Cogió el disco horizontalmente. En su centro, una doble flecha de luz se movía y giraba. Mientras la observaban, la señal se alargó ostensiblemente y cambió de dirección.
—¿Un trazador? —preguntó Mondrian.
Brachis asintió.
—De dirección y distancia. Al haber sido alcanzados por el rayo podremos seguirlos durante veinticuatro horas como mínimo. Está diseñado para seguir a cinco personas a la vez. Se vuelve muy complicado si toman caminos distintos, pues hay que seguir cinco flechas diferentes, pero con dos es bastante fácil. Mira las flechas. Siguen juntos.
Tendió el disco a Mondrian, quien a su vez lo entregó a Flammarion.
—Vaya, sígalos y tráigalos aquí.
Kubo Flammarion le miró con un ojo cerrado y luego observó el trazador.
—Solo no, hombre —continuó Mondrian, impaciente—. No conoce el lugar. Él le ayudará —señaló a Rey Bester, que miraba hacia otro sitio—. Y será muy bien recompensado —añadió.
Bester asintió.
—Ahora sí que habla bien, caballero. —Dio una palmada y cogió el trazador—. La flecha no se mueve. Deben de haberse detenido. Volveremos con ellos dentro de un momento. Vamos.
Seguido de mala gana por Kubo Flammarion, Bester siguió la línea definida por la flecha. Mondrian miró a Brachis y sacudió la cabeza.
—Voy a ganar la apuesta. Con esos dos que tan amablemente me has servido, a menos que quieras anularla.
—La apuesta sigue en pie. Nada bueno sale de la Tierra.
Brachis se dirigió hacia un asiento, pensativo.
Nada bueno, ¿eh?, se dijo Mondrian. Pero algunas cosas de la Tierra te interesan bastante. ¿Así que te gustaría visitar un laboratorio Aguja, no? Me he dado cuenta por la expresión de Rey Bester.
Se sentó junto a él. Los dos permanecieron silenciosos, sumidos en sus propios pensamientos.
Tatiana regresó y se sentó frente a Mondrian.
—Hecho —dijo—. El título ha sido transferido. Los dos son tuyos.
Mondrian asintió, pero no levantó la vista. Sobre la mesa, delante de él, había una botella abierta de viejo brandy, y a su lado un globo de cristal contenía medio centímetro del líquido ámbar.
—¿Tienes idea de lo que me costó conseguírtelo? —continuó diciendo Tatiana—. Empecé a buscarlo después de tu última visita. Y ni siquiera lo has olido.
Mondrian se puso en pie y le dirigió una grave media sonrisa.
—No es culpa tuya, princesa. Me conoces. En cualquier otro momento sería capaz de matar por conseguir un brandy como éste.
—¿Qué es lo que anda mal?
—Ojalá lo supiera. Algo en el trato que hemos hecho. Tu amigo Bozzie no pidió mucho dinero por esos dos.
—Pero me dijiste que no sabías cuánto podrían costar.
—Cierto. No lo sabía. Pero Rey Bester sí, y observé su cara cuando Bozzie aceptó nuestra oferta. Abrió mucho los ojos —Mondrian recogió el recipiente de cristal y olió el delicado bouquet, producto de siglos—. Bien, ya los tenemos, aunque no me encuentre cómodo. Le dije a Flammarion que los sacara de la Tierra en cuanto pudiera, antes de que Cuarentena cambie de opinión. Ojalá no lo hubiera hecho. Ojalá les hubiera echado un vistazo.
—Los viste.
—Sólo durante un par de segundos, cuando los encontramos por primera vez. Luther Brachis se ha encargado de sus permisos de salida... y parece muy contento. Es lo que te digo, Tatty. Algo no anda bien.
—¿Dónde está ahora Brachis?
—Se marchó con Rey Bester, sin decir adonde iban. Pero creo que lo sé. A un laboratorio Aguja. Estoy seguro de que Brachis ha oído hablar de ellos, pero dudo que los haya visto.
—¿Qué es lo que busca?
Mondrian sacudió otra vez la cabeza y por fin tomó un pequeño sorbo de licor.
—No me lo dijo —sonrió, pero, más que una sonrisa, su gesto fue una mueca—. Tatiana, querida, si alguien sabe que la gente baja a la Tierra por sus propias razones secretas, ésa eres tú. ¿Puedes prepararme una cita para esta noche? Tengo que ver de nuevo a Rattafee.
—¿A Rattafee? ¿No lo sabes? Está muerta. Lo siento, Esro. Supuse que lo sabías. Murió de una sobredosis de Paradox hace casi un mes.
Él cerró los ojos.
—Mala noticia —dijo por fin—. Era la mejor que he conocido. Pensé que podría hacer progresos con ella. Ahora... ahora no sé dónde ir —su voz sonó helada.
—Hace unos pocos días he oído decir que hay un nuevo saltafreud que vive en alguna parte en los niveles más inferiores. Puedo investigar si quieres. Tal vez te consiga una cita para dentro de una semana o así. Sabes que lleva tiempo —dudó—. Puedo intentarlo mañana si quieres. Esperaba que te quedaras conmigo esta noche. Sólo por esta noche —le puso las manos sobre los hombros—. Esro, no estoy pidiendo mucho. No tienes que volver a mentirme con ninguna de las viejas promesas, sobre cómo encontrarás un sitio para mí allá arriba y que me sacarás de la Tierra. No tienes que decirme todo eso. Sólo quédate esta noche. Es todo lo que pido.
—Princesa, no comprendes. O tal vez lo haces mejor que yo. Cuando vengo a la Tierra, siempre quiero verte. Pero tengo que ser sincero contigo. La mayor parte de las veces vengo a ver a los saltafreuds para ver si pueden ayudarme. Me quedaré aquí esta noche, por supuesto. Pero podrías prepararme un encuentro ahora. Así tendré la esperanza de poder dormir un poco esta noche.
Ella se adelantó y besó a Mondrian rápidamente en los labios.
—Claro. Mi pobre Esro, ¿es tan malo como de costumbre?
—Peor. Cada año que pasa me agarra más y más — se enderezó y tomó aire—. Otra cosa, Tatty. Tengo que saber lo que hace Luther Brachis cuando está aquí en la Tierra. Estoy seguro de que prepara algo. Estoy intentando comprar a Rey Bester, pero no me parece que sea fiel, y necesitamos un ladrón honrado. ¿Podrías contactar con Ave Godiva para que se encargue de Brachis?
—Eso te costará una fortuna. ¿Sabes lo que cobra Godiva por sus favores?
—El dinero no es problema. Ve y hazlo. No creo que pueda resistirla; las mujeres son una de sus debilidades.
—Lástima que no sean una de las tuyas —le sonrió amargamente—. Pobre Esro. Estás tan obsesionado. Haré los preparativos. Siéntate y descansa. Si solamente pudieras relajarte un rato... por una sola noche.
—Todos estamos obsesionados, princesa, todos nosotros —miró las pequeñas ampollas de cristal llenas de líquido púrpura. Las había en todas las habitaciones—. Tal vez aprenderé a relajarme... y tal vez entonces dejarás de ser una adicta al Paradox.
Ella se había dirigido hacia la puerta, al comunicador de la habitación contigua. Se detuvo.
—No puedo discutir eso —dijo lentamente—. Por el amor de Dios, ojalá pudiera. Intenta descansar, Esro. Volveré en cuanto me sea posible.
—No seas loco —dijo Rey Béster—. Nadie en su sano juicio vive en la superficie.
Un «apartamento de superficie» en la ciudad de Delmarva se definía, convencionalmente, como cualquier cosa a menos de un kilómetro bajo tierra. La última capa exterior, cuyo techo tocaba ya al aire libre, se reservaba para la agricultura y el cultivo automatizado de la tierra. Humanos, prohibido el paso. Si alguien sentía la extraña urgencia de saborear la vida «natural» podía satisfacerla fácilmente viajando a África Central o Sudamérica. Allí, las reservas de superficie, donde se incluían especies salvajes protegidas, se extendían a lo largo de miles de kilómetros cuadrados.
La superficie de Delmarva era un buen lugar para la agricultura. Y era también el lugar perfecto donde visitar un laboratorio Aguja ilegal... para aquellos que pudieran soportar la idea. Luther Brachis y Rey Bester intentaban ocultar su mutua incomodidad mientras salían del último tubo elevador y subían por una escalera de acero. Brachis odiaba aquellas brisas impredecibles. Todavía le hacían reaccionar como si hubiera un fallo en el sistema de aire y anunciaran vacío absoluto. Y Rey Bester, a gusto en los sótanos de la ciudad, temblaba bajo el cielo cuajado de estrellas y su frío resplandor.
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