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Orson Card: Ender el Xenócida

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Orson Card Ender el Xenócida

Ender el Xenócida: краткое содержание, описание и аннотация

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Lusitania es único en la galaxia. Un planeta donde coexisten tres especies inteligentes: los cerdis, que evolucionaron en el mismo planeta; los humanos que llegaron como colonizadores; y la reina colmena y sus insectores, llevados por el joven Ender unos años atrás. El planeta ha sido condenado por el Consejo Estelar a causa de la descolada, el virus letal para los humanos e imprescindible para la biología de los cerdis. Jane, la inteligencia artificial aliada de Ender y nacida del nexo de ansibles que comunican la galaxia, ha salvado Lusitania interfiriendo con la Flota Estelar y creando un insondable misterio a escala galáctica. En el planeta Sendero, con una cultura derivada de la antigua China, la niña Qing-jao tiene el encargo de descubrir la causa de la desaparición de la flota estelar. Su prodigiosa inteligencia le ha de permitir lograrlo, y ello pone en peligro la existencia de Jane y la supervivencia de las tres especies inteligentes conocidas. La intervención de Ender se hace de nuevo imprescindible. Nominado a los Premios Hugo y Locus, 1992.

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—El tiempo que pasamos en esta nave es tan real como el tiempo de ellos ahí fuera —dijo Jakt—. A veces desearía que los amigos de Ender no hubieran encontrado un medio para que nuestra nave mantenga un enlace colateral.

—Requiere un montón de tiempo de ordenador —alegó Val—. Hasta ahora, sólo los militares podían comunicarse con las naves estelares durante el vuelo a velocidad cercana a la de la luz. Si los amigos de Ender pueden conseguirlo, entonces les debo el usarlo.

—No haces todo esto porque le debas nada a nadie.

—Si escribo un ensayo cada hora, Jakt, eso significa que para el resto de la humanidad Demóstenes sólo está publicando algo cada tres semanas.

—No es posible que escribas un ensayo cada hora. Duermes, comes.

—Y tú hablas y yo escucho. Márchate, Jakt.

—Si hubiera sabido que salvar a un planeta de la destrucción significaría tener que regresar a un estado de absoluta castidad, nunca habría accedido a hacerlo.

Él sólo bromeaba a medias. Dejar Trondheim fue una dura decisión para toda la familia; incluso para ella, a pesar de que sabía que iba a ver de nuevo a Ender. Sus hijos eran todos adultos ahora, o casi: consideraban este viaje como una gran aventura. Sus visiones del futuro no estaban atadas a un lugar concreto. Ninguno de ellos se había convertido en marino, como su padre. Todos eran eruditos o científicos, y vivían la vida del discurso público y la contemplación privada, como su madre. Podían seguir viviendo sus vidas, sin ningún cambio sustancial, prácticamente en cualquier parte, en cualquier mundo. Jakt estaba orgulloso de ellos, pero decepcionado de que la cadena de la familia, que se remontaba a siete generaciones en los mares de Trondheim, terminara con él. Y ahora, por ella, Jakt había renunciado al mar mismo. Renunciar a Trondheim era lo más duro que ella podría haberle pedido, y él había aceptado sin vacilación.

Tal vez regresaría algún día y si lo hacía, los océanos, el hielo, las tormentas, los peces, los dulces prados desesperadamente verdes del verano estarían todavía allí. Pero sus tripulaciones habrían desaparecido, habían desaparecido ya. Los hombres a quienes conocía mejor que a sus propios hijos, mejor que a su esposa, tenían ya quince años más, y cuando regresara, si lo hacía, habrían transcurrido otros cuarenta años. Sus nietos estarían tripulando los barcos para entonces. No sabrían el nombre de Jakt. Sería un armador extranjero, venido del cielo, no un marino, no un hombre con el hedor y la sangre amarillenta de los strika en las manos. No sería uno de ellos.

Por eso, cuando se quejaba de que ella lo estaba ignorando, cuando bromeaba sobre su falta de intimidad durante el viaje, había algo más que el deseo juguetón de un esposo maduro. Supiera él o no lo que decía, ella comprendía el verdadero significado de sus palabras: «Después de todo lo que he dejado por ti, ¿no tienes nada que darme?».

Y tenía razón: ella se estaba esforzando más de lo necesario. Hacía más sacrificios de los precisos, y pedía demasiado también de él. Lo importante no era el número absoluto de ensayos subversivos que Demóstenes publicara durante este viaje, sino cuánta gente leería y creería lo que ella escribía, y cuántos de ellos pensarían, hablarían y actuarían como enemigos del Congreso Estelar. Tal vez más importante era la esperanza de que alguien dentro de la burocracia del propio Congreso llegara a sentir un lazo más fuerte con la humanidad y rompiera su enloquecedora solidaridad institucional. Seguramente, algunos cambiarían tras leer lo que ella escribía. No muchos, pero tal vez los suficientes. Y tal vez sucedería a tiempo de impedirles que destruyeran el planeta Lusitania.

De lo contrario, Jakt, ella y los que habían renunciado a tanto para acompañarlos en este viaje desde Trondheim llegarían a Lusitania justo a tiempo de dar media vuelta y huir… o ser destruidos junto con todos los demás habitantes de ese planeta. No era de extrañar que Jakt estuviera nervioso y quisiera pasar más tiempo con ella. Lo absurdo era que ella se mostrara tan encerrada en sí misma y se pasara todo el tiempo escribiendo propaganda.

—Ve haciendo el cartel para la puerta, y yo me aseguraré de que no estés solo en la habitación.

—Mujer, haces que mi corazón aletee como un lenguado moribundo —dijo Jakt.

—Eres muy romántico cuando hablas como un pescador —dijo Valentine—. Los chicos se reirán con ganas cuando se enteren de que no pudiste mantenerte casto ni siquiera durante las tres semanas de este viaje.

—Tienen nuestros genes. Deberían desear que estemos bien fuertes hasta que hayamos entrado en nuestro segundo siglo.

—Yo tengo más de cuatro milenios.

—¿Cuándo, oh, cuándo puedo esperarte en mi camarote, bella anciana?

—Cuando haya transmitido este ensayo.

—¿Y cuánto tardarás?

—Un ratito después de que te marches y me dejes en paz.

Con un profundo suspiro que era más teatro que tristeza verdadera, él se marchó dando zancadas sobre el corredor alfombrado. Un momento después se produjo un sonido metálico y ella le oyó gritar de dolor. Era broma, naturalmente: se había dado un golpe accidental en la cabeza con la viga metálica el primer día de viaje, pero desde entonces sus colisiones habían sido deliberadas, buscando un efecto cómico. Nadie se reía en voz alta, desde luego (era una tradición familiar no reírse cuando Jakt ejecutaba una de sus bromas físicas), pero él tampoco era el tipo de hombre que necesita apoyo por parte de los demás. Él mismo era su mejor público: un hombre no podía ser marino y líder de otros hombres toda la vida sin bastarse a sí mismo. Por lo que Valentine sabía, sus hijos y ella eran las únicas personas que se había permitido necesitar.

Incluso así, no los necesitaba tanto como para no poder continuar con su vida de marino y pescador y estar fuera de casa durante días, a menudo semanas, con frecuencia meses seguidos. Al principio Valentine lo acompañaba algunas veces, cuando se deseaban tanto mutuamente que nunca estaban satisfechos. Pero con los años su ansia había dado paso a la paciencia y la confianza; cuando él estaba fuera, ella investigaba y se entregaba a sus libros, y cuando volvía dedicaba toda su atención a Jakt y los niños.

Éstos solían quejarse: «Ojalá papá estuviera en casa, para que así mamá saliera de su habitación y volviera a hablarnos». «No he sido demasiado buena madre —pensó Valentine—. Los niños han salido tan buenos por pura suerte.»

El ensayo seguía gravitando en el aire sobre el terminal. Sólo quedaba por dar un último toque. Centró el cursor al pie y tecleó el nombre bajo el que se publicaban sus escritos: DEMÓSTENES.

Era un nombre que le había dado su hermano mayor, Peter, cuando los dos eran niños hacía cincuenta…, no, hacía ya tres mil años.

El mero hecho de pensar en Peter ya la trastornaba, le hacía sentir frío y calor por dentro. Peter, el cruel, el violento, cuya mente era tan sutil y peligrosa que cuando tenía dos años la manipulaba a ella y cuando tenía veinte al mundo entero. Cuando todavía eran niños en la Tierra, en el siglo XXII, él estudió los escritos políticos de grandes hombres y mujeres, vivos y muertos, no para captar sus ideas (que comprendía al instante), sino para aprender cómo las decían. Para saber, en términos prácticos, hablar como un adulto. Cuando dominó el tema, enseñó a Valentine y la obligó a escribir demagogia barata bajo el nombre de Demóstenes mientras él redactaba elevados ensayos dignos de un hombre de estado que firmaba con el nombre de Locke. Luego los enviaron a las redes informáticas y en cuestión de unos cuantos años estuvieron en el centro de los más importantes temas políticos del momento.

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