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Charles Sheffield: La caza de Nimrod

Здесь есть возможность читать онлайн «Charles Sheffield: La caza de Nimrod» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1987, ISBN: 84-7735-615-7, издательство: Ediciones B, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Charles Sheffield La caza de Nimrod

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Una inteligencia artifical escapa al control de sus creadores y elabora sus propios planes sobre lo que quiere hacer, sin imporrtarle para ello el ser violenta para conseguirlo. Los humanos se unen a un grupo de razas alienígenas para trabajar juntas en la solución del problema, pero tienen muy diferentes ideas sobre cómo abordar el asunto.

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—¿Aceptarás la responsabilidad de entrenar a uno de esos idiotas? —continuó—. Son unos ignorantes. Están sucios. Y enfermos.

Estaba pinchando a Mondrian deliberadamente. La visita a la Tierra le había sido notificada con poca antelación, cortocircuiteando la cuarentena habitual de su propio departamento. Ahora había una oportunidad de venganza, incluso si ello significaba forzar la situación.

Mondrian volvió lentamente la cabeza para mirar a Brachis.

—Subestimas el potencial de la Tierra. De aquí surgieron nuestros antepasados.

—Claro, hace medio milenio. Pero éstos son los desechos. Esto es lo que queda cuando lo mejor de cada generación es cribado por setecientos años en el espacio. Ahora es una fábrica de genes defectuosos. Mira el siglo pasado y no encontrarás ningún talento destacado que haya salido de la Tierra.

—¿Has investigado eso tú mismo?

Brachis rió.

—No me hace falta. Míralos. Te digo que estamos perdiendo el tiempo. Vamonos de aquí.

Ahora su puya era más obvia, pero más difícil de ignorar. La boca de Mondrian se tensó, molesta.

—No estoy de acuerdo. Sobreestimas las demandas del equipo de persecución y subestimas el potencial de la gente de la Tierra; por no mencionar la efectividad de los programas de entrenamiento que he desarrollado durante la última década. Podría tomar a cualquiera de ésos —señaló a la multitud—, a cualquiera, de ellos, y entrenarlos para que fueran candidatos perfectos.

Brachis vio su oportunidad.

—¿Estarías dispuesto a apostar?

—Claro. Cita la cantidad.

—Lo haría —resopló Brachis—. Pero sabes que no arriesgas nada. Ninguno de ésos es válido para el entrenamiento. Son demasiado viejos, o están bajo algún otro contrato, o nunca pasarían las pruebas físicas. Mira sus dientes y sus cabellos. Espera hasta que veamos a alguien de la edad adecuada y tenga buen aspecto, y entonces dime si quieres hacer una apuesta.

—La haré. Naturalmente que sí.

La discusión fue interrumpida por el repentino regreso de Rey Bester. El hombre les llamó desde la multitud y empezó a abrirse paso hacia ellos, seguido de cerca por una mujer alta. Llegaron al banco y Bester les sonrió y tendió la mano.

Mondrian le ignoró. Se puso en pie.

—Hola, Tatty —dijo, tranquilamente—. ¿Cómo va el negocio?

—Bien. O al menos lo iba antes de que me interrumpieras. Estaba a punto de cerrar un trato en Delmarva. Le dije a Rey que se fuera al infierno, pero no es de los que aceptan un no por respuesta.

Mondrian entendió la indirecta, y depositó otro paquete de cristales en la mano abierta de Rey Bester. Entonces señaló el banco, indicando a la mujer que se sentara junto a él.

Ella permaneció de pie, examinando a los otros dos hombres de Seguridad. Luego los saludó con un movimiento de cabeza.

—Hola —dijo en un excelente solar estándar—. Creo que no nos conocemos. Soy Tatty Snipes.

Era alta, delgada y espectacular. Le llevaba a Mondrian al menos veinte centímetros de altura, y miraba directamente a los ojos a Brachis, quien la observaba abiertamente. Sus brillantes ojos marrones eran directos y atrevidos, pero había rastros de ojeras bajo ellos, y en su tez el tono gris característico de la adicción al Paradox. La piel de su cara y cuello era clara y sin arrugas, pero era la piel de alguien que nunca había visto la luz del sol. Su traje oscuro de mangas cortas revelaba una hilera de pequeños puntitos negros en sus brazos largos y delgados. En contraste con Rey Bester y el resto de la multitud, Tatty parecía limpia, con el pelo negro escrupulosamente peinado hacia atrás y las uñas bien cuidadas.

—¿Es la primera vez que vienen? —dijo—. ¿De qué se trata, Esro?

Él entrecerró los ojos ante la fuerte luz del solsimulador. Tras un momento, la tomó por el brazo.

—Siéntate, princesa, y te lo diré.

—Me sentaré, pero no aquí. Hay demasiada luz. Me freiría. Enlacemos hacia el norte, a mi casa, y os daré comida terrestre auténtica.

Sonrió al ver la expresión de temor en la cara de Kubo Flammarion.

—No te preocupes, soldado. Me aseguraré de que no sea demasiado picante.

El rango tiene sus privilegios. Esto nunca había sido más cierto que en los primeros días del desarrollo en el espacio. Una consecuencia extraña, predecible aunque inesperada, de la automatización y el exceso de la capacidad de producción, había sido el resurgir del sistema de clases. Las viejas aristocracias, disminuidas pero nunca destruidas por completo, de los días de pobreza a escala mundial y los programas experimentales, habían regresado, con algunas curiosas adiciones en sus filas.

Había sido sorprendente, pero inevitable. Cuando la producción de toda la tierra fue encomendada a las líneas de ensamblaje controladas por ordenador, aumentó la eficiencia y las ofertas de empleo descendieron.

En la difusa área de los negocios y el gobierno, la mayoría de las decisiones se tomaban también, rutinaria y más eficientemente, por ordenador. Al mismo tiempo, el aburrimiento que inspiraban los estudios académicos había reducido el sistema educativo a unos pocos años de escolarizacion obligatoria. Los bienes se transmitían de generación en generación y las antiguas posesiones familiares, cuanto más viejas mejor, definían una de las pocas formas de propiedad que no podrían ser duplicadas de manera sencilla y barata en las factorías automatizadas.

La tasa de desempleo era del noventa por ciento. Los trabajos disponibles en la Tierra no exigían habilidades especiales, así que, ¿quién podría obtenerlos?

Naturalmente, aquellos con amigos o parientes bien situados. El nepotismo había florecido a una escala que ni siquiera igualaba el siglo XVII. Quienes poseían títulos e influencia disponían de educación a su alcance; por tanto, los mejores trabajos pedían específicamente educación.

Mientras tanto, lejos de la Tierra se necesitaba realmente gente. El sistema solar esperaba su desarrollo. Ofrecía un entorno peligroso, lleno de oportunidades, y tenía el hábito molesto de cancelar de modo permanente cualquier ventaja debida a nacimiento, grado o cualificaciones accidentales. Los ricos y la realeza, después de echar una rápida ojeada al espacio, se quedaban en casa, donde la seguridad y el status estaban asegurados y a salvo. Eran los de baja extracción quienes, al ver que no podían ascender en la Tierra, tomaban otra dirección: el espacio.

El resultado fue demasiado efectivo para haber sido planeado por seres humanos. Los comunes, duros y desesperados, se labraron su destino en el exterior, generación tras generación. La creación del Enlace Mattin cuadruplicó la tasa de éxodos. La sociedad que se quedó en la Tierra se convirtió en un conjunto de títulos y en un continuo deseo de más títulos. Estaba protegida de las necesidades materiales y libre de presiones externas y naturalmente, mostró un creciente desdén hacia los emigrantes —«vulgares comunes»— que esparcían su clase y su fecundidad por todo el sistema solar y se abrían camino hacia las estrellas. La Tierra era el lugar adecuado para los aristócratas. La Gran Canica, el único sitio donde se podía vivir. Y también el único lugar para aquellos que despreciaban la rudeza, estimaban la cultura y querían una cierta sofisticación en la vida.

Rey Bester era un rey auténtico cuya línea descendía treinta y dos generaciones desde la casa de los SaxoCoburgo. Era uno de los diecisiete mil monarcas que reinaban sobre la Tierra y debajo de su superficie. Consideraba a Tatty Snipes, la princesa Tatiana SinaiPeres de los CabotKashogui, casi como una advenediza. Su linaje sólo abarcaba seis siglos y veintidós generaciones. No lo decía así, por supuesto, en su presencia, pues Tatty le habría volado la cabeza con un golpe de su mano aristocrática y bien cuidada. Pero lo pensaba.

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