— Oh, sí, les encanta que me encargue de todo lo que no plantea problemas — dijo Yay. Parecía repentinamente cansada — . Una meseta o dos, un par de lagos… Pero yo estoy hablando del plan de conjunto, de cosas realmente radicales. Nos estamos limitando a construir una nueva Placa idéntica a cualquier otra de las que ya existen. Podría ser cualquiera entre un millón de Placas esparcidas por la galaxia. ¿Qué objetivo tiene eso?
— ¿El que la gente pueda vivir en ella? — sugirió Chamlis con el campo levemente teñido de rosa.
— ¡La gente puede vivir en cualquier parte! — dijo Yay. Se incorporó en el sofá y clavó sus brillantes ojos verdes en la unidad — . Que yo sepa no hay escasez de Placas. ¡Estoy hablando de arte!
— ¿Qué habías planeado? — preguntó Gurgeh.
— ¿Qué te parecerían unos campos magnéticos debajo del material de base y unas cuantas islas imantadas flotando sobre los océanos? — replicó Yay — . Nada de tierra corriente; sólo montones de rocas flotando a la deriva con arroyos, lagos, vegetación y unas cuantas personas intrépidas… ¿No crees que resultaría mucho más emocionante?
— ¿Más emocionante que qué? — preguntó Gurgeh.
— ¡Más emocionante que esto! — Meristinoux se levantó de un salto, fue hacia la ventana y golpeó suavemente el cristal con la punta de los dedos — . Fíjate en lo que hay ahí fuera. Es como si estuvieras viviendo en un planeta… Mares, colinas y lluvia. ¿No preferirías vivir en una isla flotante que navega por los aires con el agua debajo?
— ¿Y si las islas chocan? — preguntó Chamlis.
— ¿Qué importa el que choquen? — Yay se volvió hacia el hombre y la unidad. El paisaje que se extendía al otro lado de las ventanas estaba cada vez más oscuro y la habitación aumentó levemente la intensidad de las luces. Yay se encogió de hombros — . Y siempre hay formas de impedir que puedan chocar… Pero ¿no os parece una idea magnífica? ¿Qué razón hay para que una vieja y una máquina puedan impedir que la convierta en realidad?
— Bueno — dijo Chamlis — , conozco a Preashipley y si pensara que tu idea es buena no se limitaría a ignorarla. Tiene muchísima experiencia y…
— Sí — dijo Yay — . Tiene demasiada experiencia.
— Eso es imposible, joven dama — replicó la unidad.
Yay Meristinoux tragó una honda bocanada de aire y pareció disponerse a discutir, pero acabó limitándose a extender los brazos, poner los ojos en blanco y volverse hacia la ventana.
— Ya veremos — dijo.
El atardecer había estado volviéndose más oscuro a cada momento que pasaba, pero de repente un chorro de sol se abrió paso por entre las nubes y la lluvia iluminando toda una punta del fiordo. Una claridad acuosa fue invadiendo lentamente la habitación y las luces de la casa volvieron a perder intensidad. El viento agitaba las copas de los árboles que goteaban agua.
— Ah — dijo Yay irguiendo la espalda y estirando los brazos — . No hay nada de qué preocuparse. — Inspeccionó el panorama que se extendía ante sus ojos con mucha atención — . Qué diablos… Voy a correr un rato — anunció. Fue hacia la puerta que había en el rincón de la estancia sacándose primero una bota y luego la otra. Arrojó la chaqueta sobre el respaldo de una silla y empezó a desabotonarse la blusa — . Ya lo veréis. — Alzó un dedo como si riñera a Gurgeh y Chamlis — . Islas flotantes… Su hora ha llegado.
La unidad no dijo nada. Gurgeh puso cara de escepticismo. Yay salió de la habitación.
Chamlis flotó hacia la ventana. Observó a la chica — que ahora sólo vestía unos pantalones cortos — , y la vio echar a correr por el sendero que se alejaba de la casa y bajaba haciendo pendiente por entre las praderas y el bosque. Yay alzó la mano en un breve saludo sin mirar hacia atrás y se internó en el bosque. Chamlis hizo parpadear sus campos en respuesta, aunque Yay estaba demasiado lejos para ver el destello.
— Es muy hermosa — dijo.
Gurgeh se reclinó en el sofá.
— Me hace sentir viejo.
— Oh, no empieces a compadecerte de ti mismo — dijo Chamlis apartándose de la ventana.
Gurgeh clavó la mirada en las piedras de la chimenea.
— Estoy pasando por un momento en el que todo me parece de color gris, Chamlis. A veces pienso que he empezado a repetirme a mí mismo, que incluso los juegos nuevos son meras variaciones sobre juegos ya conocidos y que no hay nada por lo que merezca la pena seguir jugando.
— Gurgeh… — dijo Chamlis con despreocupación, e hizo algo que rara vez hacía. Se colocó sobre el sofá y fue bajando lentamente hasta que éste soportó todo su peso — . Intenta ser un poco más claro. ¿Estamos hablando de los juegos o de la vida?
Gurgeh echó hacia atrás su cabeza aureolada de rizos oscuros y se rió.
— Puede que haya acabado hartándome de los juegos — dijo mientras hacía girar una pieza tallada a mano entre sus dedos — . Solía pensar que el contexto no importaba. Un buen juego era un buen juego y la manipulación de reglas que podían traducirse sin ningún error de una sociedad a otra encerraba cierta pureza indefinible, pero últimamente he empezado a tener mis dudas. Por ejemplo, fíjate en el Despliegue. — Movió la cabeza señalando el tablero que tenía delante — . Es un juego muy reciente, ¿sabes? Un planeta atrasado lo inventó hace pocas décadas. Ahora se juega aquí y la gente hace apuestas, con lo que consiguen que sea importante. Pero… ¿con qué podemos apostar? ¿Qué objeto tendría que yo apostara… digamos que Ikroh?
— Puedo asegurarte que Yay no aceptaría esa apuesta — dijo Chamlis con un fugaz parpadeo de diversión — . No para de repetir que aquí llueve demasiado.
— Pero… ¿comprendes a qué me refiero? Si alguien quisiera una casa como ésta ya la habría hecho construir; si quisiera algo de lo que hay en la casa… — Gurgeh movió el brazo en un arco que abarcó toda la habitación — . Bueno, lo habría encargado y ya lo tendría. Si no hay dinero y no hay posesiones, una parte muy considerable del placer y el disfrute que experimentaban quienes inventaron este juego cuando se enzarzaban en sus partidas… sencillamente desaparece.
— ¿Llamas placer y disfrute a perder tu casa, tus títulos, tus propiedades, puede que incluso a tus hijos y el que los demás esperen que salgas a la terraza con un arma para volarte los sesos? ¿Eso es pasárselo bien? Creo que es una suerte que nos hayamos librado de todo eso. Deseas algo que no está a tu alcance, Gurgeh. Disfrutas viviendo en la Cultura, pero la Cultura no puede proporcionarte una gama de amenazas lo bastante amplia. El auténtico jugador necesita la emoción de la pérdida potencial e incluso de la ruina, y cuando esa emoción desaparece tiene la sensación de que no está vivo del todo. — Gurgeh guardó silencio. La claridad de las llamas y el suave brillo de las luces disimuladas por toda la habitación iluminaban sus rasgos — . Cuando completaste tu nombre escogiste llamarte «Morat», pero quizá no seas el jugador perfecto… Quizá tendrías que haberte llamado «Shequi», el-que-apuesta.
— ¿Quieres saber una cosa? — dijo Gurgeh muy despacio. Su voz apenas podía oírse por encima del chisporroteo de los leños que ardían en la chimenea — . La idea de jugar con esa chica… Me da un poco de miedo. — Miró a la unidad — . Sí, de veras… Me da miedo porque me gusta ganar, porque poseo algo que nadie es capaz de imitar, algo que nadie más puede tener… Soy yo mismo, y soy uno de los mejores. — Volvió a alzar los ojos rápidamente hacia la máquina, como si se sintiera un poco avergonzado — . Pero de vez en cuando me preocupo pensando que puedo perder. ¿Y si ahí fuera hay algún mocoso (especialmente si se trata de algún mocoso, alguien más joven que posea un talento natural superior al mío), que espera su ocasión y que es capaz de arrebatarme todo cuanto poseo? Eso es lo que me preocupa, y cuanto mejor juego más me preocupo porque tengo más cosas que perder.
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