Larry Niven - Mundo anillo

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Mundo anillo: краткое содержание, описание и аннотация

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El descubrimiento de un mundo hueco que orbita alrededor de una lejana estrella desencadena una tremenda lucha entre la humanidad y otras dos razas en plena expansión imperialista: los titerotes, cobardes e intrigantes, y los kzinti, guerreros feroces. Hasta la misma Tierra se ve amenazada, y sólo el desparpajo y la suerte increíble de la protagonista femenina, que es el centro de la acción, permiten conducir la lucha… a un inesperado desenlace.
El lector siempre puede contar con Larry Niven para refrescarse con un relato de ciencia-ficción heroica al estilo clásico, franqueando distancias inconcebibles, desafiando leyes físicas y gozando con las especulaciones de una imaginación desbordada.

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Sin embargo, en esos lisos ojos plateados había algo más que belleza. Ocultaban algo sumamente complejo.

— Con fines fornicatorios — respondió Luis Wu. Acababa de recordar que estaba hablando con un extranjero, incapaz de comprender tales sutilezas. Advirtió que el titerote seguía temblando, conque añadió —: Vamos a mi despacho. Está debajo de la colina. No hay riesgo de meteoritos.

Cuando el titerote se hubo marchado, Luis salió en busca de Teela. La encontró en la biblioteca, frente a una pantalla de lectura, haciendo pasar los encuadres a gran velocidad, incluso para un lector profesional.

— Hola — dijo. Dejó la imagen clavada y se volvió —. ¿Cómo está nuestro bicéfalo amigo?

— Muerto de miedo. Y yo estoy agotado. He estado ejerciendo funciones de psiquiatra con un titerote de Pierson.

El rostro de Teela se iluminó:

— Háblame de la vida sexual de los titerotes.

— Sólo sé que no se le permite procrear. Le tiene preocupado. Es de suponer que podría reproducirse si no existiera una ley que lo prohibiera. A excepción de este detalle, no ha tocado para nada el tema. Siento defraudarte.

— ¿De qué habéis hablado entonces?

Luis hizo un gesto displicente:

— Trescientos años de traumas. Ese es el tiempo que Nessus lleva viviendo en el espacio humano. Casi no recuerda el planeta de los titerotes. Tengo la sensación de que se ha pasado estos trescientos años temblando de miedo.

Luis se dejó caer en una silla vibratoria. El esfuerzo de empatía necesario para comunicar con el extraño le había agotado psíquicamente, había causado un enorme desgaste en su imaginación.

— ¿Y tú qué tal? ¿Qué estás leyendo?

— La explosión del Núcleo.

Teela señaló la pantalla. Se veían grandes masas, grupos y apelotonamientos de estrellas. No se distinguía el negro del espacio, tan numerosas eran las estrellas. Casi parecía una densa aglomeración de estrellas, pero no lo era; no podía serlo. Los telescopios no podían cubrir tanta distancia, y ésta tampoco sería accesible a una nave espacial corriente.

Era el núcleo galáctico, una densa esfera de estrellas de cinco mil años luz de diámetro, situada en el eje de la espiral galáctico. Un hombre había conseguido llegar hasta allí, doscientos años atrás, a bordo de una nave construida por los titerotes. En la pantalla podían verse estrellas rojas, azules y verdes, todas superpuestas, las más grandes y luminosas eran las estrellas rojas. En el centro de la imagen destacaba una mancha de un blanco reluciente en forma de gruesa coma. En su interior se distinguían líneas y sombras; pero las sombras situadas dentro de la mancha blanca brillaban más que cualquier estrella exterior a ella.

— Para esto necesitas la nave del titerote — dijo Teela —. ¿Me equivoco?

— Has acertado.

— ¿Cómo se produjo?

— Las estrellas están demasiado próximas unas a otras — explicó Luis —. La distancia media entre unas y otras es sólo de medio año luz, si se considera la totalidad del núcleo de cualquier galaxia. Cerca del centro, están aún más juntas. En el núcleo de una galaxia las estrellas están tan próximas que l egan a comunicarse el calor de unas a otras. Al estar más calientes, arden con mayor rapidez, envejecen más de prisa. Hace diez mil años, todas las estrellas del núcleo deben de haberse hallado próximas a transformarse en novas. De pronto una estrella se convirtió en nova. Desprendió muchísimo calor y una ráfaga de rayos gamma. Las estrellas más próximas se calentaron aún más. Supongo que los rayos gamma también determinan un incremento de la actividad estelar. El resultado fue la explosión de un par de estrellas vecinas. Y ya fueron tres. La suma del calor desprendido puso en marcha el mismo proceso en unas cuantas más. Fue una reacción en cadena. Pronto adquirió proporciones impensables. Esa mancha blanca está formada por un gran conjunto de supernovas. Un poco más adelante deben estar los cálculos matemáticos, puedo mostrártelos si quieres.

— No, gracias — dijo ella… como era de esperar —. ¿Supongo que todo habrá concluido ya?

— Así es. Eso que estás viendo es luz vieja, si bien aún no ha llegado a esta parte de la galaxia. La reacción en cadena debió de cesar hace diez mil años.

— Entonces, ¿a qué viene tanto alboroto?

— Las radiaciones. Partículas aceleradas de todo tipo. — La silla vibratoria comenzaba a producir sus efectos sedantes; se hundió aún más profundamente en la masa informe y dejó que las ondas verticales le amasaran bien los músculos —. La cuestión es bien sencilla. El espacio conocido no es más que una burbuja de estrellas situada a treinta y tres mil años luz del eje galáctico. Las novas comenzaron a explotar hace más de diez mil años. Ello significa que el frente expansivo de las explosiones combinadas l egará aquí dentro de unos veinte mil años. ¿Conforme?

— Es evidente.

— Y la radiación subnuclear de un millón de novas avanza inmediatamente detrás del frente expansivo.

— …Oh.

— Dentro de veinte mil años tendremos que evacuar todos los mundos conocidos, y probablemente otros muchos más.

— Falta mucho tiempo. Si comenzásemos la operación ahora, podríamos realizarla con las naves que poseemos. Sin ningún problema.

— No sabes lo que dices. A una velocidad de tres días por año luz, una de nuestras naves tardaría unos seiscientos años en llegar a las Nubes de MagaIlanes.

— Podrían repostar aire y alimentos… cada año o así.

Luis rió:

— Intenta convencer a alguien para que haga eso. ¿Quieres saber mi opinión? Nadie hará nada hasta que la luz de la explosión del Núcleo comience a resplandecer entre las nubes de polvo que se interponen entre nosotros y el eje galáctico; entonces de pronto cundirá el pánico en todo el espacio humano. Y les quedará sólo un siglo para largarse. Los titerotes hicieron lo más sensato. Mandaron un hombre al Núcleo con fines publicitarios, pues deseaban fondos para financiar sus investigaciones. El hombre envió instantáneas como la que estás viendo. Los titerotes emprendieron la marcha al instante, sin esperar tan sólo a que aterrizara. Cuando l egó, no quedaba ni un titerote en ningún mundo humano. Pero nosotros esperaremos, y cuando por fin nos decidamos a hacer algo tendremos que evacuar trillones de seres racionales de toda la galaxia. Necesitaremos las naves más grandes y veloces que seamos capaces de construir, y cuantas más tengamos, mejor. Necesitamos el propulsor de los titerotes ahora, para poder empezar a perfeccionarlo ya. El…

— Está bien. Iré con vosotros.

Luis se quedó con la frase en la boca y sólo logró exclamar:

— ¿Cómo?

— Iré con vosotros — repitió Teela Brown.

— Has perdido el juicio.

— Pero tú vas, ¿no?

Luis apretó los dientes para no estallar. Cuando por fin habló, lo hizo con más calma de la necesaria.

— Sí, yo voy. Pero mis razones no son las tuyas y estoy más preparado para salvar el pellejo que tú, porque tengo más años de práctica.

— Pero yo soy más afortunada.

Luis soltó un bufido.

— ¡Y tal vez no tenga razones de tanto peso como tú para embarcarme, pero para mí son válidas! — Habló con voz aguda y chillona por la ira.

— A mí no me vengas con ésas. — Teela golpeó la pantalla. La gruesa coma de luz de las novas brilló bajo su uña —: ¿No te parece razón suficiente?

— Conseguiremos el hiperreactor de los titerotes aunque no vengas. Ya oíste lo que dijo Nessus. Hay miles en tu misma situación.

— ¡Y yo soy una de ellos!

— Muy bien, lo eres, ¿y qué? — explotó Luis.

— ¿Qué nej significa tanto proteccionismo? ¿Te he pedido acaso protección?

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