Un momento después de haber conectado la señal de Emergencia, una brillante luz anaranjada centelleó en el otro lado de la habitación. Era una bengala, encendida junto a la puerta, allí donde el fuego cruzado le habría alcanzado si hubiera intentado escapar por ese camino. Hubo una nueva descarga de las armas en miniatura, y otra andanada de blancos en su cuerpo. Se lanzó al suelo, rodó otra vez y se acercó al escritorio. Antes de que los atacantes pudieran enfocar, golpeó un panel oculto en la pared con la palma de su mano izquierda.
El sistema de incendios se activó en una fracción de segundo. Chorros de agua a presión y emulsores cubrieron la habitación de arriba a abajo, y los altos tonos de advertencia de un gong resonaron en todo el apartamento. Las luces de emergencia inundaron el estudio con un brillante verde pálido.
La rociada inundó la habitación. Los disparos cesaron en el acto.
Luther Brachis, empapado y ensangrentado, cruzó el estudio. Corrió en primer lugar hacia el lugar donde los disparos habían sido más intensos. El agua lo golpeaba por todos lados, lastimando sus heridas, pero lo agradeció.
Brachis se encaminó hacia los minisims. Éstos pugnaban por permanecer de pie en medio del bombardeo de agua y espuma. Ignorando el dolor en sus manos, Brachis los aplastó entre sus dedos, uno detrás de otro.
La puerta del estudio se abrió y Godiva apareció en ella de repente. Estaba desnuda, a excepción de unas bragas de gasa.
—¡Luther! —exclamó.
El la ignoró y cruzó de nuevo la habitación, una Némesis escarlata que dejaba tras él huellas sangrantes. El primer grupo atacante había sido barrido. Estaban ahora en el suelo corriendo en busca de refugio a través de un torrente de agua de un centímetro. Brachis los aplastó con los pies, resoplando, mientras aquellas duras figuras le infligían cortes.
Siguió moviéndose, aplastando y devastando con las manos y los pies desnudos.
Cuando llegó la ayuda, la batalla había terminado. El sistema de emergencia había sido desconectado. La habitación estaba libre de simulacros. Godiva había llevado a Brachis al dormitorio para aplicarle antisépticos, cremas curativas y piel sustitutiva. Yacía desnudo en la cama, con la cara y el vientre convertidos en una masa de heridas conectadas entre sí por jirones de piel colgante. Juraba continuamente, mientras Godiva empezaba a aplicarle la piel sintética amarilla. El servicio de emergencia comenzó a actuar, dejando el apartamento limpio y seco. Aún estaban trabajando cuando llegó Esro Mondrian.
Godiva había terminado de atender la zona izquierda de Brachis y le decía que se diera la vuelta. Él la ignoraba y hablaba furiosamente por un micro.
—¡No saben absolutamente nada! —le dijo a Mondrian, a modo de saludo—. La Sede de Adestis está cerrada por la noche. Hasta mañana por la mañana no podrán decirme si han perdido algún simulacro, ni siquiera podrán decir cuántos.
Soltó un respingo cuando Godiva empezó a colocar piel en la yema de su pulgar.
—¿Importa saber cuántos? —Mondrian alzó uno de los simulacros aplastados—. Nadie excepto Adestis tiene una cosa así. De hecho, no sabía que los tenían grandes. ¿Para qué los usan?
—El juego mayor..., escorpiones, crustáceos. Pueden operar bajo el agua, pero, afortunadamente para mí, nunca fueron diseñados para sobrevivir a una tormenta.
—¿Y los cascos de control? La pregunta no es sobre los minisims de Adestis..., es sobre quién estaba tras ellos.
—Tampoco tienen idea de eso. —Brachis se tocó la cara con los dedos, y palpó un cráter de un centímetro en su mejilla—. Pero sé la respuesta. Son otra vez los Artefactos de ese cabrón..., tienen que serlo.
Mondrian estudiaba la piel erosionada y lastimada de Brachis.
—Estoy seguro de que tienes razón. —Sonrió sombrío—. Algún día, Luther, tendrás que decirme qué hiciste para ganarte la enemistad de Fujitsu. Te ha dejado con más cráteres que la superficie de Calisto.
—Le subestimé —gruñó Brachis—. Y por eso me merezco todo esto.
—Te dije que lo verificaras todo. ¿Qué salió mal?
—Hice lo que pude. Pero eso prueba una cosa... y lo digo a todos los que empleo en el Entrenamiento Básico: es lo que no esperas lo que siempre te atrapa. Había preparado el apartamento para que nada pudiera pasar por debajo de las puertas, o abrirse paso a través de las paredes, los suelos o el techo. Había verificado en persona los sistemas detectores para que hicieran sonar la alarma de inmediato si algo envenenado o radiactivo era introducido, como gas en forma de partículas, a través de los conductos de aire. Lo que no esperaba era que algo peligroso pudiera marchar a través de esos conductos. Las aberturas sólo tienen un par de centímetros de ancho.
—El tamaño perfecto. —Mondrian volvió a mirar el simulacro que tenía en la mano, y luego observó de nuevo el cuerpo maltrecho de Brachis—. Me sorprende ver cuánto poder tienen esas cosas. No hace falta disparar así, ni siquiera para acabar con un escorpión.
—Llevaban lo máximo en armamento..., incluso hacían falta dos minisims para disparar con unas cuantas pistolas. Es el tipo de cosa que Adestis sólo da normalmente a un grupo sin experiencia y que se muere de miedo. En realidad, un proyectil no acabaría con un escorpión, pero lo retardaría lo suficiente para que les diera tiempo de salir corriendo.
—La última vez que nos vimos, me dijiste que habías localizado a todos los Artefactos que el margrave había dejado. Es obvio que fuiste demasiado optimista. —Mondrian señaló la puerta—. Pero, si pensabas que estabas a salvo, ¿por qué todos estos sistemas de seguridad?
—Por insistencia de ella. —Brachis señaló con el pulgar a Godiva—. Pensaba que los había localizado a todos en Hiperión. Ahora tendré que volver a empezar.
Godiva había estado completamente absorta en sus curas, demasiado ocupada para preocuparse por las ropas en los primeros minutos. Había colocado cuidadosamente piel sintética en todas sus heridas. Ahora, directamente introducida en la conversación por primera vez, pareció darse cuenta de su condición de semidesnudez. Dirigió a Mondrian una sonrisa preocupada, besó rápidamente a Brachis en los labios y se encaminó al cuarto de baño.
—Diez minutos para secarme el pelo y ponerme algo. Por favor, no dejes que se meta en más problemas mientras estoy fuera, Esro.
Su partida creó un repentino silencio en la conversación. La mención de los Artefactos del margrave hizo que Brachis pensara en la silenciosa superficie de Hiperión. Después de haber conseguido los gases volátiles del pago, le habían sido entregados siete cuerpos. Los operarios que se los entregaron regresaron de inmediato a la Gran Cripta. No tenían idea —o tal vez sospechaban con demasiada exactitud— lo que Brachis intentaba hacer con ellos. No miraron atrás.
Lo lógico era quemar los siete contenedores y abandonar de inmediato la superficie de Saturno. Un impulso de curiosidad había forzado a Brachis a abrirlos.
Los cuatro primeros variaban de aspecto, pero tenían la imagen identificable del margrave. Dos parecían más jóvenes, sin barba y más delgados, pero la matriz de ADN coincidía en todo. Eran Artefactos derivados directamente de Fujitsu. Cuando la llama de ocho millones de grados se cebó en ellos, desaparecieron en un parpadeo de luz púrpura.
Era la séptima y última caja, donde había resultado más difícil la identificación, la que permanecía en la memoria de Brachis. La caja contenía una jovencita. Desnuda, rubia, con la piel muy clara, apenas había pasado la pubertad. Y era preciosa. Cuando aquellos jóvenes pechos y las suaves caderas maduraran, sería como una Godiva Lomberd más joven.
Читать дальше