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Charles Sheffield: La caza de Nimrod

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Charles Sheffield La caza de Nimrod

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Una inteligencia artifical escapa al control de sus creadores y elabora sus propios planes sobre lo que quiere hacer, sin imporrtarle para ello el ser violenta para conseguirlo. Los humanos se unen a un grupo de razas alienígenas para trabajar juntas en la solución del problema, pero tienen muy diferentes ideas sobre cómo abordar el asunto.

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—Lo describiré todo y no ocultaré nada —dijo por fin.

El embajador se volvió hacia el otro hombre.

—¿Y usted, Mondrian? Venga, dígalo. El Enlace se completará dentro de un par de segundos.

Esro Mondrian alzó la mirada. Su altura era ligeramente inferior a la media. El embajador y Luther Brachis le pasaban una cabeza y, en contraste con los otros dos hombres, la constitución de Mondrian era frágil y angular. Contrariamente a ellos, iba vestido de manera sencilla: El severo uniforme negro de la Investigación de Fronteras, precisamente ajustado y meticulosamente limpio, sin medallas o insignias que revelaran su rango. Un simple ópalo de fuego en el cuello izquierdo de su indumentaria servía como identificación y escondía sus múltiples funciones de comunicador, computadora y arma.

Finalmente, Mondrian se encogió de hombros.

—Tranquilo, Dougal. Sabe que no suelo ocultar datos a nadie que tenga acceso legítimo a ellos. En cuanto dispongamos de identificación completa de las partes involucradas en este Enlace, les proporcionaré toda la información que poseo.

Su voz era grave y agradable, pero Macdougal no respondió a su tono conciliador. Estaba a punto de replicar cuando las luces que anunciaban la operación de Enlace Mattin empezaron a parpadear. Miró molesto a Esro Mondrian y se volvió hacia el pozo instalado en medio de la sala. Delante de ellos, en el hemisferio del atrio central de la Cámara Estelar, centellearon tres óvalos de luz. En su interior se formaron las imágenes tridimensionales de los embajadores.

En el de la izquierda apareció una masa pulsante y sombría de un color púrpura oscuro. Cuando la imagen se estabilizó, Brachis y Mondrian reconocieron la figura cimbreante de un Compuesto Remiendo, emitida desde un sistema Mercantor en sistema Formalhaut. El Remiendo se había agrupado para formar un ovoide simétrico con apéndices de proporciones toscamente humanas. Junto a él (pero a cincuenta y ocho años luz de distancia en el espacio real, casi al otro extremo del Grupo Estelar), se veía el armazón verde oscuro de un Ángel. Y a la derecha, todavía emitiendo un abanico de arco iris mientras se recibía la señal, revoloteaba el gran conjunto tubular de un Tubo-Rilla que se unía al enlace desde su planeta natal en torno a Eta Casiopea, a dieciocho años luz de distancia.

ENLACE MATTIN COMPLETO dijo la voz tintineante. LA CONFERENCIA PUEDE TENER LUGAR.

Era un momento histórico. Los cuatro representantes del Grupo Estelar contactaban de forma simultánea audiovisual por primera vez en veintidós años terrestres. Dougal Macdougal, consciente de que el hecho formaría parte de la historia del Grupo Estelar, se dirigió a ellos, ignorando a Luther Brachis y Esro Mondrian.

—Saludos. Soy Dougal Macdougal, embajador solar ante el Grupo Estelar. ¿Pueden oírme y verme correctamente y hacerlo entre ustedes?

La pregunta era una formalidad diplomática. El ordenador encargado del Enlace no habría permitido el contacto completo audiovisual sin confirmar antes que ninguno de los participantes tenía problemas para establecerlo.

—Sí —dijo el Tubo-Rilla, aproximándose bastante a la pronunciación humana.

—Sí —repitieron el Remiendo y la respuesta del embajador Ángel, generada por ordenador.

—Hemos reunido este Congreso espacial para discutir... una situación difícil —continuó Macdougal—. Un suceso reciente, aquí, en el sistema Sol, podría convertirse en un problema importante que afectara al Grupo Estelar entero. Puede que tengamos que tomar medidas de control inusitadas y tal vez sin precedentes. Naturalmente cualquier decisión sobre tales medidas debe tomarla el Grupo Estelar al completo. Para describir el trasfondo del problema, he dispuesto dos informes especiales de dos de las principales personas que han estado implicadas desde el principio...

Mondrian y Brachis intercambiaron una mirada de desagrado.

—Está jugando sucio —murmuró Mondrian.

—Por supuesto —Brachis miró al embajador solar—. No pondrá el problema sobre la mesa. Nos lo dejará a nosotros, el muy granuja. Y apuesto que ya ha decidido a quién hay que echarle la culpa.

Dio un paso adelante y se colocó junto al Tubo-Rilla, y con ello todos los embajadores parecieron estar en línea, observando a los testigos. Lámparas ocultas envolvieron a Brachis en un óvalo de luces.

—Puede empezar —dijo Macdougal.

Brachis asintió ante las cuatro formas en sus crisálidas de luz. Su cara de león parecía hosca y furiosa.

—El embajador ha citado correctamente mis obligaciones. La Seguridad es mi oficio, desde la Estación Apolo y el Nexo de Vulcano hasta las Tortugas Áridas, pasando en el borde de la Nube Oort —hubo un bufido de orgullo en su voz profunda—. Llevo cinco años estándar en este cargo. Hace dos, recibí una propuesta para crear un proyecto de seguridad en la Estación Tela de Araña. Ésa es una instalación dedicada a la investigación, a doce mil millones de kilómetros del Sol, a medio camino entre las órbitas de Neptuno y Perséfona. Ha servido como centro de investigación para actividades de Seguridad durante más de setenta años estándar. El proyecto que empezó hace dos años era secreto. Se le dio el nombre en clave de «Operación Morgan». Aprobé la solicitud. Con su permiso, dejaré la descripción de los objetivos de este proyecto para el posterior testimonio del comandante Mondrian.

Brachis sonrió, sombrío.

—Déjenme decir solamente esto: la Operación Morgan fue llevada a cabo con toda clase de medidas de seguridad. Cuarenta de los guardias más experimentados de mi departamento, gente en la que se podía confiar plenamente, fueron asignados al proyecto, y se instalaron en la Estación Tela de Araña. La energía se les suministraba desde el circuito general del Sistema Solar, controlada desde el Nexo de Vulcano y desde el centro principal, aquí en Ceres. En dos años, no se notó anomalía de ninguna clase. Los informes sobre el progreso de la Operación Morgan sugirieron resultados excelentes y ninguna dificultad, hasta hace veinte días. Entonces una demanda de energía anómala hizo saltar la alarma en nuestro sistema de rastreo.

Luther Brachis se detuvo.

—Esta es la primera parte de mi testimonio. ¿Alguna pregunta?

Las cuatro figuras frente a él permanecieron en silencio. Se oía el usual siseo típico del Enlace Mattin. El Ángel movía sin descanso sus hojas superiores, mientras Dougal Macdougal miraba de un lado a otro. Brachis no iba a recibir ningún apoyo por parte del embajador solar.

—Continúe —dijo por fin.

—Muy bien. La demanda de energía a la que me refiero provino de la Estación Tela de Araña. Llegó en un momento de calma, cerca de un cambio de turno. Me temo que el aumento de la carga no fue advertido al principio por mi personal —masticó las palabras como si su boca estuviera llena de arena—. A pesar de que el sistema de Enlace estaba preparado para la acción, no reaccionamos inmediatamente. Acepto plena responsabilidad sobre eso. Cuando respondimos y una sonda investigadora alcanzó la Estación Tela de Araña, era demasiado tarde. La estación estaba desierta. El Enlace Mattin había sido utilizado... diecisiete veces. Todos mis hombres estaban muertos —se volvió para mirar acusadoramente a Esro Mondrian—. Y aprendí algo que debía haber sabido hace mucho tiempo: la auténtica naturaleza de la Operación Morgan.

Se detuvo. Su actitud anunciaba claramente que su testimonio había concluido, pero ahora hubo un murmullo en las filas de los embajadores.

—Usted... dice... que el Enlace fue... activado —era el embajador Tubo-Rilla y las placas de su tórax vibraban suavemente—. ¿Hacia qué destinos?

—No lo sabemos aún. Pero la cantidad de energía empleada indica que a muchos años luz.

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