no han sostenido nada más terrible que una pluma.
Fruncí el ceño, algo repelido por el torrente de rabia.
—Holden, ¿cuánto tiempo llevo dormido? ¿Qué fecha es hoy?
—Según los instrumentos de Traveller hoy es el 22 de agosto. Has dormido, por tanto, durante siete días enteros.
—Yo… Buen Dios. —En mi estado todavía desconcertado intenté calcular cuánto nos habíamos alejado de la Tierra en ese tiempo pero, incapaz de saber en mis condiciones de confusión si un día tenía veinticuatro o sesenta horas, abandoné el proyecto—. ¿Qué hay de él? ¿Ha recuperado la consciencia?
Holden bufó.
—Sí. Ojalá se hubiese muerto. De hecho, salió bastante más rápido que tú de su sopor inducido por el vacío.—Se volvió y señaló al camastro desplegado en la pared opuesta a la mía, y distinguí un montón sin forma de mantas bastante manchadas—. Ahí yace todavía el canalla —dijo Holden con amargura—, sobreviviendo en una nave que hubiese convertido en un ataúd de aluminio para todos nosotros.
Holden me hizo compañía durante un rato, pero luego me cansé y, disculpándome ante el periodista, hice que Pocket me ayudase a acostarme en el camastro y cerré los ojos durante varias horas.
Cuando desperté, la Cabina de Fumar estaba vacía, exceptuando a Pocket, a mí y al montón informe en el camastro del otro lado. Le pedí a Pocket algo de té; luego, refrescado, salí de la cama. Después de pasar tanto tiempo acostado, temía que las piernas no m e sostendrían, y quizás en la Tierra no lo hubiesen hecho; pero en las agradables condiciones de flotación del espacio me sentía tan fuerte como siempre, y me abrí camino cómodamente por la cabina.
Floté sobre Bourne. El francés estaba tendido de cara a la pared —podía ver que tenía los ojos abiertos— y cuando mi sombra le tocó se volvió y me miró. Apenas podía reconocerlo como el engreído y siempre arrogante acompañante de Françoise Michelet algunos días atrás. Su rostro, que ya era delgado, había quedado reducido a lo esquelético los pómulos le sobresalían como estantes— y tenía la barbilla cubierta de pelo rebelde. Los restos del traje de dandi la chaqueta roja y el chaleco a cuadros— estaban ahora manchados y arrugados, y los colores chillones resaltaban el aspecto patético.
Nos miramos durante varios minutos. Luego dijo:
—Supongo que ahora terminará el trabajo que empezó, monsieur Vicars.
—¿Qué quiere decir?
—Que tiene intención de matarme —lo dijo sin emociones, como si describiese el estado del tiempo, y siguió mirándome.
Fruncí el ceño y examiné mis sentimientos. Allí, me recordé, había un hombre que había robado el prototipo de la nave de Traveller; que me había aprisionado a mí y a mis tres compañeros y nos había lanzado al espacio Interplanetario, Probablemente a nuestra muerte; que había causado directamente la muerte de muchos espectadores inocentes con el lanzamiento de la Faetón ; y que había, sin duda, estado implicado en la trama para sabotear el Príncipe Alberto , quitándole así la vida a quizá un centenar más, incluyendo, posiblemente, a Françolse Michelet, la muchacha por la que ansiaba mi tonto corazón. Dije con calma:
—Tengo todas las razones para matarle. Tengo todas las razones para odiarle.
Me miró sin miedo.
—¿Y?
Miré en mi corazón, y al rostro delgado y lleno de sufrimiento de Bourne.
—No lo sé —dije honradamente—. Tengo que pensarlo.
Asintió.
—Bien —dijo secamente—. Sospecho que su compañero no comparte su calma.
—¿Quién? ¿Traveller?
—¿El ingeniero? No. El otro; el gordo.
—¿Holden? ¿Le ha amenazado?
Bourne se rió y volvió el rostro a la pared; cuando volvió a hablar tenía la voz apagada.
—Como el ingeniero evitó que me estrangulase en mis condiciones de debilidad, su monsieur Holden ha decidido matarme de hambre; o quizá secarme como una hoja de otoño.
—¿Qué quiere decir? —Me volví hacia el sirviente, que nos había estado observando cautelosamente—. ¿Pocket? ¿Es eso cierto?
Pocket asintió, pero se tocó la delgada nariz.
—Ya estaba medio muerto Por todos esos días en el Puente sin comida ni agua, señor, Pero no iba a permitir que nadie se muriese de hambre; le he estado dando sobras cuando nadie mira.
Sentí un gran alivio ante el hecho de que la crueldad sistemática de Holden hubiese sido subvertida.
—Bien por usted, Pocket; ha hecho muy bien. ¿Qué tenía que decir sir Josiah de todo esto?
Pocket se encogió filosóficamente de hombros.
—Después de calmar al señor Holden, el día en que usted realizó su gran acto… bien, señor, ya sabe cómo es sir Josiah. Supongo que se ha olvidado del franchute; apenas ha bajado aquí.
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