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Charles Sheffield: La caza de Nimrod

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Charles Sheffield La caza de Nimrod

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Una inteligencia artifical escapa al control de sus creadores y elabora sus propios planes sobre lo que quiere hacer, sin imporrtarle para ello el ser violenta para conseguirlo. Los humanos se unen a un grupo de razas alienígenas para trabajar juntas en la solución del problema, pero tienen muy diferentes ideas sobre cómo abordar el asunto.

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Charles Sheffield

La caza de Nimrod

PROLOGO

MUERTE EN LA ESTACIÓN TELA DE ARAÑA

La primera señal de advertencia no fue más que un destello de luz. En el conjunto de los veintidós mil monitores que mostraban el balance de energía del sistema solar, una minúscula bombilla parpadeó registrando una demanda de sobrecarga.

No sería apropiado decir que la señal fue mal atendida por negligencia de los operarios del Nexo de Vulcano. En realidad, éstos no llegaron a verla nunca. Todo el conjunto había sido instalado en la sala de control del Nexo, principalmente de cara a las visitas de los dignatarios y de la prensa: Aquí —solían decir, señalando con la mano—, de una sola mirada, la ecuación de energía de todo el sistema solar. La parte izquierda muestra el suministro de energía. Cada luz atiende la energía de un panel solar. Y aquí, a la derecha, se hallan las demandas.

Un minuto o dos para examinar el parpadeo de las luces y la visita continuaba en otro sitio. Lo más importante estaba todavía por venir: El poderoso descenso por cuatrocientos millones de kilómetros cuadrados de colectores, cada uno de los cuales absorbía su dosis de radiación del Sol. Con los aparatos orbitando a sólo dos millones de kilómetros por encima de la fotosfera solar, el disco radiante del Sol cubría treinta grados del cielo. Era improbable que ninguno de los visitantes volviera a recordar la sala: no después de la cabalgada a través del horno solar, pasando de largo sobre las vastas llamaradas de hidrógeno y remolinos de las manchas solares.

La señal de sobrecarga, por lo tanto, no fue advertida por el personal, pero la probabilidad de que existiera negligencia humana en cuanto a cualquier posible fluctuación menor de energía no era causa de preocupación. Suministro y demanda habían sido monitorizados largamente por un agente mucho más eficiente y concienzudo que el homo sapiens. La cadena de ordenadores de Dominus advirtió de inmediato la fuente de la demanda de energía: la Estación Tela de Araña, a doce mil millones de kilómetros del Sol. La demanda de la estación se había incrementado en cien puntos sobre el uso normal. Mientras esa información atravesaba el complejo computerizado, una segunda luz llegó al visor del panel; luego, tres más. Cada luz indicaba una demanda aumentada diez veces. Dominus conectó el suministro de energía de los complejos solares a las plantas de fusión que orbitaban cerca de Perséfona. La reserva era más adecuada. Aún no había miedo a una emergencia, ni se pensaba que fuera posible un desastre.

No hubo respuesta de la Estación Tela de Araña. La investigación adquirió rango de prioridad, y Dominus pidió nuevos datos. Se advirtió que la Estación Tela de Araña había guardado silencio durante las últimas siete horas, y que había correlación entre el uso de la energía y la señal de que el sistema de Enlace Mattin había sido activado (aunque aún no había sido utilizado para transmitir señales ni materia).

Dominus envió una señal de alerta a los cuarteles generales de Ceres y examinó todas las sondas más allá de Neptuno. La aguja de aceleración más cercana estaba a treinta millones de kilómetros de la Estación Tela de Araña: veintidós horas de camino.

Dominus envió las sondas segundos antes de que el problema fuera advertido por los humanos. La técnico de servicio en Ceres verificó las señales, anotó el tiempo y aprobó el uso de las sondas, pero no pidió un informe sobre el uso de energía por parte de la Estación Tela de Araña; su mente estaba en otro lugar, embebida en una cita tras el trabajo y en la perspectiva de salir con un nuevo acompañante, algo siempre excitante y nunca del todo predecible. Hacer horas extraordinarias examinando las fluctuaciones de energía en el Sistema Exterior no formaba parte de sus planes para esa tarde.

Conocía la magnitud de sus deberes y sus responsabilidades. Sabía lo que hacía. El que más tarde se convirtiera en el primer chivo expiatorio era simple evidencia de que se necesitaba uno.

Mientras tanto, la demanda de energía continuaba. La elevación de su magnitud, más el uso simultáneo y múltiple del sistema de transporte del Enlace Mattin llevó finalmente el problema a niveles de alta prioridad. Dominus pidió un incremento en la aceleración de las sondas.

La Sonda T tenía menos de dos años de antigüedad. Contenía los nuevos circuitos lógicos paninorgánicos y una gama completa de sensores. Había registrado imágenes de la Estación Tela de Araña cuando estaba aún a doscientos mil kilómetros de distancia. La enorme estación aparecía como un globo granuloso y tintineante, lleno de entradas y repleto de equipo comunicador. Aunque los datos de la Sonda T con respecto a su objetivo no incluían nada referente a los propósitos o contenidos de la estación, fue lo suficientemente inteligente para intentar contactar por todos los canales en cuanto estuvo al alcance.

La Estación mantuvo su silencio. La Sonda T se asombró al ver que todas las compuertas de acceso estaban abiertas. Envió un mensaje Enlace Mattin a Dominus, informando de la peculiaridad, y se acercó a treinta kilómetros. Los sensores de alta resolución pudieron entonces recoger imágenes de objetos pequeños e irregulares que flotaban alrededor de la estación. La Sonda T envió dos exploradores, uno para inspeccionar lo que flotaba, y el otro para examinar el interior de la estación.

El informe del segundo explorador se hizo, pero no llegó a enviarse nunca. Entró en la estación, siguiendo sus instrucciones, mas para entonces cada circuito de la Sonda T estaba ocupado al máximo de su capacidad. Una descarga de señales de emergencia inundó a Dominus a través del Enlace, y una serie de indicadores raramente usados entraron en acción en todas las consolas de control, desde el Nexo de Vulcano hasta el Cosechador Oort. La primera sonda había encontrado los fragmentos en torno a la estación Tela de Araña. Sus imágenes mostraban los cuerpos destrozados y congelados de los guardias de la Estación. Todavía con sus uniformes, las armas sin sacar, flotaban en el sarcófago infinito del espacio abierto.

A través del sistema solar, las sirenas de alarma entonaron su réquiem.

1

LAS CRIATURAS DE MORGAN

ENLACE EN CADENA COMPLETO. PERMANEZCAN A LA ESPERA DE LA CONEXIÓN PARA LA CONFERENCIA.

La voz, incorpórea y tintineante, sonaba en todas partes. En los pocos segundos previos a la conexión final del Enlace, el embajador ante el Grupo Estelar se volvió hacia los dos hombres que permanecían ante él en la cúpula.

—Quiero que comprendan muy claramente la situación —dijo—. Aunque la audiencia tiene lugar en la Cámara Estelar, no hay de momento ningún cargo criminal en curso. Esto es, estrictamente, un encuentro entre embajadores. Su testimonio debe ser tan adecuado y completo como sea posible. ¿Comprendido?

El embajador Dougal Macdougal era un individuo alto e impresionante, a quien las antiguas y tradicionales togas de su oficio, pasadas de un embajador al siguiente, le sentaban como si le hubieran sido hechas a medida. Su frente era noble; su mandíbula casi demasiado firme.

Los otros dos hombres intercambiaron una brevísima mirada y luego asintieron.

—¡No se queden ahí moviendo la cabeza sin más! —exclamó Dougal Macdougal—. ¡Díganlo! Necesitamos grabar su compromiso explícito. Ya tenemos demasiados problemas. No quiero añadir ningún otro.

—Comprendo perfectamente —dijo Luther Brachis.

Rivalizaba con Macdougal en altura, aunque era mucho más ancho. Incluso en la baja gravedad de Ceres sus pisadas sacudían el suelo blanco y dorado de la Cámara Estelar. En el pectoral izquierdo de su uniforme de combate llevaba una brillante falange de condecoraciones militares; el resplandeciente cúmulo de estrellas de la Seguridad Solar blasonaba su manga derecha. Sus ojos, de color gris azulado, miraron firmemente a Dougal Macdougal. Su ancha boca se estiró apenas un milímetro hacia la mandíbula. Para Luther Brachis, aquello era el equivalente a un estallido de furia.

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