Larry Niven - Mundo anillo

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El descubrimiento de un mundo hueco que orbita alrededor de una lejana estrella desencadena una tremenda lucha entre la humanidad y otras dos razas en plena expansión imperialista: los titerotes, cobardes e intrigantes, y los kzinti, guerreros feroces. Hasta la misma Tierra se ve amenazada, y sólo el desparpajo y la suerte increíble de la protagonista femenina, que es el centro de la acción, permiten conducir la lucha… a un inesperado desenlace.
El lector siempre puede contar con Larry Niven para refrescarse con un relato de ciencia-ficción heroica al estilo clásico, franqueando distancias inconcebibles, desafiando leyes físicas y gozando con las especulaciones de una imaginación desbordada.

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No debía haber permitido que ella se embarcara en el «Tiro Largo».

¡No era bueno para él! Le había gustado tener a Teela a su lado, esos dos días. Había sido como una repetición de la aventura de Luis Wu y Paula Cherenkov, en una nueva versión con final feliz. Tal vez incluso mejor.

Sin embargo, Teela era una chica superficial. Y no era sólo una cuestión de edad. Luis tenía amigos de todas las edades y algunos de los más jóvenes eran realmente profundos. Desde luego, esos eran los que más sufrían. Como si el dolor formara parte del proceso de aprendizaje. Un hecho que probablemente correspondía a la realidad.

No, a Teela le faltaba la capacidad de sentir el dolor de los demás…

Pero sabía captar perfectamente el placer del otro, y era capaz de responder al placer, y de crear placer. Era una amante maravillosa: de una belleza casi dolorosa, apenas iniciada en el arte, sensual como un gato, y sorprendentemente desinhibida.

Nada de lo cual podía serle de ninguna utilidad en su capacidad de exploradora.

Teela había tenido una vida feliz y monótona. Se había enamorado dos veces y en ambas ocasiones había sido la primera en cansarse del asunto. Jamás se había encontrado en una situación de grave tensión, nunca había sufrido de verdad. Llegado el momento de enfrentarse con su primera auténtica situación de emergencia, lo más probable era que Teela fuese presa del pánico.

«Pero yo sólo la quería como amante — se dijo Luis para sus adentros —. ¡Maldito Nessus! ¡Si Teela hubiera vivido alguna vez una situación de stress, Nessus la habría rechazado por su mala suerte!»

Había sido un error traerla. Era una responsabilidad. Tendría que dedicar demasiado tiempo a protegerla cuando debiera estar ocupándose de sí mismo.

¿Qué situaciones difíciles podían esperarles? Los titerotes eran sagaces hombres de negocios. Nunca pagaban más de lo preciso. El «Tiro Largo» representaba unos honorarios absolutamente fuera de lo corriente. Luis tenía la estremecedora sospecha de que se lo ganarían a pulso.

«Bueno, basta por hoy», se dijo. Metióse otra vez en la cápsula y estuvo durmiendo una hora bajo los auriculares somníferos. Se despertó, enderezó el rumbo de la nave y volvió a caer en la Zona Tenebrosa.

Volvió a salir a cinco horas y media de Sol.

Las coordenadas que le había dado el titerote definían una pequeña porción rectangular del cielo vista desde Sol, acompañada de una distancia radial en ese sentido. A esa distancia, las coordenadas definían un cubo de medio año luz de arista. Si sus instrumentos no le engañaban, Luis Wu y el «Tiro Largo» también se encontraban ahora dentro de ese volumen.

Habían dejado ya muy atrás la pequeña burbuja de estrellas, de unos setenta años luz de diámetro, que constituía el espacio conocido.

De nada le serviría intentar localizar la flotilla. Luis no sabía qué debía buscar. Fue a despertar a Nessus.

Nessus se colgó a una anilla gimnástica con los dientes y miró por encima del hombro de Luis.

— Tengo que localizar ciertas estrellas como puntos de referencia. Centra esa gigante verde y blanca y proyéctamela en la pantalla ampliadora…

Casi no podían moverse en la cabina del piloto. Luis intentaba proteger el panel de instrumentos de los desmañados gestos de los tres cascos del titerote.

— Espectroanálisis… sí. Ahora la doble estrella azul y amarilla situada en las dos…

— Ya me he situado. Gira a 348,72.

— ¿Qué buscamos exactamente, Nessus? ¿Una masa de l amas de fusión? No, la flotilla usa reactores corrientes.

— Necesitamos el amplificador. La reconocerás en cuanto la veas.

La pantalla amplificadora estaba l ena de pequeñas estrellas anónimas. Luis fue aumentando el grado de amplificación hasta que…

— Cinco puntos distribuidos en un pentágono regular. ¿Es eso?

— Ese es nuestro punto de destino.

— Estupendo. Déjame comprobar la distancia… ¡Nej! Hay un error, Nessus. Están demasiado lejos.

No recibió respuesta.

— En cualquier caso, no pueden ser naves, aunque el calculador de distancias no funcione. La flota de los titerotes debe avanzar un poco por debajo de la velocidad de la luz. Tendríamos que distinguir el movimiento.

Cinco estrellas apagadas en un pentágono regular. Estaban a un quinto de año luz de distancia y resultaban completamente invisibles a simple vista. Para poderlas distinguir con ese grado de ampliación, debían tener las dimensiones de un verdadero planeta. En la pantalla, una se veía un poco menos azul, ligeramente más pálida que las otras.

Una roseta de Kemplerer. Qué cosa más rara.

Se cogen tres o más masas iguales. Se sitúan en los vértices de un polígono equilátero y se les dan velocidades angulares iguales respecto a su centro de masa.

En esas condiciones la figura se halla en equilibrio estable. Las masas pueden describir órbitas circulares o elípticas. Una masa adicional puede ocupar el centro de masa de la figura, aunque éste también puede estar vacío. Es un detalle irrelevante. La figura es estable, como un par de puntos troyanos.

El problema está en que no es difícil que una masa pase a formar un punto troyano. (Recuérdese el caso de los asteroides troyanos en la órbita de Júpiter.) Sin embargo, es muy improbable que cinco masas lleguen a constituir una roseta de Kemplerer por azar.

— Es increíble — murmuró Luis —. Singular. Nadie ha visto jamás una roseta de Kemplerer… — La dejó perderse de vista.

¿De dónde obtendrían su luz esos objetos entre las estrellas?

— Oh, no, ni lo sueñes — dijo Luis Wu —. Jamás conseguirás convencerme. ¿Crees que soy un imbécil?

— Qué es lo que no quieres creer.

— ¡Nej! ¡No te hagas el inocente!

— Como quieras. Hacia allí nos dirigimos, Luis. Si nos sitúas dentro de su radio de acción, enviarán una nave a nuestro encuentro.

La nave tenía un fuselaje #3, un cilindro redondeado en los extremos y con el vientre aplastado, pintado de un color rosa chillón y sin ventanas. No había aberturas para los motores.

Debían de ser motores sin reacción, parecidos a los humanos, tal vez algo más avanzados.

Luis siguió las instrucciones de Nessus y dejó que la otra nave se encargara de efectuar las maniobras necesarias. Con sus motores de fusión, el «Tiro Largo» hubiera necesitado meses para adecuar su velocidad a la de la «flotilla» de los titerotes. La nave titerote lo consiguió en menos de una hora. Se materializó junto al «Tiro Largo» y, de inmediato, su tubo de acceso, cual serpiente de vidrio, intentó establecer contacto con la compuerta del «Tiro Largo».

Tendrían problemas para desembarcar. No había espacio suficiente para que toda la tripulación pudiera salir del estasis al mismo tiempo. Y, un detalle más importante, Interlocutor tendría una última oportunidad de apoderarse de la nave.

— ¿Crees que tu tasp le mantendrá a raya, Nessus?

— No. En mi opinión, hará una última tentativa de robar la nave. Lo mejor será que…

Desconectaron el panel de mandos de los motores de fusión del «Tiro Largo». Con un poco de tiempo y la intuición mecánica innata en todos los constructores de herramientas, el kzin podría arreglar cualquier cosa. Pero no tendría tiempo…

Luis observó al titerote que comenzaba a avanzar por el tubo. Nessus llevaba el traje de presión de Interlocutor. Había cerrado los ojos con fuerza: una lástima, pues la vista era magnífica.

— Caída libre — dijo Teela cuando Luis le abrió la cápsula de supervivencia —. No me siento bien. Será mejor que me ayudes, Luis. ¿Qué ha ocurrido? ¿Ya hemos llegado?

Luis le contó algunos detalles mientras la conducía hasta la compuerta. Ella le escuchaba, pero Luis advirtió que toda su atención estaba concentrada en la boca de su estómago. Se la veía sumamente incómoda.

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