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Bob Shaw: Otros días, otros ojos

Здесь есть возможность читать онлайн «Bob Shaw: Otros días, otros ojos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1983, ISBN: 84-270-0790-6, издательство: Martínez Roca, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Bob Shaw Otros días, otros ojos

Otros días, otros ojos: краткое содержание, описание и аннотация

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El “vidrio lento” es un cristal que absorbe poco a poco la luz de los sucesos que ocurren delante de él, los cuales resultan visibles meses o años después. A partir de esta idea, Bob Shaw construye una excelente y a la vez original novela. La profética visión de lo que podría ser un invento de estas características y la problemática social de su uso, desde el crimen casi perfecto hasta la verificación por parte de la justicia al cabo de cinco años— hacen de esta novela una obra maestra de ciencia ficción en el mas puro sentido de la palabra.

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—Me alegro de que pudieras venir, Al. —Maguire miró apreciativamente a Esther—. Y ésta es la niña de Boyd Livingstone, ¿no es así?

—¿Cómo está tu padre, Esther?

—Más atareado que nunca… Ya sabes cómo es él con el trabajo.

Esther estrechó la mano de Maguire.

—Me han dicho que está pensando meterse en política. ¿Sigue tan quisquilloso con el juego?

—Quiere hacer saltar hasta el último hipódromo del país.

Esther sonrió a Maguire, y Garrod se sorprendió al notar un vago asomo de inquietud. Esther no conocía la industria de la aviación; se hallaba presente sólo por cortesía, y sin embargo la atención de Maguire estaba totalmente centrada en ella. Dinero hablando con dinero.

—Dale recuerdos de mi parte, Esther. —Un rasgo de teatral preocupación apareció en el maduro rostro de aspecto juvenil—. Dime, ¿por qué no os habéis traído al viejo?

—No pensamos en pedírselo —dijo Esther—. Pero estoy segura de que habría disfrutado con el primer vuelo del…

—No es el primer vuelo —intervino Garrod, con más severidad de la que pretendía—. Es la primera demostración pública.

—No seas tan duro con la damisela, Al —dijo riendo Maguire, apretando el puño contra el hombro de Garrod—. Además, por lo que respecta a tus cristales, es el primer vuelo.

—¿Sí? Creía que el Thermgard había sido incorporado la semana pasada.

—Así debía ser, Al, pero habíamos adelantado los ensayos de baja velocidad y nos era imposible restar tiempo del programa para cambiar los cristales.

—No lo sabía —dijo Garrod. Inevitablemente, recordó el Stiletto rojo y el sorprendido y acusador rostro de su conductor—. ¿De manera que éste es el primer vuelo con mis cristales?

—Eso acabo de decir. Los incorporamos ayer por la noche, y si no hay tropiezos el Aurora irá con velocidad supersónica el viernes. ¿Por qué no pedís algo de beber y buscáis un asiento ahí delante?

—Tengo cosas que hacer.

Maguire sonrió brevemente y se alejó.

Garrod llamó a una azafata y pidió un zumo de naranja para Esther y un combinado de vodka para él. Se llevaron los vasos al lugar donde habían sido dispuestos asientos en hileras, de cara a la pista. El repentino aumento de intensidad luminosa provocó un ramalazo de dolor en el ojo izquierdo de Garrod, un ojo ultrasensible a los destellos a consecuencia de la irisectomía practicada cuando él era niño. Se puso unas gafas polarizadas para facilitar la visión. Grupos de hombres y mujeres se encontraban allí, contemplando la actividad que rodeaba a la enorme figura del Aurora, que se cernía sobre ellos. Los remolques que contenían los servicios de tierra estaban apiñados bajo la aeronave, y los técnicos, vestidos con monos blancos, se afanaban en las escaleras que llevaban a la panza del aparato.

Garrod sorbió su bebida, encontrándola fría y con un gusto puro, con cierto amargor extra que sugería una elevada proporción de alcohol. Era bastante temprano para bebidas fuertes, en especial porque a Garrod siempre le había parecido que una bebida matutina producía el mismo efecto que tres por la noche, pero decidió que la ocasión autorizaba un ligero quebrantamiento de las normas. Durante la media hora que pasó antes de que el Aurora estuviera listo para despegar, Garrod se tomó, rápida si bien recatadamente, tres combinados de vodka, y de ese modo logró entrar en un mundo rutilante, tranquilo y optimista, donde personas maravillosas sorbían el fuego del sol que surgía de unos diamantes cóncavos. Representantes de los cuerpos directivos de otras compañías concesionarias iban y venían en jovial sucesión. Wayne Renfrew, jefe de pilotos de pruebas de la SCA, hizo breve acto de presencia, sonriendo con experto desconsuelo mientras rechazaba una bebida.

Renfrew era un hombre de corta estatura, de facciones ordinarias, con una nariz rojiza y el cabello —que raleaba— de corte militar; poseía un abstraído aire de aplomo que recordaba a los demás que él había sido seleccionado para enseñar a volar como un avión a una pieza de maquinaria experimental valorada en dos mil millones de dólares. Garrod se sintió curiosamente exaltado al ver que el piloto le elegía para efectuar un comentario sobre lo mucho que las transparencias Thermgard significaban para el proyecto Aurora. Contempló agradecido a Renfrew cuando éste, caminando con la espalda erguida de un hombre de poca estatura, se alejó hacia un jeep blanco para recorrer los escasos centenares de metros hasta la aeronave.

—¿Te acuerdas de mí? —dijo Esther, celosa—. No sé pilotar un avión, pero soy una excelente cocinera.

Garrod se volvió para mirar a su esposa, preguntándose si aquellas palabras habían transmitido el significado exacto pretendido por ella. Los ojos castaños de Esther se cruzaron con los suyos, y Garrod comprendió que, en la mañana de su segundo aniversario de boda, en una importante solemnidad sociocomercial, Esther estaba insinuando que él tenía tendencias homosexuales, simplemente porque su atención se había apartado de ella unos instantes. Introdujo el hecho en un sumario mental, y a continuación dedicó a su esposa la mejor de sus sonrisas.

—Cariño —dijo afectuosamente—, voy a traerte más bebida.

Esther devolvió la sonrisa al instante, apaciguada.

—Creo que tomaré un martini esta vez.

Garrod se ocupó él mismo de traer la bebida. Estaba poniéndola en la mesa cuando los motores del Aurora emitieron un intenso zumbido, que al cabo de unos segundos se perdió en un retumbo que hizo vibrar el suelo, mientras el encendido acababa de ajustarse. El sonido continuó al mismo nivel durante varios e interminables minutos, aumentó cuando la aeronave empezó a rodar y se hizo casi insoportable en el instante en que el Aurora giró hacia la pista principal y apuntó momentáneamente las toberas en dirección al entoldado. Garrod notó que su cavidad torácica estaba vibrando. Experimentó algo muy similar al pánico de un animal… Después, la aeronave siguió avanzando y se produjo una relativa tranquilidad.

Esther apartó las manos de las orejas.

—¿No es excitante?

Garrod asintió, manteniendo la vista fija en el Aurora. La lustrosa configuración de titanio se arrastró en la distancia —torpe sobre su tren de aterrizaje, igual que una mariposa herida— y lanzó destellos al virar su proa hacia el viento. Con un retraso sorprendentemente insignificante, el Aurora rodó a lo largo de la pista, cobró velocidad y se alzó en el aire. Tormentas de polvo se desplazaron por el terreno detrás del Aurora, mientras la aeronave se preparaba para un vuelo auténtico, recogiendo sus apéndices y alerones, y ladeándose hacia el sur.

—Es maravilloso, Al. —Esther le cogió por el brazo. Me alegro de que me hayas traído.

La garganta de Garrod quedó bloqueada por el orgullo. A su espalda, un altavoz emitió una tos y luego una voz masculina empezó a recitar una descripción no técnica del Aurora. La voz siguió hablando impasible mientras la aeronave desaparecía de la vista en medio de un vibrante azul, y concluyó afirmando que, si bien el Aurora aún no estaba autorizado a llevar pasajeros, la SCA iba a intentar ofrecer a sus invitados una impresión de cómo era volar en el avión, enlazando el sistema de altavoces para el público con la red de comunicaciones.

—Hola, señoras y caballeros —intervino la voz de Renfrew al oír el pie—. El Aurora se encuentra aproximadamente a quince kilómetros al sur de su posición, y volamos a una altura de mil doscientos metros. Estoy preparando el aparato para un viraje a la izquierda, y estaré de nuevo sobre el aeropuerto en poco menos de tres minutos. El Aurora se deja manejar como un sueño, y… —la voz profesionalmente soporífera de Renfrew calló un momento; después volvió con un tono de asombro—. Esta mañana parece un poco lento en su respuesta a las órdenes de control, pero probablemente es debido a la combinación de poca velocidad y aire denso y caliente. Como estaba diciendo…

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