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Bob Shaw: Las astronaves de madera

Здесь есть возможность читать онлайн «Bob Shaw: Las astronaves de madera» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1988, ISBN: 84-7002-407-8, издательство: Acervo, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Bob Shaw Las astronaves de madera

Las astronaves de madera: краткое содержание, описание и аннотация

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Han pasado veinticinco años desde que los habitantes de Land se vieron obligados a trasladarse a Overland, el planeta hermano que comparte su atmósfera, donde ahora están establecidos en pequeñas comunidades distanciadas entre sí. Contra todo pronóstico, los que se quedaron en Land han conseguido la inmunidad contra la pterthacosis, la enfermedad que forzó la emigración. Su ambicioso soberano reclama derechos sobre Overland, iniciando una guerra que amenaza la vida de los emigrantes. Toller Maraquine, el protagonista de la primera parte, es llamado para organizar una defensa desesperada al frente de una flota de satélites y aeronaves hechos de madera.

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—Sí, majestad.

Karkarand saludó de nuevo y, en continuación del movimiento, sacó su espada de batalla. En lugar de las marcas corrientes del regimiento, el negro de la hoja de madera de brakka mostaba inscrustaciones de esmalte rojo en forma de gotas de sangre: un signo de que su propietario contaba con el favor personal del rey. Karkarand se volvió sin prisa hacia Toller, con una expresión serena y mezclada con un poco de curiosidad, y alzó la espada. Chakkell retrocedió varios pasos.

Los latidos del corazón de Toller se aceleraron mientras se preparaba, preguntándose cómo se iniciaría el ataque de Karkarand. Había imaginado una embestida repentina con la intención de terminar el duelo en el transcurso de un segundo, pero su oponente jugaba de forma distinta. Moviéndose con lentitud hacia delante, Karkarand levantó la espada y la bajó luego de golpe con un movimiento tan simple como el de un niño. Sorprendido por la falta de sutileza del hombre, Toller la paró automáticamente, y casi gritó cuando el increíble golpe se trasmitió por la hoja, torciendo y aflojando la empuñadura de sus dedos, provocando un intenso dolor en su mano.

¡La espada casi había sido arrebatada de su agarre tras el primer golpe de Karkarand!

Apretó los dedos entumecidos sobre la empuñadura, que todavía vibraba, justo a tiempo de contener una repetición exacta del primer golpe. Esta vez se encontraba más preparado para la terrible fuerza del ataque y la espada no se movió en su mano, pero el dolor fue aún más agudo que antes, extendiéndose hasta la muñeca. Karkarand siguió moviéndose hacia delante con paso lento, repitiendo el golpe sin ninguna variación; y entonces Toller entendió la estrategia de su oponente. Aquella sería una muerte humillante. Era evidente que Karkarand habría oído hablar de lord Toller Maraquine, y estaba decidido a mejorar su propia reputación simplemente caminando hacia el regicida como un autómata, para aniquilarlo en una demostración de fuerza bruta. «No se necesitó ninguna táctica especial», sería el mensaje para los espectadores y para el resto del mundo. El gran Toller Maraquine fue presa fácil para el primer guerrero auténtico al que se enfrentó.

Toller saltó hacia atrás, alejándose de Karkarand para liberarse del implacable acoso de la espada negra y conseguir tiempo para pensar. Pudo comprobar ahora que la espada de Karkarand era más gruesa y pesada que una normal de batalla, más adecuada para ejecuciones formales que para un combate prolongado, y sólo uno poseía la fuerza sobrehumana para manejarla eficazmente. La cuestión central del problema se encontraba en el extraño estilo de lucha que Karkarand había adoptado. Una serie inexorable de golpes verticales era la mejor técnica —aunque elegida inconscientemente— para defenderse del poder secreto de la espada de acero de Toller. Si quería sobrevivir, y de esta forma conseguir su propósito y salvaguardar el patrimonio familiar para su esposa y su hijo, tendría que forzar un cambio radical en el estilo de combate.

Poniendo en práctica su resolución, Toller esperó hasta que la espada de Karkarand se alzó de nuevo sobre su cabeza y entonces acometió con rapidez, parando el golpe subsiguiente mediante el bloqueo de la hoja cerca de la empuñadura. El contraataque cogió a Karkarand desprevenido porque éste sólo podía haber sido realizado con éxito por alguien que superara su fuerza física y, evidentemente, no era el caso. Karkarand parpadeó; y después, con un resoplido de satisfacción, empujó hacia abajo con toda la potencia de su enorme brazo derecho. Toller sólo logró resistir pocos segundos antes de verse obligado a ceder, y cuando el empuje de su oponente ganó velocidad fue forzado a una retirada humillante en la que estuvo a punto de caerse.

Los espectadores, que habían avanzado hasta formar un círculo, le dedicaron algunos aplausos irónicos; un sonido en el que Toller detectó una nota de anticipación. Le hizo una reverencia a Chakkell, que respondió con un signo impaciente para que continuasen con el duelo. Toller se giró rápidamente sobre su oponente, sintiéndose ahora satisfecho y aliviado, sabiendo que la parte superior de las dos hojas había estado en contacto el tiempo suficiente para que el arma de Karkarand se impregnase generosamente del líquido amarillo.

—Basta de comedia, regicida —gruñó Karkarand, al asestar otro de sus bruscos y asesinos golpes verticales.

En vez de esquivar el ataque, Toller, usando la técnica de las espadas cortas, blandió su hoja sobre y alrededor de la trayectoria, y concluyó el movimiento interceptándola. La espada de Karkarand se partió con un chasquido justo debajo de la empuñadura y la hoja negra saltó dando vueltas sobre la grava. Corriendo unos pasos hasta la espada destrozada, Karkarand dejó escapar un grito de angustiada sorpresa que fue amplificado por el silencio que se había extendido sobre la multitud.

—¿Qué has hecho, Maraquine? —chilló Chakkell, mientras avanzaba a grandes zancadas—. ¿Qué artimaña es ésa?

—¡Ninguna artimaña! Véalo por usted mismo, majestad —gritó Toller, con su atención sólo parcialmente puesta en el rey.

El duelo podía haberse dado por terminado o suspendido según las reglas normales kolkorronesas, pero él había catalogado a Karkarand como un hombre para quien los códigos de comportamiento no significaban nada, que siempre intentaría matar usando cualquier método que estuviese a su alcance. Toller miró al rey sólo un instante, calculando el tiempo de que disponía; después se volvió con la espada alzada y descubrió un resplandeciente barrido horizontal.

Karkarand, que iba corriendo hacia él con el puño alzado como una porra, resbaló al detenerse con la punta de la espada de Toller en su diafragma. Una mancha encarnada se extendió rápidamente sobre la gruesa tela gris de su túnica, pero él mantuvo su posición, respirando pesadamente, e incluso pareció que continuaba avanzando a pesar del metal que penetraba en su carne.

—Elije, ogro —dijo Toller en voz baja—. La vida o la muerte.

Karkarand lo contempló callado, todavía sin moverse, con los ojos reducidos a unas pálidas rendijas maliciosas en el rostro verticalmente comprimido, y Toller se encontró preparándose para una acción que ya era extraña a su naturaleza.

—Usa el cerebro, Karkarand —dijo Chakkell, acercándose al lugar del enfrentamiento—. De poco me servirás con una espina dorsal partida en dos. Vuelve a tus ocupaciones de inmediato. Este asunto puede concluirse otro día.

—Majestad…

Karkarand retrocedió y saludó al rey sin apartar su mirada del rostro de Toller. Se giró y se encaminó hacia los cuarteles, mientras los espectadores se apartaban para dejarle paso. Chakkell, que había sido indulgente con sus subditos mientras creyó que Toller podía morir, hizo un gesto con el brazo y la multitud se dispersó rápidamente. En pocos segundos Toller y Chakkell estuvieron solos en el patio, bajo el sol.

—¡Bueno, Maraquine! —Chakkell extendió la mano—. El arma.

—Desde luego, majestad.

Toller abrió el compartimiento del mango, revelando el recipiente roto cubierto de cieno amarillo, y un olor penetrante, que recordaba el del helecho blanco, impregnó el aire caliente. Sosteniendo la espada por la parte inferior de la hoja, Toller se la entregó a Chakkell para que la inspeccionase.

Este arrugó la nariz con desagrado.

—¡Es fango de brakka!

—Refinado. De esta forma resulta más fácil eliminarlo de la piel.

—La forma no tiene importancia —Chakkell bajó la vista y dio un puntapié al mango desprendido de la espada de Karkarand. La madera negra de un fragmento de hoja borboteaba visiblemente, formando una espuma bajo la acción destructiva del fluído—. Sigo diciendo que has recurrido a una trampa.

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