Robert Silverberg - Estación Hawksbill

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Estación Hawksbill: краткое содержание, описание и аннотация

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En las primeras décadas del siglo XXI se instala en Estados Unidos un gobierno autoritario que secuestra a los disidentes y los mete en la cárcel secreta de mayor seguridad de todos los tiempos: el pasado remoto. Usando una nueva tecnología que permite trasladar objetos y seres vivos por el tiempo, las autoridades crean en el período cámbrico, a mil millones de años de nosotros, la Estación Hawksbill, una penitenciaría sin rejas pero cercada por un paisaje rocoso, inhóspito y monótono, y por mares en los que abundan primitivas formas de vida. En ese mundo gris, lo único que anima a los presos es la llegada de nuevos compañeros con noticias de un futuro cada vez más borroso y lejano.

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Sin embargo, Barrett creía que un hombre sentenciado a cadena perpetua sin esperanza de libertad condicional debía gozar del privilegio de la privacidad. Uno de los mayores problemas en la Estación Hawksbill era impedir que los hombres enloquecieran por falta de intimidad. En un sitio como ése la proximidad podía ser intolerable.

Norton señaló la enorme cúpula de plástico brillante del edificio principal.

—Está entrando Altman. Y Rudiger. Y Hutchett. ¡Algo sucede!

Con un gesto de dolor, Barrett aceleró el paso. Algunos de los hombres que entraban en el edificio vieron la figura corpulenta que venía por el camino rocoso y la saludaron con la mano. Barrett les respondió levantando un brazo macizo. Sentía que crecía la excitación. La llegada de cada hombre nuevo a la estación era un gran acontecimiento, casi el único acontecimiento que ocurría allí. Sin nuevos hombres, no tenían manera de saber lo que sucedía Arriba. Hacía seis meses que no llegaba nadie a Hawksbill, después del aluvión del año anterior. Durante un tiempo habían aparecido cinco hombres por día, y entonces el flujo se había detenido. Sin más novedades. Seis meses sin ningún desterrado: era el intervalo más largo que recordaba Barrett. Habían empezado a sospechar que no enviarían a nadie más a la Estación. Lo cual sería una catástrofe. Nuevos hombres era lo único que separaba a los presos más antiguos de la locura. Los nuevos traían noticias del futuro, noticias del mundo que ellos habían dejado atrás para toda la eternidad. Y contribuían con la interacción de nuevas personalidades en un grupo cerrado que siempre estaba en peligro de anquilosarse.

Por otra parte, Barrett tenía conciencia de que algunos de los hombres —entre los que él no se contaba— vivían con la ilusa esperanza de que la próxima persona que llegase fuera una mujer.

Por eso acudían todos al edificio principal, para ver qué ocurriría cuando el Martillo empezara a brillar. Barrett renqueó bajando por el camino. Cuando llegaron a la entrada terminaron de caer las últimas gotas.

Dentro del edificio, sesenta o setenta residentes de la estación se apiñaban en la cámara del Martillo: casi todos los hombres del lugar en condiciones físicas y mentales de mostrar alguna curiosidad por un recién llegado. Mientras Barrett avanzaba hacia el centro del grupo, lo fueron saludando a gritos. Barrett asentía, sonreía y desviaba las preguntas con gestos amistosos.

—¿Quién va a ser esta vez, Jim?

—Tal vez una muchacha, ¿verdad? De unos diecinueve años, rubia, con un cuerpo…

—Espero que sepa, de todos modos, jugar al ajedrez estocástico.

—¡Mira el brillo! ¡Está aumentando!

Barrett, como los demás, miró el Martillo, y advirtió el cambio que se estaba produciendo en la gruesa columna que era el dispositivo de viaje temporal. La compleja e intrincada colección de instrumentos insondables ardía ahora con un color rojo cereza, anunciando el paso de quién sabe cuántos kilovatios bombeados por los generadores en el otro extremo de la línea, Arriba. Hubo un silbido en el aire; el suelo retumbó un poco. El brillo se había extendido ahora al Yunque, la ancha placa de aluminio sobre la que caían todos los cargamentos del futuro. En otro instante…

—¡Condición Carmesí! —gritó alguien—. ¡Ahí viene!

2

Mil millones de años en el futuro estaba entrando una ola de energía en el verdadero Martillo del que aquél no era más que una réplica parcial. La potencia crecía por momentos en la enorme habitación sombría que en la Estación Hawksbill todos recordaban de manera muy vívida. Un hombre —u otra casa, quizá un envío de suministros— estaba en ese momento en aquella habitación, en el centro del verdadero Yunque, engullido por el destino. Barrett sabía lo que era estar allí, esperando a que el Campo de Hawksbill lo envolviera a uno y lo lanzara hasta comienzos del paleozoico. Unos ojós fríos lo miraban a uno mientras esperaba el destierro, y aquellos ojos brillaban de manera triunfal, diciéndote que estaban encantados de deshacerse de ti. Y entonces el Martillo hacía su trabajo y tú emprendías el viaje sin regreso. El efecto de ser enviado por el tiempo se parecía mucho al golpe de un gigantesco Martillo clavándote en las paredes del continuo: de ahí las metáforas para las partes funcionales de la máquina.

Todo lo que tenían en la Estación Hawksbill había llegado a través del Martillo. El montaje de la Estación había sido un trabajo largo, lento y caro, obra de hombres metódicos, dispuestos a realizar todos los esfuerzos necesarios para deshacerse de sus opositores de una manera que consideraban humana y acorde con el siglo xx. Primero, el Martillo había abierto un sendero en el tiempo y enviado al pasado el núcleo de la Estación receptora. Como no había una Estación receptora a mano en el paleozoico para recibir la Estación receptora, algunas cosas se habían perdido de manera inevitable. No era estrictamente necesario tener un Martillo y un Yunque en el extremo receptor, excepto para, controlar de manera precisa la dispersión temporal; pero sin el equipo receptor, el campo tendía a desviarse un poco. Envíos realizados de manera consecutiva el mismo día o la misma semana, sin un equipo receptor que los guiase podían desparramarse con facilidad a lo largo de veinte o treinta años en el pasado. Había mucha de esa basura temporal, alrededor de la Estación Hawksbill: materiales destinados a la instalación original que, debido a imprecisiones en el envío en los días anteriores al Martillo, habían aterrizado a un par de décadas (y a un par de cientos de kilómetros) del sitio deseado.

A pesar de esas dificultades, las autoridades habían terminado enviando al sitio temporal matriz la cantidad suficiente de componentes como para construir una Estación receptora. Era como enhebrar una aguja por control remoto usando manipuladores de kilómetros de largo, pero lo consiguieron. Por supuesto, durante todo ese tiempo la Estación estuvo deshabitada; el gobierno no había querido perder a ninguno de sus ingenieros enviándolos a montar el mecanismo, porque no podrían regresar. Pero finalmente habían ido los primeros prisioneros: prisioneros políticos, claro, pero elegidos por su formación técnica. Antes de ser enviados al pasado habían recibido instrucciones para armar las partes del Martillo y del Yunque.

Al llegar a la Estación podrían, desde luego, negarse a cooperar. Allí estaban fuera del alcance de las autoridades. Pero les convenía preparar la Estación receptora para así tener nuevos suministros de Arriba. Habían hecho el trabajo. Después, hacer funcionar la Estación Hawksbill había resultado fácil.

Ahora brillaba el Martillo. Eso significaba que habían activado el Campo de Hawksbill en el extremo emisor, alrededor de 2028 o 2030. Todo se enviaba desde allí. Todo se recibía aquí. El viaje temporal no funcionaba en sentido contrario. Nadie sabía bien por qué, aunque se decían muchas cosas superficialmente profundas acerca de la entropía y de la velocidad temporal infinita que habría que lograr para tratar de acelerar siguiendo el eje normal del flujo cronológico, es decir, del pasado al futuro.

El silbido que se oía en la sala empezó a aumentar de manera ensordecedora a medida que los bordes del Campo de Hawksbill empezaban a ionizar la atmósfera. Entonces llegó el esperado trueno de la implosión causada por el solapamiento imperfecto de la cualidad del aire sacado de esa época y la cantidad introducida en ella desde el futuro.

Y entonces, bruscamente, un hombre cayó desde el Martillo y se quedó, aturdido y blando, sobre el brillante Yunque.

Parecía muy joven, lo cual sorprendió bastante a Barrett. Aparentaba bastante menos de treinta años. Por lo general, sólo condenaban al exilio en la Estación Hawksbill a hombres dé edad madura. Sólo enviaban a los incorregibles, a los hombres que había que separar de la humanidad por él bien de la mayoría. El hombre más joven del lugar rondaba los cuarenta en el momento de la llegada. Al ver a ese muchacho delgado y bien parecido, un par de hombres que había en la sala soltaron un silbido de angustia, y Barrett entendió la constelación de emociones que los atormentaba.

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