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Orson Card: Retorno a la Tierra

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Orson Card Retorno a la Tierra

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El planeta Armonía, colonizado por humanos hace casi cuarenta millones de años atrás, ha estado siempre bajo el cuidado de una inteligencia artificial: el Alma Suprema, el ordenador que todo lo sabe y todo lo protege. Pero el Alma Suprema ha envejecido y está débil. Debe volver a la lejana Tierra para recobrar la ayuda del Guardián. En , Nafai y su familia, los elegidos del Alma Suprema, realizan un viaje interestelar de un centenar de años que, pese a la hibernación de la mayoría, no deja de acrecentar el odio entre los partidarios de Nafai y los de su hermano Elemak. Llegados a la Tierra, los expedicionarios se enfrentarán a algunas de las especies que se han desarrollado en los cuarenta millones de años de ausencia de los humanos. En particular a quienes, fruto de la evolución de murciélagos y topos, han devenido en seres voladores y cavadores de túneles, conocidos como “ángeles” y “demonios”. Las religiones, los odios, las rivalidades y las luchas por el liderazgo hacen todavía más ardua una empresa ya de por sí francamente difícil. Card nos ofrece, como ya hiciera en la premiada serie de Ender, un interesante retrato del ser humano y de sus motivaciones. Unos personajes entrañables, la lucha por el poder, las interacciones entre especies, la compleja explicación biológica de comportamientos, culturas y religiones sorprendentes son algunos de los elementos que mantienen viva la trama de una saga fascinante.

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Elemak rió entre dientes.

—Desde luego. Conque la poderosa Shedemei desea que yo gobierne.

—La poderosa Shedemei se propone llevar esa nave estelar al espacio el día en que su esposo regrese con la lanzadera.

—¿Y cuándo llegará ese feliz día?

—Cuando la gran nación de los nafari esté finalmente a salvo.

—Mientras yo viva, ese día no llegará nunca —les aseguró Elemak.

Sin duda, Nafai habría tenido que matarlo.

—Bien defendida, al menos —concedió Shedemei—. Porque tú sabes y yo sé que sólo podrás conducir a estos soldados contra su reducto una cantidad limitada de veces, si deseas conservar su obediencia. Eres un líder nato, Elemak. Sabrás cuándo imponerte y cuándo persuadir. Y tendrás tus límites. Nafai y su gente estarán a salvo.

—¿Cuántos días? —preguntó Elemak, comprendiendo el trato.

—Creo que tardarás por lo menos ocho días en investigar los crímenes de este traidor. Tendrás que encontrar testigos entre sus soldados, que harán confesiones públicas sobre los asesinatos que se cometieron después de la muerte de Emeezem. La justicia lleva su tiempo.

—Ocho días.

—O hasta que regrese la lanzadera. También estarás ocupado trasladando tu aldea, para que nadie muera cuando despegue la nave.

—Veo que ya me lo tienes todo preparado. Protchnu se enfureció.

—No aceptarás esta componenda, ¿verdad, Padre? Esa víbora se ha llevado a la mitad de tu familia, a la mitad de mi familia…

—Todos los que siguieron a Nafai se fueron por voluntad propia —interrumpió Shedemei.

—¿Y debemos creer eso? —dijo Protchnu—. Tal vez Padre acepte tu trato a cambio de su poder sobre éstos —señaló desdeñosamente a los cavadores—, pero yo los seguiré y los alcanzaré, y arrancaré con mi lanza el corazón de Nafai.

—¿Y también el de tu madre? —preguntó Shedemei—. Porque ella sólo regresará con Elemak si está muerta.

—¡Ya está muerta! —aulló Protchnu—. ¡No tiene alma!

—Tendrás que perdonar al muchacho —dijo Elemak—. Está fuera de sí.

—Simplemente no entiende con quién se las está viendo —dijo Shedemei. Tendió la mano hacia Protchnu.

—¡No! —exclamó Elemak. Pero la energía ya chisporroteaba en el aire, y Protchnu brincó pataleando. Cayó al suelo entre contorsiones, y gimoteó con largos y trémulos suspiros—. Eres una zorra.

—Creo que es aconsejable que todos vean que el Guardián de la Tierra no abandona a sus servidores —dijo Shedemei—. Y ahora, que todos vean cómo Elemak imparte justicia. Llama a tus testigos, delibera con los dirigentes del pueblo cavador, y cuando dentro de ocho días llegues a un veredicto, todos veremos si eres apto para ser nombrado rey de guerra de los elemaki. Si tanto los cavadores como los humanos te reclaman como tal, te nombraré rey de guerra, y conducirás a este pueblo con legítima autoridad.

Elemak sonrió, sabiendo muy bien que ella canjeaba la libertad de aquellos cavadores por la seguridad de los nafari. Se agachó para ayudar a su hijo a levantarse.

—Pero recuerda —prosiguió Shedemei—. He dicho rey de guerra. No habrá más rey de sangre entre los cavadores. ¿Habéis oído todos?

Habían oído.

—Este sujeto ha desprestigiado esa función de tal modo que nunca más será digna. A partir de hoy está prohibido comer carne de ángeles o humanos. Cualquier hombre que coma esa carne será tan culpable como si comiera la carne de su propio hijo. Ésta es ahora la ley del pueblo, en todo el mundo. ¡Y la impondréis a los cavadores de todas las comarcas!

—Gracias por el encargo —masculló Elemak.

—Creo que llegarás a apreciar que no piensen en los humanos como canapés —murmuró Shedemei a su vez—. Si pueden comerse a tus enemigos, Elya, pronto decidirán que también tú eres comestible.

—Ya comprendo. ¿Has terminado?

—Los cavadores no perseguirán a los nafari —dijo Shedemei.

—¿Crees que no podremos seguir sus huellas? —preguntó Elemak.

—Ni habrá emboscadas en la carretera.

—Entiendo el trato. Sé que me han humillado una vez más, y esta vez Nafai se ha llevado a mi esposa y la mitad de mi familia, y tú has derribado a mi hijo. Pero sabré soportarlo, porque me has dado una nación. Una nación de feos roedores que viven en la roña, pero he tratado con peor gentuza en las caravanas de Armonía, aunque tuviera forma humana. Un día venceré a Nafai, Shedemei, pienses lo que pienses. Pero si te hace sentir mejor, no me lo comeré. Y tampoco permitiré que se lo coman otros, salvo los cuervos y los buitres.

—Me complace tu espíritu conciliador. Elemak sonrió, se alejó de ella y habló con los cavadores que retenían a Fusum.

—Llevad al prisionero a mi casa. Y luego traedme a quienes crean saber algo sobre los crímenes de este hombre. —Miró de nuevo a Shedemei—. Calculo que eso nos llevará todo el primer día.

Shedemei se volvió hacia Protchnu, que tenía las mejillas humedecidas por las lágrimas.

—No has debido hacerme eso —dijo Protchnu—. Ha estado mal.

—Eras un chico muy prometedor —respondió amablemente Shedemei—. De todos los resultados trágicos que ha tenido esta larga guerra entre hermanos, tú eres el más lamentable.

Protchnu se puso lívido.

—Lo mataré, Shedya. Los mataré a todos. A todos y a cada uno de ellos.

—¿Estás diciendo, pues, que sabes que tu padre fracasará?

—Me refiero a matar a todos los que él me deje.

—Sabes la verdad, Protchnu. Deja de preocuparte por la venganza y procura ser un líder. Esta gente necesita un rey mucho más de lo que tu padre necesita una justificación. Hizo todo lo que hizo por el poder. Ahora lo tiene. Ya verás. Irá a la guerra sin convicción, y perderá porque su hambre está satisfecha.

—No conoces a mi padre —dijo Protchnu con orgullo—. Ni me conoces a mí.

—Nadie os conoce —dijo Shedemei—. Así que tal vez nos sorprendáis a todos.

Ocho días después, Zdorab regresó en la lanzadera. Llegó a tiempo para presenciar la ejecución de Fusum, a quien degolló uno de sus propios soldados. Luego colgaron su cuerpo de una rama, para que ninguna parte de él tocara la sagrada tierra. Shedemei, con la piel radiante, avanzó unos pasos y celebró el ritual de nombrar a Elemak rey de guerra. La gente lo aclamó y vitoreó, luego miró en silencio mientras Shedemei y Zdorab se elevaban en la lanzadera y entraban en la torre.

La puerta se cerró, y Elemak partió de inmediato con doscientos soldados, dejando a Muzhestvo —el hijo menor de Mebbekew, de veintitrés años— al mando de la gente en su ausencia. El ejército de Elemak subía por el desfiladero cuando la nave estelar rugió y se elevó en el cielo.

Se convirtió en otro punto de luz en el firmamento nocturno que daba vueltas y vueltas, cambiando de cuando en cuando de posición. Se llamaba Basílica, pero con el tiempo todos olvidarían por qué, o qué era, o que alguna vez había sido una torre que se erguía en la primera comunidad humana que ocupaba la Tierra después de cuarenta millones de años.

El ejército de Elemak siguió la ancha senda de la migración nafari, pero cuando llegó al peñasco rocoso que bloqueaba el paso meridional del ancho y alto valle de la tierra de Nafai, los ángeles los atacaron desde el aire, lanzando dardos contra sus espaldas expuestas. Veinte cavadores perecieron en aquel lugar, y otros cuarenta resultaron heridos. Regresaron a casa a duras penas, y Elemak les enseñó a fabricar armaduras para que al año siguiente lo intentaran de nuevo.

Y así siguió, año tras año. Pero entre guerra y guerra, ambas naciones prosperaron y crecieron, y ambas enviaron a comerciantes y maestros para enseñar la nueva agricultura, los nuevos modos de guerra, y los nuevos mitos y leyendas y religiones a todas las ciudades de cavadores y a todas las aldeas de ángeles.

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