– Ilumíname con tu sabiduría.
Luca sonrió, esta vez menos socarronamente.
– Bueno, tenemos el registro de una hora atrás en instrucciones procesadas por las cuatro computadoras de a bordo.
En la pantalla apareció un larga lista de códigos.
– El fallo fue una cadena de órdenes erróneas en bucle que cortaron la alimentación de todas las barras de potencia a la vez, incluida la de emergencia. Sí, ya sé que eso en teoría es imposible, pero he visto la cadena y sí, es endiabladamente improbable pero posible. Hubo un fallo anterior, algo que hizo que todo derivase, en cascada, en esa situación de apagón en los sistemas. He retrocedido atrás y creo haber detectado una interpretación errónea por parte de C4 en el nivel de KVA consumidos en la barra principal.
– Resumiendo…
– Un fallo en la medida de consumo en la barra principal de potencia fue procesado por C4. La medida indujo una cadena de modificaciones que fueron ampliándose hasta enredar en el problema a los cuatro ordenadores y terminar por un bucle de desconexión del sistema.
– Y para cuando los ordenadores se recuperaron, no tenían información de actitud, ya era tarde para seguir con la operación en automático ¿no?
– Básicamente sí. Los inerciales no tenían referencia y por tanto el sistema de equilibrio automático de la nave se fue al traste. Susana sintió la rabia quemarla por dentro, pero la aplacó, no le servía de nada.
– Un error de software.
– Se sabía que podía haber esa posibilidad. Es imposible probar todas las respuestas de un programa, sobre todo uno complejo como este. Acordaros de los fallos que tuvo al inicio la estación espacial internacional, el software casi la derriba.
– Ya, pero aquello fue debido a que no se decidió usar el sistema operativo ruso, mucho más estable aunque de diseño anticuado.
Susana asintió. No valía la pena atormentarse con eso; que los técnicos de la Tierra se echaran las culpas uno a otro. Para ellos, ahora, lo único importante, era decidir qué iban a hacer a continuación.
En la proa, Fidel, levantó la vista de la pantalla sobre la que estaba trabajando.
– Susana, mira esto un momento.
– ¿Qué sucede?
Susana se acercó a Fidel. Este le señalaba un mapa tridimensional en el monitor.
– Sé dónde estamos. Nos hemos desviado bastante del punto previsto de aterrizaje. Estamos exactamente aquí, en el ecuador del planeta, cerca del punto de latitud cero.
– ¿Cómo puedes estar tan seguro? El localizador no funciona.
Susana frunció el ceño sin dejar de mirar el mapa.
Fidel se levantó y caminó hasta la escotilla derecha. Estaba un poco empañada, el sistema antivaho parecía tener un fallo en ese cristal.
Fidel limpió el vaho con la mano y le señaló el exterior a Susana.
– Mira esa quebrada frente a nosotros, ¿ves la línea montañosa?
Susana se echó encima del cristal e hizo pantalla con las manos.
Afuera había débiles líneas que podrían ser dunas y rocas, pero no estaba segura. Siguió el terreno con la vista hasta que se encontró con las estrellas. Había muchas y brillaban sin titilar, fijas y firmes en la débil atmósfera de Marte. Distinguió una sutil línea quebrada que separaba las estrellas de una negrura mucho más profunda.
Al fin se volvió hacia Rodrigo sin comprender.
– Es la vertiente norte del Valle Marineris -le explicó este.
– ¿Estás seguro?
– Sí, mientras descendíamos las cámaras automáticas hicieron varias fotos.
– Muéstramelas.
Rodrigo regresó a la consola que ocupaba antes. Tecleó algo y empezó a operar con el dedo sobre la pantalla táctil. Al fin la pantalla se iluminó con una imagen desde el espacio de una zona de Marte. La resolución era muy alta. Se veían grietas enormes, cráteres y dibujos serpenteantes. Justo en el centro había un cañón enorme, una grieta de colosales proporciones que más parecía la huella de un enorme hachazo dado a la superficie del planeta que un accidente natural.
Rodrigo manipuló un cursor y la imagen aumentó hasta que los accidentes del valle se hicieron más detallados. Luego, cuando la resolución bajó, cambió a una larga serie de fotografías, desde cada vez menor altura.
– Es increíble.
Rodrigo siguió pasando imágenes. Se detuvo en una.
– Sí que lo es. Y hay más. Fíjate en eso.
– Eso parece… un banco de niebla permanente… ¿En el fondo del Valle?
– Sí, y es justo en el punto más cercano a nosotros… No estaría mal que la Ares sondeara esa niebla con un espectrómetro. Podría ser vapor de agua.
– Necesitaríamos algo más que un poco de neblina para sobrevivir. Eso si es agua… claro.
Susana levantó la vista y miró directamente a los ojos marrones del exobiólogo. Este mantuvo la mirada. Ella era su comandante, parecía decirle en silencio, de ella dependían las vidas de todos. Ella debía dar con las respuestas.
Por un momento se sintió superada por todo aquello. Pensó que no iba a ser capaz de afrontar lo que quedaba por llegar. El peso de las decisiones por tomar crecía y la aplastaba…
Esa sensación duró sólo un momento, luego, esa determinación salvaje que siempre le había animado la electrizó. Endureció la mandíbula, apoyó la mano en el hombro de Fidel y apretó para transmitirle algo de esa energía.
– Pero lo vamos a conseguir.
Un poco más allá, Jenny trabajaba desmontando las literas. Decidió ayudarle para tener ocupada su mente en algo sencillo.
Herbert se acercó a Jenny y Susana que trajinaban con las tuercas que mantenían la última litera de aceleración sujeta al suelo.
– ¿Puedo ayudaros?
Susana se limpió el sudor de la frente con la manga del mono.
– Podemos hacerlo solas, gracias. Tú tienes tu trabajo.
– Bueno, tengo algunas ideas que quería comentarte… -dijo Herbert.
Susana bajó la cabeza y se esforzó con el anclaje de la litera.
– Muy bien, de qué se trata.
– Como sabéis, la atmósfera de Marte es casi en exclusiva dióxido de carbono. Oxígeno y carbono.
– ¿Hay alguna forma de aprovecharlo?
– Eso creo. Había un diseño de misión alternativo a este, no sé si lo recordáis. Se llamaba Marte Directo y se basaba en usar hidrógeno para producir in situ Oxígeno y Metano a partir de la atmósfera de Marte. A nosotros el metano no nos sirve para nada, pero el oxígeno y el subproducto de la reacción, el vapor de agua, sí. Se llama reacción de Sabatier y se trata de combinar dióxido de carbono e hidrógeno para obtener metano y agua. El agua se puede descomponer electrolíticamente y obtener oxígeno e hidrógeno que se puede rehusar para continuar el proceso.
Jenny y Susana interrumpen un momento su tarea y miraron a Herbert con algo de esperanza.
– ¿Has dicho agua?
– Sí, Tengo un esquema de todo el proceso, ¿queréis verlo?
– ¡Por supuesto que queremos verlo!
Herbert le pasó su pad a Susana que lo estudió con mucho detenimiento. Jenny se mantuvo expectante, con la llave en una mano y mirando a Herbert y Susana.
– Hay algo que no entiendo en todo esto… ¿De dónde vas a sacar la energía? Se necesita comprimir el dióxido de carbono, y también electricidad para escindir el agua. Creía que ese era precisamente el problema.
– No necesitaríamos los generadores termoeléctricos. Esa es la mejor parte.
– ¿Con qué la obtendríamos entonces?
– ¿Recuerdas que el motor del rover usa una pila catalítica que funciona con hidrógeno e oxígeno? Podemos usar parte del oxígeno de soporte vital para alimentar la pila. No necesitaríamos mucho, y al final lo recuperaríamos con creces, acompañado de agua y energía.
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