Iain Banks - Pensad en Flebas

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La guerra se recrudece a lo largo de la galaxia. Las lunas, los planetas y las mismas estrellas se enfrentaron a una destrucción a sangre fría, brutal y, lo que es peor, aleatoria. Los Iridanos luchan por su fe; la Cultura, por su derecho moral a existir. No hay lugar para la rendición. En medio del conflicto cósmico, en las profundidades de un Planeta de los Muertos, yace una Mente fugitiva. Los rumores dicen que Horza el Cambiante, y su horda de mercenarios impredecibles, humanos y máquinas, se embarcaron en su propia cruzada por encontrarla… solo para hallar su propia destrucción.

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El alto mando idirano consideraba la guerra desde mucho antes de que fuese declarada como una continuación de las hostilidades permanentes exigidas por la colonización teológica y disciplinaria, y enfrentarse a las capacidades tecnológicas relativamente equivalentes a las de su especie que poseía la Cultura sólo exigió una escalada del conflicto armado limitada, tanto en el aspecto cualitativo como en el cuantitativo.

La especie idirana como un todo dio por sentado que la Cultura se retiraría después de haber hecho aquel gesto simbólico, pero algunos de los políticos idiranos que tomaban las decisiones previeron que en el caso de que la Cultura demostrara estar tan decidida como en el «peor posible» de todos los escenarios extrapolados, se podía alcanzar un acuerdo políticamente juicioso que permitiría salvar la cara a ambos bandos y encerraría ventajas para los dos. Dicho acuerdo requeriría un pacto o tratado en el que los idiranos accederían a limitar o reducir la velocidad de su expansión durante un cierto período de tiempo, permitiendo con ello que la Cultura se atribuyera un éxito no demasiado considerable. Aparte de ello, el pacto o tratado les proporcionaría A) una excusa religiosamente justificable para la consolidación, gracias a la cual la maquinaria militar idirana podría recuperar el aliento, y que dejaría sin argumentos a los idiranos que se oponían a la expansión de su especie basándose en la velocidad y crueldad con que se estaba llevando a cabo, y B) ofrecería otra razón más para aumentar los gastos militares con el fin de garantizar que en la próxima confrontación con la Cultura —o con cualquier otro oponente—, sería posible obtener una victoria rápida y destruir al enemigo gracias a la decisiva superioridad militar alcanzada. Sólo las partes más fervientes y fanáticas de la sociedad idirana estuvieron a favor de o llegaron a contemplar la posibilidad de una guerra de exterminio total, y aun así se limitaron a aconsejar la continuación de las hostilidades contra la Cultura después de y pese a las vacilaciones y disensiones que debilitarían a la Cultura, y al intento de pedir una paz honrosa con Idir que —ellos también— creían acabaría siendo inevitable.

Los idiranos extrajeron estas conclusiones «sin pérdidas» de la extrapolación sobre el curso más probable de los acontecimientos, y declararon la guerra a la Cultura sin vacilación y sin ninguna clase de dudas o temores sobre el resultado final.

Como mucho, es posible que los idiranos pensaran que la guerra dio comienzo en una atmósfera de incomprensión mutua. No podían haber previsto el hecho de que su enemigo poseía una comprensión casi perfecta de su especie, en tanto que ellos no habían sabido aquilatar las fuerzas de la creencia, la necesidad —incluso el miedo—, y la moral que estaban operando en el interior de la Cultura.

Un breve resumen de la guerra
(tomado del texto principal)

La primera disputa entre Idir y la Cultura tuvo lugar en el año 1267; la segunda en 1288. La Cultura construyó la primera nave de guerra realmente digna de tal nombre de que había dispuesto en cinco siglos en el año 1289, aunque sólo como prototipo (la excusa oficial fue que las generaciones de modelos de naves de combate generadas por las Mentes que la Cultura había ido desarrollando habían alcanzado un estadio de evolución tan avanzada que era preciso someterlas a pruebas prácticas para ver si la teoría en que se basaban estaba acorde con la realidad.) En 1307 la tercera disputa produjo varias bajas (máquinas). La guerra fue discutida públicamente dentro de la Cultura como posibilidad por primera vez. En 1310 la sección de Paz de la Cultura tomó la decisión de separarse de la inmensa mayoría de la población, y la Conferencia del Pozo de Anchramin dio como resultado un acuerdo mutuo por el que se llevaría a cabo una retirada de fuerzas (decisión que los ciudadanos más miopes de Idir y la Cultura condenaron y aclamaron respectivamente.)

La cuarta disputa empezó en 1323 y continuó (con la Cultura utilizando fuerzas no pertenecientes a su sociedad) hasta 1327, cuando se produjo la declaración oficial de guerra y tanto las naves como las poblaciones de la Cultura se vieron directamente involucradas. El Consejo de Guerra de la Cultura del año 1326 tuvo como resultado final el que otras partes de la Cultura anunciaran su separación formal de la sociedad, proclamando que renunciaban al uso de la violencia fueran cuales fuesen las circunstancias.

El Acuerdo de Conducción de la Guerra entre Idir y la Cultura fue ratificado en el año 1327. En 1332 los homomda empezaron a tomar parte en la guerra como aliados de Idir. Los homomda —otra especie trípeda de mayor madurez galáctica que la Cultura o los idiranos— dieron refugio a los idiranos que se convirtieron en Restos Sagrados durante el Segundo Gran Exilio (1345-991 antes de Jesucristo) que tuvo lugar después de la guerra entre Idir y los skankatrianos. Los Restos y sus descendientes acabaron llegando a ser las tropas de choque más aguerridas y fiables de los homomda, y después del regreso sorpresa de los idiranos y su reconquista de Idir en el año 990 antes de Jesucristo las dos especies trípedas siguieron colaborando en términos que se fueron aproximando a la igualdad a medida que iba aumentando el poder idirano.

Los homomda se pusieron de parte de los idiranos porque les inquietaba el creciente poder de la Cultura (no eran la única especie que albergaba dicha preocupación, aunque sí fueron la única que actuó abiertamente para oponerse a la Cultura). Aunque tenían relativamente pocos desacuerdos con los humanos y aunque ninguno de ellos era demasiado serio, los homomda se habían mantenido fieles durante muchas decenas de miles de años a una política básica cuyo criterio de guía era el intento de impedir que ningún grupo de la galaxia (situado dentro de su nivel tecnológico) llegara a ser excesivamente fuerte, y los homomda estaban convencidos de que la Cultura se iba aproximando a tal situación. No hubo ningún momento en el que los homomda consagraran todos sus recursos a la causa idirana; utilizaron parte de su poderosa y muy eficiente flota espacial para ir llenando los huecos de calidad que se producían en la flota idirana, y dejaron muy claro ante la Cultura que si los humanos atacaban algún planeta homomdano la guerra se volvería total (de hecho, la Cultura y los homomda siguieron manteniendo relaciones diplomáticas y culturales limitadas durante la guerra, y el comercio entre ambas sociedades nunca llegó a cesar del todo.)

Hubo varios errores de cálculo. Los idiranos creían que estaban en condiciones de ganar la guerra por sí solos, y contar con el apoyo de los homomda les hizo suponer que serían invencibles. Los homomda pensaron que su influencia haría que el fiel de la balanza se acabara inclinando en favor de Idir (aunque jamás estuvieron dispuestos a poner en peligro su futuro para derrotar a la Cultura); y las Mentes de la Cultura pensaban que los homomda no se aliarían con los idiranos, por lo que ninguno de sus cálculos sobre la duración, costes y beneficios de la guerra tomaba en consideración el que los homomda participasen en el conflicto.

Durante la primera fase de la guerra, la Cultura pasó la mayor parte del tiempo retirándose ante la veloz expansión de la esfera de influencia idirana, completando el cambio de sus factorías para adaptarlas a la producción bélica y construyendo su flota de guerra. Durante esos primeros años, la guerra espacial en el bando de la Cultura corrió a cargo de sus Unidades Generales de Contacto, que no habían sido diseñadas para servir como naves de guerra, pero estaban lo bastante bien armadas y podían alcanzar velocidades más que suficientes para convertirlas en dignas oponentes de la nave promedio idirana. Además, la tecnología de campos de la Cultura siempre había ido por delante de la idirana, con lo que las UGC poseían una ventaja decisiva en términos de resistencia y capacidad de autoprotección. Puede afirmarse que esas diferencias reflejaban hasta cierto punto la forma de pensar y los criterios culturales básicos de ambos bandos. Para los idiranos, una nave era una forma de recorrer la distancia existente entre dos planetas o un medio de protegerlos. Para la Cultura cada nave era una auténtica demostración de habilidades y recursos, casi una obra de arte. Las UGC (y las naves de guerra que fueron sustituyéndolas poco a poco) eran creadas con una combinación de entusiasmo artístico y sentido práctico orientado al mejor funcionamiento posible de la maquinaria, para el que los idiranos no tenían ninguna respuesta disponible, aunque las naves de la Cultura nunca llegaron a estar en condiciones de enfrentarse con éxito a los navíos más sofisticados de que disponían los homomda. Aun así, durante esos primeros años las UGC se encontraron en una abrumadora inferioridad numérica.

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