* * *
Balveda intentó balancear su cuerpo hasta colocar una pierna sobre la pasarela, pero los músculos de la parte inferior de su espalda habían sufrido daños excesivos y no lo consiguió. Las fibras musculares se desgarraron y el dolor inundó todo su ser. Seguía suspendida en el vacío.
Había perdido toda la sensibilidad de la mano. La espuma se fue posando sobre su rostro irritándole los ojos. Una serie de explosiones destrozó todavía más el amasijo de vagones e hizo temblar la atmósfera a su alrededor. Su cuerpo bailoteó en el aire. Podía sentir su lento resbalar. Sus dedos se deslizaron uno o dos milímetros sobre la superficie del soporte, y su cuerpo bajó esa misma distancia hacia el suelo de la caverna. Intentó agarrarse con más fuerza, pero sus dedos se habían vuelto totalmente insensibles.
Oyó ruidos en la terraza. Intentó mirar a su alrededor y vio a Horza corriendo a lo largo de la terraza con el arma preparada. Iba hacia la pasarela. El Cambiante resbaló sobre la espuma y tuvo que agarrarse con la mano libre para no perder el equilibrio.
—Horza… —intentó gritar, pero lo único que salió de su boca fue una especie de graznido. Horza pasó corriendo por la pasarela mirando hacia adelante. Sus pasos hicieron temblar su mano; sus dedos estaban volviendo a resbalar—. Horza… —repitió, tan alto como pudo.
El Cambiante la dejó atrás. Su rostro era una máscara indescifrable, sus manos sostenían el rifle en alto y sus botas martilleaban el metal que había sobre la cabeza de Balveda. La agente de la Cultura agachó la cabeza y miró hacia abajo. Cerró los ojos.
Horza… Kraiklyn… Ese ministro geriátrico de Ultramundo en Sorpen… Ningún fragmento o imagen del Cambiante, nada y nadie de cuanto hubiera sido a lo largo de su existencia podían albergar el más mínimo deseo de rescatarla. Xoxarle parecía haber esperado que alguna compasión pan-humana haría que Horza se detuviese a salvarla, con lo que el idirano obtendría esos escasos segundos carentes de precio que necesitaba para huir. Pero el idirano había cometido el mismo error de juicio cometido por su especie respecto a la Cultura. Parecía que después de todo la humanidad no era tan blanda. Si se les proporcionaba el estímulo adecuado, los seres humanos podían ser tan duros, decididos e implacables como cualquier idirano…
«Voy a morir —pensó, y sintió casi más sorpresa que terror—. Aquí y ahora… Después de todo lo que ha ocurrido y de todo lo que he hecho… Voy a morir. ¡Así de fácil!»
Los dedos de su mano entumecida ya casi habían aflojado su presa alrededor del soporte.
Los pasos que se movían sobre su cabeza se detuvieron y volvieron a acercarse. Balveda alzó la vista.
El rostro de Horza estaba encima de ella, contemplándola.
Balveda siguió girando en el aire durante un segundo mientras el hombre la miraba a los ojos con el cañón del arma muy cerca de su rostro. Horza miró a su alrededor y sus ojos fueron hacia el otro extremo de la pasarela y el punto por el que había desaparecido Xoxarle.
—…socorro… —graznó Balveda.
Horza se arrodilló sobre la pasarela, la agarró por la muñeca y tiró de ella.
—Tengo el brazo roto… —jadeó Balveda mientras él la cogía por el cuello de la chaqueta y seguía tirando de su cuerpo hasta depositarlo en la superficie de la pasarela.
Horza se incorporó y Balveda rodó sobre sí misma. La espuma flotaba entre las luces parpadeantes y la oscuridad de la inmensa caverna llena de ecos, y las llamas proyectaban sombras momentáneas cada vez que las luces fallaban.
—Gracias —tosió.
—¿Por ahí?
Los ojos de Horza fueron hacia la dirección que había estado siguiendo, la misma por la que se había alejado Xoxarle. Balveda hizo cuanto pudo para asentir.
—Horza, olvídate de él —dijo.
Horza ya se había puesto en movimiento.
—No —dijo.
Meneó la cabeza, giró sobre sí mismo y se alejó. Balveda se enroscó hasta formar una bola y su brazo entumecido fue hacia el brazo fracturado, aunque no llegó a tocarlo. Tosió, se llevó una mano a la boca, hurgó en su interior y acabó escupiendo un diente.
* * *
Horza llegó al final de la pasarela. Había recobrado la calma. Xoxarle podía retrasarle cuanto quisiera; incluso podía permitir que el idirano llegara al tubo de tránsito. Le bastaría con meterse en el conducto y disparar contra la cápsula que se alejaba, o acabar con el suministro de energía mediante un par de disparos y dejaría atrapado al idirano. No importaba.
Cruzó la terraza y entró corriendo en el túnel.
El túnel se extendía en línea recta durante poco más de un kilómetro. El acceso a los tubos de tránsito quedaba a la derecha, pero había otras puertas y entradas, lugares en los que Xoxarle podía esconderse.
El interior del túnel estaba seco y bien iluminado. Las luces apenas si parpadeaban, y el sistema de rociadores no había llegado a ponerse en funcionamiento.
La idea de mirar al suelo pasó por su cabeza justo a tiempo.
Vio las gotas de agua y espuma mientras corría hacia un par de puertas opuestas, una a cada lado del túnel. La hilera de gotas se detenía allí.
Estaba corriendo demasiado deprisa para frenar de golpe. Lo que hizo fue agacharse.
El puño de Xoxarle emergió del umbral que había a la izquierda y hendió el aire pasando sobre la cabeza del Cambiante. Horza giró sobre sí mismo y alzó el arma disponiéndose a disparar. Xoxarle salió del umbral y le lanzó una patada. Su pie chocó con el arma y el cañón subió velozmente hacia el rostro del Cambiante, estrellándose en la boca y la nariz de Horza. El rifle se disparó y los haces láser inundaron de luz el techo sobre la cabeza de Horza, haciendo que un diluvio de polvo y trocitos de roca cayera sobre el idirano y el humano. Xoxarle alargó el brazo mientras el aturdido Cambiante retrocedía tambaleándose. Su mano se cerró sobre el arma arrebatándosela a Horza. Le dio la vuelta y apuntó a Horza. El Cambiante había apoyado una mano en la pared. Su boca y su nariz estaban sangrando. Xoxarle arrancó el protector del gatillo.
* * *
Unaha-Closp cruzó a toda velocidad la sala de control, giró sobre sí mismo, atravesó la nube de humo y dejó atrás la puerta destrozada para lanzarse por el corto tramo de pasillo. Voló a través del dormitorio abriéndose paso por entre las redes que se balanceaban, se metió por otro corto tramo de túnel y salió a la terraza.
Había escombros y restos metálicos por todas partes. Vio a Balveda en la pasarela. La mujer de la Cultura estaba sentada agarrándose un hombro con la otra mano. Un instante después vio como ponía la mano sobre el suelo metálico. Unaha-Closp se lanzó hacia ella, pero un segundo antes de que llegara a su lado —Balveda estaba alzando la cabeza alertada por el silbido del aire—, oyó el sonido del láser al otro lado de la caverna. La unidad volvió a cambiar de dirección y aceleró.
* * *
Xoxarle apretó el gatillo justo cuando Unaha-Closp le embestía desde atrás. El arma aún no había empezado a disparar cuando Xoxarle se vio arrojado hacia adelante y chocó con el suelo del túnel. Rodó sobre sí mismo mientras caía, pero el cañón del arma se enganchó en la roca y durante un segundo tuvo que soportar todo el peso del idirano. El cañón se partió limpiamente en dos. La unidad se detuvo junto a Horza. El Cambiante intentó avanzar hacia el idirano, que ya estaba recuperando el equilibrio y se incorporaba frente a ellos. Unaha-Closp volvió a ponerse en movimiento, primero hacia abajo y luego acelerando al máximo en un intento de repetir el primer golpe con el que había logrado alcanzar al idirano. Xoxarle apartó a la unidad con un barrido de su brazo. Unaha-Closp rebotó en la pared como si fuese una pelota de goma y el idirano volvió a golpearla. La unidad salió despedida por el túnel y se alejó girando locamente sobre sí misma en dirección a la caverna. Su armazón estaba llena de abolladuras, y apenas si podía controlar sus movimientos.
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