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Ben Bova: Milenio

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El tema de esta novela es el aterrador mundo del futuro: la gente y la política mundial en el año 1999. La población de la tierra ha llegado a ocho mil millones de seres humanos. La escasez creciente de recursos naturales ha conducido a.las dos grandes potencias al borde del conflicto nuclear. A pocos cientos de kilómetros sobre la superficie terrestre, en sus respectivas colonias lunares, los Estados Unidos y la Unión Soviética luchan afiebradamente por completar sus propias redes de satélites que los protegerán de un ataque atómico. Ambas potencias saben que quien complete primero la red protectora quebrará en su favor el largo equilibrio de fuerzas. Así se ganaría una ventaja decisiva. Dos hombres están vitalmente comprometidos en este posible holocausto: el jefe ruso y el jefe norteamericano de las bases lunares. Afortunadamente para la humanidad, ambos hombres son idealistas de buena voluntad, decididos a luchar juntos por conquistar un mundo donde sea posible la coexistencia. ¿Triunfarán los idealistas? ¿Qué fuerzas luchan contra ellos? ¿Podrán sobrevivir? Este es el dramático nudo de esta magistral novela de suspenso.

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—Tres… dos… uno… ¡Ignición!

Por un instante nada ocurrió. Luego una chispa color naranja apareció debajo de la cola del avión cohete, y se convirtió en un enorme brillo amarillo fuerte que hizo empalidecer los poderosos reflectores.

La multitud lanzó murmullos de admiración.

El avión cohete se separó del suelo, y el candente brillo se extendió cada vez más. Fue reflejado por las brumas bajas que surgían del cercano mar, y todo el cielo tomó el color del cobre recalentado. Las estrellas desaparecieron. Una luz cobriza anaranjada que parecía la del día se extendió sobre el llano cabo de la Florida. Los edificios, las palmeras y los vehículos que habían estado perdidos en la oscuridad de la noche eran ahora perfectamente visibles, y el ruido, el trueno que corría resonando como si fuera el aullido de un millón de demonios impresionó a la muchedumbre con fuerza palpable.

La gente balbuceaba su temor respetuoso. Y el comentarista de la televisión continuaba hablando:

—El despegue ha sido perfecto, perfecto… La nave toma con decisión y precisión su rumbo, con el primer cargamento de inmigrantes interplanetarios en la historia de la raza humana…

La cena había sido silenciosa, tensa. Kinsman y los tres hombres que lo acompañaban habían comido casi sin hablar, observando la pantalla de la televisión que alternaba tomas de la cuenta regresiva del avión cohete con las del gentío que para festejar la llegada del Año Nuevo se había reunido en Manhattan, y largos y aburridos períodos de espectáculos.

—Bien, Frank —dijo Kinsman, mientras la gran pantalla mural mostraba una imagen telescópica del avión cohete—. Ya puedes estar tranquilo. Partieron sin ti.

—Ajá —respondió Colt.

Está deprimido… ¿Qué es lo que lo molesta? Kinsman sabía que algo no estaba bien, pero le dolía demasiado el cuerpo como para pensar. Ahora sé cómo debe haberse sentido Atlas, sosteniendo el mundo…

—Chet —dijo Landau—, debemos comenzar a prepararnos para el viaje al aeropuerto. Tendrá que llevar la máscara de oxígeno. Además, debo revisarlo nuevamente.

Kinsman quiso hacer un gesto con la cabeza, pero ni siquiera lo intentó.

—De Paolo nos enviará dos coches además de la escolta —dijo Harriman—. Nada de policía federal ni local esta vez. Nos escabulliremos silenciosamente.

Súbitamente Kinsman se volvió hacia Colt.

—Frank… ¡ven con nosotros!

—¿Al aeropuerto?

—No. ¡A Selene! Vamos… Sabes lo que estamos tratando de hacer allá, y sabes que la vida aquí puede ser una porquería. Únete a nosotros.

Colt reaccionó apartando su silla de la mesa.

—¿Yo? ¿Hablas en serio? ¿Quieres que yo…?

—¿Por qué no?

—¿Después de lo que hice?

—Eso es pasado. Y ahora estamos construyendo para el futuro. Tú puedes ayudarnos. Estarás mucho más feliz en Selene que haciendo el soldadito aquí en la Tierra.

Colt se puso de pie.

—¡Estás loco! No puedo…

—Por supuesto que puedes —insistió Kinsman.

Colt arrojó la servilleta sobre la mesa y gritó:

—¡Maldito estúpido! Selene ya no existirá cuando llegues allá.

—¿Qué…? No entiendo lo… —pero la expresión torturada en la cara de Colt lo hizo detenerse—. ¿Qué quieres decir, Frank?

—¡Mierda! ¿Creías realmente que te dejarían hacerlo tranquilamente? ¿Realmente lo creías?

Kinsman sintió que un fuego recorría sus nervios.

—Frank, ¿qué estás diciendo?

La cara de Colt era un paisaje de color.

—Chet, tonto bastardo… ese avión cohete no lleva a tus malditos refugiados. ¡ Lleva cien soldados! En un par de horas habremos recuperado Alfa. En veinticuatro horas tendremos todas las estaciones espaciales tripuladas. Luego nos apoderaremos de Selene.

Kinsman cerró los ojos. El Caballo de Troya.

—¡Hijo de puta! —dijo Harriman, enfurecido—. ¡Así es como conseguiste esas malditas águilas!

—Sí. —La voz de Colt sonó débil, miserable.

Landau murmuró sólo una palabra:

—Jill…

Kinsman miró a los tres. Harriman y Landau estaban aún sentados a la mesa, con el vino y la comida a medio terminar. Colt de pie, con las piernas ligeramente abiertas como si esperara que lo atacaran.

—El teléfono —dijo Kinsman, más para sí mismo que para los otros. Maniobró hasta el escritorio—. Conexión telefónica… En el Kennedy hay una conexión con Alfa.

Colt sacudió la cabeza.

—No te comunicarán. La Fuerza Aérea se hizo cargo de las comunicaciones en Kennedy una hora antes de que yo viniera aquí.

Kinsman detuvo la silla al llegar junto al escritorio. Enfrentó a Colt y le dijo:

—Entonces, les dirás que restablezcan el contacto.

—¿Yo?

—Eres la única persona que puede hacerlo, Frank.

Colt tenía ahora los ojos muy abiertos.

—Estás loco, hombre. Demente.

La escena en la pantalla de televisión mostraba Times Square y la creciente multitud. Harriman se acercó a la pared y tocó los controles para bajar el volumen.

—Frank —dijo Kinsman—, tú estás de nuestra parte. Siempre has estado con nosotros. Y eres el único que aún no quiere reconocerlo.

Colt caminó hacia él con las piernas tensas y vacilantes, y respondió:

—Yo sólo estoy de mi parte, Chet. Es el único partido que existe. Número uno.

—¡Tonterías! No puedes vivir así, y ambos lo sabemos. Aunque te hagan general. Es un mundo moribundo, Frank. ¡Moribundo! Salvo que hagamos algo para salvarlo.

—¿Traicionando a los Estados Unidos?

—¡Elevándonos sobre ellos! —gritó Kinsman, y sintió dolor en el pecho.

Colt estaba ahora de pie frente a la silla, encima de Kinsman.

—Sabemos lo que tú y De Paolo están haciendo, con todos esos visitantes que han pasado por aquí en los últimos dos días. No servirá de nada, Chet. No lo permitiremos.

Kinsman respiró hondo, temblando, y el dolor remitió.

—Eso no me interesa. No me interesa nada, excepto la independencia de Selene. Porque sin nuestra independencia estaréis metidos en una guerra nuclear que matará a toda la gente de los Estados Unidos. No hay otra salida, Frank. O controlamos esos satélites… o habrá guerra. ¿Cuál de las dos cosas prefieres?

—¡No quiero ninguna de ellas, maldición!

Kinsman replicó:

—Tiene que ser una o la otra, Frank. Y eres tú quien lo va a decidir. Es tu decisión. Elige. —Su voz se hizo tan dura como su esqueleto metálico.

Colt lo miró violentamente. Luego se volvió hacia el escritorio y marcó salvajemente un número en el teclado del teléfono.

—Conmutador Central Kennedy —dijo en el micrófono.

La pequeña pantalla del teléfono brilló con un color gris perla, pero no apareció ninguna imagen. Una voz masculina dijo en tono aburrido y sin expresión:

—Espaciopuerto J. F. Kennedy.

—Habla el coronel Colt. Comúníqueme con el mayor Stodt en comunicaciones.

Súbitamente la voz se volvió más alerta.

—Señor… ¿Podría repetir la orden, para que nuestro equipo de verificación auditiva controle su voz?

Colt lo hizo, y en un relámpago la pantalla mostró la cara contraída de un hombre de ancha frente. Su chaquetilla azul exhibía las hojas de roble doradas de un mayor de la Fuerza Aérea.

—Habla Stodt.

Colt miró de reojo a Kinsman. Luego dijo:

—Quiero una comunicación láser con Alfa. Todas las líneas, y sin grabaciones. Inmediatamente. Conéctela a esta línea telefónica.

La cara de huesos pequeños del mayor pareció contraerse aún más.

—Señor, eso no está dentro de nuestros planes de operación…

—¿Yo se lo pregunté, acaso? —replicó Colt—. ¡Obedezca!

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