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Isaac Asimov: Anochecer

Здесь есть возможность читать онлайн «Isaac Asimov: Anochecer» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1992, ISBN: 978-84-01-32396-6, издательство: Plaza y Janés, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Isaac Asimov Anochecer

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El planeta Kalgash está al borde del caos, pero solo unas pocas personas se han dado cuenta de ello. Kalgash conoce únicamente la luz diurna perpetua, pues durante más de dos milenios la combinación de sus seis soles ha iluminado el cielo. Sin embargo, ahora empieza a reinar la oscuridad. Pronto se pondrán todos los soles, y el terrible esplendor del anochecer desencadenará una locura que marcará el final de la civilización. Anochecer , novela basada en un relato escrito por Asimov en 1941, permite al lector experimentar el cataclismo que sobrevendrá sobre Kalgash a través de los ojos de un periodista, un astrónomo, un arqueólogo, un psicólogo y un fanático religioso.

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Es mejor, pensó Siferra, que yo no sobreviva a esto. Al menos no tendré que leer lo que van a decir acerca de mí en todos los libros de arqueología que se publiquen en los próximos cincuenta años. El gran yacimiento de Beklimot, que contenía datos sin paralelo acerca del primer desarrollo de la civilización en Kalgash hasta su desafortunada destrucción como resultado de las descuidadas prácticas de excavación empleadas por la joven y ambiciosa Siferra 89 de la Universidad de Saro…

—Creo que está acabando —susurró Balik.

—¿El qué? — preguntó Siferra.

—La tormenta. ¡Escucha! Ahí fuera las cosas se están apaciguando.

—Debemos estar sepultados por tanta arena que no podemos oír nada, eso es todo.

—No. ¡No estamos sepultados, Siferra! —Balik tiró de la lona frente a ellos y consiguió alzarla un poco. Siferra atisbó por la zona despejada entre el risco y la muralla de la ciudad.

No pudo creer lo que veían sus ojos.

Lo que vio fue el claro y profundo azul del cielo. Y el brillar de la luz del sol. Era sólo el apagado y gélido resplandor blanco de los soles gemelos Tano y Sitha, pero en aquel momento eran la luz más maravillosa que jamás hubiera deseado ver.

La tormenta había pasado. Todo estaba tranquilo de nuevo.

¿Y dónde estaba la arena? ¿Por qué no estaba todo sepultado por la arena?

La ciudad todavía era visible: los grandes bloques de la muralla de piedra, el reflejo de los mosaicos, el picudo techo de piedra del Templo de los Soles. Incluso la mayor parte de las tiendas estaban aún en pie, incluidas casi todas las importantes. Tan sólo el campamento donde vivían los trabajadores había resultado fuertemente dañado, y eso podía repararse en unas pocas horas.

Aturdida, aún sin atreverse a creerlo, Siferra salió del refugio y miró a su alrededor. El suelo estaba libre de arena suelta. El oscuro estrato duro y recocido que formaba la superficie de la zona de excavación todavía podía verse. Parecía distinto ahora, como si hubiera sufrido una curiosa abrasión, pero estaba limpio de cualquier depósito que la tormenta hubiera traído consigo.

Balik dijo, maravillado:

—Primero vino la arena y luego, detrás de ella, vino el viento. Y el viento se llevó toda la arena que había caído sobre nosotros, se la llevó tan rápido como cayera, y la arrastró consigo hacia el Sur. Un milagro, Siferra. Eso es lo único que podemos llamarlo. Mira…, puedes ver allá donde el suelo ha sido raspado por la abrasión, donde la somera capa superior de arena de la superficie ha sido arrastrada por el viento, quizá cincuenta años de erosión en sólo cinco minutos, pero…

Siferra apenas escuchaba. De pronto sujetó a Balik por el brazo y lo arrastró hacia un lado, lejos del sector principal del emplazamiento de su excavación.

—Mira allí —dijo.

—¿Dónde? ¿Qué?

Señaló:

—La Colina de Thombo.

El estratígrafo de amplios hombros miró.

—¡Dioses! ¡Ha sido hendida hasta la mitad!

La Colina de Thombo era un irregular montículo de mediana altura a unos quince minutos de camino hacia el Sur desde la parte principal de la ciudad. Nadie había trabajado en ella desde hacía más de cien años, desde la segunda expedición del gran pionero Galdo 221, y Galdo no había hallado nada significativo en ella. Era considerada generalmente como tan sólo un montículo al que los ciudadanos de la antigua Beklimot iban a echar su basura doméstica…, interesante en sí mismo, sí, pero trivial en comparación con las maravillas que abundaban en todas partes por otros sectores de la ciudad.

Al parecer, la Colina de Thombo había recibido sobre sí todo el impacto de la tormenta: y lo que generaciones de arqueólogos no se habían molestado en hacer lo había realizado la violencia de la tormenta de arena en tan sólo un momento. Una errática franja en zigzag había sido arrancada de la cara de la colina, como una terrible herida abierta hasta muy profundo en su ladera superior. Y trabajadores de campo experimentados como Siferra y Balik sólo necesitaban echar una única mirada para comprender la importancia de lo que ahora había quedado expuesto.

—Todo un yacimiento urbano debajo del estercolero —murmuró Balik.

—Más de uno, creo. Posiblemente una serie —dijo Siferra.

—¿Tú crees?

—Mira. Mira ahí, a la izquierda.

Balik silbó suavemente.

—¿No es eso una muralla estilo entrecruzado, bajo la esquina de esos cimientos ciclópeos?

—Tú lo has dicho.

Un estremecimiento recorrió la espina dorsal de Siferra. Se volvió hacia Balik y vio que él estaba tan sorprendido como ella. Tenía los ojos muy abiertos, el rostro muy pálido.

—¡En nombre de la Oscuridad! —murmuró roncamente—. ¿Qué es lo que tenemos aquí, Siferra?

—No estoy segura. Pero tengo intención de empezar a descubrirlo ahora mismo. —Volvió la vista hacia el refugio bajo el risco, donde Thuvvik y sus hombres permanecían aún agazapados presas del terror, haciendo gestos sagrados y balbuceando plegarias con voces bajas y aturdidas, como si fueran capaces de comprender que estaban a salvo del poder de la tormenta.

—¡Thuvvik! —gritó Siferra, y le hizo un gesto vigoroso, casi irritado—. ¡Venid aquí fuera, tú y tus hombres! ¡Tenemos trabajo que hacer!

3

Harrim 682 era un hombre grande y corpulento de unos cincuenta años, con enormes haces de músculos que sobresalían de sus brazos y pecho y una gruesa capa aislante de grasa sobre ellos. Sheerin lo estudió a través de la ventana de la habitación del hospital y supo de inmediato que él y Harrim iban a llevarse bien.

—Siempre me he sentido inclinado hacia la gente que tiene, bueno, un tamaño mayor de lo habitual —explicó el psicólogo a Kelaritan y Cubello—. Yo he sido uno de ellos la mayor parte de mi vida, ¿saben? —Rió agradablemente—. Soy grasa por todas partes. Excepto aquí, por supuesto —añadió con rapidez, mientras se daba unos golpecitos con un dedo en la sien—. ¿Qué tipo de trabajo hace este Harrim?

—Estibador —dijo Kelaritan—. Treinta y cinco años en los muelles de Jonglor. Ganó una entrada para el día de la inauguración del Túnel del Misterio en una lotería. Llevó a toda su familia. Todos resultaron afectados en cierto grado, pero él fue el peor. Eso resulta muy embarazoso para él, el que un hombre grande y fuerte como él sufra un colapso tan total.

—Puedo imaginarlo —asintió Sheerin—. Tendré eso en cuenta. Vamos a hablar con él.

Entraron en la habitación.

Harrim estaba sentado erguido, mirando sin interés un cubo giratorio que lanzaba luces en media docena de colores contra la pared opuesta a su cama. Sonrió afablemente cuando vio a Kelaritan, pero pareció envararse cuando reparó en el abogado Cubello detrás del director del hospital, y su rostro se volvió completamente glacial a la vista de Sheerin.

—¿Quién es él? —preguntó a Kelaritan—. ¿Otro abogado?

—En absoluto. Se trata de Sheerin 501, de la Universidad de Saro. Está aquí para ayudarle a ponerse bien.

—Hum —bufó Harrim—. ¡Otra lumbrera! ¿Qué bien me han hecho ninguno de ustedes?

—Tiene toda la razón —dijo Sheerin—. El único que realmente puede ayudar a Harrim a ponerse bien es Harrim, ¿eh? Usted lo sabe y yo lo sé, y quizás pueda persuadir a la gente del hospital a que lo vean así también. —Se sentó en el borde de la cama. Crujió bajo el peso del sicoanalista—. Al menos en este lugar tienen camas decentes. Han de ser muy buenas si pueden sostenernos a nosotros dos al mismo tiempo. No le gustan los abogados, observo. A mí tampoco, amigo.

—No son más que unos liosos miserables —dijo Harrim—. Llenos de trucos. Te hacen decir cosas que no querías decir, contándote que pueden ayudarte si dices esto y aquello, y luego terminan utilizando tus propias palabras contra ti. Eso es lo que me parece, al menos.

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