Vernor Vinge - Naufragio en el tiempo real

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Naufragio en el tiempo real: краткое содержание, описание и аннотация

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En la esperada continuación de LA GUERRA DE LA PAZ, una desastrosa extinción ocurrida en el siglo XXIII amenaza la continuidad de la civilización. Los poseedores del poder tecnológico intentan recoger a todos los supervivientes que van siendo liberados del éstasis de las Burbujas e incorporarlos al proyecto final, que no es otro que reconstruir la civilización con una diezmada humanidad. Pero uno de los líderes ha sido “asesinado” abandonado en el tiempo real, mientras el resto de la humanidad se encuentra en gracias a las Burbujas.
En este caso, la reflexión de Vinge sobre el futuro, merecedora del Premio Prometheus otorgado por la Sociedd Libertaria Futurista, toma la forma conductora de una novela de misterio en un ambiente de ciencia ficción . El protagonista, Will Brierson, policía del siglo XXI, debe encontrar al “asesino” y desentrañar por qué se intenta obstaculizar la reconstrucción de la civilización.
Finalista del Premio Hugo 1987

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Wil sonrió. De tal hija, tal padre. Y él ni siquiera tenía la excusa de Anne, porque ya sabía cual era el final.

En sus últimos años, la vida de Marta fue cada vez más sombría. Había terminado su gran construcción: el letrero que debía dar aviso a cualquier monitor en órbita. Era un plan inteligente: había salido de la zona vitrificada para poder llegar hasta donde crecían algunas pseudojacarandas aisladas. Reunió todas las arañas que pudo coger en las telarañas, y se las llevó al terreno yermo. Por aquel tiempo ya había descubierto la relación que existía entre aquellas telas y la reproducción de los árboles y de las arañas. Colocó arañas y semillas en diez emplazamientos cuidadosamente escogidos a lo largo de una línea que pasaba por el centro de la zona vitrificada. En cada uno de ellos había una estrecha corriente de agua, y Marta había cortado una pequeña grieta en la superficie vítrea para desarrollar un buen suelo de cultivo. Durante los siguientes treinta años, las arañas y su obra efectuaron la mayor parte de la construcción. Las semillas extendieron un corto camino a lo largo de las corrientes de agua, pero no tanto como si se hubiera tratado de plantas ordinarias. Las arañas vieron las lejanas telarañas de sus congéneres, y miles de semillas fueron depositadas en la zona que las separaba, cada cual con su complemento de arañas aerotransportadas.

Al final de todo el proceso, tenía una gran flecha plateada y verde, que eventualmente llegó a alertar a un orbitador. Pero se presentó un problema relacionado con aquella línea de árboles. Rompieron el vitrificado del suelo e hicieron un puente de tierra de cultivo desde su base hasta el exterior. Las Jacarandas y las arañas eran unas defensoras acérrimas de su territorio, pero no eran perfectas, especialmente cuando operaban en poca anchura. Otras plantas infestaron los lados de su emplazamiento. Y con aquellas otras plantas llegaron los herbívoros.

«Aquellos bichitos me añadieron dos horas de trabajo diarias, Lelya. Y ya no puedo cultivar muchos de mis frutos favoritos.» Diez o veinte años en completo abandono podían considerarse un inconveniente, pero al cabo de treinta y cinco años, la salud de Marta empezó a fallar. Si tenía que luchar contra aquellos ladrones semejantes a los conejos, no tenía muy buenas perspectivas, ya que a la larga iba a perder.

«En la orilla más lejana del mar, dentro de un montón de piedras, dejé escritas algunas cosas muy locas. ¿No calculé que un humano desamparado podía vivir aproximadamente un siglo? Y después dije algo referente a ser conservadora y que esperaba durar sólo setenta y cinco años. ¡Qué risa!

»Mi pie nunca ha mejorado, Lelya. Ahora ando con una muleta, y no muy aprisa. La mayoría de las veces me duelen las articulaciones. Es gracioso lo que pasa cuando no te encuentras bien y cómo afecta esto a tu actitud y a tu noción del tiempo. Apenas si puedo creer que hubo un tiempo en que confiaba llegar al Canadá. O que sólo hace quince años que regularmente me iba de excursión fuera de la zona vitrificada. Lelya, bajar hasta la orilla del lago me representa un gran esfuerzo. Hace semanas que no lo he hecho, y creo que jamás podré volver a hacerlo. Pero tengo una cisterna para el agua de lluvia… y los pescadores siempre quieren venir a verme. Por otra parte, ya no me gusta ver mi imagen reflejada en el lago. Y ya no pinto más autorretratos, Lelya.

»¿Era así la vida para la humanidad, cuando no había cuidados médicos decentes? ¿Los sueños irrealizados, los horizontes que cada vez se hacen más pequeños? Debían de tener mucho coraje para hacer todo lo que hicieron.»

Dos años después.

«Hoy todo el vecindario se ha convertido en un infierno. Tengo una jauría de casi— perros acampada en la misma pared rocosa circular. Se parecen mucho a los que había en las minas, aunque éstos son menores. En realidad, son bonitos, son como cachorros grandes con las orejas puntiagudas. Me gustaría poder matarlos a todos. Vaya pensamiento impropio de Marta, de acuerdo, pero por su culpa, los pescadores se han alejado de mi cabaña. Mataron a Jaimito. Me he cargado a un par de estos pequeños asesinos con mi pica, y desde que lo he hecho me miran con recelo. Cuando me alejo de mi puerta llevo una pica y un cuchillo.» Marta pasó la mayor parte de su último año dentro de la cabaña. Fuera de ella, su jardín quedó arruinado, lleno de malas hierbas. Todavía quedaban algunas raíces comestibles y algunos vegetales, pero estaban desperdigados. Salir a recogerlos era una expedición tan arriesgada como antes lo había sido una expedición de cien kilómetros a pie. Los casi-perros se hicieron más atrevidos; giraban en círculos apenas más ancho que la longitud de su pica, atacando alguna vez hacia adentro. Marta tenía algunas pieles que probaban que todavía era la más rápida, pero esto no iba a durar mucho tiempo. Comía muy poco, y esto le dificultaba ir a buscar más comida… en fin: una espiral descendente.

Wil cambió de página en su pantalla y se encontró leyendo una escritura ordinaria escrita a máquina. Sintió que el estómago le caía hasta los pies. ¿Aquello era el final? ¿Una entrada ordinaria y después… nada más? Se obligó a leer las palabras. Era un comentario que procedía de Yelén: Marta había intentado evitar que la siguiente página pudiera leerse. Sus palabras habían sido borradas y encima había escrito una entrada posterior del diario.

—Dijiste que ibas a dejarme plantada si no te permitía verlo todo, Brierson. Bren, aquí lo tienes. Maldito seas.

Casi podía oír la amargura de las palabras de Yelén. Volvió a mirar la página.

«¡Oh Dios! Yelén, ayúdame. Si alguna vez me has querido, sálvame ahora. Estoy muriendo, muñéndome. No quiero morir. Oh, por favor, por favor, por favor.»

Volvió a pasar la página, y ya pudo ver la escritura familiar de Marta. Si había alguna diferencia, era que las letras estaban mucho mejor trazadas que de costumbre. La imaginaba en la oscura cabina, borrando pacientemente las palabras dictadas por su desesperación, y volviendo a escribir después encima, fría y analíticamente. Wil se secó la cara e intentó contener la respiración, porque una inhalación a fondo podía desencadenar sus sollozos. Leyó la anotación final de Marta.

«Querida Lelya, Supongo que el optimismo ha de acabar alguna vez, por ¡o menos aquí. He estado encerrada en mi cabaña durante diez días. Hay agua en la cisterna, pero se me ha terminado la comida. ¡Malditos perros, o lo que sean! Podría haber resistido otros veinte años. La ultima vez que salí, me mordieron terriblemente. Durante un tiempo había pensado hacer un alarde, y darles a probar mis diamantes, por última vez. Pero he cambiado de opinión, porque la última semana les vi atacar a un herbívoro. Era uno de los mayores, abultaba más que yo, y tenía un cuerno casi tan efectivo como mi pica. No pude verlo todo, sólo lo que ocurría delante de mi ventana, pero… Al principio parecía que estaban jugando. Le soltaban dentelladas, haciéndole escapar en círculos una vez tras otra, pero pude ver su sangre. Al final se debilitó y tropezó.

»Nunca me había dado cuenta, cuando atacaban a los animales pequeños, pero los perros no matan deliberadamente a sus presas. Solamente se las comen vivas, empezando generalmente por las entrañas. Aquel herbívoro era muy grande, y tardó bastante tiempo en morir.

»Y es por este motivo, que me quedo dentro. «Hasta siempre, hasta que me rescates» es lo que solía decirte. Supongo que ya no espero el rescate. Sí las observaciones están programadas una vez cada varias décadas (en el mejor de los casos), las probabilidades están en contra de que ocurra algo en los próximos días.

»Supongo que hace cuarenta años que estoy sola aquí. Me parece mucho tiempo, mayor que todo el resto de mi vida. ¿Será una manera generosa de la Naturaleza para aumentar las menguadas raciones de los mortales? Me acuerdo mejor de mis amigos pescadores que de los humanos. Desde mí ventana, puedo ver el lago. Si miraran hacia aquí, podrían ver que estoy aquí arriba. Pero lo hacen muy pocas veces. Pienso que la mayor parte de ellos no se acuerdan de mí. Ya hace tres años que les ahuyentaron de mi cabaña. Esto es casi una generación de los pescadores. El único que parece acordarse es mi último Juan Chanson. Este no grita tanto como mis otros Juanes. Casi siempre se queda por ahí, tomando el sol… Acabo de mirar por la ventana. Ahora está ahí; creo que se acuerda.»

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