Larsen movió la cabeza y el torso para asentir.
—¿Cuá’ es tu conc’usión, Bey? ¿Qué propones ahora?
Wolf dejó de caminar.
—Primero, iré a la Luna —dijo con resolución—. Tengo que saber más sobre Perla, y tengo que saber por qué Capman tenía interés en ese asteroide. Partiré mañana. No me gusta excluirte, pero aquí estás en buenas manos. María hará todo lo necesario si quieres iniciar el cambio inverso.
—Desde ’uego, eso no es prob’ema. Pero antes de irte, Bey, hazte otra pregunta. —Larsen miraba a Wolf con ojos fijos y penetrantes—. ¿Por qué persigues a Robert Capman con tanto empeño? Aunque creas que es un monstruo, ¿por qué es tan importante para ti?
Wolf, que se disponía a irse, se paró en seco. Se volvió para enfrentar a Larsen.
— Tokhmir! Tú lo sabes, John. Había otros dos proyectos en el historial de Capman en el hospital. Sólo seguimos dos de ellos, Proteo y Regulación Temporal. ¿Qué dices de los demás? Quiero saber qué son Pez Con Pulmones y Jano. Aún constituyen un misterio. Eso es lo que me fascina de Capman.
Hablaba a la defensiva, con voz crispada. Larsen lo miró en silencio unos instantes.
—Ca’ma, Bey. Son misterios, de acuerdo. ¿Pero es eso razón suficiente? No ’o creo. Hemos tenido muchos misterios sin reso’ver en ’a Oficina de Contro’ de Formas, ’ograste o’vidar’os a’ cabo de un tiempo, ¿verdad? ¿Recuerdas e’ caso de ’a Antártida? Nos impidieron continuar, y nos enfadamos… pero tú ’ograste convivir con eso a’ cabo de dos meses. Esto te obsesiona. Has perseguido a Capman más de cuatro años. Piénsa’o, Bey. ¿Tienes que continuar ’a cacería?
Wolf, cavilando, se acarició distraídamente la costura de su chaqueta suelta.
—Es difícil de explicar, John. ¿Recuerdas cuando conocimos a Capman en el Hospital Central? Ya entonces tuve la sensación de que era una personalidad importante en mi vida. Aún tengo esa sensación. —Hizo una pausa y se encogió de hombros—. No sé.
No creo en la paralógica, y no me convencen mis propias palabras. Aun así, tengo que ir. Le diré a Park Green que estaré allá dentro de un par de días.
Salió deprisa. Ahora correspondía a John Larsen ponerse a cavilar. Esa mole alienígena guardó silencio unos minutos, luego entró en el cuarto interior. Se sentó ante la pantalla y abrió los circuitos de datos. Cuando se encendió la luz indicando que los sensores estaban listos, tecleó el destino. La máquina esperó a que el enlace estuviera completo.
Larsen miró la cara que había aparecido en la pantalla.
—Modalidad explosiva —murmuró.
El otro asintió y activó una palanca a su izquierda. Larsen cerró los ojos y se reclinó en la silla. El terso óvalo de piel gris de su ancho pecho se volvió rosado, luego se convirtió en un deslumbrante caleidoscopio de colores fluctuantes. El óvalo contenía ahora una multitud de puntos que cambiaban rápidamente de color. Larsen se quedó rígido en la silla, pero al cabo de veinte segundos comenzó a respirar con dolorosos jadeos. El brillante despliegue del pecho siguió emitiendo un resplandeciente y cambiante arco iris que titilaba como una aurora invernal. El enorme cuerpo permanecía inmóvil, arrasado por una tensión desconocida mientras los esquemas se introducían en la pantalla del comunicador.
A quince mil kilómetros de distancia, en el centro de comunicaciones planetarias del Pacífico Sur, los monitores de comunicación emitieron relampagueos rojos. Había una sobrecarga en los circuitos de comunicaciones. Los canales auxiliares intervinieron automáticamente. A través de mil pantallas, la red mundial se quejó ante los encargados de control por el repentino exceso de mensajes. La carga terminó tan abruptamente como había empezado. En su tanque, Larsen quedó tumbado en el asiento, demasiado agotado para cortar la comunicación con su lejano interlocutor.
El viaje a Ciudad Tycho era rutinario. Wolf había viajado en coche aéreo hasta la conexión Mattin más cercana, había enlazado dos veces para llegar a la salida australiana, y había tomado un vehículo terrestre hasta el puerto espacial de Australia del Norte. Tras una rigurosa inspección y certificación de la FEU —Bey comprendió por qué la gente de la Cúpula del Placer había desistido de enviar los tres cadáveres fuera de la Tierra—, un transbordador lo llevó hasta una órbita ecuatorial de aparcamiento. La conexión lunar llegaría a las tres horas.
Mientras viajaba hacia el puerto espacial, y subía hacia la órbita, Wolf reflexionó sobre la última pregunta que le había hecho Larsen, y sobre los simples detalles prácticos de su partida. Mientras esperaba el transporte lunar, lo sorprendió una llamada urgente de la Tierra. Fue por el corredor hasta el principal centro de comunicaciones.
Hubo una breve demora para establecer el enlace de vídeo. Cuando el canal estuvo disponible, la imagen de María Sun apareció en la diminuta pantalla. Su cara de muñeca de porcelana parecía sombría y suspicaz.
—De acuerdo, Bey —empezó—. Sé que no tienes por qué ser amable con el personal de la CEB, pero déjame recordarte que si yo no te hubiera ayudado, no habrías podido salvar a John Larsen. ¿Qué has hecho con él? La gente de la FEU del puerto espacial de Australia del Norte jura que no está contigo, y ninguno de los demás manifiestos muestra personas ni equipos adicionales.
Wolf tardó un segundo en comprender.
—No hice nada con él —dijo—. Me estás diciendo que se ha ido, pero debería estar en el tanque de Control de Formas. No hay otro lugar que contenga un sistema de soporte vital para él ¿Te fijaste…?
Se interrumpió. María meneaba la cabeza.
—Hemos buscado por todas partes en Control de Formas. De una cosa estoy segura: no está aquí. Bey, ese sistema que Ling y yo preparamos para John es realmente complejo. Si no tiene un hábitat especial, morirá dentro de unas horas. ¿Dices que no habéis tramado esto entre los dos ?
—María, estoy tan sorprendido como tú. Demonios, estuve ayer con John, hablando de mi viaje a Ciudad Tycho. No sugirió que no pensara quedarse donde estaba. Estoy de acuerdo contigo: él tenía que quedarse allí, no dudaría un minuto sin esa atmósfera especial.
María se mordió el labio superior. Meneó la cabeza con perplejidad.
—Te creo, Bey, si juras que dices la verdad. ¿Pero qué ocurre entonces?
Bey miró más allá de la pantalla. Empezaba a sentir un cosquillee; en la nuca. Varios pequeños factores de su conversación con Larsen comenzaron a sumarse en su subconsciente. La curiosa disposición de la vivienda de Larsen, el complejo equipo de comunicaciones que Ling había puesto —presuntamente para facilitar la educación de esa forma nueva—, el modo en que Larsen había guiado la conversación, todo encajaba. Bey necesitaba reflexionar.
—María —dijo al fin—, te dije que no sabía lo que había ocurrido, y te dije la verdad. Pero de pronto tengo sospechas. Te llamaré más tarde. Sé que John no podría vivir sin su equipo especial, pero no creo que debamos preocuparnos por eso. Dame un par de horas para pensar y te llamaré.
Sin esperar respuesta, Wolf se alejó de la consola y flotó por la nave hasta el área de tránsito. Se instaló en un rincón, se recostó, y dejó en libertad sus pensamientos. Evocó las últimas semanas, revisando las anomalías.
Estaban allí. Era extraño que no las hubiera notado antes. Aun así, era perturbador comprender que podía ser manipulado tan fácilmente, incluso por alguien en quien confiaba por completo. Para el futuro, tendría que recordar que ahora tenía que vérselas con un nuevo Larsen, un Larsen cuya mente era más rápida, más penetrante y más sutil. Ese circuito educativo instalado por Ling… Larsen necesitaba ser capaz de adquirir información a partir de fuentes de datos desperdigadas en toda la Tierra. Sí, ¿pero para qué necesitaba un enlace interplanetario, un enlace bidireccional, un circuito sintonizado en muchos miles de líneas de gradación de voz?
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