Orson Card - Ender el Xenócida

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Ender el Xenócida: краткое содержание, описание и аннотация

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Lusitania es único en la galaxia. Un planeta donde coexisten tres especies inteligentes: los cerdis, que evolucionaron en el mismo planeta; los humanos que llegaron como colonizadores; y la reina colmena y sus insectores, llevados por el joven Ender unos años atrás. El planeta ha sido condenado por el Consejo Estelar a causa de la descolada, el virus letal para los humanos e imprescindible para la biología de los cerdis. Jane, la inteligencia artificial aliada de Ender y nacida del nexo de ansibles que comunican la galaxia, ha salvado Lusitania interfiriendo con la Flota Estelar y creando un insondable misterio a escala galáctica. En el planeta Sendero, con una cultura derivada de la antigua China, la niña Qing-jao tiene el encargo de descubrir la causa de la desaparición de la flota estelar. Su prodigiosa inteligencia le ha de permitir lograrlo, y ello pone en peligro la existencia de Jane y la supervivencia de las tres especies inteligentes conocidas. La intervención de Ender se hace de nuevo imprescindible.
Nominado a los Premios Hugo y Locus, 1992.

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Estaban sorteando un edificio que tenía al menos trescientos metros de altura; en las inmediaciones se veían más de una docena de edificaciones similares.

Plikt habló, por primera vez en esta excursión.

—Cohetes —dijo.

Valentine vio que Ender sonreía y asentía levemente. De modo que Plikt había confirmado sus propias sospechas.

—¿Para qué? —preguntó Miro.

«¡Para salir al espacio, desde luego!», estuvo a punto de decir Valentine. Pero eso no era justo: Miro nunca había vivido en un mundo que se esforzara por saltar a las estrellas por primera vez. Para él, salir del planeta significaba coger la lanzadera para ir a la estación orbital. Pero la única lanzadera usada por los humanos de Lusitania apenas serviría para transportar material para ningún programa importante de construcción en el espacio. Y aunque pudiera hacer el trabajo, era poco probable que la reina colmena pidiera ayuda humana.

—¿Qué están construyendo, una estación espacial? —preguntó Valentine.

—Eso creo —asintió Ender—. Pero tantos cohetes, y tan grandes… Creo que pretenden construirlos todos a la vez. Probablemente canibalizando los propios cohetes. ¿Cuál crees que puede ser el objetivo?

Valentine casi respondió con exasperación: «¿cómo puedo saberlo?». Entonces advirtió que Ender no se lo estaba preguntando a ella. Porque casi de inmediato él mismo proporcionó la respuesta. Eso significaba que debía de haber preguntado al ordenador de su oído. No, no era un «ordenador». Jane. Estaba preguntando a Jane. A Valentine todavía le resultaba difícil acostumbrarse a la idea de que, aunque fueran cuatro personas en el coche, había una quinta presente, mirando y escuchando a través de las joyas que llevaban Ender y Miro.

—Podría hacerlo todo a la vez —dijo Ender—. De hecho, con lo que se sabe de las emisiones químicas de aquí, la reina colmena ha fundido metal suficiente no sólo para construir una estación espacial, sino también dos pequeñas naves de largo alcance como las que usaban las primeras expediciones insectoras. Su versión de una nave colonial.

—Antes de que llegue la flota —dijo Valentine.

Comprendió de inmediato. La reina colmena se preparaba para emigrar. No tenía intención de dejar que la especie quedara atrapada en un solo planeta cuando volviera el Pequeño Doctor.

—Ya veis el problema —indicó Ender—. No nos quiere decir lo que está haciendo, y por eso tenemos que confiar en lo que Jane observe y lo que pueda suponer. Y lo que yo estoy imaginando no parece muy agradable.

—¿Qué tiene de malo que los insectores salgan del planeta? —preguntó Valentine.

—No sólo los insectores —intervino Miro.

Valentine hizo la segunda conexión. Por eso los pequeninos habían dado permiso para que la reina colmena contaminara tanto su mundo. Por eso se habían construido dos naves, desde el principio.

—Una nave para la reina colmena y otra para los pequeninos.

—Eso es lo que pretenden —dijo Ender—. Pero tal como yo lo veo son… dos naves para la descolada.

—Nossa Senhora —susurró Miro.

Valentine sintió que la recorría un escalofrío. Una cosa era que la reina colmena buscara la salvación de su especie. Pero otra muy distinta que llevara el letal virus autoadaptable a otros mundos.

—Ya veis mi preocupación —suspiró Ender—. Ya veis por qué no quiere decirme directamente lo que está haciendo.

—Pero de todas formas no podrías detenerla, ¿no? —preguntó Valentine.

—Podría advertir a la flota del Congreso —sugirió Miro.

Eso era. Docenas de astronaves armadas, convergiendo sobre Lusitania desde todas las direcciones…, si se les advertía de dos naves que salían de Lusitania, si se les daba sus trayectorias originales, podrían interceptarlas. Destruirlas.

—No puedes —se horrorizó Valentine.

—No puedo detenerlos ni puedo dejarlos marchar —se lamentó Ender—. Detenerlos sería arriesgarnos a destruir a insectores y cerdis por igual. Dejarlos marchar significaría arriesgarnos a destruir a toda la humanidad.

—Tienes que hablar con ellos y llegar a algún tipo de acuerdo.

—¿Qué valdría un acuerdo con nosotros? —preguntó Ender—. No hablamos por la humanidad en general. Además, si la amenazamos, la reina colmena simplemente destruirá todos nuestros satélites y probablemente también nuestro ansible. Puede hacerlo, de todas formas, para sentirse a salvo.

—Entonces estaríamos realmente aislados —concluyó Miro.

—De todo —afirmó Ender.

Valentine tardó un instante en advertir que estaban pensando en Jane. Sin ansible, no podrían seguir hablando con ella. Y sin los satélites que orbitaban Lusitania, los ojos de Jane en el espacio quedarían cegados.

—Ender, no comprendo —dijo Valentine—. ¿Es la reina colmena nuestra enemiga?

—Ésta es la cuestión, ¿verdad? Éste es el problema de haber restaurado su especie. Ahora que vuelve a tener libertad, ahora que no está acurrucada en una crisálida en una bolsa bajo mi cama, la reina actuará en interés de su especie… sea cual fuere.

—Pero Ender, no puede haber guerra entre humanos e insectores otra vez.

—Si no hubiera ninguna flota humana dirigiéndose a Lusitania, la cuestión no se presentaría.

—Pero Jane ha interrumpido sus comunicaciones —insistió Valentine—. No pueden recibir la orden de usar el Pequeño Doctor.

—Por ahora —dijo Ender—. Pero Valentine, ¿por qué crees que Jane arriesgó su propia vida para cortar sus comunicaciones?

—Porque la orden fue enviada.

—El Congreso Estelar envió la orden para destruir este planeta. Ahora que Jane ha revelado su poder, están más decididos que nunca a destruirnos. Cuando encuentren un medio de eliminar a Jane, estarán aún más convencidos de actuar contra este mundo.

—¿Se lo has dicho a la reina colmena?

—Todavía no. Pero claro, no estoy seguro de cuánto puede aprender de mi mente sin que yo me lo proponga. No es exactamente un medio de comunicación que sepa controlar.

Valentine colocó la mano sobre el hombro de Ender.

—¿Por eso intentaste persuadirme de que no viniera a ver a la reina colmena? ¿Porque no quieres que conozca el verdadero peligro?

—No quiero volver a enfrentarme a ella —dijo Ender—. Porque la quiero y la temo. Porque no estoy seguro de que deba ayudarla o intentar destruirla. Y porque cuando ponga esos cohetes en el espacio, cosa que podría suceder cualquier día de éstos, podría llevarse nuestro poder para detenerla. Y nuestra conexión con el resto de la humanidad.

Y, de nuevo, lo que no dijo: podría apartar a Ender y Miro de Jane.

—Creo que definitivamente tenemos que hablar con ella —resolvió Valentine.

—Eso o matarla —intervino Miro.

—Ahora comprendéis mi problema —repitió Ender.

Siguieron su camino en silencio.

La entrada al cubil de la reina colmena era un edificio que parecía igual que cualquier otro. No había ninguna guardia especial. De hecho, en toda la excursión no habían visto a un solo insector. Valentine recordó cuando era joven, en su primer mundo colonial, cuando intentaba imaginar cómo habrían sido las ciudades

insectoras completamente habitadas. Ahora lo sabía: tenían exactamente el mismo aspecto que cuando estaban muertas. No había insectores correteando como hormigas por las colinas. Sabía que en algún lugar había campos y huertos atendidos bajo el sol, pero ninguno se veía desde aquí.

¿Por qué le proporcionaba esto tanto alivio?

Supo la respuesta a la pregunta incluso mientras la formulaba. Había pasado su infancia en la Tierra durante las Guerras Insectoras; los alienígenas insectoides habían poblado sus pesadillas, igual que habían aterrado a todos los demás niños de la Tierra. Sin embargo, sólo un puñado de seres humanos había visto a un insector en persona, y unos pocos de éstos estaban todavía vivos cuando era una niña. Ni siquiera en su primera colonia, entre las ruinas de la civilización insectora, había podido encontrar ni un solo cadáver disecado. Todas sus imágenes visuales de los insectores eran horribles escenas de los vids.

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