—¿No se estará preguntando qué es lo que pasa? —dijo Rosanne. Entonces se calló y se llevó la mano a la boca.
—Lo hará, dentro de unos cuantos días. —Ferranti sonrió y Rosanne le devolvió la sonrisa. La tensión inicial estaba desapareciendo. Todos iban quedando absortos por el relato en primera persona de la historia remota.
Olivia Ferranti se apoyó contra la pared y se quitó el capuchón azul de la cabeza, dejando ver una mata de rizos negros.
—Tenemos mucho tiempo. En este momento, el capitán Rinker y los otros apenas saben que me he marchado.
—¡Pero si tiene pelo! —señaló Lum.
Olivia Ferranti enarcó las cejas.
—Me alegra oír que lo cree.
—Se lo dije —explicó Peron—. Creía que el espacio-L te deja calvo.
—Es cierto. ¿No han oído hablar en Pentecostés de las pelucas? La mayoría de los hombres en el espacio-L no le dan importancia, pero no me atrevo a enfrentarme al mundo con la cabeza calva. Decidí qué aspecto me gustaba tener, mucho antes de soñar con el espacio-L. Además, tengo un cráneo abultado que no me gusta mostrar a nadie. —Se palpó los rizos—. Lo prefiero así. Lo bueno que tiene es que jamás se volverá gris.
—¿Qué más provoca el espacio-L? —preguntó Sy. Más que ningún otro, a excepción de Kallen, que como siempre no hablaba, Sy parecía reservado y frío ante los cálidos modales de Olivia Ferranti.
—A eso voy —respondió ella—. Concédame unos pocos minutos antes de referirme a ello. Quiero hacer esto en orden lógico y explicar qué le sucedió a la Tierra después de su destrucción. Es importante que lo sepan para que puedan comprender por qué nos comportamos de la manera en que lo hacemos en el sistema Cass.
«Mientras estábamos aún atareados edificando una sociedad estable fuera de la Tierra, y algunos aprendían a vivir en el espacio-L, no tuvimos tiempo para preocuparnos por lo que le había sucedido a la Eleanora y a las otras arcologías. Y, para decir la verdad, nos importaba un comino. Nos habían abandonado egoístamente, decía nuestra lógica, así que al diablo con ellos. Por nosotros podrían alejarse y pudrirse.
«Pero después de eso, los que estábamos viviendo en el espacio-L nos volvimos bastante curiosos. Yo fui una de las veinte primeras personas en experimentar la hibernación en Modo Dos. Verán, sabíamos que teníamos las estrellas al alcance de la mano. Teníamos el impulso que necesitábamos, y el tiempo que nos hacía falta. Y Helena, Melissa y Eleanora se habían encaminado fuera del sistema solar y en direcciones diferentes. No sabíamos hasta qué punto el motivo de su marcha era el interés por explorar y hasta qué punto era el miedo a nuestras represalias. Nosotros no planeábamos venganza de ninguna clase, ¿pero cómo iban a saberlo ellos? Las tres habían mostrado temor a ser colonizadas. Nos sentimos cada vez más y más deseosos de averiguar qué había sucedido con aquellas tres arcologias.
«Por fin equipamos cuatro naves con robots de servicio, similares a los de esta nave, y con sistemas de soporte vital limitado. No necesitábamos reciclaje perfecto, sólo lo suficiente para unos pocos meses de viaje en el espacio-L. El diseño final dio a las naves un alcance de exploración de cincuenta años luz. Con la lenta velocidad de las arcologías, sabíamos que no podrían estar más lejos. Y los perfiles estelares en las cercanías del Sol nos dieron una idea bastante aproximada de dónde era probable que se dirigieran las naves coloniales. Los sistemas políticos cambian, pero las limitaciones físicas continúan. Pensamos que los encontraríamos a veinte años luz de distancia.
«Cuando lo tuvimos todo dispuesto, nuestras naves partieron con tripulaciones compuestas por voluntarios. Teníamos cantidad de gente voluntaria para hacer el viaje. Yo misma me apunté, pero no lo conseguí. Había muchos con mejores cualificaciones que yo para hacer un crucero interestelar.
«Luego resultó que habíamos sobreestimado la distancia que habían recorrido. No habíamos tenido en cuenta todas las dificultades que Melissa y las otras naves podrían tener a bordo. El viaje no había sido fácil. Se había producido una guerra civil en Melissa, un colapso económico en Eleanora y un fallo en la central energética de Helena. Estas variables afectaron tanto a su velocidad como a su dirección. Helena había dado la vuelta y regresado rumbo al Sol, hasta que se solucionó el problema y pudieron continuar.
«Nuestras naves no tuvieron problemas en seguir la pista de las arcologías. Después de todo, no tenían razones para esperar que las persiguieran, y no se ganaba nada ocultando su presencia. Pero, cuando las alcanzamos, descubrimos que ninguna arcología había encontrado un planeta habitable, y que aún estaban en pleno espacio interestelar. Después de informarnos —la señal de radio en el espacio-L estaba sólo a un par de días—, se acordó no entablar contacto con ellas. Decidimos permanecer sin hacer nada y no interferir a menos que se encontraran en peligro de extinción. No nos habían pedido ayuda y no queríamos dársela. Permitiríamos que vuestros antepasados vagaran hasta que encontraran un planeta habitable o hasta que decidieran que les convenía más vivir permanentemente en el espacio. Entonces reconsideraríamos un posible contacto.
«Nuestras naves dejaron sondas de rastreo automático para seguir a las arcologías e informar de sus movimientos, y regresaron a casa.
«Puede parecerles extraño que sintiéramos tan poco interés por las arcologías. Pero no teníamos prisa. Podíamos esperar en el espacio-L y ver qué sucedía. Y, ciertamente, teníamos muchas otras cosas que nos interesaban, porque para entonces volvíamos a visitar la Tierra de forma regular.
«Seguíamos teniendo dudas de que los humanos pudieran vivir en ella. El largo invierno nuclear había exterminado el noventa por ciento de las plantas y todas las formas de vida terrestres mayores que las ratas. Y me refiero a las ratas de la Tierra, no a esos monstruos de treinta kilos que llaman ratas en Pentecostés. También descubrimos que las plantas y animales supervivientes habían cambiado. Los vegetales eran irreconocibles. Muchas de las antiguas plantas sabían de manera diferente, y algunas habían perdido sus valores nutritivos. Nos dimos cuenta de que pasarían milenios antes de que la Tierra se restaurara y se convirtiera en un mundo donde se pudiera vivir. Pero, curiosamente, todos pensamos que el esfuerzo merecía la pena, incluso aquellos que habían encontrado la vida en la Tierra absolutamente intolerable antes del holocausto.
«Cuando comenzaron las visitas a la Tierra, empezamos a sentirnos mucho más cómodos en el espacio-L. Algunos de nosotros llevábamos viviendo en él durante muchas generaciones terrestres, y todos nos encontrábamos bien. Mejor que bien, porque no parecíamos envejecer en absoluto. Nuestra mejor estimación, basada en datos limitados, era que el promedio de envejecimiento era veinte veces más lento subjetivamente que en el modo normal de vida. Eso se traducía en mil setecientos años de vida subjetiva, y aunque estuviéramos equivocados en un factor de dos, la idea seguía siendo poderosamente atractiva.
«Cuando nuestros resultados se hicieron públicos, mucha más gente quiso trasladarse al espacio-L, naturalmente. No sucedió de la mañana a la noche, pero al correr del tiempo aprendimos cómo hacer la transición en los dos sentidos, con peligro mínimo. Para entonces ya conocíamos también el gran problema al que nos enfrentábamos con la existencia en el espacio-L.
—Sigue refiriéndose a problemas y nunca nos dice cuáles son —dijo Elissa—. ¿Qué problema?
—No lo he dicho porque se supone que no puedo hablar. Ningún habitante de Pentecostés debería saber lo que voy a decirles a menos que reciba un fuerte adoctrinamiento, y ninguno de ustedes lo ha tenido. Pero advertirán el problema, por sí mismos, en cuanto lleguemos al Mando local, así que no voy a revelar ningún gran secreto.
Читать дальше